A QUEMARROPA - AVENTURAS DE JESS W. EARP EN EL SALVAJE OESTE DE ASTURIAS - OCTAVA ENTREGA: LECTURAS FRONTERIZAS | JESÚS PALACIOS

 Aventuras de Jess W. Earp en el Salvaje Oeste de Asturias

Octava entrega:
Lecturas fronterizas


Una de las cosas que más me agrada de las pequeñas ciudades de Frontera, como SN, crecidas a la sombra de poblados mineros, rodeadas por tierras salvajes y agrestes, son sus ferias del libro. No me interesan los carromatos de los vendedores ambulantes de elixires milagrosos (mi reluciente cráneo da buena fe de sus fracasos), ni los siniestros evangelizadores que claman al cielo y amenazan con las penas del infierno. Lo único que busco al llegar a una nueva ciudad son los mejores establos para mi montura, el colmado donde recargar mi revólver con la munición adecuada... Y las librerías o quioscos, que en este caso, gracias al carácter extraño y singular del asentamiento, están todas concentradas a la sombra del edificio principal. Allí pude este verano pasado tomar unos buenos tragos de mal whisky con algunos de esos personajes peculiares como pocos que son libreros y editores, los últimos auténticos benefactores desinteresados de la Frontera, porque... ¿Qué haríamos sin ellos los jinetes vagabundos aficionados a la lectura? Y somos tan pocos, en realidad, en este mundo de brutos y acémilas analfabestias, capaces de quemar un estanco como decía aquél humorista cuyo nombre no recuerdo porque vende librillos de fumar, que admiro cómo a duras penas sobreviven, casi con el único fin de hacer más llevadera mi existencia.



A continuación detallo brevemente el inventario de mis compras semaneras, que fueron más que suficientes para el largo viaje que siguió a mi inevitable partida de SN, en busca del que se ha convertido ahora en quizás mi último refugio. Tal vez sea de algún interés para los jóvenes desperados y cowboys que se internen solitarios en la Frontera, en busca de su destino y huyendo raudos de la Nueva (A)Normalidad:

El túnel (Seix Barral) de Ernesto Sábato, uno de los grandes clásicos de la literatura argentina moderna, ejercicio de estilo y relato criminal entre la obsesión psicológica y el policíaco metafísico, fascinante, aunque no llegue a las excelsas alturas de El informe para ciegos en particular, ni De héroes y tumbas en general. De balas y bolas (Júcar, Etiqueta negra) de B. J. Sussman y J. P. Manchette, una rareza curiosa donde las haya. El guion cinematográfico de Sussman que había de convertirse en un spaghetti western de coproducción europea se quedó huérfano de celuloide, y Manchette, haciendo sus primeros pinitos, lo convirtió en novela del Oeste, negra, anarquista y carcelaria, que se lee como si la estuvieras viendo con Franco Nero, Gian Maria Volonté o Tomás Milián como protagonistas. Irresistible wéstern ácrata y eurotrash para degustadores de los tres Sergios (Leone, Corbucci y Sollima) y salteadores de caminos literarios. 



Una tanda entera a mayor gloria de la editorial Pez de plata, por la que siento especial inclinación (hace falta mucho humor para aguantar en estas malas tierras): Hambrientos y cobardes de Ángel Vallecillo, que promete excesos tarantinianos; Café Jazz el Destripador, nueva locura metagenérica de Luis Artigue, sospechoso habitual en la SN, que se atreve con Miles Davis, apoyado por las ilustraciones y portada de Ángel de la Calle... No disparen sobre el trompetista ni sobre el ilustrador, por favor. Y El gran Pirelli de Julio Rodríguez, poeta, profesor y activista cultural, que se mete con la novela negra, y se mete con malos modos quinquis y macarras, pero ofreciendo tanta diversión y humor como carga de profundidad.

 

 Ilustración de Ángel de la Calle para Café Jazz el destripador.


Filósofos de paseo (Turner), de Ramón del Castillo, porque el tipo, pese a ser filósofo, me supo vender su obra como el más consumado feriante del Oeste. Insomnes (Ápeiron), de Hernán Rivas Barrera, con quién hice migas después de un amistoso duelo al sol, que terminó en intercambio de presentes, con la promesa de reencontrarnos en la gran ciudad. Un viejo que leía novelas de amor (Júcar), del llorado Luis Sepúlveda, para muchos su mejor novela y mi homenaje personal a su figura, al parecer mítica en este pueblo, donde dejó profunda huella. La virtud de la montaña (Trea), una Vindicación de un alpinismo, lento, ilustrado y anticapitalista exquisitamente escrita y razonada por ese genuino mountain man que es Pablo Batalla Cueto. Y, finalmente, A propósito de nada. Autobiografía (Alianza), de Woody Allen, porque adoro a ese pequeño bastardo judío de ciudad, que no duraría ni un suspiro en la Frontera. Pero, especialmente, porque me encantan las historias de amor que acaban bien.


Pablo Batalla Cueto, el último mountain man ilustrado 


Esto eso es todo, amigos. Llené mis alforjas de obras en cuyas páginas se chocan, se cruzan y entrecruzan, géneros y estilos, modos y malos modales, aparentemente bien distintos y distantes. Novelas de aventuras reflexivas, wésterns anarquistas, policiales filosóficos, biografías fantásticas, realidades tan increíbles como la ficción más loca y ficciones tan reales como el polvo del desierto o el plomo de mis balas. Será que me gustan las lecturas fronterizas, será que me gusta romper y saltarme las fronteras.


Jesús Palacios 😈

Librería del Destierto (San Pedro de Atacama, Chile)


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