CIUDAD EMBRUJADA | Jesús Palacios



Libros


HEX. Thomas Olde Heuvelt. Nocturna ediciones. Madrid, 2020. 510 págs.

Debo reconocer que la primera sensación que me invadió al abrir las páginas de HEX, la novela revelación del holandés Thomas Olde Heuvelt, fue de decepción. Yo había esperado que la acción del libro se desarrollara en los Países Bajos (como en efecto así era... en su primera versión). En alguna oscura ciudad holandesa, añeja y húmeda, ya que no en el Ámsterdam de mi condenado y querido Dick Maas. Tengo debilidad por el género de horror continental. No sólo escrito por europeos, sino situado en escenarios europeos dejando a un lado las Islas Británicas, que son, bueno, “otra cosa”―. Una tradición que el éxito de la versión “internacional” de la novela de Olde Heuvelt confirma en triste decadencia. Adiós, Brujas, la muerta.


Brujas, la muerta

Como ocurre en el cine de terror, la globalización está imponiendo también en literatura un “estilo internacional”, global, casi intercambiable, pero siempre o casi siempre con rotundo acento anglosajón e incluso usamericano. De Tokio a Barcelona, de Hong Kong a París, de Moscú a Roma, los autores más o menos jóvenes de literatura fantástica, de horror, criminal y de ciencia ficción parecen aspirar a que sus obras carezcan prácticamente de señas de identidad nacionales y culturales específicas. Quizá con el único fin, comprensible pero no por ello perdonable, de que su traducción al inglés sea tan fácil como eficaz, y que sus personajes, intrigas y escenarios sean también rápidamente homologables para el lector anglosajón, cuyo mercado es el mayor del planeta y cuya colonización cultural, vía Estados Unidos, cobra visos ya en el siglo XXI de total, irreversible y mundial.


La máscara del demonio (Mario Bava, 1960)

Una vez dicho esto, y teniendo claro ya desde las primeras páginas de HEX el cambio de escenario y nacionalidad de los personajes, debo reconocer que caí de inmediato bajo su hechizo. Las historias de brujas que lanzan maldiciones contra los descendientes de quienes las condenaran a morir siglos atrás, habitualmente en la tradicional hoguera, no son nuevas. Filmes como La máscara del demonio (La maschera del demonio. Mario Bava, 1960), El barón del terror (Chano Urueta, 1962), Brujería (Witchcraft. Don Sharp, 1964), El grito del fantasma (Cry of the Banshee. Gordon Hessler, 1970), Mark of the Witch (Tom Moore, 1970), Las hijas de Satán (Daughters of Satan. Hollingsworth Morse, 1972), La lluvia del diablo (Devil´s Rain. Robert Fuest, 1975), Terror (Norman J. Warren, 1978), Superstición (Superstition. James W. Robertson, 1982) o Witchhouse (David DeCoteau, 1999), entre otros, abundan en maldiciones brujeriles que superan los límites del espacio y el tiempo para amenazar y, a menudo, destruir a los herederos de quienes fueron a su vez culpables de la ejecución y tortura de la bruja o hechicero en cuestión. Pero hay que reconocerle al autor de HEX haber llevado el concepto un paso más allá. Porque en su novela, las víctimas de la maldición no son una familia o una serie de personajes más o menos relacionados entre sí, sino un pueblo entero que sufre una variante particularmente maligna a la par que grotesca de condena.


Thomas Olde Heuwelt

No sólo los habitantes no pueden abandonar su pequeña ciudad más allá de cierto límite de tiempo, antes de sentirse invadidos por el deseo irrefrenable de suicidarse, sino que deben soportar la presencia fantasmal a la par que muy física de la bruja, quien se aparece ubicua y conspicuamente en cualquier lugar, recordando con su muda y siniestra presencia el horror al que fue sometida y la deuda que todos han contraído con ella. Cubierta de cadenas, con los párpados y los labios cosidos, vieja, demacrada, sucia y cadavérica, Katherine van Wyler, la Bruja de Black Rock, puede materializarse en tu sala de estar, en tu dormitorio, en tu oficina, tanto como en mitad de una calle, en una cafetería o una gasolinera. Permaneciendo allí durante horas, quieta, murmurando inaudibles maldiciones, inmóvil o caminando lentamente, hasta desaparecer de improviso para reaparecer en otro lugar, de forma tan imprevisible como esperada. Todos los ciudadanos de Black Spring se han adaptado a tan peculiar situación, y viven en una singular mezcla de prisión consensuada, ciudad-estado forzoso y distopía minimalista, vigilada y controlada por HEX, su férreo servicio de seguridad, y por las autoridades municipales, decididas a impedir que el resto del mundo descubra su secreto para verse contagiado por la maldición, con quién sabe qué tremendos resultados.



Hasta aquí, lo que puedo o debo contar. Más allá, hay monstruos. Aunque la mayoría de ellos sean humanos. Lo cierto es que Thomas Olde Heuvelt ha conseguido con HEX una vuelta de tuerca sorprendente en muchos aspectos, que conjuga eficazmente la tradición contemporánea del terror post-King con interesantes elementos góticos, surrealistas y mágicos, renovando con vigor el subgénero del pueblo o pequeña ciudad invadidos por el Mal, gracias también a una sensibilidad particularmente oscura y pesimista, que roza el puro nihilismo. En HEX, que exista la bruja, que existan fuerzas paranormales o inexplicables, ligadas a la historia, los mitos y la siniestra naturaleza del lugar, no implica afortunadamente que haya un correlato sobrenatural de carácter benigno o salvador. Puede que frente al Mal (mayor) solo exista un mal (menor) y que incluso el amor, ese gran deus ex machina al que nos tiene fatídicamente acostumbrados el género como solución in extremis de cualquier situación, conduzca indefectiblemente al mismo Mal que trata de evitar o combatir.

Sin desvelar nada más del argumento, baste decir que Olde Heuvelt, pese a su pecado poco original de “americanizar” (o stephenkingnizar) su novela, ha tenido el gusto e inteligencia suficientes para conservar las raíces europeas del relato, haciendo que la pequeña ciudad de Black Spring descienda de New Beeck, una colonia de pioneros holandeses del siglo XVII (Beeck es el nombre del pueblo flamenco donde se desarrollaba la primera versión del libro). Además de apañárselas para mantener cierta atmósfera surrealista, grotesca y de humor negro en algunas de sus páginas, que remite a situaciones propias casi de la imaginación de Jean Ray, Thomas Owen e incluso del mismísimo Topor (o del británico Roald Dahl de Las brujas, influencia reconocida por el propio autor), como esa escena que describe a la bruja en un rincón del salón de la familia protagonista, con la cabeza tapada por un trapo sucio, mientras todos cenan tranquilamente, acostumbrados sobradamente a su macabra presencia.


Roland Topor (Título desconocido)














Por supuesto, como han señalado ya otros, la influencia más obvia y poderosa es la de Stephen King. Pero, añadamos, la del mejor Stephen King: el de Cementerio de animales, Salem´s Lot y La tienda, sin dejarse seducir por el irredimible final redentor de la última. También Clive Barker anda muy presente, en especial en la gráfica descripción de la bruja misma, que no desmerecería junto a cualquiera de los viejos cenobitas del escritor inglés. No son estos los únicos referentes que abundan en las páginas de HEX: desde una suerte de homenaje a El hombre de mimbre (The Wicker Man. Robin Hardy, 1983) con el género cambiado, hasta personajes de ficción que remiten a otros históricos (el puritano alcalde Colton Mathers, por supuesto) o guiños al falso documental de terror digital estilo El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project. Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999) y a otras películas como El bosque (The Village, 2004) de Shyamalan o La cabaña en el bosque (The Cabin in the Woods, 2011) de Drew Goddard.


El Reverendo Cotton Mather, puritano cazador de brujas




Una vez más, sin embargo, hay que agradecer que, consciente o inconscientemente, el autor evoque también otros elementos propios de la gran tradición gótica y sobrenatural del género. El final (tranquilos, no será desvelado aquí), al parecer muy distinto al de la versión original en neerlandés, viene a ser una nueva y escalofriante variación sobre “La pata de mono” de W. W. Jacobs, mientras que uno de los clímax del libro nos devuelve en pleno siglo XXI al ambiente intolerante, puritano y fanático de La letra escarlata de Hawthorne, con efectos tan desgarradores como sugestivos.


La letra escarlata, versión escénica de Angélica Liddell, representada en el Holland Festival 2019





Porque lo que más miedo da en HEX, tal como cabe pensar y desear debe ser intención del autor, no es tanto la pervivencia de una maldición secular sobrenatural, ni el trasfondo de horror cósmico y paranormal que representa, sino la descripción de un proceso de regresión al fanatismo y la violencia, física y moral, ejercido bajo el pretexto de la seguridad, la protección y la defensa de los buenos ciudadanos. Es el retrato del deterioro de una sociedad bienintencionada pero que, inadvertidamente, se desliza de forma aparentemente inocente hacia el caos, la brutalidad y la locura. Que se polariza y divide en facciones enfrentadas, ninguna de las cuales posee la razón ni la respuesta al Mal encastrado en los propios cimientos de su fundación. Donde el amor sin límites de un padre por su hijo se convierte en motor mismo de caos y destrucción, sometido a un destino inescrutable al que de nada sirve responder con falsas esperanzas, trucos y mentiras que acaban por volverse siempre en nuestra contra, empujándonos por la pendiente tenebrosa hacia un abismo sin fondo. Porque una vez que se empieza a caer, todo el camino es cuesta abajo.

En este sentido, HEX posee una cualidad metafórica visionaria muy apropiada para el momento de apocalipsis cotidiano en el que parecemos encontrarnos, donde la Covid19 se ha convertido en nuestra propia Katherine van Wyler, mientras su maldición amenaza con llevar la civilización moderna marcha atrás, retrocediendo en un curso maldito cursed hacia aquellos tiempos oscuros en los que violencia, fanatismo e intolerancia eran respuesta habitual a los dilemas de la existencia, siempre en nombre del bien común, el idealismo y el progreso. Que la Bruja de Black Rock nos coja confesados.


Pero mientras llega el tiempo de las brujas, haced caso a Stephen King, George R. R. Martin, John Connolly y Joe Hill: no dejéis de leer HEX. Aunque, por lo que a mí respecta, todavía sigo queriendo la versión holandesa. En especial, antes de que hagan la película o, peor aún, la serie de televisión y acabe por cogerle manía.


Jesús Palacios 😈


Imagen del book trailer de HEX






Comentarios