El color que vino del espacio y pasó de largo | Rakel S.H.

El color que cayó del cielo (2019)

👽👽👽

Son tiempos grises. Desde el perlado pasteloso del indie al frío acero de la ciencia ficción, pasando por pizarras, humos y marengos, el gris ha conquistado nuestras pantallas. Cada vez más irreales, construidas con CGI desde el paisaje de fondo a la taza de café que sostiene un actor con cara de muñeco de videojuego, las películas de esta Era más digitalizadora que Digital, más por intención que por verdadera capacidad de sustituir lo real, con su peso, volumen y masa ―y naturalidad―, han olvidado la existencia de la amplia gama del espectro, despreciando y desprestigiando maravillosas experiencias visuales como el azul eléctrico de los neones urbanos, un vestido verde sobre rojo terciopelo o un día resplandeciente (verde-hoja, naranja amarillento, intenso cian…) en el salvaje Oeste. Todos los wésterns se han vuelto exclusiva ―y falsamente― crepusculares, sin cambios estacionales ni horarios porque nunca alcanza el sol su cenit, tiznados de polvo ocre ceniciento o mostaza agria y plagados de sombras, muchas sombras.


Badland (2019)

La paleta de los artistas cinematográficos se ha vuelto uniforme, sin estridencias ni juegos plásticos, neutralizadora de cualquier posible defecto en su falsa realidad digitalmente fabricada, conservadora y cobarde, insípida, desabrida,… por exigencias técnicas o por moda imperante en estos tiempos nublados de decadencia artística y existencialismo pasivo sin pasiones ni arrebatos, en offline/online como un robot a media batería, en los que prima el ahorro de recursos ―materiales y humanos― frente al ingenio, y el uso de una técnica de sustitución que nos distraiga de la mediocridad de producciones supeditadas al mensaje moral de turno y la pretensión de “autores” que ya sólo pueden reinventar copias de copias para un público con un acervo cultural no más lejano del 2005.


💋 Nos despertamos una mañana

 y las actrices habían perdido todos

sus pintalabios de color

 rojo carmesí 💋

 

Hoy, hay películas a color menos coloristas que las clásicas producciones en blanco y negro. Desde los tiempos en los que el technicolor nos descubriera un cine bello, saturado y pletórico de matices, cada época ha demostrado poseer su propia gama cromática preferente.


El mago de Oz (1939)

Los 5000 dedos del Dr. T  (1953)

La Guerra de los Mundos (1953)


De ahí, que el cine de los 60 fuera tan luminoso:


El planeta de los simios (1968)

Casino Royal (1967)

Los pájaros (1963)

2001: Una odisea espacial  (1968)


El de los 70, intenso (en todos sus aspectos):


Rocky (1976)

El fantasma del paraíso (1974)

El rojo en los labios (1971)

La montaña sagrada (1973)

Las amantes del vampiro (1970)


El de los 80, sobre todo, eléctrico:



Perseguido (1987)


Los cazafantasmas (1984)


Jóvenes ocultos (1987)

Mientras los 90, recogían lo aprendido y lo templaban con cierta calidez reconfortante, si bien aún se usaban todos los colores.


El gran Lebowski (1998)


Gattaca (1997)


Pulp Fiction (1994)

Pero llegó el 2000 y comenzó el fin del mundo cromático, prefigurado por títulos que sin carecer de méritos o interés fueron marcando tendencia de forma insidiosa, como Seven (1997), que asoció el thriller de horror psicológico a sempiternos y aburridos marrones, ocres y verdes sucios, cuya novedad pronto devino tópico manido. Respondió a la señal el Batman apático de Christopher Nolan (2005) y, progresivamente, fue quedando el color para unas pocas producciones que se atreven a utilizarlo en sus CGI, como Avatar (2009) o Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017),  más cerca de ser videojuegos que películas.


Batman Begins (2005)


Avatar (2009)


Valerian y la ciudad de los mil planetas (2017)

Como la Nada arrasando con Fantasía, todo se fue volviendo gris ―en sus más diversas tonalidades, pero gris―, tan acorde con estos nuevos tiempos de puritanismo y hastío, aceptándolo el público y la crítica como ejemplo de buenas maneras en el producir un cine serio y “necesario”, dando igual el género y la calidad fílmica real. Las películas con color se asocian ahora a un público inmaduro, a un contenido cómico, a un estilo juvenil o a su carácter de telefilme, desprestigiadas automáticamente por su frivolidad o supuesta falta de excelencia. Si te apasiona enfebrecidamente el gris, te conviertes al instante en  espectador de primera categoría en las salas, los medios y las redes sociales. No digo que no haya filmes grises maravillosos; de hecho, contamos con muestras estupendas como Sleepy Hollow (1999), la trilogía de Gogol (2017-2018) o la reciente Los nuevos mutantes (2020), porque, claro está, hay historias que se ven favorecidas en estas tonalidades. Sin embargo, en estas películas a nadie se le olvidó que los tintes textiles llevaban siglos de existencia o que los objetos decorativos normalmente tienen algún componente cromático estético, ni que el color también posee una compleja utilidad narrativa: para destacar un elemento, para provocar una emoción en el espectador, para contrastar, recrear una ambientación o clima natural/psicológico, como ejercicio compositivo…


Sleepy Hollow (1999)

Gogol (2017-2018)

Los nuevos mutantes (2020)


"Creo que Dios se enfada si pasas ante el color púrpura en el campo sin fijarte en él."

El color púrpura, basada en la novela de Alice Walker, película de Steven Spielberg (1985)


Para los que trabajamos el color, este fenómeno singular, tan feísta, en una época en la que los conocimientos y las posibilidades técnicas deberían estar al servicio de los profesionales para lograr alcanzar horizontes estéticos innovadores y experiencias visuales que fascinen al espectador, no deja de ser sorprendente y frustrante a la hora de valorar la calidad artística de una producción cinematográfica. Difícilmente ―y con tristeza―, podremos admirar y comparar el trabajo de los directores de arte de estas películas con la magistral labor de grandes artistas del medio, que por ello forman parte de la Historia del Cine y son tan responsables de la importancia de las películas en las que participaron como los propios realizadores, quedando inmortalizados en nuestra memoria, como William Cameron Menzies, Cedric Gibbons, Gil Parrondo, Daniel Haller, Ken Adam y tantos otros. Por no hablar de fotógrafos y cámaras como Jack Cardiff, Robert Burks, Gregg Toland, Mario Bava, Nicolas Roeg, Gilbert Taylor, Giuseppe Rotunno o Alejandro Ulloa, por citar sólo unos pocos de entre quienes pusieron color a nuestros sueños y pesadillas de celuloide.

Rakel S.H. 👽




 










Comentarios

  1. Un artículo magnífico, que una vez más pone el dedo en la llaga. Luego hay quien me pregunta por qué aprecio más el cine antañón... De filmes modernos, me sorprendió para bien la utilización del color en "Mr. Turner" -si bien no es de género- porque volvía a constituirse en (rico) elemento dramático. Agradecer, por fin, frases suyas como esta: "...producciones supeditadas al mensaje moral de turno y la pretensión de “autores” que ya sólo pueden reinventar copias de copias para un público con un acervo cultural no más lejano del 2005", capaces de resumir sin que nada sobre o falte, la inanidad de la mayor parte del cine de hoy. No se puede decir mejor... ni más claro!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias, "Abuelito"! Siempre es un placer y un honor recibir un comentario suyo en nuestro blog. Tenía "Mr. Turner" pendiente y ahora la veré con más ganas. Me alegra que le gustara mi artículo; esperemos que esta mala racha cinematográfica (tan cansina y sosa) sea sólo eso, una mala racha. Un abrazo grande.

      Eliminar

Publicar un comentario