A QUEMARROPA - AVENTURAS DE JESS W. EARP EN EL SALVAJE OESTE DE ASTURIAS - QUINTA ENTREGA: OESTE MALDITO | JESÚS PALACIOS

Aventuras de Jess W. Earp en el Salvaje Oeste de Asturias
Quinta entrega: Oeste maldito

La Rufus Buck Gang, banda de forajidos adolescentes compuesta por indios cree y negros, ahorcados en 1896

Desde hace décadas, quizás incluso desde hace ya un siglo ―pues el tiempo cabalga más rápido que el viento―, la Frontera, su literatura y su cine, cargan con una maldición, una leyenda negra asegurando que el wéstern es un género eminentemente imperialista, colonial, colonialista y hasta, según algunos, fascista. Esta especia, difundida durante años por críticos de cine y sociólogos que rara vez han leído una buena novela del Oeste, que confunden salazmente el bolsilibro de quiosco (con todos los respetos que también se merece) con las grandes novelas usamericanas ―o no― que sobre la vida y la muerte en la Frontera, a lo largo de su inmensa geografía y larga historia, se han escrito y a menudo filmado, responde antes a prejuicios que a juicios, a un rechazo visceral por parte de una cierta izquierda académica, elitista, burguesa y exquisita de la cultura popular, de los mitos y arquetipos de un Territorio, literal y literario, que es capaz de contener, como de hecho ocurre, infinitos contenidos, muchos de ellos liberales y libertarios, anarquistas, progresistas, ambientalistas y radicales.


Cartel checo de Los 7 magníficos (1960)

Independientemente del tema, que dejaré para otro duelo al sol, de si la moral debe estar por encima del arte o a la inversa, y en nombre aquí de mis compañeros de penuria en la Frontera, cowboys, nativos americanos, buscadores de oro, aventureros, traficantes, mountain men, exploradores y demás fauna, incluyendo desperados de gatillo fácil como yo, que saltamos a uno y otra lado de la ley según nos peta, recordaré aquí que ya entre los primeros pioneros de la literatura del género, antes de que este se codificara, se cuentan nombres como los de Mark Twain, Jack London, Bret Harte, Ambrose Bierce o Stephen Crane, quienes sentaron las bases de una narrativa estadounidense ferozmente crítica con sus propias instituciones, siempre al lado del esclavo, el obrero, el perdedor y el marginado.


Una cabaña en el Klondike, hacia 1897 (foto autografiada por Jack London)

Pero sin hilar tan fino que pareciera quiero escudarme en la gran literatura del siglo XIX, son incontables los autores genuinos de novela de Frontera (así como las películas) que desde siempre han cultivado una inclinación eminentemente realista, crítica y sensible hacia las clases oprimidas, en las antípodas de cualquier sombra de militarismo, imperialismo o autoritarismo. Citemos a T. V. Olsen Soldado azul, Oakley Hall Warlock, Dorothy M. Johnson relatos como “El hombre que mató a Liberty Vallance”, “Un hombre llamado caballo”, “La camisa de guerra”, etcétera, James B. Guthrie Jr. Bajo cielos inmensos, Will Henry Viaje a Shiloh, Niven Busch Duelo al sol, Thomas Berger Pequeño Gran Hombre, Paul I. Wellman Apache, Charles Neider El rostro impenetrable, Leigh Brackett Sigue el viento libre, Elmore Leonard Hombre, y así, hasta llegar si se quiere a Cormac McCarthy y su Meridiano de sangre.



Son sólo algunos ejemplos citados al azar de mi memoria corroída por el mal whisky moonshiner, llenos de simpatía por los humillados y ofendidos, de mensajes antimilitaristas y antibelicistas, de llamados a la comprensión entre las razas, de crítica afilada a la política expansionista estadounidense, de amor por la naturaleza y por la libertad. Sobre todo por la libertad de un Territorio sin límites, sin reyes ni soldados, sin policías ni juzgados. El sueño de todo anarquista.



Así lo supieron ver los escritores y directores soviéticos revolucionarios, fascinados por el Far West; los realizadores y guionistas liberales del Nuevo Hollywood de los 60 y 70; los cineastas comunistas italianos del Spaghetti Western rojo sangre, y autores tan poco sospechosos de fascismo alguno como Ramón J. Sender (El bandido adolescente) o el ambientalista eco-terrorista Edward Abbey (El vaquero indomable).


Edward Abbey en el Colorado, hacia 1969 (Fotografía por The Harrington Collection)

Por supuesto, todo este discurso no exime a muchos otros escritores y cineastas de utilizar la épica de la Frontera como narrativa propia y característica del Destino Manifiesto, del expansionismo estadounidense en sus peores facetas, capaz de justificar, de uno u otro modo, el exterminio del nativo americano, el intervencionismo en México y hasta en Cuba o Latinoamérica en general, amén de la explotación ilimitada de recursos naturales limitados.


La conquista del Oeste (1962)


El problema, es que muchas de estas obras y autores no son tampoco en absoluto despreciables, desde un punto de vista literario o cinematográfico, y prescindir a estas alturas por motivos morales e ideológicos de, por ejemplo, John Ford, Cecil B. De Mille, William Wyler, Henry Hathaway, Raoul Walsh, Howard Hawks, John Sturges o cualesquiera otros clásicos que se nos ocurran sería tan cínico como injusto, pues sus películas fueron a menudo más ambiguas, cambiantes y reflexivas de lo que nos gustaría pensar, abarcando, por ejemplo, desde la militarista Trilogía de la Caballería de Ford... hasta su propio y espectacular mea culpa con El gran combate (Cheyenne Autumn, 1964). El verdadero fascismo es el simplismo. ¿Será tan difícil que lo entiendan algunos como para que tenga que salir ahí fuera y liarme a tiros? Porque a ver, apetecerme... me apetece.

 

Jesús Palacios 😈

El gran combate (1964)


 



Mucho más en:

👉Tercera entrega: Alimañas

👉Cuarta entrega: Hasta que llegó su hora


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