¿Por qué discriminar a una musa? - Sobre el arte y el entretenimiento | Rakel S.H.
Nos movemos, respiramos, comemos, follamos, trabajamos, conversamos,... y sí, también nos reímos y nos divertimos. ¿No resultaría un tanto irracional si en algún momento nos planteáramos excluir voluntariamente alguna actividad propia de estar vivos y conscientes, que además satisfaga alguna necesidad e incluso nos proporcione cierto placer? Dentro de la legalidad, la cordura y lo saludable, claro. El sacerdote elige el celibato por exigencia de sus dogmas, pero ―yendo directamente al grano y sin más preliminares― ¿qué religión le exige al consumidor de cultura repudiar la diversión en aras de supuestos placeres más elevados? Y al espectador o al crítico, ¿qué les empuja a descartar o menospreciar lo que hemos llamado cine de entretenimiento y determinados géneros sólo por su carácter evasivo, ligereza temática o por gozar del beneplácito del público? ¿Esta actitud vital ante lo mundano nos convertiría al momento, como si digievolucionáramos, en personas más sabias, puras y solemnes? En serio, si en el fondo se trata solamente de eso, ¿por qué cambiar la caja del apartamento en Torremolinos en este concurso de la vida por la del desabrido EGO?
Esta es una discusión que ha tenido lugar en las artes desde siempre. Podríamos comparar a Bergman con Góngora en el Siglo de Oro o a Sam Raimi y Wes Craven con Lope de Vega y estaríamos hablando sobre el mismo espinoso tema: el Ars gratia artis contra el arte popular o mayoritario. Para muchos el Arte es como un ente difícil de alcanzar en las distantes esferas platónicas de lo ideal, accesible sólo para unos pocos hombres sublimes en sus privilegiados tronos del Olimpo. Pero la realidad histórica y social ya no es la que era en aquellos tiempos en los que la cultura no estaba tan al alcance de la población. La prosperidad de las clases medias, la sociedad de consumo, la popularización de la tecnología,... en definitiva, los avances que se han venido desarrollando desde los siglos XIX y XX y sus respuestas culturales han conseguido diluir las fronteras entre el arte elitista y el arte comercial o de masas. El cine es un claro producto de estas circunstancias. Hoy en día, todo tipo de películas están a disposición del usuario de internet en su propia casa, como casi cualquier obra literaria, gráfica o musical. Al mercado global le beneficia que los productos culturales lleguen al mayor número de personas posible y la población tiene distintas aficiones y hábitos, más allá de sus necesidades básicas.
"La diferencia entre la comedia y la tragedia es que en la comedia sus personajes encuentran la forma de sobreponerse a la tragedia",
Woody Allen.
Sin embargo, incluso ahora que podemos acceder a una ópera, a un listado de cien libros de filosofía o de física en pdf, a películas eslovacas independientes o a las de serie B de los 80, a visitar museos tanto como a conciertos de bar,... continuamos discutiendo que es "más y mejor" o peor todavía, diciéndole a los demás, como ilustres voceros del saber, lo que deben o no deben disfrutar. Por supuesto que hay malas películas, obras realizadas sin interés alguno o más bien sujetas a intereses alejados de los culturales: por aprovechar la subvención de turno, por entrar en un festival, por arrimar el ascua a la sardina de otro éxito, por garantizarse la continuidad de los fans,... pero que sean del gusto popular o sencillamente divertidas no debería adoptarse como parámetros de juicio en relación a la calidad de un filme. Todo género y subgénero tiene sus propios criterios de valor y no podemos comparar en los mismos términos un wéstern violento como La venganza de Ulzana de Robert Aldrich (1972) con Canción de cuna para un cádaver (1964), del mismo reputado director pero un thriller psicológico, o con otro wéstern cómico como Le llamaban Trinidad (1970) de Enzo Barboni, cuyas motivaciones para la trama y la respuesta buscada en el espectador son por tanto muy diferentes. Las películas ―en principio, al menos― no se hacen para la crítica, sino para el público, y no deberíamos olvidarlo.
¿Porque nos ríamos al verla o la entendamos fácilmente no deberíamos considerarla una gran película?
Soy de los que opinan que hay un momento para todo, para el desafío intelectual o el éxtasis contemplativo, pero también para el disfrute de una historia bien contada, sin pretensiones y divertida, e incluso para una pretendidamente banal y estúpida; hay muchos y memorables ejemplos que nos han hecho pasar un buen rato, mucho más inteligentes de lo que parecen ―hacer una película “estúpida" no es tan fácil como se suele creer―. Asimismo, que cada género tiene sus propias características y, por tanto, sus propios baremos.
¿Porque nos ríamos al verla o la entendamos fácilmente no deberíamos considerarla una gran película?
Soy de los que opinan que hay un momento para todo, para el desafío intelectual o el éxtasis contemplativo, pero también para el disfrute de una historia bien contada, sin pretensiones y divertida, e incluso para una pretendidamente banal y estúpida; hay muchos y memorables ejemplos que nos han hecho pasar un buen rato, mucho más inteligentes de lo que parecen ―hacer una película “estúpida" no es tan fácil como se suele creer―. Asimismo, que cada género tiene sus propias características y, por tanto, sus propios baremos.
Desde mi punto de vista, sobra hoy esta controversia más allá de que se intente buscar de nuevo el distanciamiento entre una supuesta élite intelectual, más irreal y fantasmal que otra cosa ―pues ya no tiene tronos en los que sentarse, seamos conscientes de ello―, y el consumidor de cultura medio que tanto se entusiasma viendo El irlandés (2019) de Martin Scorsese como leyendo las aventuras de Spiderman, que no se perderá la próxima serie de Netflix o está esperando el último videojuego del mercado. Afortunadamente, la cultura está al alcance de todos, pese a injerencias ideológicas y económicas, censuras, su falta de desarrollo como industria u otros problemas graves... Todo ha cambiado al respecto y, sin duda, sigue cambiando.
Rakel S.H. 👽
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