Con el frío en los huesos | Jesús Palacios




Huesos de hielo (Bonechiller). Graham McNamee. Ediciones B, 2009.

Suelo leer un montón de novelas juveniles (o, como dicen los anglosajones: para young adult readers), porque siempre he creído que las buenas son exactamente igual de buenas que cualesquiera otras obras del resto de esa que solemos llamar o considerar, no siempre justamente, como “literatura para adultos”... cuando no mejores. Como me comentaba John Connolly el año pasado, entre Semana Negra de Gijón y Celsius 232 de Avilés, para él, la única diferencia a la hora de escribir novela juvenil estriba en que tienes que rellenar muchas menos páginas, utilizar como protagonistas personajes adolescentes y moderar un poco el lenguaje, lo cual, en mi opinión, no pocas veces mejora el resultado final, especialmente si hablamos de género. Traduciendo: el autor de literatura juvenil habitualmente va mucho más directo al grano, sin perder su tiempo ni el del lector. Y eso es exactamente lo que hace de Huesos de hielo de Graham McNamee una lectura tan satisfactoria. En manos de Stephen King o Peter Straub, este libro podría haber tenido más de quinientas páginas, como poco... en las suyas, apenas llega a las trescientas de letra grande, con párrafos cortos y rápidos, diálogos chispeantes, amén de repletas con acción y suspense.

La historia de Huesos de hielo es tan sencilla como bien construida y atrapante: en una pequeña localidad canadiense en medio de la nada (y no de Alaska, como reza incomprensiblemente la cubierta de la edición española), durante su peor invierno en años, cuatro adolescentes tienen que luchar contra una antigua bestia que, cada cierto tiempo, ataca y abduce a varios chicos de la localidad para devorar sus cuerpos... y sus almas. Este monstruo puede ser alguna especie de windigo o demonio ancestral de los nativos americanos, pero sea lo que sea, el hecho es que su mordisco ha infectado al protagonista y a uno de sus mejores amigos, y si no consiguen destruir a la bestia rápidamente su suerte está decidida. Por supuesto, no pueden contarle a nadie lo que pasa y lleva pasando en el pueblo, en realidad, desde hace décadas o posiblemente siglos, porque nadie les creería y, menos que nadie, la policía local. Los cuatro jóvenes, cada uno con sus problemas y miedos personales, deben luchar contra la criatura utilizando sus propios recursos.

El punto fuerte de Huesos de hielo es la gélida atmósfera de frío glaciar que transpira todo, el mundo de pesadilla nocturna de la criatura (en el que introduce a sus víctimas durante el sueño) y el angustiosamente rápido paso del tiempo que les queda a los chicos infectados para escapar a su destino... o enfrentarse con algo peor que la muerte. Los sentimientos y traumas del protagonista y narrador en primera persona, así como los de sus compañeros, están elaborados de forma compleja y convincente, sin caer nunca en el sentimentalismo, e incluso uno de ellos, Pike, es un tanto sociópata y peligrosamente impredecible. Los toques de mitología de los nativos americanos, que aportan un cierto clima –frío- de Folk Horror, son otra de las mejores virtudes del libro (en realidad, mi única queja es que me gustaría saber más sobre la naturaleza de la bestia y menos sobre el cáncer de la madre del protagonista...). En cualquier caso, la novela termina casi antes de que te des cuenta, para satisfacción del lector.

Recomiendo encarecidamente Huesos de hielo a cualquier aficionado a las historias de monstruos con un toque de Folk Horror, pero sólo, claro, si no le importa que tengan bastantes menos páginas que el típico best-seller, sus protagonistas sean adolescentes con problemas propios de su edad (es también una historia de iniciación a la vida, por supuesto) y haya menos tacos y maldiciones de lo habitual (que también los hay, oiga). Graham McNamee, escritor canadiense galardonado con el Premio Edgar Allan Poe por su novela de misterio para jóvenes Accelaration, nos ofrece suficientes escalofríos y emociones como para pasar un buen rato con una novela que, por cierto, podría convertirse en una buena película de horror juvenil, estilo años 80... Eso, o es que yo sigo siendo un maldito eterno adolescente inmaduro. Que también.

Jesús Palacios 😈

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