MISTERIO A LA FRANCESA - "La cámara ardiente" | Jesús Palacios
LA CÁMARA ARDIENTE (La chambre ardente). Francia, 1962. 110
m. B. y N. D.: Julien Duvivier. G.: Julien Duvivier, Charles Spark, sobre la
novela de John Dickson Carr. I.:
Jean-Claude Brialy, Nadja Tiller, Perrette Pradier, Edith Scob, Frédéric Duvallès,
Claude Rich.
John Dickson Carr
(también conocido como Carter Dickson, 1906-1977) fue uno de los más populares
y prolíficos escritores de whodunit
en el más puro estilo de la novela detectivesca clásica. Como muchos de sus
colegas, le encantaba jugar con el Ocultismo y lo sobrenatural en sus obras,
para después desmentirlo por medio de explicaciones finales perfectamente lógicas
y racionales. Sólo una vez en su larga carrera rompió sus propias reglas, para
escándalo de sus lectores y correligionarios, construyendo un complejo y
sofisticado thriller Ocultista: La cámara ardiente, también conocido
como El tribunal de fuego (1937), en
referencia al juzgado que se hacía cargo de los casos por brujería en la
Francia de Louis XIV. Un aparentemente ortodoxo misterio de habitación cerrada
entremezclado con elementos de hechicería, reencarnación, venganza sobrenatural
y fuerzas diabólicas, con un final abierto y dos posibles explicaciones
mutuamente excluyentes, al tiempo que igualmente posibles: una absolutamente
racional y racionalista, la otra... sobrenatural y mágica. Odiada por los
puristas del whodunit y amada por el
poeta Yeats y otros lectores con mentalidad más abierta (entre los que me
incluyo), El tribunal de fuego es una de las mejores novelas de Dickson Carr,
no sólo en términos argumentales, sino también en lo que se refiere a estilo y
construcción literaria. Todo ello, precisamente, juega un poco en contra de
La cámara ardiente (La chambre ardente, 1962), la película
del maestro francés Julien Duvivier, experto cultivador del policial, que adapta
con esfuerzo este thriller Ocultista
extremadamente british ―por más que
su autor y la ambientación original fueran americanos―, llevándolo al terreno
más pasional, estrambótico y frívolo del cine policíaco galo.
Casi más un “cómo lo
hizo” que un “quién lo hizo”, La cámara
ardiente simplifica notablemente la estructura e implicaciones de la obra
de Dickson Carr, sin dejar de ser al mismo tiempo un pequeño clásico gracias a
su espléndido reparto, que incluye a Jean-Claude Brialy y a la guapa Edith Scob ―de la maravillosa Los ojos sin rostro
(Les yeux sans visage. Georges Franju,
1960)―, pero sobre todo, gracias al estupendo talento visual y sentido
cinematográfico de Duvivier. Los mejores
momentos de la película, repleta de humor juguetón al tiempo que de genuina
atmósfera fantasmal, son escenas entre grotescas y siniestras, como el
funeral convertido en soirée o el
desfile del entierro, llenos de humor negro y con un tono fantastique, prácticamente surrealista.
No desvelaré demasiado
la intriga: en la mansión de los Desgrez, aristocrática familia que desciende
directamente del hombre que arrestó en el siglo XVII a la auténtica e infame
envenenadora y hechicera Madame de Brinvilliers, se hallan reunidos todos sus
miembros, a la espera de que el viejo y enfermo Mathias Desgrez muera de una vez
por todas, para recibir cada uno su parte de la herencia. Con ellos,
documentándose a fin de escribir un artículo para una revista de Historia, se
encuentran también el joven historiador Michel Boissard y su bella esposa,
Marie D´Aubrey (Edith Scob), quien casualmente ―o no― resulta ser a su vez
descendiente de la mismísima Marquesa de Brinvilliers, además de esconder un
extraño pasado como médium, criada en su infancia por poco menos que una secta
satánica. Naturalmente, también tenemos
la legendaria maldición que pesa sobre cada primogénito de los Desgrez, condenándole a una muerte violenta, lanzada por la Marquesa antes de morir ejecutada; unos
herederos demasiado impacientes por recibir su parte del legado familiar; una
enfermera, viejos criados, amantes secretos, adulterio, chantaje, arsénico,
fantasmas, compartimientos secretos, disfraces de época, un cadáver que aparece
y desaparece, un médico experto en Ocultismo (excelente Antoine Ballpêtré), un
estólido inspector de policía y, por supuesto, el gran château rodeado de bosques, próximo a la vieja ciudad de Lieja.
Irresistiblemente
entretenida, rodada e interpretada con estilo y habilidad, en hermoso y
espectral blanco y negro, La cámara ardiente está lejos de los mejores logros del libro de
Dickson Carr o de las obras maestras de su director, pero al tiempo merece
sobradamente la pena en sus propios términos, como un atmosférico y sorprendente
ejemplo francés de Old Dark House Mystery,
con su toque de fantastique y un
final tan abrupto como abierto, que se las arregla para respetar la ambigüedad del
original literario.
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