HooDoo You Like? | Jesús Palacios




LA LLAVE DEL MAL (THE SKELETON KEY). USA, 2005. 104 m. C. D.: Ian Softley. G.: Ehren Kruger. I.: Kate Hudson, Gena Rowlands, John Hurt, Peter Sarsgaard, Joy Bryant.

Adoro las historias de vudú y magia con raíces africanas o afrocaribeñas, especialmente si no son demasiado típicas, es decir: sin zombis ni muñecos llenos de alfileres y con algunos toques bien utilizados de supersticiones y tradiciones folklóricas reales. Eso es exactamente lo que menos me esperaba de La llave del mal (2005), un thriller sobrenatural eficazmente dirigido por Ian Softley y protagonizado por Kate Hudson, y eso es exactamente lo que para mi sorpresa se encuentra uno en ella.

Caroline es una joven enfermera yanqui en Nueva Orleans, con cierta obsesión por atender pacientes terminales, quizá a causa de no haber podido en su momento cuidar de su padre enfermo. Ese es el motivo que la lleva a hacerse cargo del anciano señor Deveraux (John Hurt), quien está prácticamente agonizando en su mansión en mitad de los pantanos, tras haber sufrido un ataque. Mr. Deveraux vive (o mejor dicho: se muere) junto a su amante esposa, Violet Deveraux, una vieja dama sureña (espléndida Gena Rowlands), algo arisca y hostil hacia la nueva enfermera. De hecho, tras una primera impresión no demasiado buena, Caroline decide rechazar el trabajo, pero Luke (Peter Sarsgaard), el atractivo abogado de la familia, la convence para que se quede ante la patética condición del enfermo, quien apenas puede valerse por sí mismo o hablar. Caroline, con la llave maestra que le confía Mrs. Deveraux, no tarda en descubrir que la vieja mansión está repleta de secretos, en especial una habitación casi prohibida en el ático, abarrotada de extraña parafernalia mágica: la “habitación hoodoo. La señora Deveraux se ve obligada a contarle a Caroline una espantosa historia sobre la habitación: se trata del santuario utilizado por un matrimonio de sirvientes negros empleados por los anteriores propietarios de la finca, en los años 20. Ambos eran maestros practicantes de hoodoo (“doctores hoodoo” o, como me gusta a mí decir, hoodoo gurus), la versión mágica local del Vudú haitiano, mezclada con brujería y creencias de los nativos americanos, y fueron linchados brutalmente por sus ricos señoritos blancos, en mitad de una fiesta que acabó muy, pero que muy mal. Ahora, Caroline empieza a creer que el ataque sufrido precisamente en esa misma habitación por Mr. Deveraux es el resultado de una maldición, provocada por los vengativos espíritus de los antiguos criados asesinados. Pero... ¿qué puede hacer si la propia señora Deveraux está convencida de no poder escapar de la casa? Además, para luchar contra la magia negra Caroline debe creer sinceramente en su realidad y... ¿qué ocurre si uno se sumerge demasiado profundamente en las oscuras aguas del hoodoo? ¿Se convertirá Caroline en la próxima víctima de la maldición? Pero nada es lo que parece en la vieja mansión maldita, no... De hecho, es mucho peor.


Lo verdaderamente interesante y sorprendente de La llave del mal no es ni la casa embrujada en sí ni los sustos más o menos predecibles: es su ingenioso guion y su perturbadora atmósfera de creencias ancestrales (la extraña familia negra que vive en la gasolinera, los viejos cantos rituales grabados en discos de vinilo, la tienda mágica escondida en las calles de Nueva Orleans...), una atmósfera enrarecida que comienza a rodear amenazadoramente a la ingenua Caroline, incapaz de sospechar la terrible y perversa naturaleza de lo que está ocurriendo a su alrededor. La música de blues, el pantano neblinoso, las viejas fotografías en blanco y negro, los espejos escondidos y los objetos rituales que abarrotan la siniestra habitación en el ático... Todo está cuidadosamente escenificado para crear un siniestro pero creíble efecto, y el subtexto sobre la necesidad de tener fe en la brujería para hacer que resulte eficaz, aunque un tanto confuso, funciona con su propia lógica hipersticiosa. Con un fantástico reparto (especialmente a destacar el angustiosamente desvalido y mudo John Hurt y Gena Rowlands como la inquietante y sospechosa Violet Deveraux), su tercer acto está lleno de suspense y sobresaltos. En particular el tour de force final –no diré nada más- incluye algunos brillantes giros dignos de cualquier relato o novela de Robert Bloch, Fritz Leiber o Richard Matheson, autores a quienes recuerda el excelente guion de Ehren Kruger. La llave del mal es un inesperado retorno al más clásico género de brujería, un thriller ocultista sobrenatural bien construido al viejo estilo, con final sorprendente y genuino aroma a profundo Gótico Sureño.


Jesús Palacios 😈




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