Nos hemos vuelto demasiado serios: Eros y Tánatos en los albores del siglo XXI (1ª parte) - Y en medio de una pandemia | Rakel S.H.

Eros y Tánatos en los albores del siglo XXI
(1ª Parte)


Drácula, de Bram Stoker (Francis Ford Coppola, 1992)

En medio del conservadurismo sociocultural, de cualquier signo o color, tan de moda en estos días grises y serios, y pese a la mirada depresiva de público y crítica actuales, todavía se estrenan algunas películas destinadas al entretenimiento puro y duro, más allá de superhéroes y guerras de galaxias, tales como las recientes Los Ángeles de Charlie, Noche de bodas, Hellboy o Las aventuras del doctor Dolittle. No deja de sorprendernos, al menos a algunos, la huida generalizada de la experiencia placentera del cine, así como la poca consideración de la prensa especializada hacia estos pocos filmes que no pretenden salvar el mundo ni dar lecciones morales a nadie, al menos no de forma exagerada, sino sólo hacer pasar un buen rato a un público que tiene que lidiar todos los días con la ardua realidad. Hubo un tiempo en el que las cosas estaban más claras y aunque haya quien opine lo contrario y crea que todo se repite de alguna manera ―y no le quito la razón―, esta época que me ha tocado vivir y que debería haber superado ya ciertas cuestiones, no responde muchas veces a la lógica comprensión de que el ser humano no puede, ni debe, eliminar de sus necesidades las de evasión, diversión y catarsis (por salud). No todo tiene que ser importante, grave, exigente, instructivo o dramático para tener valor. De saturninos nos hallamos colmados, gracias.


Hellboy (Neil Marshall, 2019)


Los Ángeles de Charlie (Elizabeth Banks, 2019)

La vida se ha vuelto cada vez más agria, pero corre el riesgo de volverse insípida que es peor. Los dramas sociales han saturado los festivales y las salas de cine. Como surgidos de vainas alienígenas, se apoderan de los géneros de entretenimiento aventuras, horror, fantasía, ciencia-ficción, comedia y travisten a personajes esperpénticos, que nunca debieron salir de la ficción, en ejemplos aleccionadores de una supuesta realidad (Joker, 2019). Me preocupa que no exista, como siempre ocurrió en épocas de crisis, una mayor producción de obras destinadas al puro y simple divertimento de la población, sino todo lo contrario: una imparable serie de películas que ahondan aún más en las miserias de un sistema decadente y voraz, funcionando como hipócrita contrición y lavado de nuestras penas y culpas. Ahora el soma no procede de un mundo feliz, sino de otro acostumbrado a las desigualdades e injusticias, habituado a la queja y al malestar posmodernos: deprimido, frustrado y atrapado en su laberinto consumista. Si no teníamos suficiente con la familia y el trabajo, se han sumado las redes sociales a gestionar y manipular nuestras emociones diarias, deformando nuestros pensamientos según la presión ejercida por los diferentes grupos de opinión o retroalimentando nuestras inseguridades y ansiedades. No parece haber escapatoria... Incluso las películas de superhéroes se obsesionan con los traumas de sus personajes y sus dramas existenciales, olvidando que siguen siendo ficciones de género, protagonizadas por increíbles personajes embutidos en mayas ajustadas, y destinadas a un público familiar que sólo espera pasar un buen rato de aventuras.

Se nos acabaron las primaveras y los veranos. El cine abandona poco a poco su lugar en el ocio de la población y lo hace de la forma más lastimera y moralista posible, dejando paso a las plataformas  digitales con sus inagotables series y a videojuegos cada vez más inmersivos, hacia donde han volado las musas más alegres, gamberras e imaginativas. Devoran nuestro tiempo libre, sembrando las semillas de un futuro de inactividad y recreo enjaulado en cada casa. Las parejas y los grupos de amigos han olvidado el viejo hábito de disfrutar una tarde de cine; ya sea por la oferta, por el coste, por el cambio de costumbres o porque "todas las respuestas son correctas", como amantes del séptimo arte, asistimos muy a nuestro pesar al final de una era. Quedaron atrás las sesiones para teenagers, las valientes producciones de la serie B, las destinadas a las familias que llenaban las salas para ver la última superproducción... ya no hay problemas para encontrar una butaca libre, ¿verdad? ―. Todo ello parece quedar ya tan sólo para el divertimento de una minoría, como sucediera con el teatro o la ópera en su día. Esperemos que no suban tanto el precio de una entrada.


Gremlins (Joe Dante, 1984)

También quedó en el pasado la libertad creativa. Pensábamos que la libertad de expresión había llegado con la Democracia y que la Iglesia no podría parar la libertad sexual... Libertad, libertad, libertad... Qué bonita palabra. Por sorpresa, sin que nos diéramos cuenta, llegaron vientos de confusión, susceptibilidad e infantilismo. Tanto se luchó contra la censura para que ahora cualquier imbécil al que no le guste lo que dices pueda denunciarte, como si tener otra opinión fuera un crimen  ―¿lo es? ―. El Gran Hermano ha pasado a estar en manos de todo el mundo, como si hubiera alguien libre de equivocarse, de tener un mal día o de estar trastornado, apropiándose del derecho de arrojar piedras contra cualquiera. Ante la turba con antorchas que espera ansiosa a que se queme la bruja o se quede colgando el ahorcado, críticos y artistas nos autocensuramos contritos muriendo así la cultura.


1984 (Michael Radford, 1984)

Resulta sobrecogedor darse cuenta de que había mucha más libertad creativa pocas décadas atrás. Recordemos el giallo o las películas de vampiros de la Hammer que forman parte de nuestra memoria cinematográfica, donde siempre había lugar para la violencia o el erotismo por estar dirigidos a un público adulto y ser necesarios para contar la historia. Cientos de filmes reconocidos como hitos en la Historia del Cine hoy serían impensables. En la actualidad, no se le abren las puertas a ningún nuevo Kubrick o Fellini y quizá, nos estemos perdiendo grandes obras presas en un cajón. Un nuevo código Hays no reconocido oficialmente se ha instaurado en las artes de nuestro tiempo. Dicen que todo se repite y lo cierto es que hemos vuelto a las restricciones más ridículas en el terreno de la ficción, no sea que alguien se ofenda y nos denuncie. Las productoras no compran nada que desafíe esas nuevas concertinas de moralidad puritana. Son los nuevos pecados del siglo XXI y siempre habrá alguien ocioso y amargado, que, creyendo  tener más derechos que su vecino, dedique su tiempo a frenar cualquier intento de creatividad. Vivimos una época de inquisidores mileniales. Asistimos al nacimiento de una nueva religión de millones de discípulos con móviles en sus manos llevando la palabra, conectados al nuevo soma y vociferando con el esfuerzo de un simple click sus condenas a la divergencia, relacionándose y reproduciéndose al son antiséptico, frígido y virtual de los píxeles en el blanco páramo de la red. Qué lejos va quedando la libertad de pensamiento, cuando todavía podías disfrutar de un sano debate con personas de diferente opinión en aquellas clases de ética del instituto, entre grupos universitarios y juveniles, en el bar con los amigos... Ahora nos censuran y nos autocensuramos en las redes y en las calles para evitar que nos señalen de esto o lo otro, porque no tenemos permiso para diferir en ningún punto o sugerir una duda, para plantear la controversia que pueda conducirnos o no al consenso, y ello aunque lleves luchando por las libertades toda la vida y desde mucho tiempo atrás, porque debes cumplir los cien mandamientos de la corrección política a raja tabla y santificar sus fiestas.


La invasión de los ultracuerpos (Philip Kaufman, 1978)



Y en medio de una pandemia...

Estas reflexiones surgieron en la época pre-pandemia, por lo que me he visto en la necesidad de añadir nuevas consideraciones sobre el tema en las actuales circunstancias de confinamiento y previendo los cambios que puedan venir...

Todos aislados en nuestras casas con la obligación de interactuar a distancia, de evitar las aglomeraciones y de buscar un óptimo entretenimiento entre las plataformas, redes sociales y toda la tecnología digital a nuestro alcance porque, no nos engañemos, ya son sólo minoría quienes leen, pintan, hacen manualidades o se divierten con juegos de mesa. Esta es la realidad en el año 2020. Un virus ha acelerado los acontecimientos y si ya consumíamos poca cultura fuera de casa, ¿que sucederá cuando salgamos de nuestro encierro?

Siguiendo con el asunto que nos ocupa, hemos visto dos tendencias ―no excluyentes en el consumidor de cine durante la cuarentena:

           💣  Por un lado, la opción catártica de las películas de virus y apocalipsis varios.

       💣 Por otro, la del cine de entretenimiento puro y duro (acción, comedia, familiar, blockbusters, etc.).

Esto nos lleva a confirmar algo que ya sabíamos: quizá tanto drama social en el cine nos entusiasma más en época de bonanza o relativa tranquilidad curiosamente, que en tiempos en los que la realidad supera la ficción o se le acerca. Parece que nos viene bien cuando las penurias nos resultan lejanas y ajenas, cuando son las desgracias de los otros... Tiempos extraños y contradictorios en los que el exceso de moralidad revela finalmente sus vacíos y superficialidad.

El individuo queda al descubierto en medio de una crisis, mostrando su naturaleza tal y como es. Así como sus necesidades lógicas... No queremos sermones ni aliviar nuestras conciencias cuando peligra la vida misma o el bienestar de nuestra familia, pareja, amigos... Y junto al pragmatismo que exige la situación, requerimos de la evasión, catarsis y el poquito de placer que nos permita para no perder la cabeza ni la compostura, porque no somos criaturas perfectas, pero sí indudablemente complejas.


Flash Gordon, Mike Hodges, 1980


El cine de entretenimiento y evasión, el de tiempos nostálgicos en los que se vivía un momento de gran producción creativa, como un oasis de libertad en medio de décadas de mesura y estricta corrección político-moral, regresa a las pantallas como preferencia cuando el ser humano se ve sometido a estas circunstancias de estrés, ansiedad, depresión y preocupaciones realmente importantes, que afectan a su presente y futuro y el de los suyos. No me cansaré de reivindicar la relevancia de este tipo de cine para la salud del individuo y de la sociedad, ni su valor cultural o artístico en la Historia Contemporánea. Somos producto del tiempo que vivimos, de las grandes transformaciones que surgieron tras la Revolución Industrial, que continuaron con las vanguardias y luego alcanzaron su clímax con la cultura pop, y estemos o no en plena decadencia de nuestra civilización, al borde o no del final del mundo tal y como lo conocemos o atisbando los comienzos de una nueva Era Digital, en la que ya no nos moveremos de casa sino para ir al bar esto creo que nada ni nadie nos lo quitará, seguimos siendo las mismas criaturas que se adaptan, que buscan encajar en el grupo, con mecanismos psicológicos de autedefensa e instintos de supervivencia y protección, sociales e individuales, motivadas probablemente por las necesidades definidas en la pirámide de Maslow y por las pulsiones de amor y destrucción que nos descubrió Freud... Los mismos sujetos que precisan el disfrute de una película de Rambo o Golpe en la pequeña China, la última protagonizada por La Roca o dirigida por Álex de la Iglesia. Personas y sociedades que no funcionarían como deben sin la buena marcha de sus mentes, sin humor o sin placer... 

Pero del Tánatos y sus guerras ya nos hemos ocupado bastante, prestemos atención ahora a las sensuales alas de nuestro querido y tan deseable amigo Eros.  




La segunda parte continuará con... 💘💘💘




Comentarios

  1. Extraordinario artículo, por su muy certero diagnóstico sobre este tiempo triste y ridículo, por su claridad expositiva, por la exposición de ideas y argumentos y -hoy no es poco- por atreverse a nadar a contracorriente. Un texto obligado, que no obligatorio... Dios me libre de imponer nada! Mil enhorabuenas, me ha reconfortado usted y además me ha alegrado el día. Gracias, gracias, gracias!!!!!!

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    1. Gracias a usted por leerlo y regalarme este maravilloso comentario. Me ha emocionado de veras y me anima a seguir escribiendo pese a todo. Un abrazo.

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  2. Maravilla! Una se siente más acompañada cuando lee palabras escritas con la bendita indecencia de la libertad.

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