TRES MOTIVOS PARA LEER "LOS MALOS CONSEJOS" | Jesús Palacios


Pablo Vázquez es ya un viejo conocido para aquellos que disfrutamos más con la bondad del cine malo que con supuestas obras maestras de no menos supuestas e indiscutidas bondades artísticas. Desde fanzines, blogs y posteos en distintas redes sociales tanto como ahora desde Fotogramas, y al margen de sus actividades como guionista (de cine malo, por supuesto) o agente de prensa ocasional, este tinerfeño que es ya todo un castizo madrileño de adopción, ha mostrado y demostrado siempre un amor obsesivo, pasional y casi psicopático por las más extremas expresiones del cine de la Serie B a la Z, de la explotación más explosiva al erotismo más rastrero y arrastrado. A (casi) nada le hace ascos Pablo: cárceles de mujeres, comedias mediterráneas con “S” de salidos, monjas de clausura, porno si es chic, películas desastre o desastrosas, cine desarrollista subdesarrollado, humor inteligente para tontos y humor idiota para listos, comedias teen de los 80, animación en carne y hueso, y, por supuesto, todas las variedades y mutaciones posibles e innecesarias del género fantaterrorífico y fantacientífico: barbaridades ochenteras, zombis descerebradores y descerebrados, satanismo infame, asesinos en serie poco serios, celuloide amarillento a la italiana, apocalipsis latinos motorizados, spaghetti con wéstern, con terror, con bélico, con poliziottos, con galaxias, slasher, gore, splatter, cyberpunk, eroguro, folk-horror, faux found footage, torture porn,... En dos palabras: Rock´n Roll.

Ahora, todo ese acervo de conocimientos inútiles, gustos, disgustos y dos mil maníacas obsesiones lo ha puesto no en un libro de ensayo, crítica o historia del cine, sino en Los malos consejos, donde recopila siete relatos y un prólogo escritos a lo largo de los años, desde su casi pre-adolescencia hasta su adolescencia ininterrumpida actual, con resultados abrumadoramente sorprendentes, entreteniles y a ratos desopilantes, donde la ingenuidad y el cinismo, el romanticismo y la ironía, el sentido de la maravilla y el desencanto se dan la mano ―una mano callosa de tanto darle al manubrio― en un recorrido atropellado, digno de Mad Max, por un imaginario colectivo y universal que es, en realidad, individual y particular del propio Pablo, pero que se intersecta, se cruza, se toca y a veces hasta se empotra con el de quienes con él compartimos incontables chifladuras y manías de mono (o monomanías), si bien no todas, claro. Con ello quiero decir y digo que Los malos consejos ―y este es uno bueno― no es para todo el mundo. No es este un libro democrático en el que cualquiera pueda penetrar, sino más bien una puta aristocrática, una cortesana de corte decadente y casposa pero corte al fin y al cabo, que sólo se abre de piernas ante quienes conocen las palabras mágicas apropiadas. Dicho lo cual, a quienes las conocen bien de tanto sobarlas (las palabras, no las putas) se les deja penetrar aquí hasta el fondo y tocar la campanilla, disfrutando de lo lindo (aunque con una Elvira muy distinta) de unos relatos que no son tanto cuentos como cuentas del propio abalorio existencial de su autor.

Los cuentos cinéfagos y autófagos a ratos de Los malos consejos son un compendio de fantasías onanistas de espectador que confunde cine y vida de la misma forma en la que, en realidad, vida y cine se encuentran ya fundidos para muchos de nosotros, perdidos en sus entrañas desde hace siglos como quien se sumerge y pierde en la orgiástica quesadilla capitalista y caníbal de Society (Brian Yuzna, 1989). Historias de jóvenes parejas que pasan de reyes de instituto a rebeldes desperados, saltando de una de John Hughes a una de Lynch o Tony Scott; amores imposibles entre fulleras presidiarias y universitarios bobos; parábolas anticapitalistas de esclavo libertario y literario; hagiografías imaginarias de actrices del destape que terminan bien tapadas (bajo la tapa del ataúd); paráfrasis y perífrasis de películas y géneros que acaban en parálisis, si bien no permanente: de los zombis invertidos a Rocky Horror Picture Show (Jim Sharman, 1975), pasando por un apocalipsis cada cuatro minutos, hasta el infinito y más allá... Esto y mucho más puede encontrarse el lector de Los malos consejos entre manos, al tiempo y a la par que infinitas referencias para crear una videoteca interminable del peor cine de autor y el mejor cine basura que imaginarse pueda.



¿Por qué leer, pues, esta desabrida sucesión de despropósitos a propósito de la enfermiza imaginación colonizada por el celuloide barato de su autor? Tres razones, tres, puedo daros y os doy:

1.- Pablo Vázquez escribe muy bien: sus sueños y pesadillas erótico-trágico-festivas de marcado sesgo a menudo anglófilo y hollywoodiense están reflejados en un barroco aluvión de estupendo castellano que juega a conjugar anglicismos, neologismos y tecnicismos cinéfagos con un buen empleo de la lengua madre que le parió, sin hacer asco a localismos ―no se le ha muerto el canario― y sin importarle aparentes absurdos lingüísticos, abismos que sortea como un bicivolador por medio de metáforas arriesgadas, símiles imposibles y prosopopeyas de epopeya pop, que a veces tienen algo de nihilistas greguerías ramoneando en la bohemia del cine de la B a la Z. Esto, que no se ve ni poco ni mucho en la mayoría de autores españoles de hoy, con las excepciones de rigor (a veces de rigor mortis), no es poco. Pero ojo, aviso para el navegante: la prosa pablista puede ser a veces extremadamente densa, rococó (o rockanrolla) y agobiante, pese a lo cual merece la pena adentrarse en sus páginas de leche (condensada y nunca desnatada, con cierto tufo esmegmático a requesón) para superarlas o supurarlas, al gusto del consumidor. Por otro lado, como crítico que es uno y no simple glosador, no le habría venido mal a alguno de los textos una cierta revisión, tendente a una incierta reducción de páginas y excesos prosísticos para-poéticos. Y ojo a las concordancias verbales, que el canario a veces se entromete en el castellano y se hace un time warp a destiempo. Todo ello pecata minuta, por supuesto.

2.- Si te gusta el cine trash te gustará: no es este lugar para disquisiciones sobre qué es y qué no es el trash, el cine-basura o mucho menos que son el kitsch, el pop o el camp. Remítome para ello con respeto a la amplia bibliografía firmada al respecto por elementos de la talla de Walter Benjamin, John Waters, Andy Warhol, Susan Sontag, Camille Paglia, Gordon Hitchens, Eric Schaefer, Andrew Ross et al. Sí es este el lugar para recordar a los posibles lectores de género cinematográfico fluido que Los malos consejos está lleno, repleto, henchido de referencias literales, literarias, metafóricas y meteóricas a eso que tanto nos gusta (y que en este caso no es follar... o sí): el cine de bajo presupuesto económico y moral. Degenerado y generacional. Como parto postmodernista ilegítimo que es, el libro de Pablo Vázquez se desarrolla en un mundo imaginario, un universo paralelo que no es la Tierra Media, la Edad Hyboria o una galaxia muy lejana, sino el Cine Trash como ente autónomo y entretejido con la maraña de la vida cotidiana, real y soñada. En este sentido es pariente próximo y bastardo de autores como John Barth, Donald Barthelme, Richard Brautigan, Gore Myra/Myron Vidal, William Burroughs, Michael Moorcock, Philip J. Farmer, Sam J. Lundwall, Robert Coover, Kurt Vonnegut Jr. y otros pulperos pastichosos dados a la pesca de altura y de bajura literaria o cultural. Como hombre de buen gusto ―John Waters dixit―, Pablo Vázquez aprecia en lo que vale una sobredosis de mal gusto y si el lector también lo hace no se sentirá decepcionado con su libro, sino todo lo contrario.

3.- Y último pero no menos importante: exuda incorrección política por sus siete u ocho costados, como bien avisa Ana Elena Pena en su no menos incorrecto prólogo. Sin excusas, sin pedir perdón, amparándose quizás ―pero no mucho― tras el parapeto de sus personajes literarios que son evidentemente personae, máscaras transparentes del propio autor, Los malos consejos derrama misantropía y misoginia en medio de la entropía, disgusto por la hipocresía inquisitorial reinante, amor y odio desigual por los objetos de deseo que aparecen en sus páginas, manifiesto desprecio por las buenas maneras en sociedad de escritores sociales que son más bien socios del reinante consenso social; erotismo desbocado y apología del porno duro aunque a él no se la ponga dura; retrato de mujeres que son como todas: malas pero están buenas, buenas pero que te ponen malo. A ratos Pablo escribe como una chica y sabe más de ellas que ellas mismas (la friend zone tiene oídos y memoria, nenas), a ratos mariconea con soltura digna de vieja reinona que se les sabe todas y todes, a la que Chueca le suena a Cheka y no tiene más que pelos en la lengua. Porque, sin faldas y a lo loco, Los malos consejos da y reparte para todas partes y como niño ostra que ha recibido sus buenas ostias de unas y otres, Pablo no se casa con nadie y se queda con todos, enarbolando enhiesta la bandera (y el mástil) de la libertad de expresión por encima de cualquier otra consideración. Sobre todo si de expresar el mal, el odio, la perversión y la perversidad se trata (¿de qué  se trata? Se trata de blancas, se trata de negras... Ya lo decía Fabio). En definitiva, da gusto leer a alguien que no se autocensura y no rige sus decisiones literarias de ficción en función de un conformismo inclusivo que expulsa a quienes no lo comparten. Un lenguaje inclusivo creado para excluir. Los malos consejos sí es contracultura... y no Paquita Salas con su corte de milagros y milagreros sociales, que se reparten subvención y puestos institucionales, perpetuando la España de pandereta, tazón y cuchara aunque se travista de arco iris y politizado poli-amor.

Tres motivos pues, para leer Los malos consejos de Pablo Vázquez. Eso sí, uno último y de los buenos: la próxima vez, no se olviden del índice, coño.





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