GUSANOS DE LA FRONTERA - Rellenando agujeros en el Weird Western - Robert E. Howard, Bone Tomahawk, The Burrowers y el Mito de la Frontera (2ª Parte) | Jesús Palacios
Aviso: Este ensayo contiene spoilers.
-SEGUNDA PARTE-
El gran acierto del creador de Conan en “The Valley of the Lost” sería, sin embargo, trasladar la acción de su historia del escenario británico o europeo al del Salvaje Oeste, partiendo de un episodio con ambiente y personajes típicos del wéstern. Amante de Texas y de su pequeña ciudad de Cross Plains, buen conocedor de su sangrienta historia local (como le escribió a Lovecraft en una ocasión: “Después de todo, Texas posee una historia casi increíble de violencia y derramamientos de sangre. Tan tardíamente como en la década de 1880 no era raro para un pistolero disparar a otro en las calles de alguna ciudad del Oeste y no permitir a nadie tocar el cuerpo. Algunas veces el cadáver podía yacer en medio de las calles durante días.”), Howard estaba decidido, animado por el propio Lovecraft, a combinar su imaginación fantástica, épica y macabra con los escenarios característicos de la Frontera, especialmente el desierto del Suroeste, pero también con otros más propios del Gótico Sureño como Louisiana, Arkansas o el Este de Texas, y aunque al principio sus experimentos consistieron en llevar personajes y elementos propios de la tradición europea del género a estos nuevos ámbitos, como los vampiros (“El horror del túmulo”, 1932) o el Pequeño Pueblo, progresivamente fue introduciendo elementos de brujería y folklore de los aborígenes americanos así como del Vudú afroamericano, llegando incluso a escribir un relato protagonizado por un jefe comanche, “The Thunder Rider”, que quizá por ello mismo no fuera publicado tampoco en vida de su autor. En cualquier caso, a pesar de la inspiración en Machen y el Pequeño Pueblo pre-céltico, “The Valley of the Lost” está también, como hemos visto, íntimamente relacionado con el mito de una Frontera Hueca, horadada por incontables túneles y cavernas que comunican con un mundo subterráneo americano secreto y olvidado, que para algunas naciones indias no es otro que el de su origen ancestral.
Al aclimatar al siniestro Pequeño Pueblo pre-celta de Machen al paisaje y las leyendas de la Frontera, dotando de expresión literaria al mundo hueco de misterio, fascinación y horror que se esconde bajo sus desiertos, montañas, bosques y ciudades, Robert E. Howard destapó también un pozo de historias de terror fronterizas (en los varios sentidos del término), que inspirarían en buena medida algunos de los ejemplos cinematográficos más interesantes de ese género esencialmente mestizo que es el Weird Western. A Howard, los valles misteriosos le atraían como reclamo seguro para la aventura, paisaje irresistible a la hora de despertar el interés del lector: además de “The Valley of the Lost” nos dejó “El valle de las mujeres perdidas”, una de las mejores aventuras de Conan, y el exótico relato histórico “El valle perdido de Iskander”. Así que, seguramente, hubiera preferido titular Bone Tomahawk (2015), uno de los Weird Westerns más originales de los últimos años, como El Valle de los Hombres Hambrientos. No sería de extrañar que su propio director, S. Craig Zahler, se lo planteara en algún momento, porque los parecidos razonables entre su wéstern caníbal y los Gusanos de la Frontera de Howard, pueden parecer quizá algo más que casuales.
-SEGUNDA PARTE-
♦Lengua y Literatura ♦
III
Parece
pura coincidencia que uno de los mejores relatos de wéstern fantástico y de
horror escritos por el pionero del género Robert E. Howard, “The Valley of
the Lost”, fuera anunciado en el número de enero de 1933 de Strange Tales, revista pulp
que desgraciadamente vio interrumpida su publicación sin llegar a darlo a
prensa, casi justo un año antes de que se hiciera público el “hallazgo” de la
ciudad reptil bajo el suelo de Los Angeles. De hecho, el cuento no vería la luz según algunas fuentes hasta el verano de
1966, mucho tiempo después de la trágica muerte de su autor, en el número
trece de la revista Magazine of Horror,
bajo el título alternativo de “King of the Forgotten People”, aunque según otras
sería la revista Startling Mystery Stories
la que lo publicara por vez primera, en la primavera de 1967, como “Secret of
Lost Valley”. Volvería a ser editado casi una década más tarde, cuando el
experto Glenn Lord y el editor Charles Miller publicaran en 1975
una tirada limitada para coleccionistas del relato, como The Valley of the Lost, ilustrada por el artista Bot Roda.
Número de primavera de 1967 de Startling Mystery Stories, con el relato de Howard "Secret of Lost Valley" |
Por
tanto, es difícil si no imposible que G. Warren Shufelt hubiera leído este
relato sobre hombres lagarto de una antigua raza protohistórica, cuya especie
degenerada vive todavía bajo tierra americana, y cuya historia milenaria
presenta gran similitud con la de los supuestos habitantes subterráneos de Los Angeles,
tal como le fuera revelada al ingenioso ingeniero de minas y buscador de
tesoros por el Jefe Green Leaf. Por supuesto, no era necesario. Tanto Howard como Shufelt tenían en las
tradiciones de los indios pueblo un
posible acervo legendario común al que acudir, y la Teosofía había popularizado
el concepto de razas pre-humanas, protohistóricas y prehistóricas que se
sucedían unas a otras, quedando algunas condenadas a misteriosos reinos bajo
tierra como el de Agartha, en el Tibet, o Shambhala, en el Asia Central. Los
hombres lagarto subterráneos flotaban, paradójicamente, en el aire de la época.
El tesoro sagrado de la montaña (1933), una de las pinturas inspiradas en el mito de Shambhala, por Nicholas Roerich |
Por
otro lado, la fuente de inspiración más obvia y directa para el relato de
Howard, así como para otras de sus historias relacionadas con el mismo tema,
son los cuentos de Arthur Machen sobre el Pequeño Pueblo, y su particular
reinterpretación del mito de las hadas y duendes. En clásicos del horror
moderno como “La pirámide resplandeciente” (1895), “La novela del sello negro”
(1895), “La mano roja” (1895), “De las profundidades de la Tierra” (1923) o
“Cambio” (1936), el escritor galés desarrolló la idea de que el folklore feérico de las Islas
Británicas, la creencia extendida a lo largo de los siglos en hadas, duendes y
elfos que influyen en la vida de los humanos, con su corolario de niños
cambiados y desapariciones misteriosas en bosques y cuevas, tiene su razón de
ser en la existencia real de los remanentes degenerados de una raza de
habitantes anteriores a las primeras migraciones de pictos y celtas, que
siguen viviendo bajo tierra, en cavernas y nichos, en lo profundo de los
bosques y valles de Inglaterra, e incluso a veces en los más oscuros laberintos
de las grandes ciudades como Londres, acechando malignamente a los seres
humanos, enemigos ancestrales a quienes odian y detestan.
Este
concepto, sustentado parcialmente por teorías antropológicas más o menos
desprestigiadas hoy como las de Margaret Murray, causaría profunda impresión en
Lovecraft, amén de en otros autores contemporáneos como John Buchan, así como,
por supuesto, en Robert E. Howard, quien lo utilizaría en relatos de horror
como “Los hijos de la noche” (1931), conectado con los Mitos de Cthulhu, o de
aventuras histórico-fantásticas como “Gusanos de la tierra” (1932),
protagonizado por su héroe picto Bran Mak Morn. Y, por supuesto, en “The Valley
of the Lost”.
El gran acierto del creador de Conan en “The Valley of the Lost” sería, sin embargo, trasladar la acción de su historia del escenario británico o europeo al del Salvaje Oeste, partiendo de un episodio con ambiente y personajes típicos del wéstern. Amante de Texas y de su pequeña ciudad de Cross Plains, buen conocedor de su sangrienta historia local (como le escribió a Lovecraft en una ocasión: “Después de todo, Texas posee una historia casi increíble de violencia y derramamientos de sangre. Tan tardíamente como en la década de 1880 no era raro para un pistolero disparar a otro en las calles de alguna ciudad del Oeste y no permitir a nadie tocar el cuerpo. Algunas veces el cadáver podía yacer en medio de las calles durante días.”), Howard estaba decidido, animado por el propio Lovecraft, a combinar su imaginación fantástica, épica y macabra con los escenarios característicos de la Frontera, especialmente el desierto del Suroeste, pero también con otros más propios del Gótico Sureño como Louisiana, Arkansas o el Este de Texas, y aunque al principio sus experimentos consistieron en llevar personajes y elementos propios de la tradición europea del género a estos nuevos ámbitos, como los vampiros (“El horror del túmulo”, 1932) o el Pequeño Pueblo, progresivamente fue introduciendo elementos de brujería y folklore de los aborígenes americanos así como del Vudú afroamericano, llegando incluso a escribir un relato protagonizado por un jefe comanche, “The Thunder Rider”, que quizá por ello mismo no fuera publicado tampoco en vida de su autor. En cualquier caso, a pesar de la inspiración en Machen y el Pequeño Pueblo pre-céltico, “The Valley of the Lost” está también, como hemos visto, íntimamente relacionado con el mito de una Frontera Hueca, horadada por incontables túneles y cavernas que comunican con un mundo subterráneo americano secreto y olvidado, que para algunas naciones indias no es otro que el de su origen ancestral.
Volviendo
al relato en sí, este comienza como un violento episodio más en la sangrienta
historia del Suroeste de Estados Unidos. Los Reynolds y los McCrill llevan
quince años masacrándose unos a otros en una interminable guerra entre clanes
desde que el viejo Esau Reynolds apuñalara hasta morir a Braxton McCrill, en un
salón de la ciudad de Antelope Wells, nadie sabría decir ya por qué motivo. El
caso es que ahora John Reynolds, único superviviente de una emboscada preparada
por los McCrill, huye acosado campo a través en dirección a Lost Valley, donde
tras dar muerte a uno de sus perseguidores se refugia en el interior de una
caverna considerada tabú por los propios indios kiowa. Una vez dentro, Reynolds es atacado y abducido por unas
extrañas criaturas humanoides de apariencia reptiliana
que, pese a su aspecto degradado y repulsivo, poseen aún extraños poderes. Antes de ser sacrificado a su ídolo
serpiente, el prisionero recibe una suerte de iluminación mística que le
muestra la historia milenaria de esta raza antediluviana, que precediera a los
Constructores de Montículos y a las primeras tribus indias, dueña de una
poderosa civilización que desde su encierro subterráneo ha degenerado
irreversiblemente, física y moralmente, aunque siguen manteniendo
capacidades asombrosas y malignas, como la de reanimar momentáneamente los
cadáveres de sus víctimas o comunicarse mentalmente, además de inocular un
veneno mortal con su mordida pestilente. Una raza que, intencionadamente,
recuerda también a los hombres-serpiente de Valusia, mortales enemigos del Rey
Kull, el primer héroe de Espada y Brujería creado por Howard.
Durante
siglos, estos enemigos del hombre han dado muerte ―y posiblemente devorado en
sus rituales― a todos los humanos que han osado establecerse en Lost Valley,
indios o pioneros, asesinados por muertos vivientes a sus órdenes o por las
criaturas mismas. A pesar del horror de que es testigo, Reynolds consigue
enfrentarse a los seres y apoderarse del ídolo que veneran, llegando a un pacto
con ellos: les devolverá su dios si le dejan regresar a la superficie. Una vez
fuera de la caverna, mientras se recupera de la lucha, contempla a los McCrill
mientras estos penetran en su busca dentro de la cueva fatídica. Sin embargo,
su implacable odio le impide avisarles de aquello que les espera. Pronto llegan
hasta él los inútiles disparos y los gritos de agonía de sus viejos enemigos,
víctimas de los hombres reptiles. Pero ya nada puede devolver la esperanza a
John Reynolds. Los mundos y criaturas que ha descubierto en su descenso a las
cavernas han destruido por completo su cordura: “Si existían criaturas tales
como el Viejo Pueblo, ¿qué otros horrores no acecharían quizás bajo la
superficie visible del universo? Fue consciente repentinamente de que había
vislumbrado la sonriente calavera bajo la máscara de la vida y que ese destello
hacía la vida intolerable. Toda certeza y estabilidad quedaban atrás, dejando
sólo un demente amasijo de locura, pesadilla y horrores acechantes.” Lo que comenzara como un wéstern puro y
duro, con tiroteos entre dos clanes enemigos de la Vieja Texas, termina como
una historia de horror cósmico lovecraftiano,
descubriéndonos que la Frontera del Oeste podía ser también una frágil frontera
entre el pasado remoto y el presente, entre lo humano y lo no-humano, entre la
cordura y la locura de saber demasiado. Una Frontera donde el verdadero peligro
no son ya los nativos americanos, sino algo esencial y completamente inhumano, cuya naturaleza reptil lo aproxima
al duro e inhóspito paisaje mineral de un país inmenso, inabarcable y
esencialmente hostil hacia el colono, hacia un hombre blanco que trata de
imponerle su civilización, sus leyes, normas y reglas, sin conseguirlo nunca
del todo y a un coste quizá a menudo demasiado alto.
Goblin Valley State Park (Southern Utah), utilizado como escenario para rodar Héroes fuera de órbita (Galaxy Quest, 1999) |
Al aclimatar al siniestro Pequeño Pueblo pre-celta de Machen al paisaje y las leyendas de la Frontera, dotando de expresión literaria al mundo hueco de misterio, fascinación y horror que se esconde bajo sus desiertos, montañas, bosques y ciudades, Robert E. Howard destapó también un pozo de historias de terror fronterizas (en los varios sentidos del término), que inspirarían en buena medida algunos de los ejemplos cinematográficos más interesantes de ese género esencialmente mestizo que es el Weird Western. A Howard, los valles misteriosos le atraían como reclamo seguro para la aventura, paisaje irresistible a la hora de despertar el interés del lector: además de “The Valley of the Lost” nos dejó “El valle de las mujeres perdidas”, una de las mejores aventuras de Conan, y el exótico relato histórico “El valle perdido de Iskander”. Así que, seguramente, hubiera preferido titular Bone Tomahawk (2015), uno de los Weird Westerns más originales de los últimos años, como El Valle de los Hombres Hambrientos. No sería de extrañar que su propio director, S. Craig Zahler, se lo planteara en algún momento, porque los parecidos razonables entre su wéstern caníbal y los Gusanos de la Frontera de Howard, pueden parecer quizá algo más que casuales.
(Continuará)
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