EXPRESIONISMO AZTECA | Jesús Palacios
LA
BRUJA. Méjico, 1954. 90 m. Blanco y negro. D.: Chano
Urueta. G.: Alfredo Salazar, Chano Urueta. I.: Lilia del Valle, Julio
Villareal, Luis Aceves Castañeda, Ramón Gay, Charles Rooner.
Unos
años antes de que el terror gótico mejicano se convirtiera en género de éxito
comercial y popular seguro, tras el estreno sucesivo en 1957 de Ladrón de cadáveres, El Vampiro y El ataúd del Vampiro, las tres dirigidas por Fernando Méndez y las
dos últimas a mayor gloria de Germán Robles, el actor asturiano afincado en
Méjico, gran parte del equipo responsable de este boom, que cristalizaría en torno a la productora del galán y
empresario Abel Salazar, había ya probado su buen hacer en el fantaterror con
un par de títulos notables, dirigidos por uno de los grandes maestros del cine
azteca, Chano Urueta: El monstruo resucitado (1953) y La bruja (1954), explosivos y expresivos
cócteles de motivos clásicos del terror alemán de entreguerras, los monstruos
de la Universal, el film noir y la
pasión por la deformidad física y moral de Tod Browning, el segundo de los
cuales puede y debe considerarse como una auténtica obra maestra del gótico
azteca en particular y del cine fantástico en general.
El
Dr. Boerner (Julio Villareal) es un genio que divide su tiempo entre atender de
forma desinteresada a los humillados y ofendidos de la ciudad, visitando los
barrios bajos para curar a sus enfermos y deformes habitantes, y la confección
de fórmulas magistrales que vende a una empresa farmacéutica con un par de
socios de poco fiar y desagradable acento alemán. Cuando se niega a malvender
su último descubrimiento, los siniestros Gunther (Charles Rooner) y Jan
(Fernando Wagner) envían a un par de torpes esbirros para que roben la fórmula
en su ausencia, pero lo único que estos consiguen es dar muerte accidentalmente
a su amada hija, Mirtha (Guillermina Téllez Girón).
Hundido
en la desesperación, Boerner acepta vender su descubrimiento por menos aún de
lo que le ofrecieron al principio, con el único fin de preparar su terrible
venganza. Para ello acude a Paulescu (Luis Aceves), el rey sin corona del
hampa, a quien salvó la vida al curarle una herida casi fatal, para que le
entregue, ni más ni menos, que a La
Bruja (Lilia del Valle), así conocida no por sus poderes mágicos precisamente,
sino por su terrible rostro deforme, de una fealdad grotesca sin igual.
Sin
dudarlo y como de si un trozo de carne se tratara, Paulescu pone en manos del
Dr. a la desdichada mujer, a quien Boerner sólo quiere para probar en ella su
nuevo y secreto descubrimiento. Cuando le administra la fórmula disuelta en un
bebedizo, La Bruja sufre una fantástica
transformación, inversa a la del Dr. Jekyll, convirtiéndose en una bella
mujer... al menos temporalmente. Boerner procede después a reeducar a la
hermosa criatura, creándole una nueva personalidad, la de la sofisticada
Condesa Nora. Por supuesto, con la única misión de seducir a los culpables de
la muerte de su hija, para destruirlos implacablemente.
Todo
parece salir a pedir de boca para el científico, hasta que la falsa Condesa cae
enamorada de una de sus víctimas designadas, el inocente Fedor (Ramón Gay), a
quien Boerner cree equivocadamente partícipe en la muerte de su hija. ¿Podrá
rebelarse La Bruja contra su “creador”? ¿Perderá su belleza una vez más? ¿Hasta
dónde llegará la locura del Dr. Boerner en el cumplimiento de su venganza?
Fotografiada
espléndidamente por Víctor Herrera, La
Bruja, como es habitual en las mejores muestras del terror azteca, combina
elementos dispares de la tradición gótica literaria y cinematográfica,
consiguiendo así un producto único en su exótico delirio, extrañamente original.
Situada en un escenario ficticio de la
Europa Central, como la anterior El
monstruo resucitado, parece como si ello diera licencia tanto a los
guionistas como al realizador para construir un melodrama fantástico en la más
oscura estela del llamado “expresionismo” alemán.
Aunque
hay elementos claramente tomados de El
Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de La parada
de los monstruos (Freaks.
Tod Browning, 1932) y hasta de La
Cenicienta, tanto visual como argumentalmente predomina la herencia germana,
con una planificación expresionista, que abunda en juegos de luces y sombras y
en ángulos distorsionados, que evocan también a Eisenstein y el cine mudo
soviético, hasta llegar al film noir
americano, al fin y al cabo, hijo bastardo de la misma familia europea.
La
reinvención de La Bruja en manos del
Dr. Boerner y su conversión en genuina femme
fatal se inspiran en la Mandrágora
de Ewers y sus distintas versiones cinematográficas, así como el retrato de la
Corte de los Milagros en la que habitan los desheredados y deformes súbditos de
Paulescu, con su propio tribunal de justicia, masonería de los miserables rica
en esotérico atrezo, procede sin duda a su vez del juicio final de M, el vampiro de Düsseldorf (M. Fritz Lang, 1931), aunque participa
también del universo del Dr. Mabuse, Fantomas y Rocambole, pasado por los
tullidos y mutilados de las viñetas sórdidas de George Grosz.
Gran parte de este triunfo estético
se debe a la labor del genial Gunther Gerszo al frente del diseño de producción,
como en otras tantas de las mejores cintas fantásticas aztecas,
escenógrafo y pintor amigo de Paul Klee, compañero de viaje de Leonora
Carrington, Paalen y los surrealistas afincados en Méjico, quien dota a los
decorados de una sombría pero equilibrada precisión geométrica, casi
minimalista, que explota todas sus posibilidades estéticas, pese a la pobreza
de medios.
Con
una historia digna de la pluma de Ewers, Döblin o Strobl, original de Alejandro
Salazar ―hermano de Abel, creador como ya se dijo de la principal productora de
la era dorada del gótico azteca: ABSA―, y contando con el montaje preciso y
eficaz de Jorge Bustos, Chano Urueta,
prolífico e irregular como era, demuestra una vez más su particular afinidad
con el género fantástico y de horror, especialmente con el motivo de la fealdad
y la deformidad humanas, que aparecía ya en la anterior El monstruo resucitado y reaparecerá en
ese otro magnífico cóctel gótico del director que es El espejo de la bruja (1962), rodado prácticamente con el mismo
equipo técnico-artístico.
El espejo de la bruja (Chano Urueta, 1962) |
El
apartado actoral resulta igualmente eficaz y adecuado, destacando sin duda la
peculiar belleza, entre ingenua y atormentada, de Lilia del Valle, actriz de
breve pero intensa carrera, protagonista de la mítica Allá en el rancho grande (Fernando de Fuentes, 1949) junto a Jorge
Negrete, en la que es, al menos que yo sepa, su única incursión en el género de
horror (quizá el esfuerzo de llevar el grotesco y convincente maquillaje
diseñado por Antonio Neira tuviera no poco que ver con ello).
Por
su parte, Ramón Gay como el más o menos inocente Fedor, resulta un apropiado
galán arrastrado a la tragedia por las circunstancias, con su típica apostura
de héroe romántico un poco pulp, aquí
sin su bigote habitual, que le valdría también convertirse en protagonista de
la saga de la Momia Azteca, en el papel del sabio Dr. Almada.
Dentro
de un cine todavía poco y mal conocido (y peor considerado) como es el gótico
mejicano, bien ajeno en su mayor parte a las ingenuas e ingenuistas películas
de luchadores enmascarados, lleno de sorpresas y obras dignas de consideración,
La
Bruja destaca como uno de sus ejemplos más sublimes, con un resultado
artístico muy superior a filmes de Serie B y exploitation usamericanos
o europeos mejor conocidos y reconocidos. Una verdadera muestra de cine de
terror “expresionista” azteca, capaz en hora y media de resumir las mejores
virtudes del género a través de su desmedida y melodramática sublimación
estética, emocional y cinematográfica. (Ver también en este blog la entrada 👉 Medea en Méjico).
Jesús Palacios 😈
Lcreo recordarla cuando era una niña, el padre de mis amigas Loli y Merce nos ponía en su casa peliculas como El Clavo y ésta porque le encantaba el género.
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