Novena entrega de las columnas de Jesús Palacios en A Quemarropa, diario de la XXXVI Semana Negra 2023 | Jesús Palacios

        

DIARIO DE UN EXORCISTA IX

Líbranos del mal

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uando el pasado año se cumplió exactamente la semana de mi llegada a Gijón, me quedó muy claro que se trataba de un lugar de perdición. Y que dentro del mismo, su más negro corazón no era otro que esa Semana que, con sobrados motivos, llaman Negra. Una semana cuya duración desafía las leyes de la naturaleza y de los hombres. Estaba, sin duda, en uno de los epicentros mundiales del pecado y la tentación. No hay un solo mandamiento de la Ley Divina que no se incumpliera allí o, peor aún, que no fuera fácil incumplir, hasta el punto de que pareciera absurdo no hacerlo.

 

Se festeja allí el asesinato considerado alegremente como una de las bellas artes, objeto de diversión y entretenimiento. Se goza con una glotonería que supera con creces cualquier expresión de gula que yo hubiera visto nunca (¡miren el tamaño de esa obscena celebración de la carne que es el cachopo! ¡miren los calderos a rebosar de fabada! Y luego, el segundo plato…). Las mujeres se visten de forma provocativa y desordenada, tiñéndose el cabello y gritando consignas blasfemas a favor del aborto o de la coyunda entre ellas mismas, desafiando toda decencia. A los excesos babilónicos del pasado bíblico y el recuerdo de lugares de pecado justamente barridos de la faz de la Tierra por Su ira, como Sodoma y Gomorra, habría que sumar sin reparo alguno el nombre de Gijón y su Semana Negra.

 


Ahora bien, es innegable que esta obscenidad, esta exposición continua a la tentación y a las promesas impuras del pecado, forman parte del Gran Plan del Señor. ¿Si no hubiera tentación, cómo serían posibles la santidad o la virtud? Por tanto, mi recomendación a la Santa Sede no será otra que permitir e incluso recomendar a todos los creyentes de la Cristiandad que peregrinen, al menos una vez en su vida, a la Semana Negra. Que se sometan a la ordalía no de resistirse al desafío del pecado, sino de sumergirse en él, atravesarlo y salir renovados en su Fe al Otro Lado.

 


Ya lo decía Oscar Wilde, que murió en olor de santidad por muy feérico que fuera: “La mejor manera de librarse de la tentación es caer en ella”. Y cabe preguntarse, con profunda reflexión teologal, como hiciera Woody Allen: “Si Dios no hubiera querido que cayéramos en la tentación, ¿por qué la hizo tan tentadora?”. Bien es cierto que Woody Allen es un descendiente de la estirpe maldita de Sabbatai Zevi, el falso mesías judío del siglo XVII que convenció a sus seguidores de que “el camino a la redención es abrazar el mal”, y terminó convirtiéndose al Islam, en expresión de la máxima blasfemia. Si no saben a qué me refiero, lean la magnífica novela Satán en Goray (Debolsillo), del piadoso hijo de rabinos Isaac Bashevis Singer.

 


Sin embargo, tampoco esta aparentemente blasfema idea es del todo ajena al pensamiento y la teología cristianos. La Doctrina de la Justificación formó parte un día de nuestro Credo, si bien solo los más radicales herejes calvinistas la tomaron tan en serio como para seguirla abiertamente —el resultado son crímenes tan abyectos como los que se relatan en el clásico gótico Confesiones y memorias de un pecador justificado (Valdemar) del escocés James Hogg, cuya lectura es justa y necesaria para cualquier futuro pecador—. Según esta, la salvación del verdadero creyente está predestinada, inscrita en el Gran Libro de Dios desde el comienzo de los Tiempos, y haga este lo que haga, incluido cometer los mayores pecados, la tiene asegurada en el día de su muerte.

 


En la estupenda película Hellbenders (2012) de J. T. Petty, protagonizada por Clancy Brown, la salvación del mundo está confiada a un grupo de “exorcistas” de todas las religiones que han aceptado pecar, pecar y pecar todos los días, incumpliendo todos y cada uno de los Diez Mandamientos al tiempo que consumando todos y cada uno de los Siete Pecados Capitales, para así atraer al Mal y poder combatirlo, aún al precio de su propia condenación. Es decir: sacrificándose como auténticos mártires a través de la más pecadora abyección.

 

Hellbenders (2012), de J. T. Petty

Recordemos también al simpático cura de El día de la Bestia (1999), de Álex de la Iglesia (quien estudió, por cierto, en la Universidad de Deusto, regida por nuestra Santa Compañía), que seguía voluntariamente una senda de crimen y pecado para así mejor llegar hasta el Anticristo y destruirlo.

 

Álex Angulo en El día de la bestia (1995), de Álex de la Iglesia

En definitiva, como bien sabía y dijera Valle-Inclán, en su Sonata de primavera (Espasa): “...lo mejor de la santidad son las tentaciones”. Lo que nos lleva, con lógica teológica y filosófica incontestable, a la conclusión inesperada de que la Semana Negra de Gijón es, a su manera, un lugar auténticamente Santo, donde quienes buscamos a Dios, lo encontraremos, sin duda, aunque sea en el fondo de un pote de fabada, empanado en un buen cachopo o, más probablemente, al fondo del final de una botellina de sidra. ¡Amén, Señor!

 

Transcripción de D. Jesús Palacios,
Hermano lego de la Compañía de Jesús,
Secretario de la Congregación de los Ritos.

 

La gran comilona (La grande bouffe, 1973), de Marco Ferreri 



Semana Negra de Gijón

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