Historias de campamento, terrores góticos y fobias varias | Rakel S.H.

Historias de miedo para contar en la oscuridad


Se estrenó el 9 de agosto
eOne Films
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Valoración: Muy buena adaptación de la serie original con el toque Del Toro y atmósfera ochentera. Se echa de menos un poco de humor, quedando una película muy seria, aunque no aburrida, y de extrema corrección política. Pese a todo, y a un desenlace de la trama central un tanto desinflado, no se puede obviar la maestría en la realización y la dirección artística, que atrapa al espectador a lo largo de todo el film.


Dirigida por André Øvredal (Trollhunter, 2010) con producción de Guillermo del Toro, la película se basa en una serie de tres colecciones de historias breves para niños, publicada entre 1981 y 1991, escrita por Alvin Schwartz e ilustrada por Stephen Gammel.





Ficha técnica y artística:

El miedo

«La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido».
H. P. Lovecraft.

El miedo acompaña al ser humano desde los albores de la civilización. Nos enseñó que no era buena idea entrar en la cueva del oso o meter la mano en el fuego, nos previno de andar bajo la tormenta y también nos regaló la religión y la superstición ―no podía ser todo bueno―. La Psicología identifica en torno a unos 16 tipos de miedo dependiendo de si es real o no, según su carácter adaptativo o patológico, su nivel de impacto (físico, social, metafísico) y otros factores derivados de complejos, terrores sociales y fobias.

El miedo nos pone en alerta de manera natural ante un peligro potencial, pero también puede ser disfuncional, entorpeciendo el desempeño normal de la vida y respondiendo a causas totalmente irreales, capaces de provocar ansiedad, parálisis, histeria o ataques de pánico.

En estas historias de terror llevadas al cine, que nos recuerdan irremediablemente el formato de Historias de la criptaCuentos asombrosos y similares por su construcción episódica, se desarrolla la idea de explotar los miedos de los protagonistas. Hay numerosos ejemplos sobre el uso de la “fobia” como eje del guion —temor a las arañas en Aracnofobia, 1990— o como elemento fundamental para la caracterización de un personaje o el progreso de la trama—la aprensión a las serpientes de En busca del Arca Perdida, 1981—. Hablamos de un recurso muy efectivo para establecer un vínculo psicológico profundo entre el espectador y la película, ya que cualquiera de nosotros cuenta con algún objeto de desasosiego capaz de llevarnos al espanto, a la angustia o que motive nuestro inconsciente para las más horribles pesadillas. Lo vimos en películas como Phobia (1980) de John Huston, 1408 (2007) de Mikael Håfström, Fear clinic (2014) de Robert Hall o Dread (2009) de Anthony DiBlasi. Conocimos el pánico a los espacios abiertos de Helen Hudson (Sigourney Weaver) en Copycat (1995) o el pavor que sentía Jorge VI de Inglaterra (Colin Firth) cuando hablaba en público en El discurso del Rey (2010), y el genio del suspense Alfred Hitchcock nos condujo a través del horror por las alturas de John “Scottie” Ferguson (James Stewart) en la obra maestra Vértigo (1958). El miedo retroalimenta al miedo y está tan ligado al espectador de una película que incluso el cine ha generado o incrementado ciertas fobias, como el miedo a los tiburones o al mar gracias al estreno de Tiburón (1975) de Steven Spielberg o a volar en avión por culpa de de Jack Smight y su Aeropuerto 1975 (1974).

Lo cierto es que el miedo real o no, patológico o no, ha logrado hacerse un hueco fundamental en la historia del cine, al margen incluso del propio género de terror, y resulta imposible citar todos y cada uno de los títulos en los que esta emoción humana capaz de perturbar nuestro raciocinio forma parte esencial de la trama, de los personajes o trasciende hasta el propio espectador, porque siendo parte de nosotros, instinto o trauma, el miedo se ve proyectado en la ficción y en cuanto al cine, pasemos o no la prueba del boggart (Harry Potter y el prisionero de Azkabán, 2004) o la del gom jabbar de Dune (1984), esta singular expresión de nuestra vulnerabilidad y pérdida de control se transmuta inmediatamente de fobia en filia, vistiéndose de fascinación el horror, como nos enseñó —cautivándonos— El fotógrafo del pánico (Peeping Tom, 1960) de Michael Powell.







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