EL TIEMPO DE LA COSECHA | Jesús Palacios


¡Ojo! Contiene trazas de spoiler, maíz, sangre y cinefagia.

DARK HARVEST Estados Unidos, 2023. 93 m. Color. D.: David Slade. G.: Michael Gilio, según la novela de Norman Partridge. I.: Casey Likes, Emyri Crutchfield, Dustin Ceithamer, Alejandro Akara, Jeremy Davis.


l siglo XXI es el tiempo de la cosecha. Es muy dudoso que podamos plantar nada nuevo. Que del agostado y marchito suelo de la cultura y el arte occidentales puedan brotar flores, árboles o tan siquiera helechos y arbustos frescos, vivos, pujantes. Peor aún. En muchos casos las raíces sobre las que nos sustentamos están resecas. Hambrientas y sedientas de un abono escaso y un agua envenenada. Las ramas se marchitan y se parten. Nuestros bosques se queman con asombrosa facilidad, quedando reducidos a negros troncos carbonizados. Nuestros huertos huelen a podredumbre química, cultivos transgénicos y semillas de laboratorio. El color de nuestras flores, frutas y verduras es oscuro, ceniciento y poco o nada apetitoso.

 

Solo una cosa tenemos a nuestro favor: los cientos e incluso, si se quiere, miles de años de jardines, selvas, bosques, huertas, parques y cultivos edénicos y esplendorosos del verde pasado. De ellos podemos y debemos todavía cosechar todo lo que podamos. Con el fruto tardío de aquellos Versalles, Retiros y Kew Gardens aún podremos sobrevivir unas décadas. Es tiempo de cosechar el sembrado del ayer. De saber recolectar y crear nuevos cultivos a base de injertos, esquejes e implantes adecuados. Eso es lo que hacen los escritores, cineastas y artistas del nuevo milenio con capacidad suficiente para aprender y aplicar las lecciones de los grandes jardineros, granjeros y agrónomos de otros tiempos más verdes y frondosos. Así surgen todavía de vez en cuando películas que brillan con el colorido de hojas y frutos de antaño.


El director David Slade, de Hard Candy a Dark Harvestpasando por Black Mirror

No siempre sale bien, pero cuando funciona obtenemos verdaderas flores del mal tan agradecidas como Dark Harvest, la nueva película del director de la sobrevalorada Hard Candy (2005), de la eficaz 30 días de oscuridad (30 Days of Night, 2007) y de la infravalorada La saga Crepúsculo: Eclipse (The Twilight Saga: Eclipse, 2010), el británico David Slade.

 

Portada de la novela original de Norman Partridge

La cuarta película de Slade, después de casi dos décadas consagrado a las series y la televisión fantásticas, es una floración extraña en estos días de horrores elevados, pretenciosos y elongados. Dark Harvest se basa en una galardonada novela de Norman Partridge, ganadora del premio Stoker en 2006 pero, que yo sepa, aún sin publicar en nuestro país. Me pregunto a qué esperan Nocturna, Carfax, Valdemar, Minotauro o quién demonios quiera ponerse manos a la obra. En otros tiempos, cuando la jardinería y la horticultura, perdón, el cine y la cultura, importaban algo, que se estrenara la película aseguraba rápidamente el libro. Pero ahora, me temo, ya nada es seguro salvo, claro, la muerte y los impuestos. No habiendo leído la novela, aceptaré sin embargo la palabra de quienes sí lo han hecho de que Dark Harvest, película, es notablemente fiel a su original literario, al tiempo que introduce suficientes cambios y matices para tener personalidad propia.

 

Esa personalidad es producto directo de haber sabido plantar, cultivar y cosechar con mimo, con amor y, sobre todo, con sentido común, las semillas del género gótico, sin pretender otra cosa que aquello que sus mejores ejemplos pretendieron siempre: entretener, asustar, maravillar, emocionar y, sí, hacer quizá también reflexionar un poco, con cierto sentido crítico y satírico, ofreciendo posibles e imposibles lecturas sociológicas, ideológicas e incluso filosóficas, pero sin por ello entorpecer el disfrute elemental, estético y visceral del puro Grand Guignol, la pulp fiction y el terror sin excusas ni pedantería alguna. Dark Harvest es lo que es: una fábula cruel de gótico americano juvenil, pop y casi distópico, cuyo “mensaje” o “mensajes”, que los tiene, viajan en alas de la pura acción y el desarrollo de su historia, sin convertirse en pesado exceso de equipaje.

 


Partridge, el guionista Michael Gilio —uno de los guionistas también de la brillante Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones (Dungeons & Dragons: Honor Among Thieves, 2023)— y el propio David Slade, recolectan las raíces y puntas adecuadas. La historia en sí es un cruce entre el clásico relato “La lotería” de Shirley Jackson, una versión invertida de “Los niños del maíz” de Stephen King y retazos de la atmósfera y estilo de Ray Bradbury, Richard Matheson, Susan Hinton y, sobre todo, de la mítica novela (y serie televisiva) Harvest Home de Thomas Tryon.  

 

Situada en una suerte de oníricos y atemporales años 50 finales y primeros 60, su escenario es un pueblo modelo, ideal e idílico, representativo de forma irónica y a veces directamente satírica, del American Way of Life de su tiempo, donde clasismo, machismo y racismo están asumidos con toda naturalidad (y sin que la película haga innecesario hincapié en ello). La diferencia con, pongamos por caso, Pleasentville (Gary Ross, 1998), es que una vez al año, en Halloween, resurge del maizal el monstruoso y legendario Sawtooth Jack. Un espectro con cabeza de calabaza y dientes de sierra al que hay que destruir antes de que a las doce de la noche alcance la iglesia del pueblo. Para ello, año tras año, se enfrentan a él todos los adolescentes en edad de merecer, en una implacable cacería en la que deben matar o morir. Si el monstruo logra su objetivo, la cosecha se arruina, reinan los tornados y el pueblo sufre una época de ruina y desgracia.

 


El héroe capaz de acabar con Sawtooth Jack se convierte después en el único ciudadano a quien le es permitido abandonar la villa y salir al exterior, para conocer mundo, con un cheque en el bolsillo y a lomos de un Corvette último modelo, tras superar su prueba iniciática. Por supuesto, en seguida sospechamos que algo huele a podrido en este pueblo y sus tradiciones ancestrales. Alrededor de estas tradiciones se ha creado todo un corpus legal y una jerarquía, presidida por un consejo de veteranos granjeros, padres todos de los anteriores jóvenes que vencieron a Sawtooth. Nadie, salvo el héroe victorioso, puede abandonar el pueblo. Quienes lo hicieron o lo intentaron no han acabado bien. El brutal jefe de policía vigila implacable el camino.

 

Si este escenario rural aislado, claustrofóbico y opresivo, literal y metafóricamente hablando, recuerda a El bosque (The Village. M. Night Shyamalan, 2004) y sus secretos, lo hace con la sinceridad y frescura de las que carece aquel, estando mucho más próximo a la notoria novela Hex de Thomas Olde Heuvelt (ver: CIUDAD EMBRUJADA: HEX), al citado clásico de Tom Tryon o incluso a El Hombre de mimbre (The Wicker Man. Robin Hardy, 1973) original, que a la falaz fábula conservadora de Shyamalan.

 


David Slade maneja este excelente material de partida con ritmo, contundencia y sentido de la estética. Jugando con el psychobilly y el punk nostálgico de los Misfits, con la familiaridad universal que heredamos todos de los mitos y la iconografía de la América teenager, de James Dean y Sal Mineo —The Switchblade Kid— a Yo fui un hombre lobo adolescente (I Was a Teenage Werewolfe. Gene Fowler Jr., 1957), recrea con estilo la atmósfera de los homenajes ochenteros a la mitología del rock´n roll y las pandillas, apoyado en un reparto joven y atractivo, encabezado por un guapo y atormentado Casey Likes, remitiéndonos voluntariamente a Las pandillas del Bronx (The Wanderers. Philip Kaufman, 1979), The Warriors: los amos de la noche (The Warriors. Walter Hill, 1979), Cuenta conmigo (Stand by Me. Rob Reiner, 1986) y, sobre todo, a Rebeldes (The Outsiders. Francis Ford Coppola, 1983) e incluso, ¿por qué no?, a Footloose (Herbert Ross, 1984), de la que podría ser un remake en clave de gótico americano y folk horror juvenil.

 


Pero, si por un lado Slade evoca el estilo ochentero, por otro no deja de aplicar una energía y un angst actuales, netamente gothic y post-punk, explotando también la visceralidad de éxitos más o menos recientes como la saga de The Purge, con su ultraviolenta mascarada neoprimitiva postindustrial y con sus fáciles pero efectivas metáforas sociopolíticas. Así como, por supuesto, la reciente moda del folk horror en su versión América Profunda, que casi todo lo contagia ya. Eso sí: siempre y en todo momento situándose muy sanamente en las antípodas de la elevación pretenciosa y cargante de los Ari Aster, David Prior, Robert Eggers o David Robert Mitchell. Dark Harvest es exactamente lo que parece y debe ser: hora y media de suspense, violencia, acción y horror, con personajes arquetípicos, trazados de un plumazo, apuntes satíricos y de humor negro, estética potente, final contundente y mensaje liberal pero no idiota.

 


Sí: la película trata de las viejas generaciones sacrificando a sus jóvenes para mantener el statu quo. Una nueva revisión de Saturno devorando a sus hijos. De Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause. Nicholas Ray, 1955). De La fuga de Logan (Logan´s Run. Michael Anderson, 1975), con algo de Los juegos del hambre y un toque de La ley de la calle (Rumble Fish. Francis Ford Coppola, 1983). Ya lo dijimos: no es ninguna nueva e inédita flor, pero sí un vástago potente y muy agradecido, que crece con gracia, energía y color de las semillas e injertos de la mejor tradición pop y gótica moderna, para cumplir sobradamente con las expectativas del amante del género sin prejuicios contra la estética, la diversión o la juventud.

 

Hemos leído por ahí, faltaría más, que el guion de Dark Harvest está lleno de agujeros. Que no explica en qué consisten las leyes y secretos del pueblo. Ni la historia de los orígenes de Sawtooth Jack —no basta con crear un nuevo y efectivo icono monstruoso del terror que, pese o quizá gracias a su inspiración en Pacto de sangre (Pumpkinhead. Stan Winston, 1989), funciona estupendamente: también queremos saberlo todo sobre él, para robarle así misterio y fuerza—. Que si los personajes no son tratados en profundidad, que si los actores y los diálogos carecen de matices y verosimilitud (¡por Dios, es un cuento de miedo para Halloween!), que si… Vamos: que no es elevated.

 


Menos mal. Dark Harvest no se eleva. Se queda con nosotros. Después de años a base de películas de terror minimalistas, con dos escenarios y cinco personajes, dos de ellos mujeres absurdamente empoderadas, a ser posible lesbianas y multirraciales, más al menos un monstruo patético y bienintencionado, víctima del patriarcado. De historias de terror indignas de un viejo Creepy pero tratadas como si fueran abisales narrativas proustianas o complejos poemas visuales de Tarkovski, Bresson o Antonioni, pero, claro, sin su talento ni talante. Después de que pasen por obras maestras petardos pretenciosos como El faro (The Lighthouse. Robert Eggers, 2019)  —ver: EL FARO EN EL PAÍS DE LOS CIEGOS—, tras el inexplicable estreno en cines de telefilmes mediocres como las últimas entregas de la saga de Saw, que en los buenos viejos tiempos hubieran sido e ido direct to video...

 

Después de todo este sufrimiento y aunque en nuestro país se le haya negado la pantalla grande a un filme que visualmente bien la merece, es todo un lujo disfrutar de Dark Harvest. Una película de terror juvenil para adultos perversos. Rápida, sangrienta, esteticista, icónica, inteligente, despiadada. Donde los padres y los viejos son el Mal. Los héroes y antihéroes no tienen por qué ser vulgares o feos. El mensaje es liberal, progresista y moderno, pero sin abusar de tópicos inclusivos ni de personajes metidos con calzador, sin subrayar lo evidente. Que crece con naturalidad de las semillas del pasado para ofrecer en el presente un rayo de luz y de color, de emociones baratas y puras en medio del páramo actual. Doy gracias a Norman Partridge, Michael Gilio y David Slade por tener la valentía de regalarnos una rara flor: una película de terror buena. Y encima juvenil. Solo para teenagers from Mars, por supuesto. Fans de Jordan Peele y David Gordon Green, abstenerse.

 



Jesús Palacios 😈

  

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