CASA CON DOS PUERTAS… | Jesús Palacios
Libros
★NO contiene spoilers★
LA CASA DE LAS SOMBRAS (The House of Small Shadows). Adam Nevill. Traducción de Simón Saito Navarro. Minotauro. Barcelona, 2023. 350 págs.
axidermia eduardiana, muñecas antiguas, películas de primitiva stop motion, marionetas, instrumental y prótesis quirúrgicos, extrañas celebraciones rurales, teatros de títeres, máscaras zoomórficas, antigüedades victorianas, fotografías añejas… Todo ello, alrededor y en el infinito interior de un enorme y viejo caserón neogótico perdido en la frontera entre Inglaterra y Gales, entre nuestro mundo y otro (u otros), entre la vida y la más siniestra no-muerte. Si alguien conoce y sabe emplear a fondo la idea misma de lo unheimliche desarrollada por Freud —ver entrada LA INQUIETANTE SEÑORA SINCLAIR | Jesús Palacios—, ese es el británico Adam Nevill. Sin duda, uno de los mejores, más singulares y originales autores del panorama actual de la literatura de horror y de lo extraño.
Tuve la oportunidad de conocer, entrevistar y charlar en profundidad con Nevill durante su visita a nuestro país, hace ya algo más de una década, con ocasión de la celebración del festival Celsius 232 de terror, fantasía y ciencia ficción de Avilés, en 2012. Fue amor a primera vista. Su estancia coincidía con la publicación en España de El ritual (Minotauro), que yo había devorado tras haber disfrutado también mucho de su anterior Apartamento 16 (Minotauro). Ambas novelas me resultaron absolutamente cautivadoras, especialmente por apartarse en gran medida de casi todo lo que se escribe y publica dentro del género de horror en este nuevo siglo y milenio.
Adam Nevill (izq.) en el festival Celsius 232, año 2012, junto a su presentador, Jesús Palacios (dcha.) |
Antes de que el folk horror (https://www.hermenaute.com/libro.php?id_libro=29) se pusiera de moda, gracias tanto a su redescubrimiento y redefinición por Mark Gatiss como a una oleada de nuevas películas del género, encabezada por títulos tan discutibles como de culto (La bruja y Midsommar en cabeza, a las que pronto se sumaría, precisamente, la versión cinematográfica de El ritual), Nevill había vuelto sus ojos hacia los bosques oscuros, las supervivencias paganas y los dioses crueles de un pasado eterna y perversamente latente en nuestro mundo actual. Pero, más aún, había vuelto su pluma hacia los grandes clásicos de la ficción extraña, esotérica y siniestra de la tradición anglosajona: M. R. James, Arthur Machen, Algernon Blackwood, William Hope Hodgson, Robert W. Chambers, Henry James, Oliver Onions, Hugh Walpole o Walter de la Mare, evocando también las mejores páginas de Shirley Jackson, Robert Aickman, Colin Wilson y Ramsey Campbell. Un posicionamiento en buena parte a la contra de la escuela splatterpunk derivada de Clive Barker y más aún de la netamente usamericana y pop de los muchos hijos, literales y metafóricos, de Stephen King.
Adam Nevill, maestro moderno del horror clásico |
Lo demostraba tanto con El ritual y Apartamento 16, oscura intriga ocultista sobre un vanguardista pintor fáustico maldito, como también con El fin de los días, que el propio Nevill tuvo la amabilidad de hacerme llegar en inglés antes de que fuera publicada por Minotauro en España. Pero, además, lo hacía y sigue haciéndolo sin recurrir al truco nostálgico de situar sus historias en un pasado más o menos lejano, evitando la ambientación histórica y retro, al tiempo que manteniéndose fiel a los principios estilísticos que definen la gran tradición del mejor horror fantástico británico. Así, El fin de los días gira alrededor de un equipo de documentalistas cubriendo los crímenes y el misterioso destino final de una secta milenarista estilo Jim Jones o Heaven´s Gate, utilizando el tema y hasta los recursos rabiosamente modernos del “falso documental de terror” a lo Bruja de Blair, pero sin renunciar por ello a una atmósfera, progresión dramática y carácter clásicos, netamente brit.
En un género dominado por la prosa moderna estadounidense en general y por la impronta de King en particular, que emula la narrativa cinematográfica y televisiva, entre la pulp fiction, la literatura “dura” del hard boiled y el realismo sucio, además de las pretensiones costumbristas y sociológicas de La Gran Novela Americana (es decir: desde Hammett, Jim Thompson o Mikey Spillane, pasando por Hemingway, Faulkner, Harper Lee y Steinbeck, por citar algunos, hasta Paul Auster, Foster Wallace, Toni Morrison o Raymond Carver, pero con vampiros, psicópatas, payasos asesinos, zombis, licántropos y familias disfuncionales), la voz de Nevill se alza única en disonancia tanto respecto a los apóstoles del terror pop, gore y metarreferencial, como con la de los incansables y (generalmente) agotadores auto-proclamados seguidores de Lovecraft (ver entrada MI VIEJO AMIGO, LOVECRAFT | Jesús Palacios). Sin caer tampoco en el meritorio pero a menudo pretencioso reino de la nueva weird fiction, que a la sombra del genuino talento y talante de Thomas Ligotti, se está plagando de irregulares y hasta mediocres émulos de Kafka, Meyrink, el realismo mágico latinoamericano, Jean Ray, Borges o Grabinski.
M. R. James (1862-1936), favorito y fuente de inspiración para Nevill |
En todas las obras que he tenido oportunidad de leer de entre su ya extensa producción —al menos once novelas y cinco antologías de relatos—, Nevill cultiva cuidadosamente un estilo reposado, atmosférico y abundante en descripciones tanto de los procesos psicológicos de sus generalmente tortuosos y atormentados protagonistas —con cierta debilidad netamente gótica por las mujeres al borde del ataque de nervios— como de los escenarios y ambientes que escoge cuidadosamente para situar sus sutiles y perniciosos horrores. Esta combinación del psicologismo de un Henry James, un Walpole o un de la Mare con el detallismo pictórico tenebroso de un Machen, un Buchan o el mejor Blackwood, dota a sus argumentos sobrenaturales y alucinados de una peculiar cualidad atemporal, que no puede ser más deseable y efectiva.
De sus novelas están felizmente ausentes los monstruos tradicionales (vampiros, zombis, hombres lobo, espectros vengadores o asesinos en serie, tanto humanos como sobrehumanos), en beneficio de lo extraño, lo sutilmente esotérico, la maldad ancestral de procesos cósmicos, dimensiones y universos ajenos, siempre hostiles al ser humano, a los que este accede a veces por medio de la magia más negra y hermética, en busca de poder y trascendencia, para encontrar solo el horror, arrastrando a la perdición a los más o menos inocentes protagonistas de sus historias, en una vorágine de perversa ambición condenada de antemano. Pese a lo cual, no carecen en absoluto de cualidades cinematográficas, como demuestran las correctas adaptaciones tanto de El ritual (The Ritual. David Bruckner, 2017) como de Nadie saldrá vivo de aquí (No One Gets Out Alive. Santiago Menghini, 2021), otra de sus novelas inéditas en España.
El terror en Nevill se cuece a fuego lento, pues reside tanto o más en la parsimoniosa construcción de una constante atmósfera de amenaza, donde las paranoias, traumas y miedos íntimos de sus personajes se entretejen inextricablemente con una tela de araña de misterios arcanos, presencias invisibles y sugerencias ocultas y ocultistas, que en los apocalípticos momentos donde eclosiona la tragedia, en un paroxismo final de muerte y destrucción que no carece, por supuesto, de sus bienvenidas dosis de horror gráfico y muy físico. Y todas estas virtudes se hallan presentes en La casa de las sombras, novela de 2013 que acaba de ser, por fin, editada entre nosotros.
La casa de las sombras —sombras diminutas pero inmensamente inquietantes— se abre con una descripción del enorme caserón victoriano donde se desarrolla la mayor parte de su acción, que no puede dejar de recordarnos los primeros párrafos seminales de La maldición de Hill House de Shirley Jackson. Queda perfectamente establecido así el hecho de que la propia mansión será uno de los protagonistas principales de la novela.
Julie Harris en La mansión encantada (The Haunting, 1963), la mejor versión de La maldición de Hill House, de Shirley Jackson |
A este edificio tardovictoriano, de aspecto tenebrosamente gótico aunque aparentemente restaurado hasta un grado de conservación casi perfecto, llega Catherine, una mujer al filo de la cuarentena y en un momento crucial de su vida profesional y personal, huérfana adoptada, víctima de una terrible infancia traumática, cuyos secretos últimos la estarán esperando, precisamente, entre las paredes e interminables pasillos de la llamada, de forma nada casual, Casa Roja.
La auténtica Red House, construida por Philip Webb en 1859, por encargo del artista y escritor prerrafaelista William Morris |
Su trabajo como experta en antigüedades para una pequeña pero prestigiosa empresa local es catalogar la impresionante colección personal del mítico creador de títeres, coleccionista de muñecas y taxidermista M. H. Mason —personaje inspirado parcialmente en la figura real de Walter Potter (1835-1818)—, experto diseñador de dioramas protagonizados por ratones disecados emulando los momentos más horribles vividos en las trincheras por el propio Mason, diácono del ejército durante la Primera guerra mundial, en la que resultaran muertos sus hermanos y él mismo herido de gravedad, quedando con el rostro deforme. A la vista de su obra, no resulta nada extraño descubrir que acabara suicidándose en su estudio, degollándose con una navaja de afeitar.
Walter Potter (1835-1918), posando junto a una de sus “obras” |
Catherine es recibida en la casa por Edith Mason, sobrina casi centenaria del maestro titiritero, y su única criada, la muda y corpulenta Maud. Pronto recibe el mismo o peor trato que Pip al llegar a la mansión de Miss Havisham en Grandes esperanzas, la obra maestra de Dickens.
Martita Hunt, la Miss Havisham de Cadenas rotas (Great Expectations, 1946), adaptación de Grandes esperanzas de Dickens firmada por David Lean |
Pero aunque la anciana ha mantenido la casa intacta como Miss Havisham, desde hace décadas, incluso sin limpiar la sangre derramada por su tío al morir, el joven Pip nunca tuvo que enfrentarse a los extraños horrores que esperan a Catherine. El menor de los cuales no será, precisamente, el ir accediendo lentamente y a capricho de la arrugada y tiránica Edith a la escalofriante colección privada —y privada de razón— de Mason, colección de incalculable valor para museos y coleccionistas, de la que irá descubriendo al tiempo su perversa y retorcida naturaleza íntima.
Postal con el diorama antropomórfico de Potter The Kitten´s Wedding, anunciando su antiguo museo en el pueblo de Bramber (Cornwall) |
Los animales disecados y dispuestos en dioramas de realismo escalofriante, inspirados en obras de Potter como The Death and Burial of Cock Robin, The Kitten´s Wedding o Rabbit School, son descritos por Nevill con un detallismo tan vívido que transmite al lector toda la incomodidad, repugnancia y fascinación propias de un extravagante arte victoriano que hoy nos causa repulsión, en las antípodas de nuestra sensibilidad animalista actual, al tiempo que con su paródica imitación antropomórfica de lo humano entroncan directamente con lo “inquietante” de Freud, desarrollado a partir del relato clásico de Hoffmann “El hombre de arena”: el mundo oscuro y limítrofe de lo familiar/no-familiar, de lo natural-antinatural y de la obscena imitación artificial de la vida.
Highcroft House, la casa donde vivió el ayudante taxidermista de Potter, Sidney Rimmington, con su madre Mary Elizabeth, en Bramber |
La Casa Roja entera es un festival de lo unheimlich, habitada por animales disecados, muñecas de porcelana alemana, títeres, maniquíes, piezas sueltas de marionetas, máscaras, pelucas… Y por dos seres teóricamente humanos, la centenaria Edith Mason y su muda criada, no menos turbadores y perturbados. En un momento determinado, la cada vez más alienada y paranoica Catherine asiste a la proyección de una película de marionetas, aparentemente animadas por medio de stop motion, que para quienes hemos visto —y sufrido pesadillas después— las películas del pionero de la animación Vladislav Starévich o seguido con pasión la carrera del cineasta surrealista checo Jan Švankmajer no puede resultar más gráfica, terrorífica y, por supuesto, fascinante.
Lentamente, la protagonista irá perdiéndose más y más dentro del laberinto de la Casa Roja, que la conduce inexorablemente hacia sus propios orígenes, pero también al enigma que rodea las desapariciones durante décadas de niños discapacitados de la zona. Todo relacionado, de forma imprecisa e insidiosa, con una suerte de hermético Gran Arte de los títeres y la taxidermia, especie de alquimia perversa cuyos elementos materiales serían cuerpos humanos y animales, pero también ojos de cristal, miembros de cerámica y madera, tripas de arpillera y de serrín.
Faust (Lekce Faust, 1994), de Jan Švankmajer o el Gran Arte alquímico de las marionetas |
Una tradición oscura, conectada a su vez con la celebración de extraños festejos ancestrales en la cercana villa de Magbar Wood, poblada por arrugados ancianos, más allá y más acá de cualquier posible edad provecta. Las puertas de la mansión de los Mason puede que no sean sólo las de un antiguo e inmenso gabinete de curiosidades y horrores victoriano, sino las de una casa en el confín del mundo visible, que se abre a otras dimensiones habitadas por… ¿Por quién o por qué? Quizá, como decía el viejo Wittgenstein, “de lo que no se puede hablar, es mejor callar”.
La casa de las sombras, sombras pequeñas pero horrores enormes, es un cóctel perfecto de terror psicológico que deviene cósmico y metafísico, sin hacer ascos al body horror, el gótico y el folk horror. La ordalía que atraviesa Catherine es característica del más clásico suspense psicológico gótico. Amenazada y perseguida por el pasado, encerrada en un oscuro caserón victoriano a merced de una anciana cruel, será humillada, drogada y engañada hasta que dude de su propia cordura, como una heroína de Wilkie Collins, Le Fanu o Daphne Du Maurier. Pero los peligros que la acechan, pese a sus ecos psicoanalíticos, no son la locura ni las trampas de un marido o un novio sin escrúpulos. La conspiración de la que parece ser el centro está mucho más cerca de El hombre de mimbre o de “Antiguas brujerías”, el gran relato de Blackwood, que del thriller gótico.
El hombre de mimbre (The Wicker Man. Robin Hardy, 1973), coros y danzas populares del infierno |
La maestría de Nevill estriba en conducirnos desde su punto de partida psicológico hasta un horror metafísico al que no es ajeno el pensamiento ni el estilo de Ligotti, con sus marionetas humanas, su nihilismo y pesimismo cósmicos. Si bien por los oscuros pasillos de la Casa Roja resuenan también los ecos del Hodgson de La casa en el confín de la Tierra, mientras que por los campos galeses que la rodean y por el viejo pueblo de Magbar Wood pueden escucharse los silenciosos pasos del Arthur Machen que resucitaba viejos dioses y rituales paganos de la Britania prerromana.
Samuel Liddel MacGregor Mathers (1854-1918), rosacruz, masón y ocultista, miembro fundador de la Golden Dawn
Con la sutileza elíptica que le caracteriza, Nevill deja caer alguna pincelada esotérica que conecta la novela con el resto de su universo singular: Mason se escribía con Felix Hessen, el ficticio pintor y mago negro de Apartamento 16; con el profesor Eliot Coldwell, no menos ficticio y diabólico personaje de Banquet for the Damned, primera novela de Nevill, lamentablemente inédita aún en castellano; y con Samuel Mathers, bien real miembro de la Societas Rosacrucian in Anglia (SRIA) y uno de los fundadores de la Golden Dawn. Pero siguiendo de forma inteligente los buenos consejos de M. R. James y el propio Lovecraft, son solo eso: pinceladas. Nombres o ideas enigmáticas, dejados caer aparentemente al azar, que contribuyen a dotar de peso la esencia hermética y cósmica de la trama, sin interrumpir su desarrollo con digresiones ocultistas o paranormal parafernalia alguna.
Nevill maneja los hilos de su novela con la destreza de un verdadero maestro titiritero. Mueve a sus personajes y con ellos a sus lectores por escenarios cada vez más y más oscuros, siniestros y terribles, controlando con mano férrea los distintos niveles de su obra, mezclando con sabiduría alquímica elementos psicológicos, sobrenaturales, metafísicos, viscerales, góticos, esotéricos y ancestrales que encajan perfectamente en un drama cósmico cíclico, capaz de atraparnos tanto o más que a sus protagonistas. Al fin y al cabo, ¿no somos todos marionetas al final de una cuerda, esperando para conocer el rostro inescrutable del verdadero amo de títeres?
Entretanto, no dejen de publicar las novelas de Adam Nevill, por favor. Quizá el único representante actual de la mejor tradición clásica anglosajona del relato sobrenatural.
https://www.planetadelibros.com/libro-la-casa-de-las-sombras/363806
Apéndices
Entrevista con Adam Nevill. por Jesús Palacios. Revista Más Allá de la ciencia, n.º 291, mayo 2013 |
Entrevista con Adam Nevill, por Jesús Palacios. Revista Cool Madrid, n.º 38, marzo 2013 |
Magnífica reseña, Jesús, a por ella con las cuatro mandíbulas. Muchas gracias, como siempre, por compartir. Alvaro López-Linares.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, por supuesto.
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