MI VIEJO AMIGO, LOVECRAFT | Jesús Palacios

 


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CARTAS I. ESCRIBIR CONTRA LOS HOMBRES. H. P. Lovecraft. Edición y traducción de Javier Calvo. Aristas Martínez. Badajoz, 2023. 540 págs.

 

EL ÚLTIMO RITUAL. S. A. Sidor. Minotauro. Barcelona, 2022. 288 págs.

 

I

Epístola a los lovecraftianos

 

“No soy ninguna víctima llorosa y pintoresca de los estragos románticos de la melancolía. Me limito a encogerme de hombros, reconocer lo inevitable, dejar que el mundo me pase por delante y vegetar de la forma más indolora posible. Supongo que estoy bastante mejor que millones de personas. Tengo docenas de cosas que me permiten pasarlo bien.”

H. P. Lovecraft, carta a Helen V. Sully, 15 de agosto, 1935.

 


l final, todos los caminos llevan a Lovecraft. Es el alfa y el omega de lo que ahora, para evitarnos complicaciones, llamamos demasiado a menudo weird fiction, y toda la vida llamamos literatura fantástica, aunque para ser más estrictos y justos con el término, desde el punto de vista del canon lovecraftiano, resulta quizás más apropiado denominar “literatura extraña” o “de lo extraño”, como precisamente hace con buen juicio Javier Calvo.

 

Sea como fuere, en mayor o menor grado, todos nos iniciamos en el sendero sin retorno de lo extraño con su lectura y relectura. Todos, en algún momento renegamos, mucho o poco, de él. Como hacen siempre los hijos (por eso no tengo), intentamos asesinar al padre. Por fortuna, sin éxito. Porque como ocurre también a menudo, al llegar a cierta edad, quizá nel mezzo del cammin, volvemos a él cabizbajos, humillados por su excelencia e incluso, al final, orgullosos de nuestro amor por el progenitor reencontrado. Volvemos a sus relatos y novelas, a su mundo inmundo y su universo de horror cósmico, con el tentáculo entre las piernas, dispuestos a rendirnos de nuevo a sus muchas virtudes tanto como a sus supuestos o reales defectos.

 

No importa que esté ya perennemente de moda. No importa que la intolerable ausencia de cualquier tipo de justicia poética, cósmica o divina le haya encumbrado al Olimpo literario décadas después de su fallecimiento, poco menos que en la miseria y entre el desprecio de muchos. No importa que ahora quién más quién menos en el mundillo se considere lovecraftiano (algunos lo son, pero en un sentido peor del que sospechan). Que todos escriban y hasta publiquen pastiches, plagios, homenajes y demás hongos de Yuggoth basados en su obra, creaciones y figura. Por suerte, Lovecraft, es irreductible al populismo.

 

H. P. Lovecraft  (1890-1937)

Convertido inesperadamente en uno de los filósofos más influyentes del siglo XX y XXI, lo que le habría sorprendido sobremanera, padrino involuntario del nuevo nihilismo y del realismo materialista especulativo actuales, que posiblemente hubiera mirado con suspicacia si no con desprecio, el “Solitario” de Providence, que no lo era tanto, sigue despertando iras por sus anticuados racismo, supremacismo, conservadurismo extremo y desprecio por las clases populares tanto como por la burguesía, amor por los regímenes monárquicos y poco o nada democráticos, sospechosa misoginia y frío racionalismo inasequible a sentimentalismo alguno. Que le quiten su nombre a premios, que lo retiren de bibliotecas públicas, que lo arrastren por el fango, sí, por favor: que nos lo devuelvan a la oscuridad a la que pertenece y a la que pertenecemos todos quienes lo amamos. ¿Es mucho pedir? Seguramente: cuando la sociedad de consumo encuentra un nuevo juguete que explotar, ya no lo suelta jamás.

 

Este Lovecraft irredimible, pero también irresistible, se nos revela magníficamente en el primer volumen de sus cartas que ha editado, traducido y anotado Javier Calvo para la estupenda edición de las mismas que publica Aristas Martínez, bellamente encuadernada, con atractiva portada de Adriá F. Marqués (alias El Marqués) y acompañada por un cierto número de selectas y bien reproducidas ilustraciones. Un libro esperado desde hace mucho e indispensable para todo amante y seguidor de la obra de HPL. Y digo bien: de la obra. Pues, como queda claro en el excelente prólogo de Calvo y sabíamos desde hace mucho, el verdadero grueso de la obra de Lovecraft, infinitamente superior en número de páginas, está en sus inabarcables cartas. A los amigos, escritores o no, a sus editores, a sus amigas (que las tuvo), colaboradores y familiares. Un monto total de correspondencia no solo inmenso, sino mimado por su autor con el espíritu de los literatos epistolares de su siglo favorito: el XVIII.

 


No envidio a Javier Calvo el enorme trabajo de lectura, traducción y, sobre todo, de selección y cribado que ha debido suponer este volumen (y los que, esperamos, le sigan pronto). Lo prolífico del escritor, lo variado de sus intereses, lo importante de sus contribuciones epistolares para la comprensión de sus trabajos literarios y para el conocimiento íntimo de su vida e ideas, han debido constituir un constante dolor de cabeza para el antólogo a la hora de decidir qué incluir y qué dejar de lado. En cualquier caso, el resultado es delicioso.

 

Que no se asuste nadie: al menos para este primer tomo, Javier Calvo se ha centrado sobre todo en los aspectos literarios, creativos y artísticos de su correspondencia, de tal forma que seguimos, año tras año, la evolución del Lovecraft escritor, su relación con el mundo editorial, tanto de la pulp fiction a la que se vio condenado como de la corriente general que le rechazó, y sus ideas estéticas. De este modo, Escribir contra los hombres —subtítulo que hace eco voluntariamente al estupendo libro de Houellebecq sobre el Maestro— se constituye, por un lado, en recorrido (auto)biográfico fundamental por los principales avatares como autor de Lovecraft, articulado cronológicamente año tras año incluyendo breves, concisas e ilustradoras introducciones del propio Calvo a cada sección, al mismo tiempo que ofrece un verdadero curso de literatura creativa de lo extraño, con todos los consejos, consideraciones, críticas y teorías estéticas, literarias y artísticas del autor expuestos de forma coherente, organizada y esclarecida.

 


Fuera han quedado, al menos de momento, las hoy ofensivas (y en cierto modo inofensivas para cualquier lector educado, civilizado y tolerante) opiniones raciales y racistas, políticas y sociales, totalmente reaccionarias y casi siempre, a qué negarlo, producto de los prejuicios no tanto de su tiempo (que también) como del propio autor, cegado por un conservadurismo patológico, que hace oídos sordos a la lógica, los conocimientos científicos o históricos que lo contrarían y las opiniones más moderadas de muchos de sus amigos. Nadie pretende disculpar a Lovecraft por ser un conservador radical hasta traspasar la línea del absurdo, pero tampoco por serlo vamos a renunciar a disfrutarlo, leerlo y releerlo... Y hasta amarlo.

 

Porque Lovecraft, a través sobre todo de estas cartas que, por muy artificiales y literarias que resulten, por mucho que desfiguren y enmascaren al hombre que hay detrás, son también lo más parecido a una confesión íntima y abierta que podemos esperar de él, se hace querer. Se hace querer mucho. Se revela amigo y más que amigo de sus amigos, sin creer tontamente en conceptos sentimentales y manidos de la amistad. Ayuda a quien puede y a veces hasta a quien no debe. Sacrifica todo por su arte, sin esperar reconocimiento por ello, sabiendo que lo hace porque no puede ni sabe hacer otra cosa. Se revela conversador ingenioso, divertido, con un sentido del humor juguetón que contradice la vieja imagen del caminante solitario y atormentado, con la que coexiste sin problema alguno.

 

Si muchas de sus opiniones pueden resultar algo ridículas a veces o muy discutibles desde la perspectiva actual, otras tantas son brillantes e iluminadoras sobre el arte, la técnica y la naturaleza de la escritura, la lectura y la comprensión de la mejor (y la peor) literatura fantástica y de imaginación. Lovecraft se nos descubre no tierno, pero sí enternecedor. Viajero y amante de la naturaleza, del paisaje y el paisanaje… este último siempre, por supuesto, de lejos, como parte de un bello o terrible cuadro. Se escribe con hombres jóvenes e incluso muy jóvenes, adolescentes casi niños a quienes introduce con éxito en la profesión literaria que él mismo es incapaz de ejercer. Con mujeres de todas las clases: intelectuales, escritoras pero también humildes ancianas y amas de casa. De una forma u otra, el depresivo y deprimente enfermo crónico, marido fracasado, escritor impotente (¿o era al revés?) y exiliado voluntario del siglo XX, es, sin embargo, pródigo en buenos consejos, ánimos para sus colegas y simpáticas humoradas en todas o casi todas sus cartas.

 

Lovecraft (en el centro), con sus amigos Donald Wandrei  (izq.) y Frank Belknap Long (dcha.), en 1931

Lo mejor que puede decirse de este más que apreciable, justo y necesario volumen es que parece como si su autor, el eternamente niño y anciano al tiempo escritor que muriera con 46 años, nos estuviera escribiendo y hablando a nosotros. Sus amigos del siglo XXI, que en tantas cosas (en otras no, que nadie se asuste) nos vemos reflejados en él. Además, ¿quien no tiene un pariente favorito o un amigo predilecto del que no soporta sus opiniones políticas, religiosas o morales, pero al que sigue queriendo por encima de todo y de muchos otros? Un amigo que puede ser por otra parte un artista de talento y genio, o una persona de ideas en muchos aspectos totalmente respetables, inteligentes, racionales e inspiradoras. ¿Qué más da que sea de los que piensa que Stalin no lo hizo tan mal? ¿O que a Hitler le perdieron los modales?

 

La verdadera amistad, como el amor, siempre es interesada e interesante, y está por encima de esas pequeñas cosas a las que tanta importancia se da hoy, y que tan poco importan en medio de este universo oscuro, este cosmos insondable que nos rodea, donde somos poco más y poco menos que insignificantes accidentes sin significado ni sentido final alguno. ¡Cómo para no disfrutar de la lectura, la imaginación y la amistad del viejo y bueno de Lovecraft! Gracias por devolvérnoslo, tan fresco y pedante, divertido e irritante, adorable, melancólico y brillante como si estuviera vivo. Pues, merced a sus cartas, no está muerto quien yace en ellas aunque no sea eternamente. Si bien, con los eones extraños… ¿Quién sabe?



II

A este lado del infierno

 

Han tenido un estreno terrible, con una obra sobre no sé qué rey de amarillo, y la gente ha muerto, literalmente. Una pena, ya que por lo que he oído, la obra era excelente. No hay quien entienda el arte dramático.

S. A. Sidor, El último ritual

 

Es curioso que en una de las últimas cartas incluidas en el libro editado por Aristas Martínez, Lovecraft haga referencia directa a los surrealistas. Los incluye, a su manera, en el grupo de artistas “decadentes” contemporáneos, que sienten inquietudes en cierto modo similares a las suyas, pero las reflejan por medio del recurso al caos, el nihilismo, la ironía y un mal gusto que el escritor encuentra inadmisibles. Curioso porque, precisamente, el villano en el simpático pastiche lovecraftiano El último ritual, de S. A. Sidor, es un trasunto de, ni más ni menos, Salvador Dalí.

 

S. A. Sidor, de profesión sus tentáculos

Sidor, un joven autor de Chicago que se ha especializado en novelas que resucitan con esfuerzo no carente de gracia el espíritu, estilo y época original de la pulp fiction (por la que Lovecraft no sentía otra cosa que desprecio), se las ha ingeniado para conseguir algo ciertamente original dentro del cada vez más explotado y exhausto “Territorio Lovecraft”. Trabajando dentro de los parámetros del universo del juego de rol Arkham Horror, ha construido en la significativamente titulada El último ritual —probable guiño a The Last Tycoon: El último magnate (1941)— una peculiar combinación del universo lovecraftiano con el mundo de F. Scott Fitgerald, sobre todo con el que caracteriza su primera novela, A este lado del paraíso (1920), y su obra maestra: El gran Gatsby (1925). Reconozcamos que la cosa tiene su gracia y que la espléndida portada de John Coulthart lo refleja con elegante y más que apropiado estilo Art Déco.

 


El protagonista de El último ritual, Alden Oakes, es un pintor de familia más que pudiente, perteneciente a la crème de la crème social de Arkham. Como el propio Fitzgerald, sus personajes y amigos, se dedica a viajar por la vieja Europa en busca de inspiración y de la vida bohemia. Al comienzo de la novela, tras una breve introducción, lo encontramos en la Costa Azul, aunque el tropiezo con un viejo amigo de la universidad le pondrá rumbo otra vez a la Nueva Inglaterra imaginada por HPL. Sin embargo, antes, decide desviarse a España, viajando solitario por la costa catalana, pensando llegar hasta Barcelona pero quedando misteriosamente varado en una pequeña población costera que no cuesta identificar con Cadaqués. Allí, topa por vez primera con su ídolo, el pintor surrealista español Juan Hugo Balthazar, aunque sea de forma anónima y en mitad de un pintoresco y siniestro ritual pagano, playero y nocturnal, con algo de Nit de Sant Joan y mucho de invocación a los Primordiales. La verdad es que Sidor da la impresión de conocer de primera mano el escenario, por mucho que lo cargue de ominosa atmósfera lovecraftiana o precisamente por ello. Si no ha pasado alguna vez sus vacaciones en Cadaqués, merece aún más nuestros elogios.

 

Scott y Zelda Fitzgerald, ¿detectives ocultistas?

La acción pronto se traslada a la Arkham de 1925, el año de El gran Gatsby. Es el apogeo de los “locos veinte”, la Prohibición, las flappers, las fiestas y, en el caso de la singular ciudad creada por Lovecraft, de los asesinatos rituales, los suicidios sospechosos y las criaturas de otras dimensiones que se manifiestan en mitad de la noche. Las juergas de clase alta con alcohol de baja calidad y no menos alta gradación se entrecruzan con las muertes misteriosas y los cadáveres decapitados. Los gánsteres contrabandistas de licor con encapuchados que celebran oscuras ceremonias, en la profundidad de cuevas llenas de cajas de whisky. Y Alden Oakes, pintor errático en sus conceptos artísticos, comienza junto a Nina, periodista y flapper de pro, una investigación en torno a los extraños sucesos ocurridos que le llevará a encontrar su inspiración, convirtiéndose en retratista de lo imposible, lo siniestro y monstruoso, al estilo surrealista de su admirado Juan Hugo Balthazar.

 

De hecho, la llegada a Arkham de Balthazar (poco después de que la abandone el mismísimo Houdini) será la clave para desentrañar los enigmas que giran, sobre todo, alrededor de la Nueva Colonia: una comunidad para artistas bohemios que huele un poco (o un mucho) a secta o culto extraño. Todo conectado, al parecer, con el próximo matrimonio de los viejos amigos de Alden, Preston y Minnie, que ha de celebrarse en el lujoso hotel Portal de Plata (donde es de suponer se alojaría habitualmente Randolph Carter antes de partir a su ignoto destino).

 

Narrada en primera persona por el propio Alden a un periodista curioso y ávido de una buena historia, aunque quizá no pueda publicarla nunca, El último ritual es una lectura ágil, divertente y curiosamente ambiciosa para pertenecer a un corpus motivado por la existencia de un juego de rol lovecraftiano. Dicho sin acritud. Lo cierto es que ante un hartazgo ya más que existencial, verdaderamente cósmico por la sobreabundancia de pastiches lovecraftianos y, especialmente, de los Mitos de Cthulhu, se agradece esta sorprendente y no siempre equilibrada mezcla de thriller ocultista netamente pulp, guiños y referencias al género y, sobre todo, homenajes a Lovecraft, con sus horrores dimensionales ancestrales, a la vez que a Scott Fitzgerald, con sus trágicos romances de lujo, alcohol, decadencia y elegancia, que hubieran posiblemente espantado al Maestro de Providence por su mundanidad, frivolidad y personajes amorales.

 

Lovecraft meets Salvador Dalí (1931 aprox.)

Pero la guinda a este pastel lovecraftiano, con curioso interés para el lector español, la pone, desde luego, conectar las tendencias vanguardistas del arte de la época, muy especialmente de Dadá y del Surrealismo, con el caos primigenio, los portales interdimensionales, los cultos arcanos, los sacrificios humanos y la fáustica búsqueda de trascendencia y conocimiento a toda costa de Juan Hugo Balthazar, aunque conlleve o precisamente porque conlleva la destrucción de la sociedad y de todo orden establecido, instaurando un anarquismo cósmico destructivo e impío.

 

Probablemente, HPL coincidiría en ver bajo esa misma oscura luz las principales aportaciones artísticas de las vanguardias de su tiempo, por las que tan poca estima sentía. Sin duda, ningún personaje más opuesto al carácter de Lovecraft que Salvador Dalí, encarnado en El último ritual por ese Balthazar que en lugar de bigote hipertrofiado luce una larga barba bifurcada al estilo Valle-Inclán, no menos excéntrica y llamativa. Aunque, por otro lado, si pensamos que ambos compartían simpatías monárquicas y aristocratizantes, así como idéntico desprecio por el comunismo y el socialismo, es posible que hubieran encontrado más de un tema en común de conversación. Al fin y al cabo, el soñador de Providence habría estado muy de acuerdo con el de Cadaqués, cuando este afirmaba contundente: “Mi trabajo consiste en la ejecución meticulosa de mis sueños”.


The Temptation of St. Lovecraft, por John Sumrow


Jesús Palacios 😈

https://www.aristasmartinez.com/

 

https://www.planetadelibros.com/libro-el-ultimo-ritual/335782

 

https://www.sasidor.com/

 

Foreign affairs – { feuilleton } (johncoulthart.com) 

 

https://www.inprnt.com/gallery/sumrow/






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