UNA CABALGADA POR EL AMOR Y LA MUERTE | Jesús Palacios
Aviso para viajeros: puede contener algún spoiler y muchas espuelas.
LONESOME DOVE. Larry McMurtry. Traducción de Rosa S. de Naveira. Valdemar. Col. Frontera, n.º 27. Madrid, 2022. 1.126 págs.
l viejo Larry McMurtry, cuyo fallecimiento en 2021 despertó muchas menos lamentaciones y expresiones de admiración que el del sobrevalorado Cormac McCarthy (dicho esto con sincero respeto para este último), llegó a cogerle cierta manía a su más famosa novela, Lonesome Dove, publicada en 1985 y galardonada con el premio Pulitzer a la mejor obra de ficción.
Su enorme popularidad, ensalzada y universalizada por la serie de televisión de 1989, protagonizada por Robert Duvall y Tommy Lee Jones amén de dirigida por el siempre eficaz Simon Wincer, se transformó para el autor en un fenómeno desmedido. Seguramente debía tener la impresión de que ocultaba y hasta quizá sepultaba en buena parte el resto de su extensa producción, incluyendo novelas, ensayos, biografías, cuentos y guiones cinematográficos. No es el primer caso en la historia de la literatura: todos sabemos lo que llegó a sentir Conan Doyle por Sherlock Holmes.
Robert Duvall (Gus McCrae) y Tommy Lee Jones (el capitán Call), en la celebrada adaptación televisiva de Lonsome Dove (1989) |
Es habitual encontrarse con las propias palabras de McMurtry refiriéndose a Lonesome Dove como una novela “menor”: “Pensé que había escrito sobre una época dura y sobre gente bastante dura, pero para el público general había producido algo más cercano a una idealización; en lugar del Infierno de Dante del pobre, lleno de violencia, infidelidad y traición, había entregado en realidad una especie de Lo que el viento se llevó del Oeste, un giro sobre el que estaré reflexionando durante mucho, mucho tiempo”. Bueno, reflexionó sin duda en ello pero, también como Doyle, no dejó de aprovecharlo: en la década siguiente publicaría tanto una secuela, Streets of Laredo (1993), como las precuelas Dead Man´s Walk (1995) y Comanche Moon (1997). Todas ellas convertidas con éxito en nuevas series televisivas.
La mala noticia para McMurtry es que puede que no le faltara algo de razón en su autocrítica. La buena para nosotros es que Lonesome Dove es, quizá por esos mismos teóricos “defectos”, una espléndida novela. Uno de los últimos y mejores wésterns literarios del siglo XX, perfectamente disfrutable tanto para los amantes del género como para quienes solo se acercan a él ocasionalmente.
Quien quiera leer la crónica de la Frontera del Oeste americano considerada como un Infierno dantesco, hará mejor en abrir las páginas abigarradas, arduas y barrocas de Meridiano de sangre de McCarthy, aparecida el mismo año y plagadas de horrores, violencia sin sentido, personajes deleznables y, sobre todo, de una retórica gótica, bíblica y alegórica que, en alas del lenguaje complejo y poético, de los flujos de conciencia y otros recursos modernistas propios de la prosa de su autor, la convierten en esa clase de novela que nadie puede decir que no le gusta, porque parecería quedar en mal lugar. Como si fueras tonto, vamos.
Peculiar portada francesa de Meridiano de sangre, por Dodo le samouraï |
En Lonesome Dove no faltan tampoco ni horrores, ni violencia, ni personajes poco o nada ejemplares, gente dura, como decía McMurtry, en tiempos duros. Pero, he ahí su gran pecado y nuestra mayor fortuna, habitan una prosa esclarecida, de claridad prístina y construcción perfecta, llena de sentido del humor, diálogos brillantes y descripciones ajustadas. Es decir, con la medida justa de lirismo poético y simbolismo soterrado al tiempo que de funcionalidad narrativa y eficaz progresión dramática de acción y personajes. Personajes que son siempre o casi siempre complejos y multidimensionales, profundamente humanos, paradójicos y ambiguos, ganándose nuestro afecto e interés, incluso cuando a veces cometan terribles errores con no menos terribles consecuencias. O quizá sobre todo por eso.
Para quien no lo sepa, Lonesome Dove, nombre del poblacho en el suroeste de Texas, junto al Río Grande y la frontera con México, donde comienza la acción, narra la historia de un ficticio pero no poco realista arreo de ganado, en la segunda mitad de la década de 1870, desde esa misma población texana hasta las tierras todavía vírgenes de Montana. Alrededor de casi cinco mil kilómetros (o tres mil millas), que los protagonistas han de atravesar con varios miles de cabezas de ganado y de caballos, un carromato, un toro bravo, dos cerdos enormes y, peor aún, una mujer. Lo que les ocurre a lo largo de esta travesía ocupa la mayor parte del libro, y no puede ni debe contarse, más allá de decir que se convierte en poco menos que una summa teleológica del wéstern como género: la vida del cowboy, la ley de la horca, la naturaleza salvaje, indios, forajidos, sheriffs, prostitutas (no del todo de buen corazón), mexicanos, encuentros con el ejército, salones, tahúres, comancheros…
Un auténtico cowboy vigilando el ganado. Fotografía de Erwin E. Smith (1907). Librería del Congreso de Estados Unidos |
Dos carismáticos personajes, veteranos rangers de Texas retirados (quedan pocos indios y bandidos en la región por pacificar) forman la pareja protagonista principal, inspirada, en palabras del propio McMurtry, en el modelo de Don Quijote y Sancho: el capitán Woodrow F. Call y el capitán Augustus “Gus” McCrae, que encarnan, también según el autor, los principios estoico, el primero, y epicúreo, el segundo, además de estar inspirados en los auténticos conductores de ganado Charles Goodnight y Oliver Loving (el primero incluso hace una breve aparición en el libro, al igual que otros personajes históricos). Ambos, con sus personalidades contrapuestas y constantes diálogos enfrentados, sirven de hilo conductor a una miríada de situaciones y variopintos caracteres, construidos con trazo firme y profundo al tiempo, cuyas aventuras y desventuras, sueños y pesadillas, conforman el tapiz eminentemente coral de la novela.
Por supuesto, Lonesome Dove es un wéstern moderno, una obra profundamente revisionista e incluso en la frontera de la posmodernidad, aunque sin cruzar nunca, por suerte, la línea de lo verosímil, permaneciendo siempre dentro de un muy agradecido clasicismo formal. Está plagada de referencias y guiños, tanto históricos como literarios, cinematográficos y culturales, pero estos se integran en la historia sin reclamar atención para sí, del mismo modo que la prosa de McMurtry, si a menudo nos sorprende con pasajes de emotivo lirismo, con una profunda penetración psicológica en las motivaciones de sus personajes y, desde luego, con una descripción detallada y realista de la vida en la Frontera, nunca cede a la tentación de la hipérbole, el barroquismo, la experimentación o el virtuosismo gratuitos.
En Lonsome Dove, sus múltiples protagonistas, que se cruzan y entrecruzan a lo largo de sus páginas dejando un rastro a menudo de muerte, desesperación, tragedia y dolor, también son seres dotados de la capacidad para soportar y superar (o no) sus ordalías personales, para afrontar las contingencias de una vida dura y salvaje como pocas, con humor y sencillez, sin por ello caer nunca en un fácil sentimentalismo u optimismo. Todo lo contrario.
Un grupo de cowboys de Nuevo México en 1904, fotografiados por W. D. Harper. Librería del Congreso de Estados Unidos. |
Según avanza el gran rebaño por desiertos, ríos y praderas, entre tormentas de arena, granizo y nieve, sembrando tumbas como tristes mojones de su paso a lo largo del camino, McMurtry hace planear siempre sobre el lector la sombra de la muerte y la tragedia, hasta llegar a un tercio final de alto dramatismo y mágica atmósfera casi legendaria, que no solo nada tiene que envidiar a los excesos poéticos y alegóricos de McCarthy sino que, en mi siempre poco humilde opinión, los supera al evitarlos, para volver a poner siempre los pies en el suelo, pisando con firmeza en el territorio de un humanismo escéptico pero no cínico, lleno de empatía y simpatía por sus personajes, buenos, malos o regulares, cuando no todo lo contrario.
En raras ocasiones ha conseguido el wéstern, tanto literario como cinematográfico, representar como aquí en toda su inmensa desolación, maravilla y terror la magnitud geográfica de la Frontera americana, el paso del tiempo y la insignificancia del hombre en medio de sus llanuras, desiertos, bosques y cañones. Tanto Kevin Costner como el S. Craig Zahler de Bone Tomahawk (2015) han aprendido bien su lección. (Ver en este mismo blog GUSANOS DE LA FRONTERA - Rellenando agujeros en el Weird Western )
McMurtry quizá se arrepintiera de hacer demasiado accesible a los lectores la grandiosa y trágica aventura de la Frontera americana, con su intrahistoria de violencia y crueldad, en lugar de plantear un infierno irredento e irredimible, construido narrativamente con un estilo igualmente infernal, críptico y de dificultosa lectura. Yo no. Pocas veces me he reído tanto con un libro donde la muerte es tan omnipresente, las historias de amor acaban mal (on general, como dice la canción) y nada sale o resulta como estaba previsto por sus personajes.
Pero es, precisamente, de ese delicado equilibrio de donde surge la autenticidad de Lonesome Dove, que al mismo tiempo que revisa la historia entera del wéstern —desde El Virginiano (Valdemar Frontera, 17) de Owen Wister, publicada en 1902 (¿Qué otra cosa es el alegre pero poco fiable Jake Spoon que un nuevo Trampas?), hasta el Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969) de Peckinpah (¿no nos parece ver al final de su lectura los rostros encadenados de todos los personajes fallecidos en la aventura, fundiéndose entre sí con alguna canción vaquera o mexicana de fondo?)—, nos ofrece un fresco coral de la vida en el Oeste de una autenticidad pasmosa.
En Lonesome Dove, cuyas más de mil páginas se leen con singular fluidez, no faltan tiroteos, estampidas, tormentas en la llanura, linchamientos, peleas e incursiones… Pero la mayoría de la gente muere de la forma idiota, lógica y nada espectacular propia de un tiempo y un lugar hostiles y despiadados: por pisar un nido de serpientes, por recibir una coz en la cabeza, por una mala caída de caballo, por clavarte una espina de cactus, por una infección o un simple resfriado.
Las mujeres se vuelven locas y vuelven locos a los hombres, mientras estos las maltratan, idolatran, violan o ni siquiera llegan a conocer alguna (bíblicamente hablando) en toda su vida. Los defensores de la ley se convierten en ladrones de caballos, los indios pueden ser desde feroces hostiles capaces de comerte el hígado hasta desgraciados muertos de hambre (y morir uno estúpidamente a manos de los segundos en lugar de los primeros). Las putas se enamoran desesperadamente de quien no deben, mientras sus honestos enamorados se suicidan y un sheriff puede llevar años haciendo su trabajo sin haber disparado un tiro… La comedia humana goes West. No es Dante, sino Balzac, quien atraviesa estas páginas.
Por ponerlo en términos cinéfilos, Lonesome Dove, que en sus orígenes fuera un guion de cine destinado a ser protagonizado por (¡agárrense que vienen curvas!) John Wayne, James Stewart y Henry Fonda, vendría a ser como un wéstern de Howard Hawks —de los escritos por la siempre ingeniosa y brillante Leigh Brackett (UN VAMPIRO BLANCO EN ÁFRICA | Jesús Palacios)—, revisado por el Robert Altman de Nashville (1975), El juego de Hollywood (The Player, 1992) o Vidas cruzadas (Shortcuts, 1995), pero filmado finalmente por el Robert Aldrich de La venganza de Ulzana (Ulzana´s Raid, 1972). Literariamente hablando, una combinación casi perfecta de costumbrismo, épica, lírica, picaresca y tragedia, que abraza la concepción netamente crepuscular del género, propia de la generación a la que pertenecieran tanto McMurtry como McCarthy.
Como si Río Rojo (Red River, 1948) de Hawks la hubieran escrito Leigh Brackett y Robert Altman, pero filmado Robert Aldrich |
McMurtry se inscribe de forma voluntaria en el último aliento de la gran novela americana. Lonesome Dove, no pese, sino gracias a su vocación realista y desmitificadora, está a la postre en la estela de las mejores obras del género como Broncho Apache (1936) de Paul I. Wellman, The Ox-Bow Incident (1942) y The Track of the Cat (1949) de Walter Van Tilburg Clark, Bajo cielos inmensos (1947) de A. B. Guthrie Jr (Valdemar Frontera, n.º 1), quien ganaría también el Pulitzer con su continuación: The Way West (1949), Pequeño Gran Hombre (1964) de Thomas Berger (Valdemar Frontera, n.º 24), Valor de ley (1968) de Charles Portiss (Debolsillo), El pistolero (1975) de Glendon Swarthout (Valdemar Frontera, n.º 21) o Warlock (1958) y Bad Lands (1978) de Oakley Hall (Galaxia Gutenberg). A ellas sumo yo ahora (más vale tarde que nunca) Lonesome Dove.
Es posible, volviendo al inicio, que McMurtry prefiriera ser recordado por The Last Picture Show o por La fuerza del cariño, novelas y películas correspondientes. Es posible que siguiera abundando en el “universo LD”, que, como bien señala Alfredo Lara en su prólogo no tiene nada que envidiar a la Tierra Media o al mundo de Juego de tronos en capacidad adictiva, solo por interés crematístico y profesional. Ni lo sé, ni me importa. Tampoco he visto la serie televisiva ni sus continuaciones. No sé si lo haré algún día. Pero sí sé que mi amor por el wéstern y la narrativa de Frontera americana ha quedado totalmente colmado por la lectura de Lonesome Dove, novela “menor” de Larry McMurtry pero auténtico novelón al viejo estilo, de toda la vida. De los de empezar a leer y no parar desde la primera a la última página, hasta saber qué demonios les espera a sus tragicómicos, patéticos, heroicos, divertidos, tristes y fabulosos personajes.
Gus & The Boys, por el pintor del Oeste Dave Powell |
Y mientras que, sin despreciar sus muchos valores, que los tiene, dudo que alguna vez quiera volver a estar en compañía de los protagonistas de Meridiano de sangre, no descarto que algún día vuelva a frecuentar la de Pea Eye, el negro Deets, el ingenuo Newt, el romántico Dish, el turbio Jake Spoon, el torpe July Johnson, Po Campo y sus saltamontes fritos, los irlandeses hermanos O´Brien o Lorie, involuntaria femme fatal de la Frontera, pero, sobre todo, la de los carismáticos, viriles, absurdos e inseparables Gus McCrae y el capitán Call. Eso sí: con un ojo vigilando siempre para no caer en manos del sanguinario mestizo renegado Blue Duck. Si después de leer esto no tienes redaños para viajar a Lonesome Dove es que el wéstern no está hecho para ti.
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