EROGURO EN NOIR | Jesús Palacios


LIBROS

Este artículo NO CONTIENE SPOILERS

BLANCO Y NEGRO. Tanizaki Junichirō. Traducción y prólogo de Daniel Aguilar. Ed. Satori. Col. Maestros de la literatura japonesa. Gijón, 2023. 252 págs.

 

La obra de Tanizaki Junichirō (1886-1965) es poco menos que inabarcable, pese a que lentamente, gracias sobre todo a la loable labor de la editorial Satori, vamos atisbando no solo su sorprendente exuberancia sino también su variedad. Cierto es que en buena medida las obsesiones del autor se repiten a lo largo de toda su carrera literaria. Aunque hay una clara evolución desde sus primeros relatos y novelas de corte occidentalizado, decadente y modernista hasta su posterior recuperación y defensa de la tradición japonesa clásica, permanecen siempre incólumes su regusto sensual y sensualista, su inclinación por el erotismo perverso, el humor negro y la mezcla de géneros y tonos, entre el drama, la comedia, la tragedia, la sátira y hasta la parodia, presentes tanto en novelas de su primera etapa como Naomi (1924), publicada por Siruela en castellano, o Arenas movedizas (1928-1930), editada por Satori, como en las posteriores y más conocidas La vida enmascarada del señor de Musashi (1935) o La llave (1956), ambas publicadas por Satori.

 

Ahora, se suma a este panorama, esencial no solo para comprender la personalidad de uno de los autores japoneses más importantes del siglo XX sino también la de su propio país y cultura moderna, la aparición de Blanco y negro, suerte de personal aproximación del escritor a la novela policial o de suspense criminal, publicada por entregas entre marzo y julio de 1928, en el popular periódico Tōkyō Asahi Shinbun. Y digo “suerte de…” porque no se trata, desde luego, de una obra del género al uso.

 

Tanizaki Junichirō (1886-1965) ¿escritor de novela negra? No, pero...

Aunque es cierto, como explica Daniel Aguilar en su conciso e informativo prólogo, que Tanizaki contribuyó al desarrollo de la literatura policíaca y de misterio en Japón con bastantes relatos y alguna que otra novela, sirviendo además de inspiración al más canónico Edogawa Rampo, de quien fuera amigo y modelo, Blanco y negro dista mucho de cumplir con las normas básicas del relato detectivesco, ni en su formato clásico de novela enigma, ni en el más moderno del noir o género negro, tal y como evolucionaría a partir de la escuela hard boiled estadounidense y de la psicológica francesa.

 

Blanco y negro, casi como no podía ser de otra manera tratándose de su autor, es una sorprendente muestra de la modernidad de Tanizaki. Un ejercicio posmodernista avant la lettre de autoironía, autorreferencialidad y metaliteratura, que reflexiona a través de forma y contenido tanto sobre las características del propio género de suspense criminal, como sobre el escenario literario, cultural y social del Japón de su tiempo, recién salido de la cosmopolita Era Taishō y ya en los primeros años de la Shōwa. Es decir: la Era del eroguro nonsensu, con su apogeo del erotismo desatado, el influjo de Occidente —de Hollywood a la Unión Soviética pasando por Francia e Inglaterra—, y el cenit de la nueva bohemia nipona en general y tokiota en particular, con su cortejo de postureo decadente y decadentista, nihilismo, modernidad, hedonismo e iconoclastia.

 

Aunque no llega a los extremos de las obras eroguro más grotescas, Blanco y negro participa en alguna medida de los estertores de esta suerte de movimiento o, más bien, corriente cultural que impregnó de sexo perverso, humor negro, misterio y sensualidad la sociedad japonesa de los años veinte y gran parte de los treinta (https://satoriediciones.com/libros/eroguro/).

 


A grandes rasgos y por mor de no revelar indebidamente las agradecidas sorpresas que depara su lectura, la historia que nos cuenta Blanco y negro es la de Mizuno, escritor de popularidad quizá en declive, que acaba de publicar por entregas una novela “satánica” sobre la comisión del “asesinato perfecto” a cargo de un personaje amoral, decadente y perverso que viene a ser trasunto de sí mismo. Aquí es donde comienzan ya los juegos de espejos deformantes y muñecas rusas, pues resulta evidente que Mizuno es a su vez irónico alter ego del propio Tanizaki, considerado por aquel entonces entre crítica y lectores como un escritor occidentalizado, igualmente “satánico” y amoral, si no inmoral.

 

El ingenio de Tanizaki, pese a que ocasionalmente, como a tantos otros autores por entregas, se le vaya un poco el santo al cielo, es tal que no le importa burlarse de su personalidad pública, presentando un autorretrato poco halagüeño del escritor a la moda eroguro del momento: vago, mujeriego, tacaño, pretencioso, sablista, envidioso y mal tomado, que diría un asturiano, no se diferencia ni mucho ni poco del literato bohemio universal, recordando también a los poseurs de la decadencia francesa o anglosajona y, quizá más aún, a los escritores españoles del Madrid de la media tostada, al estilo de Pedro Luis de Gálvez, Armando Buscarini o el primer Emilio Carrere. Al mismo tiempo, Tanizaki da pie a la burla razonable de aquellos críticos y lectores que tanto entonces como ahora confunden autor con personaje, culpando al primero de los crímenes o comportamientos inmorales del segundo, sin parar mientes en la enorme distancia y diferencia entre realidad y ficción. Algo de lo que mucho saben Cronenberg, Brett Easton Ellis o nuestro buen amigo Hernán Migoya (Ver en este blog DETECTIVE SIN LICENCIA).

 

Las populosas calles del cosmopolita Tokio de los años 20

Precisamente, esta diferencia es el principal elemento del crimen con el que juega Blanco y negro, implícito tal vez en su propio título. Pues Mizuno, obsesionado con una errata por la que los lectores pueden reconocer en la víctima de su asesino imaginario a la persona real sobre la que ha basado el personaje, se ve arrastrado por su fantasía a una situación netamente paranoica: ¿qué pasaría si la persona auténtica que ha servido de modelo a su víctima de ficción, ahora reconocible para el lector debido a su desliz, fuera asesinada de verdad? ¿No sería el autor de la novela, el propio Mizuno, principal sospechoso de haber querido plasmar materialmente su perfecto crimen literario? Comienza entonces una carrera contra reloj para escribir una secuela de la obra (otro rasgo de modernidad), que pueda exculpar a Mizuno de un crimen que aún no ha ocurrido y que puede no ocurrir jamás.

 

Contra esta decisión absurda, aunque dotada de cierta lógica morbosa, juegan la pereza, hedonismo y debilidad de carácter del escritor, quien, en lugar de seguir su plan original, se deja llevar por una pasión erótica delirante tras un encuentro casual con una misteriosa prostituta que cultiva la provocativa imagen occidentalizada de la moga o modern girl, con la que inicia un tórrido romance de pago, cuya naturaleza sadomasoquista y excesiva se apunta sutilmente, poniendo en peligro su obra, su escaso dinero y quizá hasta su vida.


Las seductoras mogas (modern girlsque traen de cabeza al protagonista de la novela

Empleando todos estos elementos, alguno de tinte ciertamente autobiográfico, Tanizaki construye una trama paranoica, desquiciada y obsesiva, con rasgos de profecía autocumplida, que remite en muchos aspectos a las obras de Poe y Dostoyevski, pero también, sin duda, a la novela criminal anglosajona y francesa, tan de su gusto, constituyendo por otra parte un retrato fresco, satírico y certero de los estertores del mundo y la época eroguro, trufado de referencias a los estrenos cinematográficos internacionales del momento (impagable la escena en la que Mizuno se encuentra con su “falsa” víctima en un cine durante la proyección del Chang [1927] de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack), los bares y locales a la moda occidental, sus mogas y mobos (modern boys), sus entresijos literarios y la conflictiva personalidad del escritor comercial con pretensiones artísticas (o a la inversa), víctima tanto de su propio carácter como de una cadena de circunstancias grotescas, que parecen conducirle indefectiblemente a la tragedia.

 

La dama desconocida (The Phantom Lady. Robert Siodmak, 1944). Adaptación del clásico de William Irish, del que Blanco y negro supone curioso precedente

Por todo ello, si bien es cierto que Tanizaki utiliza constante y conscientemente algunos aspectos propios del relato criminal, y aunque también es cierto, como apunta Aguilar en su prólogo, que Blanco y negro se adelanta de forma sorprendente al clásico noir de William Irish (Cornell Woolrich) The Phantom Lady (1942), conocido por estos lares como La mujer fantasma o como La dama desconocida, en realidad no se adapta en absoluto a los moldes del género en ninguna de sus variantes, aunque esté más próxima sin duda al suspense psicológico que al cuento detectivesco. Más bien, adopta estilemas e ideas de este para, como en gran parte de su obra, cuestionar la naturaleza humana, burlarse de pretensiones y convencionalismos sociales, plasmando un mundo absurdo (la parte nonsense del eroguro), que va cobrando tintes cada vez más y más kafkianos, atrapando a su antihéroe en una telaraña no muy distinta ni distante de aquella de la que es víctima aciaga el arquetípico Josef K. de El proceso (1924).

 

Desconozco si Kafka había sido traducido ya al japonés para la época en la que escribió y publicó Tanizaki Blanco y negro, cuatro años después de que Max Brod diera a conocer su versión de la inconclusa novela del genio judío de Praga. Me inclino a creer que no. El boom de Kafka en Japón tuvo lugar tras la Segunda guerra mundial. Desde luego, hay notables diferencias entre el universo abstracto de El proceso y la muy reconocible sociedad nipona descrita por Tanizaki en esta y otras de sus obras del periodo, pero es innegable el sesgo kafkiano que cobra la peripecia de Mizuno, aunque sea también común a otros personajes “inocentes” perseguidos, típicos del género de suspense, así como al tópico del artista decadente, perverso y nihilista —a menudo mucho menos de lo que quiere hacernos creer—, arrastrado por sus ficciones hasta convertirlas en oscura realidad.

 

Anthony Perkins en El proceso (The Trial. Orson Welles, 1962): Josef K. y Mizuno,
¿destinos paralelos?

Pese a ciertas reiteraciones propias de la narrativa por entregas Blanco y negro se devora de forma imparable, atrapados por su singular, artificiosa y delirante intriga tanto como por su atípico, antipático, despreciable y sin embargo enternecedoramente humano protagonista. En ella, Tanizaki consigue no solo plasmar una variante extremadamente personal del género criminal, que prescinde de móviles para el asesinato tanto como de villano, héroe o investigación alguna, así como un retrato del artista bohemio nipón de la época —que recuerda alguno de los magistrales relatos de quien fuera su padrino literario, Nagai Kafu (véase Una extraña historia al este del río. Satori)—, sino también adelantarse en varias décadas al sesgo kafkiano, existencialista y absurdista de futuros escritores japoneses como Kōbō Abe (parentesco que señala Aguilar), Yasutaka Tsutsui o los dos Murakami, Haruki y Ryu, cada uno a su peculiar manera.

 

Otra prueba más, si hiciera falta, de la influyente personalidad y perenne actualidad de la obra de Tanizaki, una de las cumbres de la literatura japonesa y universal del siglo XX, empapada aquí con los embriagadores y demenciales aromas de un cierto eroguro nonsensu satírico y sofisticado, teñido de noir.  


👉 https://satoriediciones.com/libros/blanco-y-negro/

Jesús Palacios 😈








Comentarios