PELÍCULAS QUE HOY NADIE PODRÍA O QUERRÍA HACER… (Y ALGUNOS NI SIQUIERA VER) - TERCERA ENTREGA | JESÚS PALACIOS


CÓMO MATAR A LA PROPIA ESPOSA (How to Murder Your Wife). EE.UU., 1965 D.: Richard Quine. G.: George Axelrod. I.: Jack Lemmon, Virna Lisi, Terry-Thomas, Eddie Mayehoff, Claire Trevor. 


👉 Cuidado, este artículo contiene spoilers.

 


3ª Parte

Notas en torno a Cómo matar a la propia esposa.

Sobre comic strips, héroes del cómic y otras historias de la historieta 


George Axelrod tenía siempre puesto un ojo inquisitivo, observador y agudamente crítico en la industria del entretenimiento y la cultura pop estadounidense. En su obra original Will Success Spoil Rock Hunter? el objeto de su sátira es el mundo de los guionistas de Hollywood, los agentes literarios y las estrellas al estilo Marilyn; en Confessions of a Nervous Man (1953), escrita para la televisión y protagonizada por Art Cartney, el propio Axelrod confiesa su ansiedad ante la presión de la crítica y el competitivo mundo de Broadway, mientras espera el veredicto de la prensa sobre su nueva obra; en la deliciosa Encuentro en París (Paris – When It Sizzles, 1964), dirigida también por Quine y basada en el filme francés La fiesta de Henriette (La fête à Henriette. Julien Duvivier, 1952), vuelve al tema del guionista-estrella, sus fantasías y el bloqueo de escritor, mientras en Todo por amor son el nuevo mundo adolescente de los años sesenta, la educación moderna y hasta las películas de playa juveniles el motivo de su burla, volviendo con La vida secreta de una esposa norteamericana a la obsesión de Hollywood por los sex symbols y su impacto en la vida de las personas “normales”. No es de extrañar que el éxito de las tiras de cómic para prensa llamara también su atención, como instrumento para cargar de nuevo contra la hipocresía sexual y las costumbres del estadounidense medio.

 

Todo por amor (Lord Love a Duck, 1966)

Hoy, cuando especialmente fuera de Estados Unidos y el mundo anglosajón, la comic strip es un arte e industria prácticamente muerto; cuando el reinado de los héroes de papel como Flash Gordon, el Hombre Enmascarado, Dick Tracy, el Príncipe Valiente, Ben Bolt, Rip Kirby, Julieta Jones, Mandrake el Mago, Johnny Hazard, Brenda Starr o Brick Bradford ha sido sustituido por el de los superpoderosos, omnipresentes y finalmente superaburridos superhéroes, resulta poco menos que imposible entender que Stanley Ford, el dibujante de historietas para prensa protagonista de Cómo matar a la propia esposa sea un auténtico millonario playboy, hedonista propietario de una mansión, asiduo de un exclusivo club privado, con mayordomo para todo y licencia para amar y divertirse hasta el amanecer. Pero en los años cincuenta y hasta finales de los sesenta, cuando el medio empezó a decaer, sustituido por el formato comic-book, la página de cómics sindicada de los periódicos era insustituible para chicos y grandes. El ansiado descanso y solaz para la vista y la mente al final del “tabloide” —o del suplemento dominical—, después de los disgustos y sinsabores de las noticias internacionales con sus guerras frías y calientes, política, negocios y deportes.

 


Abarcando todos los géneros y subgéneros populares, todos los estilos y personajes posibles e imposibles, la tira de cómic ofrecía algo para todo el mundo: hombres, mujeres y niños. En los cincuenta y primeros sesenta los vaqueros Hopalong Cassidy, Roy Rogers y El Llanero Solitario; los detectives y agentes secretos Rip Kirby, Kerry Drake, Dick Tracy o Phil Corrigan (Agente Secreto X-9); el mago Madrake, héroes del espacio como Flash Gordon o Brick Bradford, aventureros como Steve Roper, The Phantom, Steve Canyon y Johnny Hazard o deportistas como el boxeador Big Ben Bolt, conquistaban a grandes y pequeños, mientras las chicas y no tan chicas seguían con pasión las aventuras y desventuras sentimentales de Julieta Jones, Big Sister, las Modest Maidens, Etta Kett o Ella Cinders. Y todos disfrutaban por igual con las historietas cómicas de Barney Googles, Blondie, Li´l Abner, Henry, Alley Oop, Bringing up Father, los clásicos Disney y Warner o las primeras apariciones de los Peanuts y de Pogo. Something for everybody.

 


Imposible comprender ahora en su justa extensión la influencia e impacto social, cultural e incluso político que tuvieran tiras y personajes de éxito masivo como Little Orphan Annie, Blondie, Li´l Abner, Krazy Kat, Popeye o Beetle Bailey, por nombrar alguna. Escritores como Ray Bradbury o John Updike les dedicaron apasionadas páginas; muchas pasaron al cine, la televisión y hasta el teatro, se convirtieron en novelas y, en general, permearon la sociedad estadounidense tanto o más como lo hicieran las revistas pulp de los años veinte y treinta, el cine de Hollywood o las series televisivas. Suscitaron censuras y controversias, apoyaron a uno u otro partido político, conservadoras o liberales, realistas o fantásticas, escapistas o críticas con la sociedad, sutilmente adultas bajo una capa de humor infantil o deliciosamente cargadas de sentido de la maravilla y aventura bajo un dibujo realista y clásico, vanguardistas o tradicionales, las tiras de cómic para prensa fueron parte fundamental de la cultura de masas, popular y moderna de los Estados Unidos y, por extensión, del mundo occidental, a lo largo de todo o casi todo el siglo XX.

 

Obviamente, George Axelrod era muy consciente de ello y Cómo matar a la propia esposa, junto con Artistas y modelos y la deliciosa fantasía cómica checa Who Wants to Kill Jessi? (Kdo chce zabít Jessii? Václav Vorlícek, 1966), que a punto estuvo de tener remake hollywoodiense protagonizado por Jack Lemmon y Shirley MacLaine —proyecto truncado por la invasión soviética que puso trágico punto final a la Primavera de Praga—, es uno de los escasos y más conseguidos ejemplos de aproximación cinematográfica al mundo y el lenguaje de la historieta en general y de la comic strip en particular.

 

Who Wants to Kill Jessi? (1966), la comedia de ciencia ficción y cómic checa, con dibujos originales de Kaja Saudek

Para ofrecer al espectador el mayor realismo posible en su recreación del trabajo de un profesional del cómic, desde el primer momento los productores quisieron tener en nómina a un artista con talento bien probado, que dibujara convincentemente las tiras obra del protagonista de la película, cuyo personaje, Bash Brannigan, debía también mostrar un convincente parecido caricaturesco con el propio Lemmon, así como para servir también de “doble de manos” del actor en los planos donde se le vería dibujando. El primer elegido fue el entonces todavía joven pero ya experimentado y genial Alex Toth (1928-2006).

Autorretrato de Alex Toth

Aunque más recordado por su trabajo en el comic-book, las revistas Warren e incluso en la animación televisiva, maestro del blanco y negro y del trazo expresivo, sintético y casi expresionista, heredero de la tradición de Milton Caniff y Frank Robbins —que llevarían a su paroxismo artistas “italoargentinos” como Hugo Pratt, Alberto Breccia o José Muñoz—, Toth había trabajado también como “negro” en la clásica comic strip del Oeste Casey Ruggles de Warren Tufts. Pese a que la gran mayoría de su carrera se desarrollaría dentro de la cada vez más potente industria del comic-book y en revistas como Creepy, Eerie o Vampirella, Toth había aprendido a amar su profesión admirando, leyendo y emulando a Caniff, Alex Raymond y Harold Foster. Curiosamente, su colaboración en Cómo matar a la propia esposa le ofreció la posibilidad de, brevemente, hacer realidad su sueño de convertirse en exitoso artista de tiras para prensa.


Tiras de Alex Toth para Cómo matar a la propia esposa

Contratado a través de Fritz Freleng, Toth crearía para la promoción de la película un total de trece episodios protagonizados por el personaje, entonces bautizado aún como Steve Bentley, Secret Agent (después reconvertido en Bush Brannigan). Su trabajo es una verdadera delicia. Una recreación perfecta del estilo de los cómics protagonizados por detectives, espías y aventureros como Rip Kirby, Johnny Hazard, Phil Corrigan o El Santo de Mike Roy y Bob Lubbers, con un protagonista cuyo rostro es también sin duda alguna el de Jack Lemmon.


Más muestras del trabajo de Alex Toth para el filme

Desgraciadamente, la participación de Toth en la película se vio frustrada por dos graves problemas: el carácter peleón y exigente del artista y el hecho, ineludible, de que Jack Lemmon era diestro mientras Toth dibujaba con la mano izquierda, lo que convertía en imposible que sus manos fueran utilizadas para doblar a las del protagonista. Pese a que se prescindió de sus servicios y se cambió el nombre del héroe creado para la ocasión, algunos diseños de Toth se siguieron utilizando, por ejemplo, para confeccionar las camisetas del reparto, incluyendo la que luce el propio Lemmon en algunos momentos del filme.

 


A fin de sustituir a Toth, Freleng recurrió a un espléndido profesional hoy, como tantos otros, caído en el olvido, pero que gozaba de una firme posición en la industria y el arte de las tiras de prensa y el comic-book, iniciando también poco después una fructífera carrera en los dibujos animados: Mel Keefer (1926-2022), fallecido el pasado año sin que apenas nadie lo hiciera notar.

 

Autorretrato de Mel Keefer

No era la primera vez que Keefer heredaba un trabajo de Toth, con el cual sin embargo apenas tuvo relación personal alguna. Había sido ya el encargado de continuar la serie de cómic El Zorro para Disney, con excelentes resultados que poco tienen que envidiar a los de Warren Tufts o el propio Toth. Aunque su tira de prensa de mayor éxito sería la protagonizada por el campeón de golf Marc Divot, creada para el Chicago Tribune Syndicate, que duraría veinte años, de 1955 a 1975, ejemplo perfecto de historieta realista deportiva, Keefer había trabajado también con mano experta en personajes policíacos como Perry Mason, para el King Features Syndicate, basado en la popular creación del escritor Erle Stanley Gardner, o la versión en tira de prensa de la serie televisiva Dragnet, además de en wésterns como Gene Autry y Rick O´Shay.

 

Perry Mason, un clásico policial de Mel Keefer

Fanático de Raymond, Foster, Al Capp, Ham Fisher, Tufts o el dibujante deportivo Willard Mullin, Keffer había estudiado en la escuela del veterano Jefferson Machamer (1900-1960), famoso por sus historietas e ilustraciones protagonizadas por glamourosas chicas capaces de competir con las Gibson´s Girls, adquiriendo así un perfecto conocimiento del dibujo realista, desarrollando un profundo talento para la narración secuencial, gracias a su dinámico empleo de la anatomía, la planificación y la acción, virtudes muy necesarias para los géneros que trabajara habitualmente (a veces con el seudónimo de Otto Graff, como en la tira médica Willis Barton, M.D.).

 

Un ejemplo del arte de Jefferson Machamer, maestro de Keefer


Aunque Toth había realizado un trabajo estupendo con las tiras promocionales para el filme, Keefer intentó por todos los medios prescindir de ellas, redibujando con su propio estilo los episodios que debían ser mostrados en pantalla. Lo único que lamentaría Keefer de su experiencia en Hollywood es que pese a varias reuniones con Richard Quine, los productores y, en al menos una ocasión, con Lemmon, nunca tuvo oportunidad de coincidir en el plató con la hermosa Virna Lisi.

 



Por último, no podemos dejar de citar también en este repaso gráfico a la película al caricaturista, artista de cómic, novelista, guionista y escritor de libros juveniles, ganador del premio Edgar, Kin Platt, quien, enviado por el L. A. Times al rodaje de Cómo matar a la propia esposa, dio testimonio del mismo en un fabuloso reportaje ilustrado con estupendas caricaturas de sus protagonistas.

 

Reportaje gráfico del rodaje del filme por Kin Platt, para el L. A. Times



Epílogo
Malos tiempos para la sátira


Terminamos aquí nuestra épica oda a Cómo matar a la propia esposa, una de las películas que más veces he visto y disfrutado a lo largo de mi vida, solo o en compañía de otros. Ejemplo perfecto de un estilo de cine y, en general, de narración satírica, sanamente sofisticado, cruel, sarcástico, ácido y demoledor al tiempo que complejo, emotivo, ambiguo y hasta paradójicamente romántico, de forma igualmente sana y desprejuiciada. ¿Cuál es su legado?

 

Wilt (1989): esposa abusona, asesinato fingido, muñeca de plástico, obras de construcción…


Quizá el escritor Tom Sharpe tendría una o dos cosas que decir al respecto, teniendo en cuenta que su novela Wilt (1976), auténtico superventas a lo largo de todos los ochenta, posee algo más que un parecido razonable con el guion de George Axelrod, muñeca incluida. Es curioso que pese a ello nadie lo hiciera notar nunca, ni respecto al libro ni a su adaptación cinematográfica de 1989, firmada por Michael Tuchner. En cualquier caso, esto es en realidad poco más que anecdótico, sobre todo teniendo en cuenta que la obra de Sharpe es hoy también pasto del más conveniente olvido, debido a sus no pocas burlas y escarnios de la vida en pareja, el matrimonio, las convenciones sociales y las amas de casa británicas inmaduras y abusonas, que le dan a esta y las subsiguientes aventuras y desventuras de su protagonista cierto aire misógino poco conveniente estos días, en los que el propio gobierno inglés ha estudiado la propuesta de incluir la misoginia entre los “delitos de odio” tipificados en su código legal. Propuesta que, finalmente, en un extraño ataque de sentido común, fue rechazada.

 

Los verdaderos legados de Cómo matar a la propia esposa, casi diríamos que ocultos hoy conscientemente a la virginal mirada del espectador ofendible y ofendidito del siglo XXI, son, por un lado, cómo su combinación de comedia de costumbres, humor negro, parodia del género criminal, farsa erótica y sátira social, se manifiesta a través de un uso creativo, orgánico y ejemplar de la narrativa gráfica del cómic como fenómeno artístico, comercial y cultural, además de cómo forma de expresión característica del siglo XX.

 


Cómo matar a la propia esposa reconoció antes de que llegaran los teóricos del “arte secuencial” y “la literatura dibujada” su potencial, relevancia y poder performador, al mostrar la historieta como vehículo de los deseos secretos no solo de su autor o autores, sino también de sus millones de lectores, pertenecientes a todas las clases, profesiones y ámbitos sociales. Antes de que se popularizaran el análisis semiótico o sociológico del cómic, antes de que surgieran conceptos como “novela gráfica”, a fin de “dignificarlo” y reificarlo cultural y económicamente, George Axelrod ya sabía que los tebeos eran mucho más que un divertimento infantil. Que eran un arte del siglo XX.

 


Por otro, es evidente para toda mirada lúcida, inteligente y sin prejuicios, que el verdadero objeto satirizado en Cómo matar a la propia esposa no es “la mujer”, sino el “estilo de vida americano”, el matrimonio convencional y el amor cosificado, tipificado y normativo, convertido en sostén de una sociedad donde matriarcado o patriarcado, lo mismo da, otorga a hombres y mujeres sendos y determinados papeles que representar, basados en una división artificial del poder, el trabajo y la moral que poco o nada tiene que ver con sus auténticos deseos y necesidades. Cómo matar a la propia esposa nos habla de cómo matar el puritanismo, el abuso y el despotismo en las relaciones sexuales, emocionales y de pareja, en favor de una visión compleja, ambigua y matizada de las verdaderas exigencias de la vida erótica en común, al margen de imposiciones sociales y económicas, en la medida de lo posible e imposible.



Un mensaje más necesario que nunca en ...unos tiempos en los que los ciudadanos normales respetuosos de las leyes han llegado a unirse en grupos para arrojar bombas contra clínicas que practican abortos, oficinas de información sobre control de la natalidad y librerías donde se venden textos de orientación sexual. Unos tiempos en los que un profesor de biología de Harvard es atacado a golpes por otros intelectuales de la misma universidad y por estudiantes, en mitad de una conferencia pública, simplemente porque su obra trata de las diferencias biológicas que existen entre los sexos. Unos tiempos en los que ciertos escritores de talla pueden proclamar con virulencia en libros con categoría de bestseller que todos los varones sin excepción son violadores. Unos tiempos en que los jefes políticos pueden excitar a acaloradas multitudes diciéndoles que el sexo heterosexual es una acción violenta de los hombres contra las mujeres y que «el coito es un castigo». Unos tiempos en que científicos académicos se ven despedidos de sus cargos y se les niega el ejercicio de sus actividades y la publicación de sus escritos por la simple razón de que su obra trata de las diferencias entre los sexos. Unos tiempos en que un número considerable de ciudadanos cultos insiste en que la libertad de expresión garantizada por la Constitución ha de ser negada a aquellos cuyas opiniones tengan que ver con el sexo. Unos tiempos en que se recuerda machaconamente al individuo que cada acto sexual al margen de una relación monógama estable puede llevar a la muerte por causa del sida (léase ahora Covid).” Michael Hutchinson: Anatomía del sexo y el poder (Ed. B, 1992).



¿Dónde están los nuevos George Axelrod cuando se les necesita? Porque si algo merecen, precisamente, estos tiempos, es una buena dosis correctiva de sátira, humor y sentido común.




Jesús Palacios 😈


👉 Artículo en el Blog Ausente sobre la película y su relación con el cómic:

http://absencito.blogspot.com/2008/08/el-dibujante-de-cmic-y-la-guerra-de.html


👉 Sobre la colaboración de Alex Toth en el filme:

https://downthetubes.net/that-time-alex-toth-almost-went-to-hollywood/


👉 Página sobre Mel Keefer en Lambiek:

https://www.lambiek.net/artists/k/keefer_mel.html


👉Para ver la PRIMERA PARTE
👉Para ver la SEGUNDA PARTE



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