PELÍCULAS QUE HOY NADIE PODRÍA O QUERRÍA HACER… (Y ALGUNOS NI SIQUIERA VER) - SEGUNDA ENTREGA | JESÚS PALACIOS


CÓMO MATAR A LA PROPIA ESPOSA (How to Murder Your Wife). EE.UU., 1965 D.: Richard Quine. G.: George Axelrod. I.: Jack Lemmon, Virna Lisi, Terry-Thomas, Eddie Mayehoff, Claire Trevor. 


👉 Cuidado, este artículo contiene spoilers.

 


2ª Parte

Notas en torno a Cómo matar a la propia esposa.

Sobre cómo hacer la comedia perfecta

 


Todo en Cómo matar a la propia esposa funciona con tal grado de sublime perfección, si estás dispuesto a entrar sin prejuicios en su sofisticado, cruel y divertido territorio de sátira urbana y comedia erótica de costumbres, gracias al enorme talento vertido por sus creadores.

 

George Axelrod (1922-2003), su guionista, era uno de esos animales naturalmente dotados para el humor, de padre judío ruso y madre de origen anglo-escocés, netamente neoyorquino, con el arte del show bussiness metido en las venas. Tras unos humildes inicios como productor teatral aficionado, actor ocasional y guionista de seriales radiofónicos como La Sombra, hacia finales de los años cincuenta y mediados de los sesenta se convertiría en uno de los guionistas mejor pagados, estimados y buscados de Hollywood.

 

George Axelrod


Sus éxitos teatrales, casi todos llevados también a la pantalla con o sin su colaboración, mostraban un talento equiparable a los de Noel Coward, Ben Hecht o Neil Simon, empezando por su brillante The Seven Year Itch (1952), convertida en icónico vehículo magistral para Marilyn Monroe por Billy Wilder (suavizando la obra original) en su clásico La tentación vive arriba (The Seven Year Itch, 1955), hasta llegar a la desopilante Adiós, Charlie (Goodbye, Charlie, 1959), que tras arrasar en los escenarios sería trasladada a la pantalla por Vincente Minnelli en 1964, con Debbie Reynolds como el mujeriego, manipulador y mezquino Charlie del título, quien vuelve de la muerte reencarnado en el cuerpo de la explosiva actriz, más que dispuesto a utilizar sus nuevas armas de mujer en su propio beneficio.

 

La tentación vive arriba  (1955), la culpa también fue de Axelrod

Entre medias, Frank Tashlin firmaría a su vez una adaptación notablemente infiel de la comedia fáustica Will Success Spoil Rock Hunter? (1955), estrenada en nuestro país como Una mujer de cuidado (1957), protagonizada por Tony Randall y Jayne Mansfield. Por supuesto, en la mayoría de los casos el blanco del humor en las obras de Axelrod son las relaciones de pareja, los roles sexuales y sociales convencionales y las actitudes tanto puritanas como machistas, tanto materialistas como hipócritas del “estilo de vida americano”, incluyendo el propio mundo del cine, el espectáculo y la cultura de masas.

 

Desayuno en Tiffany´s (1961). La nominación al Oscar de Axelrod 

Aparte de las versiones cinematográficas de sus éxitos, Axelrod sería nominado al Oscar en la categoría de mejor guion adaptado por su versión para la pantalla de la novela corta de Truman Capote Desayuno en Tiffany´s, conocida en España como Desayuno con diamantes (Breakfast in Tiffany´s, Blake Edwards, 1961), uno de los grandes hitos de la comedia romántica, con una mítica Audrey Hepburn. Axelrod daría el salto a la dirección con Todo por amor (Lord Love a Duck, 1966), sátira de la cultura adolescente de la época, basada en una novela de Al Hine, con un joven Roddy McDowall, claramente deudora de los filmes de Richard Lester, y después con La vida secreta de una esposa norteamericana (The Secret Life of an American Wife, 1968), sobre guion propio, protagonizada por Walter Matthau y Anne Jackson. Ambas resultaron sendos fracasos de taquilla, pese a lo cual son hoy películas más que rescatables y disfrutables, aunque no alcancen la altura de sus colaboraciones con Billy Wilder, Vincente Minnelli o Richard Quine.

 

El mensajero del miedo (1962), las madres de Axelrod dan mucho miedito 


El talento para la comedia de enredo y el romance de Axelrod se ve a menudo equilibrado por su oscura inclinación al humor negro y la sátira cruel, que no duda en recurrir a veces a lo macabro, como en la propia Cómo matar a la propia esposa, o lo fantástico (pactos con el diablo, reencarnación…). Por eso, tampoco es de extrañar que otro de sus guiones adaptados más reconocidos fuera el de la original El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate. John Frankenheimer, 1962), según el bestseller de Richard Condon, donde no faltan oscuros apuntes satíricos hacia la “gran madre americana”, de matices psicoanalíticos freudianos.

 

Tras una década de silencio cinematográfico, Axelrod retornó puntualmente en los ochenta, participando en los guiones de tres thrillers británicos: La dama del expreso (The Lady Vanishes. Anthony Page, 1979), remake del clásico de Hitchcock; El pacto de Berlín (The Holcroft Covenant. John Frankenheimer, 1985), adaptación de Rober Ludlum; y El cuarto protocolo (The Fourth Protocol. John Mackenzie, 1987), según Frederick Forsyth, las tres injustamente maltratadas en su día por la crítica y hoy nada desdeñables, en buena medida gracias a sus estupendos repartos y estilo tan eficaz como funcional. Axelrod publicó también tres novelas a lo largo de su ajetreada vida, entre ellas Blackmailer (1952), una historia de crimen y misterio en clave de humor. No resulta nada raro que Cómo matar a la propia esposa incluya en su enrevesado y divertido argumento aspectos de trama criminal (el asesinato perfecto) y parodia del thriller (el superagente Bash Brannigan y sus misiones imposibles).

 

Blackmailer, George Axelrod novelista de misterio

Pero el hecho de que Cómo matar a la propia esposa suponga, posiblemente, la cumbre del genio de Axelrod, pese a la impresionante competencia de La tentación vive arriba o Desayuno con diamantes, se debe también sin duda a la trepidante a la par que sobria, grotesca al tiempo que estilizada, y clásica a la vez que moderna y posmoderna dirección de Richard Quine (1920-1989).

 

Quine es una de esas figuras casi trágicas que recorren la historia de Hollywood, especialmente la que cubre los años entre su periodo clásico y la llegada del iconoclasta, intelectualmente ambicioso, politizado y autoral Nuevo Hollywood de los setenta, que, por algún oscuro motivo, nunca consiguen conquistar del todo el prestigio crítico que merecen, quedando emparedadas entre los grandes nombres de ambos periodos. Entre Hawks, Ford, Hitchcock o Wilder y Altman, Penn, Pollack o Coppola (casos parecidos serían los de Hathaway, Aldrich o Dmytryk).

 

Richard Quine dirigiendo a Jack Lemmon y Kim Novak en La misteriosa dama de negro (1962)


Curtido como actor durante los años treinta y cuarenta, en las décadas siguientes dirigiría un puñado de excelentes dramas, films noir y musicales, especializándose durante la segunda mitad de los cincuenta y a lo largo de los sesenta en comedias basadas en éxitos de Broadway, a menudo en asociación con Blake Edwards y con Jack Lemmon como protagonista o en algún papel de importancia. Algunas brillan a la altura del propio Billy Wilder, y no me cabe duda de que si intercambiáramos ambos nombres en ciertos casos la mayoría no notaríamos diferencia alguna: Operación gran baile (Operation Mad Ball, 1957); Me enamoré de una bruja (Bell, Book and Candle, 1958), según la obra de John Van Druten; o La misteriosa dama de negro (The Notorious Landlady, 1962), son un buen ejemplo.

 

De vida marcada por una larga sucesión de divorcios, relaciones problemáticas, la muerte accidental de uno de sus hijos, la enfermedad y la depresión —sempiterna compañera silenciosa y mortífera de muchos grandes de la comedia y el humor—, Quine se suicidó de un disparo en la cabeza en 1989, cuando contaba 68 años de edad.

 

Pero dejemos atrás la tristeza. Cómo matar a la propia esposa se abre ya con todo un acto de bravura, rompiendo la cuarta pared con el mayordomo del protagonista, Charles, dirigiendo a los espectadores (y sobre todo espectadoras) una sarcástica pero terminante advertencia, enviando a las segundas a la cocina, “que es donde deben estar”.

 

Terry-Thomas derribando la cuarta pared

Charles, quien lleva la voz cantante, introduciendo la historia y a su personaje principal, no es otro que el gran cómico británico Terry-Thomas, puliendo y sacando brillo al papel de pluscuamperfecto mayordomo misógino que trabaja solo, única y exclusivamente para solteros.

 

El tono jocoso, de farsa en el estilo de la comedia de costumbres eduardiana puesta al día, con frase contundente e ingeniosa, se transforma durante el primer e inesperado tour por la Gran Manzana, siguiendo los pasos de Bash Brannigan, en un delirio de slaptstick, parodia de las escenas de acción de los films-Bond y las series televisivas, que arrastra al espectador tomado por sorpresa a un mundo de incertidumbre: ¿Qué demonios está pasando? Pues hasta ese momento no sabemos ni quién es ni a qué se dedica realmente Stanley Ford, más allá de vivir en una lujosa mansión, tener un ayuda de cámara exclusivo y de ciertas vagas alusiones a “planes”, “golpes” y “casos”, mientras vemos a Jack Lemmon vestirse a la usanza de un detective privado, revólver en bandolera incluido.

 


Aquí, como a lo largo de todas las escenas clave del filme, juega un papel espectacular la banda sonora compuesta por el trompetista y músico de jazz Neal Hefti (1922-2008), que había colaborado poco antes con Quine poniendo música a su irresistible comedia La pícara soltera (Sex and the Single Girl, 1964), repitiendo juntos después en varios títulos.

 


Hefti crea una serie de leitmotivs absolutamente pegadizos, reconocibles e inextricablemente ligados a las situaciones, personajes y escenarios del filme, con ecos de “pompa y circunstancia” para las apariciones y desapariciones de Charles, el mayordomo; guiños de thriller jazz para las secuencias “de acción”, que derivan después en fanfarrias circenses propias de su carácter de pura farsa; ramalazos de música popular italiana para subrayar las explosiones de Virna Lisi como la Sra. Ford, amén de un elegante y pegadizo toque de jazz melódico para los momentos románticos y sentimentales. El resultado es una banda sonora que más que acompañar la historia se funde y confunde con ella, abundando en el mickeymousing, siguiendo el ejemplo de la música de los cartoons animados, remarcando así más aún si cabe el carácter comédico, fantasioso y caricaturesco de acción, argumento y personajes.

 

Los actores no podrían hacerlo mejor. Lemmon protagoniza una metamorfosis casi kafkiana, pasando en pocos minutos de aparecer como un atlético y elegante soltero metrosexual de ochenta perfectos quilos a convertirse en barrigón, ojeroso y triste “amo de casa trabajador” incapaz de abrocharse la camisa. Tanto parodiando con soltura y propiedad los gestos de tebeo de su alter ego y héroe de acción, como reflejando en su rostro hecho para la comedia todos los matices que van del odio al cariño, pasando por la pasión erótica, en apenas unos segundos, mientras contempla el cuerpo dormido de su amada pesadilla, Virna Lisi, Jack Lemmon ofrece, una vez más, una lección de sutileza cómica insuperable.

 



Por supuesto, Terry-Thomas, nació para el papel de Charles, mientras que Virna Lisi sorprende al trascender su paródica encarnación (¡y vaya encarnación!) de la maggiorata italiana, exuberante, apasionada e histérica, llevándola a un punto de humanidad y ternura más que convincente, encantador, cuando la vemos leer en secreto la tira de cómic que explica su “asesinato” ficticio, comprendiendo entonces los sentimientos también “secretos” de su marido y decidiendo librarle de su molesta presencia.

 


Completando el reparto principal, Eddie Mayehoff  —cuya breve pero intensa carrera incluye también la fantástica comedia sobre el mundo del cómic Artistas y modelos (Artists & Models, 1955), de Frank Tahslin— borda su cruel caricatura del calzonazos medio americano, dominado y castrado por la implacable Edna, a su vez estupenda Claire Trevor, veterana del mejor film noir y del wéstern, que representa con maligna y divertida propiedad las peores “virtudes” de la perfecta esposa americana que dirige con mano de hierro y depurada técnica de lavado de cerebro masculino su hogar, sus finanzas, a su marido y, quizás, el destino del país entero (¿es que acaso no está siempre “felizmente” casado el Presidente?).

 



Por supuesto, uno de los aspectos más relevantes y originales de Cómo matar a la propia esposa estriba en cómo toda su acción gira alrededor de un artista de cómic. Es una de las raras ocasiones en las que Hollywood ha convertido en protagonista a un creador de historietas, pero, más importante aún, de tal manera que la película, tanto formal como argumentalmente, depende por entero y está totalmente vinculada al ejercicio profesional del personaje de Lemmon; a sus propias creaciones de ficción (Bash Brannigan y The Brannigans) y al papel tanto psicológico como social y económico del cómic en la cultura y sociedad estadounidenses de su tiempo.

 



Pocas veces los autores de historieta o la historieta en sí, como fenómeno sociocultural, han formado parte de una película no de manera anecdótica, sino intradiegética, resultando impensable o, como mínimo, mucho menos eficaz su tema y desarrollo de haber utilizado cualquier otro medio, disciplina o profesión distintos como tema. Y esto, como veremos en nuestra tercera y última entrega sobre Cómo matar a la propia esposa, tampoco es casual.


(Continuará)

Jesús Palacios 😈

👉Para ver la PRIMERA PARTE

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