W. F. HARVEY, EL EXQUISITO ARTE DE LA ALUSIÓN (Delirio, nº 14, septiembre de 2014) | Jesús Palacios
W. F. HARVEY, EL EXQUISITO ARTE DE LA ALUSIÓN
Por Jesús Palacios
De entre los muchos y siempre excelentes cultivadores del relato fantástico y espectral que menudearon en las postrimerías de la Era Victoriana y las primeras décadas del siglo pasado en el Reino Unido, William Fryer Harvey (1885-1937), es, probablemente, uno de los más extraordinarios, singulares… y misteriosos.
Uno de los raros retratos conservados de W. F. Harvey, como frontispicio a su libro Midnight Tales (1946)
Su vida fue tan breve como poco documentada: nació en Yorkshire en el seno de una familia cuáquera, cuyos principios mantuvo a lo largo de su existencia. Se graduó en medicina, sirvió heroicamente como cirujano en la Royal Navy durante la Primera Guerra Mundial, donde salvó vidas a costa de su propia salud, y tras el final del conflicto se dedicó profesionalmente a la enseñanza para adultos en varias instituciones británicas, pasando una larga temporada en Suiza junto a su esposa, para retornar finalmente a su amada Inglaterra, donde falleció prematuramente, a la edad de 52 años.
Vita brevis, sin duda, pero también Ars longa, porque entre medias de sus obligaciones profesionales y su dedicación a la docencia y la beneficencia, W. F. Harvey escribió un notable repertorio de cuentos de fantasmas, misterio y suspense (además de varias novelas, ensayos y obras autobiográficas), reunidos en libros como Midnight House and Other Tales (1910), The Beast With Five Fingers and Other Tales (1928) o Moods and Tenses (1933), de los cuales puede encontrar el lector una buena muestra en la antología La bestia con cinco dedos y otros relatos de horror y misterio, publicada por Valdemar en su colección Gótica.
Sin duda es “La bestia con cinco dedos” su más conocido relato, probablemente por inspirar la infiel pero elegante película del mismo título dirigida por Robert Florey en 1946, interpretada por Peter Lorre y con sugestiva partitura musical de Max Steiner sobre temas de Bach. Aparte de este, su cuento “Calor de agosto” suele utilizarse como ejemplo en los cursos de escritura de narración corta, como expresión pluscuamperfecta de la creación de suspense y atmósfera en un relato.
Cartel de La bestia con cinco dedos (The Beast With Five Fingers. Robert Florey, 1946) |
Porque, a diferencia de sus maestros y coetáneos más famosos, como M. R. James, Arthur Machen, E. F. Benson o Algernon Blackwood, por citar los más obvios, W. F. Harvey concedió en sus cuentos mayor importancia que ninguno de ellos a la atmósfera y los efectos psicológicos, muy por encima de argumentos o personajes, en un sentido convencional. No sabemos nada de las íntimas creencias espirituales, religiosas o científicas de Harvey, a diferencia de lo mucho que sabemos (o creemos saber) de las de los citados autores, pero lo cierto es que sus relatos exudan una improbable mezcla de escepticismo, religiosidad personal, ironía, perversidad, ingenuidad y pavor, que raramente encontraremos en otra parte.
“Calor en agosto”, el relato más peculiar y estudiado de W. F. Harvey |
Quizá la palabra clave para definir el terror –o el misterio– según Harvey, sea precisamente esa: Misterio. Pero uno que lo es siempre porque nunca se desvela del todo o ni siquiera en parte. Un misterio vago, ambiguo e impreciso, que lo mismo provoca el temor que la sonrisa, sin prescindir necesariamente de ambos a la vez y al tiempo.
Con sus finales abiertos, sincronismos improbables, psicologías volátiles, esbozos de teorías, atmósferas escurridizas, alusiones esquivas, sombras de cultos arcanos y espectros de historias, los relatos de Harvey son una magistral lección de técnica narrativa, especialmente aplicable en un momento, el actual, en que la ficción sobrenatural abusa de explicaciones seudo-racionalistas o, simplemente, de explicaciones y razones para TODO. En que lectores y espectadores esperan siempre que TODO les sea finalmente explicado, que absolutamente TODO encaje sin fisuras, desterrando cualquier posible ambigüedad y ahorrando así trabajo a su materia gris, tendente a la descomposición.
Le Silence (1895), por Lucien Lévy-Dhurmer |
Los relatos de W. F. Harvey son, precisamente o, mejor dicho, imprecisamente, ejemplos excelentes de cómo decir mucho callando, y de ellos podrían aprender también cineastas como Shyamalan o Aronofsky, expertos en arruinar propuestas parecidas en aras de la mediocridad intelectual reinante. Porque el verdadero Misterio está siempre en las fisuras, en los huecos, en la oscuridad. En el silencio blanco de los espacios entre líneas. Sobre todo, cuando están tan exquisitamente hilvanadas para no llevar a ningún sitio como en los relatos cortos de F. W. Harvey, cuya propia corta vida podría ser, también, inconcluso argumento de alguno de ellos.
Le Silence (1911 aprox.), por Odilon Recon |
Jesús Palacios 😈
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