EL SANTO Y LOS MISTERIOS DEL VUDÚ | Jesús Palacios


¿SABÍAS QUE ROGER MOORE YA SE ENFRENTÓ AL BARÓN SAMEDI ANTES DE CONVERTIRSE EN 007? ¿QUE JOHN CARSON FUE UN VILLANO OCCIDENTAL DISPUESTO A UTILIZAR EL VUDÚ PARA CONSEGUIR DINERO Y PODER ANTES DE DESATAR LA MALDICIÓN DE LOS ZOMBIES? ¿QUE PETER YATES ERA EXPERTO EN CARRERAS Y PERSECUCIONES DE COCHES ANTES DE BULLIT? TODO ESO Y MÁS HEMOS DESCUBIERTO GRACIAS A “SIBAO”, EPISODIO 21 DE LA TEMPORADA TRES DE LA MÍTICA SERIE EL SANTO.

 

Siempre es un placer revisitar series del pasado lejano, cuando no tenían que ser obras maestras de un nuevo lenguaje cinematográfico ni aportaciones innovadoras a la narrativa audiovisual con complejos arcos narrativos, personajes atormentados, capítulos contados al revés, desde ocho puntos de vista distintos o que solo eran un sueño (menos profundo que el que suele producirme intentar seguirlas hasta su conclusión, cuando la tienen).

 

Es más, El Santo, producto del empeño de su protagonista, Roger Moore, y del productor Robert S. Baker por llevar a la pequeña pantalla las hazañas del “moderno Robin Hood” creado en los años 20 por el novelista de misterio británico Leslie Charteris, pertenece a esa estupenda estirpe de series cuyos capítulos son autoconclusivos o, explicado para millenials, que empiezan y acaban, contando cada uno de ellos una historia completa. Algo que diferenciaba profundamente antaño la serie del culebrón (en inglés soap opera). Diferencia que se ha ido difuminando perniciosamente con el tiempo, con esas subtramas cuyo arco argumental (cómo gusta eso del “arco argumental”) se alarga temporada tras temporada, insinuándose primero en algún capítulo suelto para ir después, poco a poco, adueñándose de todo hasta reducirlo al folletín interminable, sentimental y de resolución insatisfactoria que suele coronar (casi) toda serie reciente.

 


El Santo, desde su debut en 1962 hasta su despedida a todo color en 1969, tras seis temporadas de veintipico episodios cada una, nos trajo prácticamente 118 aventuras completas, perfectamente narradas en 118 capítulos independientes. Una historia diferente cada día, alternando episodios de carácter más humorístico con otros más dramáticos, abordando desde el whodunit al espionaje, pasando por el romance de misterio, la aventura exótica, la política-ficción, las guerras de gánsteres, el robo perfecto, los misterios de apariencia sobrenatural, las estafas internacionales y, en fin, casi todo el espectro del género criminal, de intriga y suspense, tratado siempre con ligereza, rapidez y contundencia.

 

Contando con una pandilla de guionistas y directores británicos, muchos de los cuales contribuirían poco después al periodo de esplendor de la Hammer tanto como al nacimiento del Nuevo Hollywood, cada episodio de El Santo, con su prólogo jocoso y final rotundo, es (como ocurre con otras series clásicas del periodo) una auténtica película de 50 minutos, heredera de las mejores virtudes narrativas de la Serie B clásica de los años 30 a los 50, trasladadas al formato casero con eficacia tan implacable como envidiable.

 



Dicho esto, no resulta del todo extraño encontrarse con que muchos de estos episodios, por no decir todos, deparan deliciosas sorpresas para el cinéfago con alma de arqueólogo de la cultura popular. Imposible enumerar, por ejemplo, la cantidad de estrellas, actores y actrices de carácter o de primera fila, generalmente británicos pero también de otras procedencias, que desfilaron por las seis temporadas de El Santo. Dejamos tamaña tarea titánica, digna de todo un libro, a otros más jóvenes (vaya, a lo peor otros más jóvenes no tiene ni puñetera idea de quién es El Santo, ni les importa o interesa lo más mínimo un personaje perteneciente al oscuro periodo heteropatriarcal, maligno y nocivo de los años 60 del siglo XX. Qué le vamos a hacer). Nosotros aquí hemos escogido un capítulo muy especial, que conmueve particularmente nuestro negro corazón en virtud de su objeto principal de interés: ¡El Vudú! Y en Haití, ni más ni menos (por supuesto, trasladado a los no menos mágicos estudios Elstree, en Hertfordshire).

 


“Sibao”, título del capítulo en cuestión, emitido por primera vez el 25 de febrero de 1965 (T. 3 Ep. 21), hace referencia al exótico nombre de su protagonista femenina. Una joven haitiana cuyos encantos no son sólo físicos sino también literalmente mágicos: hija de un poderoso houngan, posee auténticos poderes místicos, decisivos para una convulsa trama que sigue el cuento original de Leslie Charteris “The Questing Tycoon”, incluido en el volumen de relatos The Saint on the Spanish Main (1955), adaptado aquí por el guionista habitual de la serie y gigante de la televisión británica Terry Nation.

 



Por supuesto, Sibao, por muy haitiana que sea, no está interpretada por una actriz negra (los prejuicios pesaban todavía demasiado), sino por la peculiar Jeanne Roland, hija de padre inglés y madre birmana, cuyos exóticos rasgos ligeramente asiáticos podrían hacerla pasar por algún producto del mestizaje entre africanos y chinos, no del todo extraño en Haití, Jamaica o Cuba.

 


El episodio comienza de forma sensacional, con un espectáculo de Vudú para turistas en el interior de un local, presidido por... ¡El Barón Samedi! Sí, aquí empiezan algunas de las muchas y sorprendentes casualidades (o sincronismos, que resulta siempre más fino) del capítulo, que quizá no lo sean tanto. El hecho es que tenemos a Roger Moore cara a cara con el Señor de los Cementerios y las Encrucijadas, loa de los muertos y los resucitados, aficionado al ron y los puros, ocho años antes de vérselas con él en Vive y deja vivir (Live and Let Die, 1973), ya en la piel de James Bond.

 

Geoffrey Holder como  el Barón Samedi de Vive y deja morir (Live and Let Die, 1973)


007 contra el Vudú en Vive y deja morir


Por supuesto, ya sabemos que Ian Fleming y Charteris, pese a las diferencias de edad y de estilo, pertenecen ambos a una misma tradición literaria del thriller y la aventura a la inglesa, que mira a menudo para el Caribe, no solo a las antiguas colonias británicas sino también al siempre misterioso país de los zombis: Haití. Pero no puede uno dejar de sonreír y disfrutar al ver a Roger Moore haciendo sus primeros pinitos en magia negra y Vudú para dummies, antes de saber que volverá a vérselas con la brujería haitiana menos de una década más tarde.

 


El Barón Samedi pronto hace mutis no por el foro, sino en medio de una misteriosa explosión antes de que siga la bien humorada introducción de rigor, que como siempre gira alrededor del nombre del legendario Simon Templar (aquí, claro, con un toque de brujería). No será él nuestro villano, sino un misterioso magnate blanco que está siendo investigado por un agente encubierto, ya que se sospecha de sus intenciones al introducirse en el mundo del Vudú. En efecto, Theron Netlord (con ese nombre no se podía esperar otra cosa: ¿Theron por el Maestro Therion, quizá?) ha conseguido engañar al houngan local, haciéndole creer que su interés por el Vudú es noble y genuino, hasta el extremo de que este le ha prometido no solo iniciarlo en los Misterios de la religión, sino también la mano de su bella hija, la reticente Sibao.

 


¡Nueva y agradecida sorpresa! Theron es interpretado por el siempre fantástico John Carson… Es decir, el perverso Clive Hamilton de La maldición de los zombies (The Plague of the Zombies, 1966), decadente y sádico noble británico que ha introducido los ritos y la magia Vudú en sus dominios de Cornwall, en pleno siglo XIX, transformando en zombis a sus trabajadores de la mina, explotándolos a imagen y semejanza de los esclavos no-muertos de los campos de caña haitianos. Prácticamente el mismo papel que encarna un año antes en este singular episodio de El Santo.

 

John Carson repite villano, acechando a Diane Clare en La maldición de los zombies (The Plague of the Zombies, 1966)


¿Casualidad? ¿Coincidencia? Sí… Y no. Al igual que en el caso de Roger Moore, cuyos personajes de El Santo y James Bond son tan diferentes como, en realidad, pertenecientes a una misma gran familia de la mitología pop de los 60, no es raro tampoco que Carson repitiera poco después un villano de características parecidas en una producción Hammer. Una de las más singulares, al utilizar el mito del zombi con raíces afrocaribeñas en lugar de los más tópicos monstruos góticos que caracterizan a la productora.

 


El caso es que entre los realizadores habituales en la serie se cuentan nombres tan característicos también de la Casa del Terror británica como los de Freddie Francis, Roy Ward Baker o... John Gilling, el director, por supuesto de La maldición de los zombies. ¿Tuvo algo que ver este atípico episodio de El Santo, con su temática Vudú y villano blanco que pretende aprender la magia afroamericana para conseguir dinero y poder, con la idea de La maldición de los zombies? ¿Será totalmente casual que John Carson fuera el actor elegido para ese papel en el filme de la Hammer, tras haberlo interpretado en “Sibao” un año antes?  

 

Para redondear estas agradecidas casualidades, el director de este episodio no es otro que Peter Yates, habitual también de la serie. Lo más cerca que ha estado Yates del Vudú, que yo sepa, fue cuando dirigió Abismo (The Deep, 1977), emocionante thriller de aventuras en el Caribe, en aguas de las Bermudas, basado en una obra de Peter Benchley (autor de Tiburón y otras novelas de suspense con temática casi siempre marítima), que ofrece apenas una efectiva y amenazadora pincelada de Obeah, la versión local del Vudú.

 



Tres planos de la secuencia de terror Vudú en Abismo (The Deep, 1977)

Pero lo realmente revelador de su participación en “Sibao” es que, como en casi todos los episodios de la serie por él firmados, uno de sus momentos álgidos es la loca carrera en automóvil que casi cuesta la vida a un personaje clave, a quien han saboteado los frenos del coche. No se trata, como sí ocurre en otros capítulos realizados por Yates, de una persecución automovilística en toda regla, con varios vehículos implicados, pero sí de otra curiosa demostración de la afición del director por las escenas espectaculares en carretera.

 


Si la memoria no me falla, en la práctica totalidad de capítulos de la serie con Yates tras la cámara, hay una set-piece automovilística, como si el director estuviera ensayando para su futura, icónica e influyente persecución en Bullit (1968), rodada pocos años más tarde en Hollywood, donde proseguiría su fructífera carrera (esta vez cinematográfica y no solo de coches).

 


No voy a desentrañar aquí el argumento de “Sibao”, pero sí es importante señalar que pese a su toque inevitable y sanamente pulp, con sus absurdos altares y supuestos sacrificios, ritos y trucos mágicos, con todo el mumbo-jumbo propio del género, la serie se muestra notablemente respetuosa con el Vudú, tratándolo no solo como magia negra, sino como religión popular (aunque a veces cueste distinguir una cosa de la otra), sin demonizar a sus creyentes o practicantes.

 


Por otra parte, se trata de un raro ejemplo de historia netamente fantástica, donde se suceden los ataques mágicos y los hechos inexplicables, algunos atribuibles quizá a la sugestión, el veneno o el hipnotismo, pero otros imposibles de reducir a lógica alguna. Lo normal en los relatos, novelas y episodios de El Santo donde aparecen elementos de brujería, fuerzas sobrenaturales o poderes paranormales, es que estos queden finalmente explicados en la mejor tradición Scooby Doo.

 


Pero no aquí, donde el misterio del Vudú sigue flotando en el aire tras el mortífero duelo final de voluntades entre Simon Templar y el malvado Theron Netlord, un Santo y un Demonio que repetirían no mucho después papeles muy similares ambos, en thrillers bastante distintos, gótico uno, de acción y espionaje el otro, pero quizá no tan distantes como pueda parecer, unidos de hecho, por un curioso origen común: “Sibao”. Por no hablar de que El Santo mismo bien podría formar parte de algún altar casero de Santería afrocaribeña, al menos en los años 60 de su máxima popularidad internacional (el entrañable doblaje latino con que fuera emitida la serie en España no es nada casual).

 

En resumen: una trepidante historia de suspense, crimen, misterio, brujería y aventura, repleta del sonido hechicero de los tambores del Vudú, maldiciones que matan a distancia, talismanes, serpientes venenosas invisibles, peleas a puñetazo limpio, villanos satánicos, agentes secretos, bellas sacerdotisas y ritos ancestrales en las junglas de cartón piedra de los Estudios Elstree. Todo en tan solo 48 intensos minutos. Un mundo, como esos mismos estudios, perdido en la oscura noche de los tiempos. ¿A qué esperan para partir en su busca?

 


https://www.youtube.com/watch?v=7Gon6yrifDA


NOTA: Aparte de trabajar en varios episodios de otras notables series de la época como Los Vengadores o Los invencibles de Némesis, la atractiva Jeanne Roland, nacida Myrna Jean Rollins, en Rangún (Birmania), en 1937, estuvo también inevitablemente ligada tanto a la Casa del Terror como a la saga Bond, apareciendo en La maldición de la Momia (The Curse of the Mummy´s Tomb. Michael Carreras, 1964), Casino Royale (1967) y Solo se vive dos veces (You Only Live Twice. Lewis Gilbert, 1967), antes de abandonar definitivamente en 1968 su breve pero intensa carrera.

 



Jesús Palacios 😈

 

 

   

 

 

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