FANTASÍAS OLVIDADAS DE AYER, HOY… ¿Y MAÑANA? - TERCERA PARTE | Jesús Palacios


Libros 🦉

PEQUEÑO, GRANDE. John Crowley. Minotauro. Barcelona, 1989. 682 págs.




ebo agradecer al azar y el buen hacer de Rakel S.H., la otra mitad y costilla fundamental y fundacional sobre la que se sustenta este blog o lo que sea, tropezar con Pequeño, grande (1981) de John Crowley tantas veces en los últimos años —es bueno tropezar dos veces con el mismo libro— que, finalmente, no me quedara más remedio que entregarme a su lectura. Y entregarme es la palabra justa. Sé que no descubro nada a quienes ya gozaran tiempo atrás con esta obra, justa ganadora del World Fantasy Award en su momento. Sé que puede parecer anacrónico recomendar un clásico universalmente reconocido como tal, tanto tiempo después de su aparición e incluso de su publicación en castellano, pero, de hecho, de eso es de lo que trata este texto: de fantasías olvidadas de ayer, hoy, y, quizás, también de mañana. Y tengo para mi muy claro que Pequeño, grande, pese a ser en su día más popular que ninguna de las dos novelas anteriormente comentadas, está ahora casi tan ausente del marco de referencia del Fantasy y la literatura fantástica actual como lo están los pájaros dodo de las islas Mauricio o los libros de Marie Corelli de las lecturas obligatorias en la escuela (gracias sean dadas por esto último).

 

No me extenderé demasiado en torno al que, sin duda, es mi favorito de entre los libros reseñados hasta aquí. Lo que, si el lector se toma la molestia de considerar los elogios anteriormente vertidos sobre Vorrh y La estrella azul, le será ya indicativo de mi aprecio por el mismo. Bien es cierto que, con todas las diferencias esenciales y sustanciales que presenta Pequeño, grande respecto a las otras dos novelas, comparte con ellas aquello que sirve como principio unificador para estas páginas: crear un mundo alternativo pleno, complejo y creíble, pero al margen de las tendencias épicas, medievalizantes y grandilocuentes del Fantasy de tradición tolkiana. De hecho, es quizás aquella que más se aparta de cualquier hálito heroico pues, al contrario que Catling y Pratt, prescinde prácticamente por completo de la aventura en sentido tradicional, del viaje iniciático y las peripecias si no heroicas sí violentas y peligrosas, para constituirse en una Gran Novela Americana y en una Gran Novela a secas.

 

Frontispicio para la edición 25 aniversario de Pequeño, grande (Incunabula), con ilustraciones de Peter Milton e introducción de Harold Bloom


Una saga familiar que podría recordarnos (y nos recuerda) a John Irving, Charles Dickens, William Faulkner, John Galsworthy, William Styron o Arnold Bennett… De no ser porque sus protagonistas, la familia Drinkwater (Bebeagua en la esforzada y cuidada traducción de Minotauro, a cargo de Matilde Horne), viven su existencia entrelazada íntimamente con el mundo de las hadas, al que (ojo: spoiler, insignificante teniendo en cuenta la novela) acabarán accediendo en cumplimiento de su misterioso Destino, a través del portal mismo que constituye su extraordinaria casa (¿de hojas?), construida por John Drinkawater con el nombre de Edgewood (Bosquedelinde), en la proximidad de un misterioso bosque, al norte del Estado de Nueva York.

 

Edgewood, por Peter Milton


Intentar resumir aquí la magnífica, compleja y sutil novela de Crowley resulta algo tan innecesario como condenado al fracaso de antemano. Pequeño, grande es una de esas raras obras donde el cómo se cuenta lo que se cuenta es tan importante, sino más, que la propia historia e historias que se nos narran. Novela también inevitablemente posmoderna, en el mejor de los sentidos, es un exquisito y sofisticado ejercicio de estilo, repleto de imágenes y metáforas tan poéticas, oníricas y hermosas como perfectamente justas y necesarias; rica en juegos de palabras, connotaciones paradójicas, humor absurdo y especialmente afecta al oxímoron, al mismo tiempo que una clásica saga familiar en sentido estricto, repleta de personajes humanos (y no tan humanos), retratados en sus peripecias vitales, dilemas morales, búsquedas y destinos personales y colectivos, con tremenda sensibilidad, humor y ternura, sin que falte nunca tampoco el Sentido de la Maravilla e incluso momentos góticos y aterradores, siempre matizados por el mágico lirismo, la melancolía y el sensual fatalismo omnipresentes en el autor.

 

Una vez más, la riqueza de referencias metaliterarias y de interpolaciones es abrumadora, comenzando por las múltiples alusiones y citas a Lewis Carroll, sus Alicias y su menos conocido y leído Silvia y Bruno, pasando por la Teosofía y el Espiritismo, la historia de Conan Doyle y las “hadas de Cottingley”, Shakespeare y El sueño de una noche de verano, Jung y su aventajado alumno Joseph Campbell, las Cruzadas, Paracelso, el Tarot, la Alquimia y la teoría de los seres elementales, Spencer y su Faerie Queen, Giordano Bruno y el “Arte de la Memoria”, Yeats y El crepúsculo celta, y qué sé yo cuántas cosas más, que se imbrican de forma perfectamente orgánica en la estructura multinivel de lo que es tanto cuento de hadas para adultos como novela contemporánea de amores y desamores, idas y venidas, amistades y disputas familiares, nacimientos y muertes, traspasada por una exquisita melancolía existencial, organizada siempre en torno al concepto de que lo pequeño y lo grande no son sino imágenes reflejas, que se contienen la una en la otra y a sí mismas.

 

M. C. Escher, Mano con esfera reflectante (autorretrato) (1935)


Lo que está arriba es como lo que está abajo. Cuanto más entramos en el microcosmos, más amplio es lo que abarca este, a la manera de la Tardis del Dr. Who o del universo microscópico que descubre el trágico héroe de El hombre menguante de Matheson. Así, la “pequeña” historia de los Bebeagua acaba entrelazada con la del tiránico presidente de unos Estados Unidos distópicos, aunque, por otro lado, no muy distintos de los reales (la novela se publicó en 1981 y las sombras de Reagan y el reaganismo eran espesas), haciendo así que el futuro del mundo descanse, sorprendentemente, en las pequeñas manos de una familia no por excéntrica y extraña menos sencilla y humildemente humana, aparentemente ajena a los designios de grandes y poderosos. Aparentemente. Estamos, quizás, ante “el cuento de los cuentos”, que diría Giambattista Basile, que a todos contiene.

 

John Crowley: “La imaginación, de hecho, cambia el mundo


Perteneciente por derecho propio a esa raza de estadounidenses más ingleses que los propios ingleses, como Terry Gilliam o Russell Hoban (de quien, por cierto, cabría hablar también aquí, pero esa ya es otra historia…), John Crowley ejercita en Pequeño, grande una capacidad fabuladora tan enorme pero al tiempo tan aparentemente fácil, en el mejor de los sentidos, que pone en evidencia, sin querer resultar faltoso, la simpleza filosófica y moral del Fantasy al estilo Tolkien (lo que, por otro lado, constituye a su vez uno de sus mayores atractivos). La intrincada madeja lingüística y narrativa del libro de Crowley, que funde y confunde a la perfección forma y fondo, hablándonos del ser humano a través de la palabra y del poder de la literatura y la imaginación a través de sus personajes y hechos (al fin y al cabo: en el principio fue la palabra), posee un ambicioso trasfondo performador y mitopoyético, sin limitarse a los “mandamientos” tolkianos (el sub-creador) ni, por otro lado, al canon fantasmagórico de M. R. James (menos es más), sino unificándolos y superándolos por medio de un supra-realismo que no es tanto surrealismo ni realismo mágico (aunque participe de ambos), como un logro único, singular e intransferible del propio autor. En este sentido, más que a Márquez o a Borges, que de ambos tiene algo, remite al Nabokov de Ada o el ardor, con quien comparte, si no el mismo espíritu perverso, sí idéntica capacidad para crear una realidad alternativa, mágica y al tiempo perfectamente creíble en términos de realidad cotidiana, además de un empleo no menos mágico y alquímico de la palabra, cargado  de erotismo y sensualidad a raudales.

 

Pequeño, grande, que el buen amigo de Crowley, Harold Bloom, consideraba una de las mejores novelas del siglo XX y añadió a la coda de su Canon Occidental, supera por la mano a Catling no tanto por adelantarse treinta años a sus fantasmagorías literarias y metaliterarias como por, pese a su esencia también posmodernista, ser capaz de conmovernos más profundamente. En cierto modo, daría igual que las referencias y meta-referencias no existieran, que no estuvieran ahí. Está claro de nuevo que el conocimiento de sus fuentes y citas nos permitirá gozar en mayor profundidad de la novela, pero la ausencia de figuras y hechos históricos concretos —con la singular excepción del emperador germánico Federico Barbarroja, y no diré más—, su énfasis en los sentimientos y reflexiones de sus personajes, su humor teñido de melancolía y compasión por la naturaleza humana, dan a la imaginación del lector un mayor rango de autonomía, permitiéndole correr en la misma dirección que la narración, sin tantas digresiones históricas, sean o no necesarias.

 

Federico I Barbarroja, el emperador durmiente (postal alemana, 1918)


Por otro lado, Crowley, a diferencia de Catling, es un escritor de fantasía y ciencia ficción vocacional (no es que Catling no lo sea, pero ha esperado unos añitos para darse cuenta…), cuya obra en su práctica totalidad (y no es escasa) se integra gozosamente dentro de estos géneros. He ahí, sin duda, el lastre que le ha impedido acceder al Olimpo de la literatura estadounidense moderna, posmoderna y contemporánea, donde debería codearse sin problema y hasta mirándolos un poco por encima, con Foster Wallace, Raymond Carver, Ian McEwan, Michael Chabon, Toni Morrison, Tom Wolfe, Cormac McCarthy, Alice Walker, Joyce Carol Oates, Chuck Palahniuk, Brett Easton Ellis, Sherman Alexie, Paul Theroux, John Irving, Amy Tan, James Ellroy, Paul Auster, Jim Harrison, Donna Tartt, Larry McMurtry, Louise Erdrich, Pete Dexter, Thomas Pynchon, Mark Z. Danielewski o cualquier otro nombre que queramos añadir (acabo de leer una lista de los 730 autores estadounidenses más grandes del siglo XXI y no aparece en ella… Pero están Tori Spelling y Barack Obama, lo juro).


El hallarse profundamente identificado con lo fantástico, en sentido estricto; su íntimo sentido de pertenencia al género, dota al libro, como al resto de sus obras, de una suerte de descaro, de desafío inherente a las normas no escritas pero consabidas de ambos mundos —el de la ciencia ficción y la fantasía frente al de la “literatura” a secas—, que no hace si no sumarse a sus muchas virtudes. Sin olvidar su simpática instrumentalización y peculiar reivindicación pop de la soap opera (vulgo “culebrón”), que integra también sofisticadamente en el discurso de la novela, haciendo de uno de sus personajes principales, el joven Auberon (y si el nombre os parece un spoiler, la culpa no es mía) guionista de una popular telenovela, estableciendo así al tiempo una ingeniosa reflexión extra-diegética en torno a la propia naturaleza de su libro como novela-río o saga familiar popular.

 

Titania y Oberon en The Song of Los, por William Blake (hacia 1790)


Última, pero no precisamente la menos importante de las fantasías olvidadas aquí recogidas, testimonio de una maratón de lectura navideña inesperada, no puedo dejar de agradecer al destino que Pequeño, grande cayera ahora en mis manos, y no cuando fue publicada por vez primera en nuestro país. Entonces era yo mucho más joven e inexperto como soñador, y aunque ya disfrutaba desde mucho tiempo atrás con la lectura tanto de Tolkien como de otros autores de fantasía (épica o no), de Carroll a Lovecraft, de Poe, Borges y Meyrink a E. R. Burroughs, Jack Williamson o Robert E. Howard, a la vez y al tiempo que con la de Nabokov, Scott Fitzgerald, Evelyn Waugh, Faulkner, Kerouac o Sherwood Anderson, no sé muy bien si hubiera entendido o gozado hasta el último poso la singular fusión de ambos universos que se realiza con tal magnificencia literaria en Pequeño, grande. Una de las últimas Grandes Novelas del siglo XX, publicada, naturalmente, en los años 80, auténtico y efímero esplendor crepuscular de la literatura occidental.

 


Hoy, en 2022, ni las novelas de Fletcher Pratt ni las de John Crowley son fáciles de encontrar, salvo en librerías de viejo, reales o virtuales. Hoy, en 2022, parece difícil creer que tanto el uno como el otro fueran bien conocidos y reconocidos, si no populares, en su momento. Que ambos formaran parte del entorno de la ciencia ficción y el Fantasy de su tiempo. El olvido se cierne oscuramente sobre ellos y sus obras. No dejemos que ocurra lo mismo con Brian Catling, uno de los pocos autores que recogen el relevo de esta literatura fantástica diferente, sofisticada, exigente, compleja y al tiempo tan fascinante como emocionante, sin la cual, el género estará poco a poco condenado a su degeneración, degradación y postrera desaparición. Convertido en simple videojuego o blockbuster literario, directo a e-book o audio-libro, ya ni siquiera digno de la letra impresa.

 

The end? 

 

Jesús Palacios 😈

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