FANTASÍAS OLVIDADAS DE AYER, HOY… ¿Y MAÑANA? - PRIMERA PARTE | Jesús Palacios
Libros 🦉
VORRH. EL BOSQUE INFINITO. Brian Catling. Siruela. Madrid, 2018. 475 págs.
o es fácil encontrar nuevos mundos de fantasía que resulten no ya sólo convincentes o interesantes, sino, sobre todo, fascinantes. Para quienes no estamos ya demasiado interesados, salvo honrosas excepciones, en fantasías épicas a la sombra de Tolkien e incluso “en contra” de Tolkien, aunque inevitablemente marcadas siempre por su impronta, pero seguimos siendo impenitentes amantes de los universos extraños, de los mundos de ficción elaborados bajo unos principios de realidad mágica y Sentido de la Maravilla, como escenarios ideales para la aventura y el misterio, resulta abrumador enfrentarse a las sagas de Brandon Sanderson, Joe Abercrombie o Patrick Rothfuss —sin por ello dudar de sus virtudes—, después de toda una vida leyendo a Fritz Leiber, Michael Moorcock, Anne McCaffrey, Roger Zelazny, Marion Zimmer Bradley, Lloyd Alexander, Ursula K. LeGuin, T. H. White, Julian May y tantos otros.
El peso de tantas espadas y cotas de malla, de tantas batallas y duelos, de tantos dragones y mazmorras, objetos mágicos de poder, tiranos oscuros, hechiceros astutos y héroes o antihéroes cargados de misiones imposibles, tullidos o tuertos, bardos o guerreros, huérfanos o bastardos, enanos o gigantes (póngase a todo también su correspondiente morfema femenino, por favor), casi siempre adobado y rebozado en salsas épicas y líricas célticas, germánicas y medievales, servido con aderezos artúricos, místicos y homéricos, con aires ya sea de magia pagana ya de mística oriental, míticos o desmitificadores, más o menos “realistas”, más o menos violentos, acaba por hacerse agotador. Y uno, que sigue sin embargo afecto a lo fantástico e imaginario, añora otras visiones de mundos autónomos, complejos y completos, pero que prescindan de los boatos medievales, de los tópicos épicos y élficos, las ambiciones casi bíblicas y las soluciones mágicas de necesidad. De dragones y princesas, aunque los primeros sean buenos y las segundas malas. De conflictos globales cuando no cósmicos, de los que depende el futuro del reino, de la tierra y, al final, de la humanidad entera (o bueno, de la humanidad, la enanidad, la elfidad, la dragonidad, etc.). Pues bien, para esos, para nosotros, está escrito Vorrh. El bosque infinito.
Su autor, Brian Catling, no es un jovenzuelo. Tampoco un veterano escritor de fantasía: su dedicación al género comienza precisamente con la publicación de Vorrh en 2012. Pero Catling, nacido en 1948, es un conocido y reconocido escultor, pintor, artista gráfico, poeta y creador audiovisual, profesor de bellas artes, con incontables exposiciones tanto en solitario como colectivas, sobradamente prestigioso y valorado en el mundo del arte contemporáneo, caracterizado por un oscuro gusto y regusto por lo grotesco, macabro y surreal que puede recordar a Francis Bacon, William Blake, Tessa Farmer, Breughel, Graham Sutherland… e incluso a David Lynch o Topor. Por supuesto, todo esto se traduce a su vez en influencias literarias no muy distintas ni distantes, a la hora de escribir.
Brian Catling, autorretrato |
Vorrh. El bosque infinito, presenta una suerte de universo colonial alternativo, situado cronológicamente entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, centrándose fundamentalmente en un escenario africano: la imaginaria ciudad de Essenwald, expresión pluscuamperfecta del espíritu colonialista e imperial, llevada piedra a piedra y edificio a edificio desde el centro de Europa hasta su ubicación en África, al borde de una jungla conocida como el Vorrh (una suerte de equivalente selvático del Veldt sudafricano). Alrededor y en el interior de esta masa boscosa prácticamente impenetrable o, mejor dicho, infranqueable, se entrecruzan las historias de varios personajes empeñados en búsquedas personales que, a menudo, poseen trascendencia mayor de lo que parece e implican sucesos que abarcan varios continentes y épocas. El hilo de Ariadna que nos conduce a través del laberinto es, principalmente, la travesía de un soldado británico desertor, que con la sola compañía de un arco elaborado con los restos de su esposa nativa, una hechicera, pretende atravesar el Vorrh, a sabiendas de que este se halla habitado por toda suerte de criaturas fantásticas (reales e imaginarias), tribus extrañas, espíritus y espectros, y que nadie antes lo ha conseguido si no es perdiendo primero mucho más que la vida: su cordura, su memoria e identidad. Tras sus huellas, un nativo contratado para asesinarle intenta darle caza inútilmente.
The Head of Bobby Awl (detalle), por Brian Catling |
Otras subtramas no menos importantes consisten en la extraña historia de un joven cíclope, encerrado desde su nacimiento en una gótica mansión de la ciudad, que evoca las arquitecturas imposibles de Piranesi o Escher y los retorcidos edificios del Gormenghast de Mervyn Peake, atendido por autómatas también de un solo ojo y siempre bajo la tutela de unos superiores desconocidos (no es difícil ver aquí un esbozo de la futura novela del propio Catling, Earwig, de 2019, así como una de sus obsesiones como artista: el cíclope); la desesperada aventura de Raymond (Roussel) con un joven negro, de quien está perdidamente enamorado, que le sirve de guía en un viaje con resonancias bíblicas al interior del Vorrh; y, uno de los hilos principales, la carrera internacional y experimentos, reales y ficticios, del pionero de la fotografía y el cine Edweard Muybridge —incluyendo sus relaciones con Sarah Winchester o Sir William Gull—, cuya personalidad excéntrica y a veces criminal (asesinó al amante de su esposa) está profundamente ligada a varios de los protagonistas de la novela, entrelazándose con sus destinos de forma inextricable.
Detalle de Animal Locomotion: an Electro-Photographic Investigation of Connective Phases of Animal Movements. Por Edweard Muybridge, 1887 |
Con un lenguaje barroco, rico en metáforas y juegos de palabras, pero tremendamente fluido y adictivo, Catling crea un tapiz narrativo inevitablemente posmoderno, pero eficazmente clásico al tiempo. Las distintas acciones se van sucediendo paralelamente, creando un ritmo profundamente cautivante, con un crescendo sostenido, inteligentes cliffhangers y una capacidad inagotable de inventiva, que ofrece al lector un caudal casi interminable de sorpresas y giros argumentales, invenciones prodigiosas, escenas oníricas, criaturas sobrenaturales y referencias culteranas. Historias dentro de historias, saltos en el tiempo, alternando personajes y narrativas particulares, van confluyendo todas, a la manera del río que conduce a los personajes de Conrad hacia el corazón de las tinieblas —referencia inevitable—, hasta un final de finales, que si deja abiertas y en el aire muchas cuestiones, resulta al tiempo perfectamente redondo y satisfactorio, como el cierre de un ciclo o una rotación planetaria en la espiral del Tiempo y de la Historia. Y ojo: cumple con todas las expectativas, precisamente, de una gran novela-río. No faltan intrigas familiares, romances, traiciones, melodrama, violencia visceral, aventura, erotismo y personajes secundarios tan bien trazados, sugestivos y necesarios como los principales. Todo, por supuesto, llevado a un territorio surrealista, grotesco y excesivo, investido de magia, sentido de la maravilla, emoción y misterio.
Un extraordinario cruce entre Dickens y El mundo del río de Farmer, entre Conrad y Gormenghast, entre Henry James y el steampunk, Julio Verne y David Lynch, Rider Haggard y Thomas Pynchon, que ha encontrado entre sus admiradores a figuras afines como Alan Moore, Iain Sinclair, Michael Moorcock, Philip Pullman, Neil Gaiman o el mismísimo Terry Gilliam, quien ha afirmado lo mucho que le gustaría llevar el libro a la pantalla (cosa bien difícil, tal y como están los tiempos). Cierto que, inevitablemente, Vorrh gime también un poco bajo todo el peso de la Historia y las historias que le preceden en esta especie de sofisticada y excéntrica variante de la literatura fantástica, tan típicamente anglosajona, en la que se inscribe, que ni es épica ni heroica a la manera tolkiana, pero sí ambiciosa, compleja y no menos grandiosa, a su artificioso y barroco estilo.
Las sombras del pastiche y la cita cómplice, la interpolación y la meta-literatura son omnipresentes, pero a diferencia de tantos otros intentos fallidos en la misma línea, aquí la referencialidad, su íntima interrelación e interacción con otras obras y autores anteriores, con personajes y episodios históricos reales e incluso con las artes plásticas (sus descripciones poseen a menudo la capacidad de traernos a la imaginación los grabados de Doré, los lienzos selváticos de Rousseau el Aduanero o los abigarrados paisajes surrealistas de Max Ernst), se integra perfectamente en el conjunto, sin resultar cargante ni interferir en el disfrute del lector, antes bien al contrario. Ciertamente, conviene saber algo sobre Raymond Roussel, sobre Muybridge, Mrs. Winchester, Sir William Gull, los caníbales de Sir John Mandeville e incluso sobre la historia del colonialismo europeo en África, para aumentar ese disfrute, pero me atrevería a decir que incluso sin estos conocimientos previos el arte narrativo de Catling es capaz de enganchar a cualquier soñador experto, llevándole hasta el interior del Vorrh, sin que pueda ni quiera salir jamás de su espesa maraña de fantasmas, horrores y bellezas de pesadilla, hechas con la materia misma del inconsciente colectivo y culpable del ser humano.
Grabado para el Libro de las Maravillas del Mundo (1355), |
El problema principal con Vorrh. El bosque infinito es que se trata, cómo no, de una trilogía, y tan sólo su primer volumen está disponible en nuestro país, eso sí, con excelente, cuidada y sin duda tremendamente dificultosa traducción de Pablo-González Nuevo. De alguna forma, su publicación ha pasado desapercibida para muchos (incluyéndome yo mismo) durante varios años, y su escasa repercusión parece estar condenando a sus dos continuaciones, The Erstwhile (2017) y The Cloven (2018), a permanecer inéditas en castellano. Y quizá también al resto de las novelas posteriores de Catling, que incluyen la ya citada Earwig, que la cineasta Lucile Hadzihalilovich ha convertido a su vez en espléndido filme surrealista, sin estrenar de momento en nuestras pantallas. Es como si Vorrh fuera ya un clásico olvidado entre nosotros, antes de haber adquirido el estatus mismo de clásico reconocido. Y si uno piensa en la friolera de tiempo que tardó en publicarse completo el Gormenghast de Mervyn Peake en castellano, gotas de espeso sudor comienzan a deslizarse por nuestra frente, surcada ya por incontables arrugas de preocupación y enfado.
Desde aquí, hacemos un llamamiento a todos los lectores aficionados a la literatura fantástica que estén buscando nuevos horizontes, aire fresco y obras que se salgan de los más estrechos márgenes del género, a que compren, regalen, roben y lean Vorrh. El bosque infinito, urgentemente. Que lo agoten, que escriban sobre él en redes para pescar lectores, que hagan boca a oreja, boca a boca o boca a… lo que sea. Merece la pena. Si es necesario, rezaremos a los más oscuros dioses del interior de la selva para que Siruela no deje de editar los dos volúmenes que faltan, así como el resto de la obra narrativa de este peculiar artista británico, metido a fantasista y creador de mitos.
En la triste tesitura de no poder seguir dando cumplida lectura al resto de la trilogía de Catling, el buceador de mundos fantásticos que hay en mi me llevó, una vez más, hacia atrás en el tiempo (e incluso lejos en el espacio), para redescubrir un clásico añejo que no había caído antes en mis manos: La estrella azul de Fletcher Pratt...
☙ Continuará ❧
Tenía entendido que admitía un lectura autoconclusiva ... No es así, por tanto...? Mil gracias por tus reseñas y artículos de los que soy devoto seguidor.
ResponderEliminarSí, puede leerse sin problema, aunque se nota que quedan pendientes cosas en las que deben profundizar las continuaciones. Y gracias a ti por seguirnos.
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