FANTASÍAS OLVIDADAS DE AYER, HOY… ¿Y MAÑANA? - SEGUNDA PARTE | Jesús Palacios

 


Libros 🦉

LA ESTRELLA AZUL. Fletcher Pratt. Anaya. Madrid, 1992. 298 págs.

 



a estrella azul (1952) fue publicada en nuestro país en la añeja y añorada colección Última Thule, que dirigiera a comienzos de los años 90 del siglo pasado el experto Javier Martín Lalanda, para la editorial Anaya. Una colección excepcional, precisamente por escarbar en los rincones olvidados del género, sin imponerse fronteras y trayendo a la actualidad obras de autores tan variopintos como Jack Williamson, Poul Anderson, Philip J. Farmer, Abraham Merritt, William Hope Hodgson, Robert E. Howard y, por supuesto, Fletcher Pratt, entre algunos más. Clásicos a menudo olvidados o pasados de largo por las nuevas generaciones de lectores y autores, pero quienes, en verdad, construyeron los cimientos de géneros y subgéneros como el Fantasy, la Espada y Brujería, los Detectives de lo Oculto, la Science Fantasy, etcétera. Y que, a veces, pareciera como si oscuros intereses prefirieran mantener en el olvido, para que así los modernos cultivadores del fantástico parezcan mucho más originales, ingeniosos y creativos.


En cualquier caso, quizá el único error de esta estupenda colección fuera que su aspecto externo y portadas hacía pensar a veces al posible comprador y lector que se trataba de novelas en la estela y estilo de las sagas de Dragonlance, o similares publicaciones de la entonces en boga Timun Mas (dicho sin ánimo de ofender o infravalorar estas en modo alguno). Es lo que ocurre, precisamente, con La estrella azul. Su portada parece ofrecernos una novela de fantasía épica, magia y heroísmos digamos que estándar, y, para colmo, uno de los comentarios de solapa la compara, sin duda con la mejor de las intenciones, con las obras de Tolkien, Mervyn Peake y Edgar Rice Burroughs. Sólo puedo imaginar la amarga decepción de algún lector que se acercara a esta, por lo demás, estupenda novela, dejándose guiar por tales equívocos. Aunque la equiparación con Peake pueda tener algo de sentido, nada más lejos de Pratt que sumarse a los imitadores tanto de Tolkien como de Burroughs. Si buscáramos algunos clásicos de la fantasía próximos al espíritu de su novela, estos serían, en todo caso, el James Branch Cabell de Jurgen, sobre todo, y, quizás, ciertos toques de Lord Dunsany o Eric Rücker Eddison. Pero las verdaderas fuentes de inspiración de La estrella azul, más allá de su indudable y voluntaria adscripción al Fantasy, son otras.



Aunque Fletcher Pratt fue un destacado participante en la era dorada del pulp, que cultivó tanto la fantasía como el crimen y la ciencia ficción, publicando en revistas como Amazing Stories o American Detective, y propiciando, junto a su esposa y colaboradora, la artista Inga Stephen Pratt, asociaciones literarias y tertulias con sospechosos habituales como, entre otros, William Sloane, Lester del Rey, Theodore Sturgeon, Frederick Pohl, Judith Merrill, Laurence Manning o L. Sprague de Camp, con quien escribió varias notables novelas de fantasía (alguna rescatada también por Lalanda), era además historiador, analista militar, diseñador de juegos de estrategia, amigo del también historiador Bernard DeVoto, periodista y erudito, habiendo estudiado un año en la Sorbona. Y todo ello se refleja, en alguna medida, en sus obras, particularmente en La estrella azul, considerada por muchos críticos como su mayor logro.

 

Fletcher Pratt (1897-1956)
Escritor de fantasía, erudito, creador de juegos de estrategia,
historiador y perfecto anfitrión

 

La estrella azul enmarca su narrativa principal entre un prólogo y epílogo en los que un grupo de amigos, en “nuestro” mundo y en pleno siglo XX, discuten sobre la naturaleza de la realidad, la posible existencia de universos paralelos y cómo podría haber evolucionado la Historia en ellos, si, por ejemplo, la magia en lugar de ser perseguida y convertida en mera superstición hubiera jugado un papel parecido al de la ciencia. Como resultado de estas reflexiones, todos los invitados tienen esa noche un mismo sueño, que constituye la novela en sí. En este sueño (donde los personajes soñados atisban a veces en sus propios sueños la posibilidad de estar siendo soñados… o de estar soñando a quienes creen soñar con ellos) se desarrolla la rocambolesca aventura de Lalette Asterhax, bruja por herencia, prometida a un importante noble, y Rodvard Bergelin, funcionario menor, que pretende a su vez la mano de Lalette como parte de un complot contra el gobierno, ya que esta es poseedora de una famosa piedra mágica, la estrella azul del título, que permite leer el pensamiento, de forma limitada pero muy útil para los conspiradores. La acción se desarrolla en una Europa alternativa, que parece estar en un periodo histórico entre el Renacimiento y el Barroco, con algunos elementos de la Baja Edad Media y otros de la Edad Moderna, en un escenario geográfico complejo política y militarmente, similar al de los Balcanes, con pinceladas de la República de Venecia y los Países Bajos. Sea como fuere, las aventuras de Lalette y Rodvard van a ser muchas, variadas y peligrosas… Pero más eróticas que heroicas y más diplomáticas que épicas, viéndose ambos personajes, para su disgusto inicial, empujados a unirse a fin de sobrevivir a una retorcida serie de intrigas que ponen a prueba un amor que, por otra parte, no parecen sentir realmente el uno por el otro, y que sirven a Pratt para llevarnos de viaje por su mundo imaginario, en medio de una crisis política, social y religiosa que deriva en auténtica revolución a la francesa (o a la rusa).

 

Portada de la edición en Ballantine Books de The Blue Star (1969)

No sólo argumentalmente elige Pratt mantener al lector al margen de batallas y combates, que sólo aparecen evocadas en segundo plano o en el pasado, sino que tanto su estilo literario, ágil y elegante, como sus referencias históricas y legendarias, se alejan voluntariamente de los fastos medievales, germánicos, célticos y artúricos de Tolkien tanto como de las aventuras de capa y espada o el aire wéstern de Edgar Rice Burroughs, para poner los pies bien en el suelo y deleitarnos con una serie de episodios picarescos, dignos de una comedia de enredo, al borde, de hecho, de la screwball comedy, si bien no exentos nunca de peligros muy reales para los protagonistas. Pese a su presencia cotidiana, la magia y la brujería no se emplean salvo de forma comedida, bien integradas en la trama tanto como en el propio tejido seudohistórico del mundo creado por Pratt, sin servirse de ellas como deus ex machina o recurso mesiánico alguno. Los elementos habitualmente depredados por la fantasía épica tradicional son sustituidos por otros más caros al autor, mucho más raros de ver.

 

En lugar de Mallory, Homero, las sagas y Eddas escandinavas o incluso Las mil y una noches, las efervescentes fuentes en las que bebe Pratt son las comedias de enredo de Shakespeare, con sus disfraces y equívocos; las aventuras erótico-festivas de los personajes de Bocaccio y Chaucer o las peripecias del Lucio de Apuleyo. En vano buscarán los amantes de dragones, batallas, elfos y objetos de poder, enfrentamientos entre la Luz y las Tinieblas en estas páginas, que no deben nada ni a Tolkien ni a La Ilíada, Beowulf o Los hechos del Rey Arturo, sino a Los novios de Manzoni, la poesía de Dante, El Decamerón, El asno de oro o Los cuentos de Canterbury, con un trasfondo de intriga política y diplomática casi ruritano, no exento de matices contemporáneos, teniendo en cuenta que el libro fue publicado originalmente en 1952, en plena fiebre anticomunista en Estados Unidos.


Fletcher Pratt (a la izquierda), junto a sus compañeros en Los Irregulares de Baker Streetlos escritores Christopher Morley y Rex Stout


Ciertamente, las cuestiones políticas, estratégicas y diplomáticas son fundamentales en el escenario creado por el autor, a la par que las aventuras y enredos románticos o eróticos. Entre los actores principales del drama “histórico” descrito por Pratt encontramos equivalentes de la Iglesia y el Vaticano, aunque sin Papa, con su Inquisición incluida: los Episcopales; durante sus cuitas, los protagonistas acudirán en busca de protección a una secta o culto tan poderoso como para tener su propio estado en un país no muy lejano: los Amorosianos, evidente y al tiempo sutil trasunto de los Fedeli d´Amore para quienes Dante escribió sus poemas, supuesta secta tardo-medieval, cuya existencia es dudosa, pero que en cualquier caso estaría vinculada a las ideas y creencias gnósticas de cátaros, templarios y albigenses, lo que es bien explicado y explicitado en la novela. Por su parte, Los Hijos del Nuevo Día, asociación revolucionaria secreta en la que milita Rodvard, son una clara combinación de Illuminati bávaros, ilustrados a la francesa y bolcheviques, que lucha para socavar la sociedad feudal y teocrática e imponer la justicia social… Aunque sin ningún plan muy preciso y con pronta tendencia a caer en la burocracia, el clientelismo y la tiranía, constituyendo rápidamente su propio equivalente al Comité de Salud Pública o a las Checas comunistas.

 

Dante Gabriel Rossetti, El sueño de Dante en el día de la muerte de Beatriz (1856)

La estrella azul es, desde luego, Fantasy, pero un Fantasy donde la épica es sustituida por la picaresca, el heroísmo por el erotismo, lo bélico por lo político, y sus aventuras, imparables y gozosamente entretenidas, por tierra y por mar, con piratas y contrabandistas, nobles corruptos, sacerdotes inquisidores, espías y contraespías, brujería, religión y revolución, se dirigen a un lector maduro, culto y sofisticado. No hay héroes ni heroínas de una pieza, no hay dragones ni orcos, no se ganan guerras ni batallas contra el Mal, ni siquiera se acude al truculento “realismo” historicista del Martin de Canción de hielo y fuego. Sus héroes son sólo seres humanos atrapados por circunstancias históricas, luchando con astucia y mucha suerte para salir indemnes de un juego de poder sin concesiones, cuya víctima última es el individuo. Por ello, Pratt concluye su novela (tranquilos: no spoiler) de forma igualmente poco épica pero más que adecuada, demostrando compasión por sus protagonistas y mostrando, por encima de todo, su enorme amor por la libertad.

 

John William Waterhouse, Un cuento del Decamerón (1916)


De nuevo, el destino se muestra muy, pero que muy injusto con una obra que difícilmente encontrará sus lectores adecuados entre los más fanáticos del Fantasy. Traicionada, no por la excelente traducción e introducción de Lalanda, sino por su presentación como novela de fantasía heroica, es fácil ver cómo se encuentra atrapada en una tierra de nadie, fértil pero difícil de transitar para muchos: la de esos mundos fantásticos construidos no en torno a la épica tolkiana, sino alrededor de otras fuentes y elementos más culteranos, sofisticados, esotéricos y adultos. El mismo por el que camina ahora Brian Catling a su manera, y que, por desgracia, en nuestro país tiene poco arraigo entre el lector. Prisioneras entre el paradigma de la “Literatura” con mayúscula y el de la siempre despreciada literatura de género, se convierten en obras ignoradas por los seguidores de la primera e incomprendidas por los amantes de la segunda, con contadas y nobles excepciones, por supuesto. Difícilmente veremos, me temo, el resto de las novelas fantásticas de Fletcher Pratt, en solitario o junto a Sprague de Camp, editadas o reeditadas en nuestro país, siguiendo el ejemplo de aquella pionera colección de Lalanda.

 


No es extraño, por tanto, que hoy resulte complicado encontrar en edición reciente no sólo el que será nuestro último ejemplo, por ahora, de fantasías olvidadas de ayer y de hoy, Pequeño, grande, sino la mayor parte de las obras traducidas de su autor, John Crowley...


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