FANTASMAS DE LA COLONIA | Jesús Palacios
“Es un árbol del diablo. Algunos indios creen
que el diablo no es solo un ángel oscuro que vive en otro lugar, allá abajo. Lo
ven como algo natural, tan natural como un arroyo o un árbol. Este diablo nace
de la tierra, es una parte de la naturaleza, prosperando en la mitad maligna de
la vida. Todo lo que es bueno tiene un lado malo. Para vivir y respirar, la
mantis tiene que matar a la mosca, el halcón tiene que matar al gorrión. Yo
maté a ese conejo y me lo voy a comer… algunos creen que cada vez que se
derrama sangre inocente, se hunde en la tierra y se une a la sangre particular
de otras víctimas que han muerto antes… hasta que finalmente las almas de las
criaturas sacrificadas se reúnen en un espíritu que respira, un diablo que
captura a los vivos y domina a las sombras. Este valle es donde se acumula la
sangre perdida. Es el hogar del diablo."
El trampero Marion Dalton a su hija, en Eyes of Fire
EYES OF FIRE. USA, 1983. D.: Avery Crounse. G.: Avery Crounse. I.: Dennis Lipscomb, Guy Boyd, Rebecca Stanley, Sally Klein, Karlene Crockett. 90 m. C.
Hay más películas extrañas
entre el cielo y la tierra de las que nuestra filosofía (o cinefilia o
cinefagia...) cree conocer y puede explicar. Situada en un marco atípico para
el cine fantástico y no demasiado frecuentado tampoco por el wéstern (que en
este caso cabría denominar como pre-wéstern), el de la Norteamérica colonial de
mediados del siglo XVIII, escenario que asociamos habitualmente con las épicas
aventuras fronterizas escritas por Fenimore Cooper y sus émulos, Eyes of
Fire es toda una curiosidad excéntrica y singular, que no encuentra
parangón prácticamente hasta la muy posterior y reciente La bruja: Una
leyenda de Nueva Inglaterra (The Witch, 2015) de Robert Eggers, de
la que supone en muchos aspectos todo un antecedente.
Sea como fuere, el primero de
los tres únicos filmes escritos y dirigidos por el realizador independiente
Avery Crounse, es toda una rara avis, una genuina pieza de Gótico Americano
y Folk Horror fronterizo, que combina brujería celta y maldiciones de
los nativos americanos, fanatismo religioso y animismo, terror psicológico y
cuento de hadas oscuro, con un estilo atmosférico, esteticista y pausado,
agorafóbico y ominoso, que estalla de cuando en cuando en inesperados efectos
visuales y delirios psicodélicos.
La historia, contada en flashback,
de Eyes of Fire sigue los pasos de Will Smythe (Dennis
Lipscomb), predicador bígamo y puritano al tiempo, expulsado de una villa de
pioneros acusado de adulterio y poligamia, quien se interna seguido por su
pequeña comunidad de fieles en territorio indio, en tierras de los shawnee,
en busca de un nuevo hogar. Al grupo se suma pronto el experimentado trampero
Marion Dalton (Guy Boyd), cuya infiel esposa se ha unido al religioso,
llevándose con ella a sus hijas. Sólo gracias a los conocimientos de Dalton
conseguirán evitar ser masacrados por los shawnee, quienes se apartan de
su camino cuando el grupo decide penetrar en un oscuro y selvático valle de
árboles cubiertos con plumas por los nativos, como advertencia de que se trata
de un lugar maldito, habitado por espectros, demonios y quién sabe qué más.
Allí, los viajeros se instalan en las
ruinas de una granja abandonada, cuyos habitantes desaparecieron
misteriosamente. Y allí, empiezan pronto a manifestarse diabólicas presencias,
espectros de distinta forma y procedencia, incluyendo espíritus arbóreos que se
apoderan de quienes se internan en el bosque, atrapándolos en su corteza y
raíces; una extraña tribu de salvajes que aparecen y desaparecen por arte de
magia, pero cuyos ataques son bien materiales, así como los fantasmas de los
anteriores colonos habitantes de la finca. Todos presididos por una suerte de
bruja legendaria, de aspecto repulsivo, que parece habitar en las raíces de un
enorme y siniestro árbol en el centro del bosque.
Poco a poco, los pioneros comienzan a ser diezmados por ataques y visiones de demonios y espectros, cayendo presa de alucinaciones o desapareciendo en la selva. Pese a ello, el fanático Smythe, convencido de haber encontrado su Jerusalén y después de acoger a una niña india que, por supuesto, no es lo que parece en absoluto, se niega a seguir los consejos del atribulado trampero y abandonar el asentamiento, arrastrando con él a sus seguidores a la muerte y la locura. La única posibilidad de evitar los oscuros designios de los espíritus del valle se encarna, paradójicamente, en la extraña muchacha adoptada por el predicador en su tierra natal, Leah (Karlene Crockett), la Reina del Bosque, hija de una bruja irlandesa que fuera quemada a manos ―según se nos da a entender― del propio Smythe y sus correligionarios, y quien posee dones mágicos heredados de su madre: una “segunda visión” que le permite descubrir y repeler los ataques de las fuerzas sobrenaturales que les asedian. Sólo gracias al rudo Dalton y a la salvaje y feérica Leah, tendrán los supervivientes una oportunidad para escapar al Mal que habita en el valle.
Con cuidada fotografía tenebrista y fieles
vestuario y diseño de producción, pese a su obvia escasez de medios, con
excelente banda sonora de inspiración folclórica irlandesa, obra de un todavía
poco conocido entonces Brad Fiedel, y rodada en los impresionantes bosques de
Missouri, que pasan perfectamente por los salvajes territorios al otro lado del
país de la disputada Frontera entre ingleses y franceses del siglo XVIII, entre
el actual Canadá y los Estados Unidos, Eyes of Fire dista mucho de ser
perfecta, pero pese a sus excusables flaquezas, se erige, en plena época del slasher
y el terror juvenil, como extraordinario artefacto de puro Folk Horror,
con una exquisita e inquietante atmósfera de cuento de hadas tradicional, que
aprovecha al máximo su reparto de actores de carácter poco conocidos y las
posibilidades de su escenario histórico y natural, para explorar un mundo
mágico y animista, entre la fantasía oscura, el terror y la magia, que integra
de forma atípica elementos procedentes de la tradición europea (el fanatismo
religioso, el satanismo, la caza de brujas, las leyendas irlandesas…) con otros
propios del Nuevo Mundo (los espíritus nativos, la naturaleza semoviente, el
animismo y chamanismo aborigen…), a través de la común naturaleza mítica y
mística de todos ellos.
Sobre trama y personajes se proyectan sombras procedentes de la misteriosa colonia desaparecida de Roanoke, del fanatismo puritano de Salem y la Nueva Inglaterra pionera de Hawthorne, de los cuentos y leyendas coloniales de Washington Irving y de las evocadoras presencias invisibles de la Naturaleza descritas sin igual por Algernon Blackwood en relatos como “Los sauces” o el muy pertinente aquí “El Wendigo”. Cinematográfica y estéticamente, en sus mejores momentos Eyes of Fire evoca la sobria magia paisajística del Herzog de Aguirre, la cólera de Dios (Aguirre, der Zorn Gottes, 1972) ―por ejemplo, en el descenso del transbordador robado por los fugitivos pioneros, atacado por invisibles shawnee desde las orillas del río, y que acabará capitaneado por un cadáver prosiguiendo su extraño descenso corriente abajo―, las criaturas de los árboles y la bruja misma parecen sacadas de las ilustraciones más oscuras de Arthur Rackham, mientras que numerosos planos de los niños abducidos por el bosque y la ominosa presencia del maligno árbol que lo preside parecen adelantarse tanto a La tutora (The Guardian, 1990) de Friedkin como a la citada La bruja de Eggers.
En particular, esta última da la
impresión de haberse inspirado parcialmente en más de un aspecto del casi
desconocido filme de Crounse, tanto en la descripción del espíritu religioso
fanático e irracional, patriarcal e intolerante del puritano predicador Smythe,
que parece encontrar eco en la actitud no menos intolerante del pater
familias William (Ralph Ineson) en la película de Eggers, como en la
recreación de la vida aislada de una comunidad pionera, así como en las ya
citadas escenas en que algunas de las niñas de la colonia son atraídas por la
oscura llamada del bosque.
Eyes of Fire |
La bruja |
Eyes of Fire |
La bruja |
En cualquier caso, tanto el uno como el
otro atienden sin duda a cierta inspiración común en Dreyer, Bergman y el
citado Herzog, aunque en el caso de la más agradecida Eyes of Fire, esta
se encuentre también muy próxima al espíritu y la forma de títulos de la época
tan peculiares como En compañía de lobos (The Company of Wolves,
1984) o Legend (1985), así como a cierto cine fantástico antropológico
australiano y canadiense, con el que comparte un mismo aroma ecológico y folk
inconfundible. Incluso los excesos psicodélicos de sus irregulares efectos
visuales, con su fotografía solarizada y saturados colores psicotrópicos,
acompañados de rayos y explosiones, dignos de Ken Russell, resultan hoy con sus
tonos violentamente violeta sorprendentemente parecidos a los empleados por
películas recientes como Mandy (2018) o El color que cayó del
cielo (Color Out of Space, 2019). ¿Quiere decir esto que Eyes of
Fire se adelantó a su tiempo… O que el cine actual nace ya con vocación de
parecer antiguo? La respuesta está en el viento...
Aunque citada a menudo como (oscuro)
ejemplo de Weird Western, que sin duda lo es en el sentido más amplio
que podamos dar a este género o más bien metagénero, Eyes of Fire es
sobre todo y ante todo genuino Folk Horror americano, fantasía oscura en
la Frontera. Un cuento de fantasmas contado al calor de la hoguera en
medio de las selvas del Nuevo Mundo, apenas recién holladas por Ojo de Halcón y
Uncas, pero pobladas ya por los espectros milenarios de un pueblo que iba a ser
desterrado y arrebatado implacablemente de sus dominios para siempre, por
aquellos hombres blancos que habían atravesado millas y millas de océano para
escapar a sus propios demonios… Llevándolos en realidad consigo como invisible
equipaje, acompañándoles en su épica y sangrienta conquista del continente
americano, pasando a convivir en infernal pandemonio con los dioses y demonios
ancestrales de sus pobladores aborígenes, nunca del todo desterrados.
No existe copia restaurada en Blu-ray o HD
de Eyes of Fire, aunque es de esperar que en estos tiempos de
recuperación de clásicos de culto, podamos pronto disfrutar de ella.
Jesús Palacios 😈
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