RÍO SIN RETORNO | Jesús Palacios



LAS GARRAS DE LORELEI. España, 1973. 85 m. Color. D.: Amando de Ossorio. G.: Amando de Ossorio. I.: Tony Kendall, Helga Liné, Silvia Tortosa, Francisco Nieto.

Esta vez el horror no viene de las profundidades del mar, sino de las de un río, el Rin, fuente de leyendas épicas y fantásticas como la del oro de los Nibelungos. Las garras de Lorelei es un clásico menor de la era dorada del fantaterror hispano, dirigido y escrito por Amando de Ossorio, “culpable” de la famosa (o infame) saga de los Templarios.

La noche del terror ciego (1972), primera entrega de la saga templaria de Amando de Ossorio

Ossorio nació en la ciudad costera de La Coruña, rica en tradiciones marinas, y se sintió siempre fascinado por los misterios acuáticos (El buque malditoLa noche de las gaviotasLa serpiente de mar...). En esta ocasión, encontró inspiración en el personaje fantástico de la Lorelei (o Lorelay), una suerte de sirena de río que atrae a los pescadores con su belleza, para después darles cruel muerte. En realidad, el Lorelei es un monte de piedra caliza en medio del Rin que ha servido de inspiración para numerosos poemas e historias, incluyendo una novela del escritor romántico alemán Clemens Brentano, donde introduce la balada Zu Bacharach am Rheine, publicada en 1801, que crearía directamente el mito mismo de la Lorelei, basando el personaje en elementos tomados de Las metamorfosis de Ovidio y de criaturas legendarias como las ninfas acuáticas, las nereidas y ondinas, tan queridas por sus contemporáneos románticos. Después, Heinrich Heine adaptaría esta balada en sus propios términos para su popular poema Die Lorelei (1824) y... ¡tachán! Había nacido una leyenda que mucha gente sigue creyendo procede del folclore germánico ancestral en lugar de tratarse, como es el caso, de una invención de dos poetas alemanes del siglo XIX.

Postal  turística antigua representando la Roca de Lorelei en el Rin, inspirada en los poemas de Brentano y Heine

Pero a Ossorio todo esto le trae al fresco. Su única preocupación es construir una entretenida, a veces ridícula y a veces sublime, película de monstruo acuático, con la gélida belleza germana de la gran Helga Liné como la milenaria Lorelei, aquí, guardiana del tesoro de los Nibelungos por orden de Wotan mismo, junto a su sirviente Alberich, quien en lugar de ser un enano contrahecho es ahora casi un gigante, encarnado por el siempre impresionante Luis Barboo.


Cada siete años, la Lorelei debe matar varias víctimas humanas para, literalmente, devorar sus corazones a fin de seguir siendo inmortal, pero esta vez la villa alemana que sufre sus ataques nocturnos ha contratado (por instigación de la hermosa Silvia Tortosa, profesora en un cercano internado femenino atemorizado) a todo un cazador profesional para acabar con la bestia: el viril Tony Kendall (Luciano Stella), con unas pintas de chulo piscinas de mucho cuidado. Pero el guapo cazador, que no por casualidad se llama Sigurd, resulta cazado (o pescado, en este caso), cayendo bajo el encanto de la Lorelei en su forma humana, si bien al mismo tiempo se verá irrevocablemente destinado a intentar acabar con ella, si quiere salvar a la no menos adorable y más humana Silvia Tortosa, prendada también de sus encantos.



Las garras de Lorelei es una película pobre, filmada creo yo en los alrededores de la Sierra de Madrid (aunque puedo equivocarme, y tratarse de algún otro lugar equivalente), que se nos intentan hacer pasar por una villa alemana, utilizando descaradamente imágenes de archivo procedentes de algún documental sobre el río Rin y sus orillas. La historia es absurda y errática, incluyendo hasta un toque de ciencia ficción, con un profesor obsesionado por la Lorelei, por su naturaleza criptozoológica y cómo destruirla, además de un montón de escenas tontas pero absolutamente camp del internado femenino y su piscina, repleta de actrices españolas sexy y en bikini. Sin embargo, a pesar de todo, la película funciona en un nivel involuntariamente onírico y surrealista, especialmente cuando descendemos a los dominios subacuáticos de la Lorelei, con su trono rodeado por el tesoro de los Nibelungos, en una suerte de capilla gótica y cavernosa, acompañada por Alberich y por otras tres furibundas ondinas, como un eco algo choni de las novias vampiras de Drácula.


Ossorio hubiera querido que el trono de Helga Liné se elevara sobre una montaña de esqueletos de pescadores muertos, pero la falta de presupuesto le impidió construir tal decorado. Pese a ello, la atmósfera de extrañeza resulta ominosa y ensoñadora, los asesinatos de la Lorelei en su traje de monstruo son gráficamente sangrientos, la música de Antón García Abril oscila entre lo hortera y lo sorprendentemente lírico, y en general el tercer acto posee una cualidad poética al tiempo que delirante totalmente irresistible.


La fría belleza de Helga Liné, el empleo de la cámara lenta y la psicodélica fotografía en negativo (marcas propias del cine de Ossorio) añaden una nota más irreal si cabe a esta humilde pieza del terror español, basada en una falsa leyenda germana, que, por supuesto, nunca se llegó a distribuir en Alemania, algunas veces asombrosa y otras ridícula, pero siempre tan divertida como entretenida e inevitablemente disfrutable.


Una sangrienta fantasía romántica cuyo tráiler recuerdo haber visto de niño en un cine de verano de pueblo, al aire libre, atrapado entre el miedo y una inidentificable todavía fascinación erótica... Aunque, puestos a pasar miedo, pasaría mucho más con la película para todos los públicos que había ido a ver con mis primos y primas: El Cristo del océano (Ramón Fernández, 1971). A su manera, otra obra de terror acuático y religioso, con guion de Keith Luger, que me dejaría traumatizado durante algunas semanas... Pero esa ya es otra histeria.



Jesús Palacios 😈

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