GUERRA DE CLASES EN COREA DEL SUR - "Parásitos" | Jesús Palacios
Una crítica extensa de "Parásitos" publicada por Jesús Palacios en la revista "Cine 2000" en octubre de 2019.
Aún hay clases. Mientras en el Festival de Venecia ganaba una payasada travestida de drama social para fans de los súper-anti-héroes con pretensiones morales, en Cannes lo hacía una obra maestra de la sátira social eficazmente construida con andamiajes de thriller, comedia de enredo, picaresca y tragedia splatter, es decir, lo último por ahora de Bong Joon-ho, una de las cabezas principales de esa inagotable hidra del buen cine que es Corea del Sur, a la que cuando le cortas un director le salen otros dos igual de buenos o mejores. Bromas aparte ―que diría el verdadero Joker― "Parásitos" es una lección de buen cine que trasciende metáforas y lecturas, cuyas más de dos horas de duración se pasan volando, y que deja en el espectador al finalizar no solo un buen sabor de boca, sino varios ―el metálico de la sangre, el agridulce de la tragicomedia, el picante del humor salvaje, el ácido de la sátira social y hasta el azucarado de lo sentimental sin sentimentalismo―, evidenciando una vez más el punto fuerte del mejor cine surcoreano en general y de Bong Joon-ho en particular: la mezcla eficazmente (des)equilibrada de géneros, tonos y tonalidades.
Orquestada en tres actos perfectamente medidos, un primero de comedia picaresca seguido por un segundo de puro enredo vodevilesco para llegar finalmente a un clímax de tragicomedia sangrienta y sangrante, la nueva parábola sociopolítica del director de joyas como "Memories of Murder", "The Host" o la infravalorada "Snowpiercer", reincide en su siempre aguda disección de la guerra de clases posmoderna, retrato de unas diferencias sociales y económicas cada vez más agudizadas entre un creciente subproletariado de nuevo cuño, que se busca la vida con mezquindad e ingenio de pícaro asiático rayana en la genialidad, aunque sin conseguir escapar nunca de su condición vapuleada y empobrecida, y una también creciente clase alta, distanciada en su perversa ingenuidad y estupidez de la miserable realidad que la rodea desde el exterior de sus muros vigilados y que anida bajo su subsuelo, viviendo y acechando en la oscuridad subterránea de sus incómodos sótanos y cloacas olvidadas. La metáfora, no muy sutil pero de eficacia propia de refugio antiatómico, está servida.
Los protagonistas de "Parásitos" son el germen de los futuros morlocks de "La máquina del tiempo" de Wells, pero Bong Joon-ho los retrata mucho antes de que se conviertan en sanguinarios antropófagos, con toda la simpatía y humanidad que caracteriza su mirada hacia las clases humildes... Pero, ojo: sin dejarse llevar tampoco por lugares comunes ni fáciles tópicos. Los pícaros parásitos de la película han aceptado tácitamente el lugar que la sociedad parece haberles reservado. Prefieren enfrentarse mezquinamente con sus iguales y así destruirse mutuamente, aspirando inútilmente a los lujos y excesos que han convertido en poco menos que idiotas a sus amos y señores, antes que rebelarse contra ellos. Si tal rebelión es posible, claro. Porque la película de Bong Joon-ho es cualquier cosa menos complaciente. No da soluciones. No ridiculiza a unos u otros ni les transforma en meras caricaturas pintadas de payasos o convertidas en villanos de lacrimógeno folletín social decimonónico. Sin perder en ningún momento la mirada irónica, el humor y la agilidad de la mejor comedia de enredo, combinados con el suspense y la violencia contenida ―y desatada― del thriller psicológico más retorcido, consigue que el espectador empatice con sus personajes, víctimas y verdugos (a veces intercambiables) de un sistema de clases que parece funcionar por sí solo, con la misma trágica impersonalidad que las lluvias torrenciales que se llevan las casas, pertenencias e ilusiones de unos, a la vez que riegan el jardín, llenan la piscina y hacen las delicias de otros. Y mientras, en la oscuridad del sótano...
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