LOS DIABÓLICOS ÁNGELES DE CHARLIE | Jesús Palacios


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¿Por qué todo el mundo odia la nueva película de Los Ángeles de Charlie?

No es que sea una pregunta que me quite el sueño, precisamente, aunque quizá la respuesta sí debería quitárnoslo. Personalmente, no esperaba nada de particular y mucho menos nada bueno de este supuesto reboot, secuela, remake o spin-off ―lo que se prefiera o quede más cool― del concepto original, teniendo en cuenta el momento de empoderamiento femenino combinado con empobrecimiento cultural en que vivimos. De ahí que al encontrarme de repente con una película fresca, divertida, sin pretensiones a la par que con una conciencia clara de ser exactamente lo que pretende ser, me devolviera durante dos horas la fe en un feminismo inteligente, dotado de sentido del humor, de ironía capaz incluso de llegar hasta la auto-parodia (impagable Saint, el Q de la Nueva Era) y sin complejos con respecto a la cultura popular y su sana apropiación. De hecho, la película de Elizabeth Banks, actriz, guionista y productora entre otras cosas, posee una virtud extraña en estos días: ser capaz de reírse de sí misma sin por ello perder ni la convicción narrativa ni su convicción social y política, que la tiene, vaya si la tiene.

Al utilizar un mito de la televisión y la cultura de masas claramente precursor del empoderamiento femenino, pero surgido, como todos los grandes iconos feministas pop de la calenturienta mente de hombres liberales y libertinos que han hecho tanto o más por la liberación y la igualdad de la mujer como muchas luchadoras feministas, Elizabeth Banks demuestra conocer y entender la reglas del juego a la perfección, demostrando también que se puede tomar el relevo del género siempre y cuando se comparta su sentido lúdico, festivo y esencialmente camp. Los nuevos Ángeles de Charlie proponen un aggiornamento feminista al completo de la vieja serie y de los dos magníficos filmes de McG que supieron servir de puente entre la nostalgia televisiva y el milenarista milenio actual. Aquí, todos los hombres son malos o tontos, salvo quienes se ponen humildemente a las órdenes de las súper-mujeres del siglo XXI. Aquí, todas las chicas son fantabulosas, comparten sororidad sin límites, están al servicio de los humildes y desprotegidos y poseen recursos inagotables de fuerza, inteligencia y bondad con los que salvar el planeta de depredadores capitalistas sin escrúpulos, amén de machistas y abusadores... Pero aquí, todo está sanamente llevado al límite del absurdo, ejercido con ingenio cómplice y extravagante que parece contener en sí el aviso de que un feminismo excesivamente serio, misándrico y tan omnipotente como omnívoro resulta a la postre tan indeseable como una película de acción sin humor, exotismo, música, lujo y color. Porque al tiempo que Los Ángeles de Charlie pone en su lugar a los villanos viejapolla del Antiguo Régimen y a los falsos compañeros de viaje, lobos neoliberales disfrazados de corderos New Age, celebra un feminismo explícitamente femenino y pop, sensual, frívolo y erótico-festivo, más próximo a los excesos mitológicos y los sueños húmedos de Camille Paglia que a esa fantasía de un mundo sin hombres habitado por monjas lesbianas que se reproducen mitóticamente en un enfermizo entorno asexuado que parece acechar en buena parte, al menos, del nuevo feminismo milenarista que nos rodea.

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Si como película de acción Los Ángeles de Charlie ofrece espléndidas persecuciones, peleas coreografiadas con elegancia e ingenio, cambios de escenario constantes, diálogos divertidos e inteligentes y un estupendo diseño de producción, como película militante otorga al nuevo feminismo y empoderamiento femenino lo que tanta falta le está haciendo: ironía, sentido del humor, distanciamiento, auto-parodia, complicidad y estética. De hecho, belleza, erotismo y diversión. El filme de Elizabeth Banks es la película feminista del año, no la sentimental, viejuna y mojigata Retrato de una mujer en llamas. Es un ejemplo netamente cinematográfico de ese empoderamiento femenino que ejercen ya las Divas del Pop desde su trono de magníficos videoclips, quienes han arrebatado hace mucho y con éxito absoluto el poderío icónico de la cultura popular de garras de las viejas, cansadas y cansinas estrellas de rock, zombis del pasado machista que se están pudriendo sobre el escenario. Kristen Stewart, Naomi Scott y Ella Balinska, dirigidas en la realidad y en la ficción por Elizabeth Banks, son como Ariana Grande, Ava Max, Rhianna, Selena Gomez, Taylor Swift, Demi Lovato, Miley Cyrus, Katy Perry o Beyoncé, verdaderas heroínas pop, adalides de un feminismo con rostro humano y curvas de mujer, que puede gustar y gusta a hombres, mujeres, heteros, gays y a toda la variedad de tendencias, inclinaciones, géneros y transgéneros tanto sexuales como cinematográficos a quienes les quede una sola gota de sangre humana en el cuerpo. Demuestran que el feminismo no tiene por qué ser una religión fanática y puritana. No tiene por qué negar la cultura y el saber anteriores al Milenio de la Mujer, sino apropiarse de ellos y enriquecerse con ellos... La obra de Miguel Ángel o las películas de John Ford, el arte de Van Gogh o el de Orson Welles, los cómics de Flash Gordon o las películas de 007 son tan suyas como de cualquiera, como de toda la Humanidad.

Lo tristemente gracioso de que una película como Los Ángeles de Charlie sea rechazada por general consenso es que expone tanto las debilidades de los restos moribundos de un patriarcado que nunca lo fue por elección propia, pero que aprovecha en su tozudez cualquier resquicio para mostrar su prehistórico rechazo a la idea de una mujer realmente independiente en sus propios términos, femenina en su feminismo y feminista en su feminidad, como las de un feminismo politizado, ideologizado y manipulado que pretende ignorar e incluso desterrar para siempre la belleza, el humor, la ironía, el erotismo y la diversión como si fueran cosa del diablo (de hecho, lo son) y no pudieran o debieran formar parte de la liberación femenina y de la lucha genuina por la igualdad. Resulta inquietante comprobar cómo, al igual que las feministas anti-pornografía y el Vaticano coinciden más allá de la duda razonable en sus postulados, los fans del cine de acción, tradicionalmente machistas y falocéntricos, coinciden a su vez con las feministas extremas en un mismo rechazo de la belleza, la frivolidad y el humor.

Los Ángeles de Charlie es puro feminismo igualitario: es igual de buena, de mala, de inteligente, de estúpida, de absurda y de astuta que el último y estupendo Rambo: LastBlood, que la saga de John Wick o que cualquier película de acción que se precie, solo que sus protagonistas son mucho más guapas, su música más bailable, sus diálogos chispeantes, sus intenciones más sutiles y su estética y mensaje último más rabiosamente modernos y propios del siglo XXI. Lástima que su destino sea el de convertirse en película de culto a largo plazo, como ocurriera con las anteriores de McG, igualmente rechazadas en su momento, en lugar de ser el gran éxito que barriera de una vez por todas con la negra (o gris) peste pseudo-feminista que acecha desde los universos Marvel y D.C., los nuevos films-Bond o las más envenenadas aguas del cine social de poco arte y menos ensayo.

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