RAMBO: LAST BLOOD ¿Necesitamos tener héroes? | Rakel S.H.

Vértice 360
Estreno el 27 de septiembre de 2019

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Valoración: Buena película para los amantes del género. Acción a raudales, lo justo de drama y una generosa dosis de gore y violencia hacen de este Rambo (quizá el último... o no) una cinta que satisfará con creces las expectativas de sus fieles. No, no es ni mejor ni como First Blood, pero sí podemos ver al mismo John Rambo de aquella de 1982 con un desarrollo psicológico más complejo y realista. Incluso pese a la falta de expresividad de su deformado rostro y la edad que ya agota visiblemente ese cuerpo sobremusculado, Stallone encarna como nadie al héroe crepuscular en esta historia de venganza donde no se nos escapa el discurso Republicano; sin embargo, a este veterano del cine de acción, con el que simpatizamos porque nos sumerge en la nostalgia de un tiempo de salas y videoclubs donde no tenían cabida la mesura ni lo políticamente correcto y primaba ante todo el entretenimiento de un espectador hambriento de historias y emociones, se lo perdonamos todo.













¿Necesitamos tener héroes?


Whatever happened to
All of the heroes?
All the Shakespearoes?
They watched their Rome burn
Whatever happened to the heroes?
Whatever happened to the heroes?

No more heroes any more
No more heroes any more

“No more heroes” (1977) The Stranglers

All the children say,
We don't need another hero,
We don't need to know the way home
All we want is life beyond the Thunderdome

“We don´t need another hero” (1985) Tina Turner

Quien más quien menos ha tenido algún referente a lo largo de la vida. El ser humano tiende a la mitificación y ya fuera Hércules en su tiempo, Supermán o John Wick ―en un espectro más oscuro― en el nuestro, parece que necesitamos que existan modelos al margen de nuestra miserable y patética existencia de personas vulgares con vidas ordinarias. Suponen un reflejo de nuestro súper ego en el espejo, de aquello que anhelamos ser y que, aunque irreal e irracional, convertimos en posible al existir de alguna manera, como se suele decir y permitidme la payasada, en nuestros corazones. Las imperfecciones y debilidades restan su importancia en el proceso de querer emular a nuestros héroes, como Narcisos autoengañados aferrados a la ilusión de poder ser mejores de lo que somos. Como el niño de Lacán reconociéndose en el reflejo, pero en uno distorsionado en el que dejamos de formar parte de la sobrepoblación de un planeta atestado por súper egos ficticios, que sólo quieren encontrar su lugar y un sentido especial para sus vidas corrientes.

Pero, ¿necesitamos tener héroes? ¿Tiene algún beneficio para nuestra mente? Supongo que la reflexión estriba en cómo nos afecta a nosotros y a los demás. No será lo mismo que nuestros superhombres o supermujeres encarnen valores de protección y conciliación que el admirar a modelos más agresivos e “innobles”, aunque esto no quiera decir tampoco que tengamos por objetivo en la vida salvar o destruir el mundo. Los héroes representan arquetipos que nos resultan atractivos por algún motivo bastante intrascendente en realidad, proyectando exponencialmente nuestras características o nuestras carencias. El ser humano es un animal de pensamiento complejo, con una extensa gama de grises y áreas oscuras que, como bien señalaba Jung, deben ser aceptadas para iluminarnos; para sentirnos completos —o casi— habrá que caminar también ese camino y saludar a nuestro querido Míster Hyde, que haberlo haylo. Esto supone que nuestros héroes no tienen por qué ser dechados de virtud, paz y amor, y todo depende —como siempre— de qué hacemos con esos valores y emociones, si nos alientan a mejorar o nos incitan a invadir Polonia, cómo nos afectan como individuos y a la convivencia en sociedad, y cómo nos sirven de contradicción necesaria, según nos explica la teoría de la disonancia cognitiva en cuanto a mantener nuestra consistencia interna, para desarrollarnos como seres reflexivos y críticos, o lo que es lo mismo, sujetos libres de pensamiento y de elección —algo tan necesario para nuestra salud mental y evolución personal— y libres, por tanto, de adorar figuras tan conflictivas como Rambo, Darth Vader o el Joker.


First Blood, 1982



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