Sentencia de muerte, 2007 | Jesús Palacios




Es profundamente significativo que la mayor parte de la crítica internacional ignorara, menospreciara e incluso despreciara abiertamente Sentencia de muerte (Death Sentence, 2007), la estupenda aportación de James Wan al subgénero de venganza y vigilancia urbana. Basada en una de las novelas de Brian Garfield de la saga iniciada con Death Wish, pero con los cambios suficientes para que no pueda considerarse estrictamente secuela ni remake del filme original de Michael Winner, el justamente de culto y también vilipendiado en su momento El justiciero de la ciudad (1974), la película de Wan no sólo lleva el género a su territorio visual, narrativo y conceptual (incluyendo guiños metacinéfilos al resto de su obra), sino que resucita en pleno siglo XXI el puro disfrute catártico de la violencia estetizada, a la vez que razonablemente justificada para su consumo nada ingenuo o inocente, propia de los años 70 y 80. Sin caer (salvo algunos perdonables minutos) en la soap opera que tantas veces malogra la acción violenta actual, Wan va directo al grano, saltándose la lógica innecesaria y apoyándose tanto en su nervioso, ágil e inventivo pulso visual y narrativo como en la fotografía de Leonetti, su cómplice habitual, quien crea una onírica atmósfera neo-noir de pesadilla urbana sucia y colorista al tiempo. Wan extrae del siempre atractivo y brillante Kevin Bacon una espléndida interpretación, que hace perfectamente creíble el proceso por el que su personaje de amable agente de seguros y hombre de familia pasa a convertirse en punisher destructor de punks, aunque no del todo invulnerable a balas y golpes. La cinefagia compulsiva, con sus homenajes a Taxi Driver, El cuervo y, en general, el género de venganza urbana, está perfectamente equilibrada por el humor cómplice, ejemplificado por un personaje delirante como el que interpreta John Goodman, y, sobre todo, por una puesta en escena de las secuencias de acción tan virtuosa como brutal, desde la persecución a pie en el aparcamiento público, hasta la apoteosis final en el sanatorio psiquiátrico reconvertido en fábrica de crack, reminiscente del filme de Scorsese pero también de Rolling Thunder y netamente splatter. Superior al menos atrevido remake de El justiciero de la ciudad firmado por Eli Roth, Sentencia de muerte fue denostada frente a la mucho más mediocre La extraña que hay en ti (The Brave One. Neil Jordan, 2007), es de suponer que por la aburrida y tópica autojustificación del personaje escrito e interpretado por Jodie Foster, y hoy, tras mediocridades políticamente correctas como En la penumbra (Fatih Akin, 2017) o Revenge (Coralie Fargeat, 2017), se ve y se disfruta con genuina alegría de macho movie de Serie B, sin renunciar a la ambigüedad moral del personaje, con toda su agridulce dimensión trágica y épica, tan reaccionaria como nihilista. 









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