EL ÚLTIMO DUELO DE MARIANO ANTOLÍN RATO | Jesús Palacios

 

Libros 📚UN SILENCIO VISIBLE. 
Mariano Antolín Rato. Ed. Pez de Plata. Oviedo, 2025. 203 págs. 

Para Mariano Antolín Rato,
in memoriam


a por desgracia última novela de Mariano Antolín Rato, fallecido el pasado diez de enero de este mismo año 2025, es también, posiblemente, una de las mejores de su peculiar carrera literaria, que le llevó en un recorrido desde la vanguardia experimental de sus primeros años, con obras como Cuando 900 mil mach aprox (1973), De vulgari Zyklon B manifestante (1975), Mundo araña (1981) o Campos unificados de conciencia (1984), entre otras, hasta una suerte de personal “realismo”, con muchas comillas, neoclásico e intransferible, de tintes autobiográficos en algunos aspectos, pero igualmente alejado de las modas y modos narrativos convencionales, imperantes en la literatura española de las últimas décadas, con títulos como Fuga en espejo (2004), No se hable más (2005), Lobo viejo (2009) o Silencio tras el telón del sueño (2017), varios de ellos merecedores de sendos premios literarios.

 

Con Un silencio visible, que ha visto la luz póstumamente gracias al empeño de la editorial asturiana Pez de Plata y su sin par factótum, Jorge Salvador Galindo, alcanza la novelística de Antolín Rato su punto culminante, no tanto por ser su última y definitiva aportación, como por realizar una peculiar síntesis entre ambos mundos: el de sus primeras y experimentales obras deudoras del modernismo de Joyce, Gertrude Stein o Samuel Beckett, así como de William Burroughs, Timothy Leary y otros ácidos viajeros psicodélicos (o psiquedélicos, como le gustaba más a él) de la generación beat, hippie y contracultural de los años sesenta y setenta, más la ciencia ficción New Thing (o New Wave) de Moorcock y Phil Dick, con el de su posterior deriva más tradicional y realista. Algo que anunciaban ya obras inmediatamente anteriores como la citada Silencio tras el telón del sueño y, sobre todo, La suerte suprema (2022), ambas publicadas también por Pez de Plata, donde se iban integrando de forma natural elementos cienciaficcionales, especulativos y alucinatorios en tramas marcadas por la transparencia narrativa y un desarrollo formal relativamente clásico de principio, nudo y desenlace, así, por ese orden.


Mariano Antolín Rato y Jesús Palacios,
durante la presentación de La suerte suprema,
en la Semana Negra de Gijón del 2022

En la que había de ser su última novela, Antolín Rato vuelca toda su sabiduría literaria, incluyendo la nada desdeñable adquirida como uno de los mejores traductores de literatura anglosajona moderna, curtido en la traslación al castellano de autores tan difíciles como el citado Burroughs, William Faulkner, Kerouac, Scott Fitzgerald, Malcolm Lowry, Douglas Coupland o Brett Easton Ellis, por citar algunos, así como traduciendo del francés al mismísimo Baudelaire, a filósofos como Lyotard o las extravagantes y divertidas andanzas del Harry Dickson de Jean Ray. De una forma u otra, la influencia de estos y otros aventureros de la palabra escrita, aflora con humor y sana erudición en las páginas de Un silencio visible, enriqueciendo y contextualizando a sus dos protagonistas principales, atrapados en un duelo psicológico, verbal, romántico, sexual y literario cuyo final imprevisible no revelaremos aquí.

 

Junto a este marco referencial metaliterario, el cine y, sobre todo, el cine clásico, en aquellos de sus géneros más queridos por el autor, el wéstern y el film noir, aporta un tapiz onírico y surrealista que permite a la novela transitar entre la realidad cotidiana y los mundos paralelos de la imaginación, haciendo oscilar la percepción del lector entre la una y los otros tanto como oscilan sus propios personajes. Si Un silencio visible es, en cierto modo, un wéstern, tal y como la definiera su autor poco antes de terminarla, lo es en un sentido profundamente metafórico: como el enfrentamiento arquetípico, cara a cara, entre dos caracteres muy distintos al tiempo que condenados a entenderse, alrededor de los que gira prácticamente toda la acción del libro: ÉL y ELLA, así los llamaremos aquí, puesto que revelar sus nombres es, como cualquier cabalista serio sabe, revelar un secreto poderoso, reservado sólo para quienes se decidan a penetrar en la novela.


Mariano Antolín Rato, el hombre y sus libros

ÉL tiene, como es habitual en las obras de Rato a partir, más o menos, de Mar desterrado (1988) —con la que guarda más de un paralelismo—, ciertos rasgos autobiográficos. Es un poeta laureado y profesor de literatura cuya máxima ambición, irrealizable y convertida en obsesión al borde (que traspasa) de la pura paranoia, es desaparecer en su obra, creando una expresión poética y literaria definitiva basada, precisa o imprecisamente, en la ausencia de toda expresión y significado. No en vano se ha fugado, aislándose como un moderno San Antonio de toda tentación, un anacoreta del cristianismo gnóstico primitivo (aunque con algunas aficiones culinarias caras) escondido de todos, en busca de esa expresión inexpresable, quizá el lenguaje perdido de las grúas, y lejos del mundanal ruido. No en vano es también consumidor de marihuana (con preferencia por la cannabis sativa), como lo fuera antes, sin duda, de LSD y otras sustancias alteradoras de la conciencia.

 

ELLA, es su alumna aventajada, casi veinte años más joven y locamente enamorada de su profesor e iniciador, a la que este dejó abandonada para desaparecer inopinadamente entregándose a su mística búsqueda de la negación definitiva. Lectora de Vasili Grossman, tremendamente física y pragmática en (casi) todo, salvo en su amor por ÉL, pretende explicaciones, motivos y razones lógicas para haber sido despechada, desechada sin una sola palabra de despedida y sin recibir después noticia alguna de su amado profesor. Bebedora al límite (que traspasa) del alcoholismo, fumadora empedernida, aficionada a la cocaína y la ketamina es, obviamente, el polo opuesto pero quizá complementario de ÉL. O no.

 

Cuando ambos se enfrentan cara a cara en el escenario aislado y claustrofóbico de un chalet en medio de la nada de una España rural semivacía, se inicia también un último duelo de cuya resolución dialéctica penden no sólo la búsqueda místico-literaria de ÉL y la romántico-erótica de ELLA, sino quizá sus propias vidas. Duelo que remite en el imaginario de ÉL al Duelo al sol (1946) de la película de Vidor, pero también al final de El último refugio (1941) de Raoul Walsh, y hasta al gran golpe predestinado de Crónica negra (1972) de Jean-Pierre Melville. Porque, como ironiza ELLA, el viejo escritor no tiene pudor alguno en verse, como un nuevo Walter Mitty psiquedélico, bajo los rasgos de Gregory Peck, Humphrey Bogart e incluso del guapo Alain Delon.

 

Duelo al sol (1946), el pasional wéstern de King Vidor,
referente fundamental de la novela

Alternando los puntos de vista de ambos personajes, expresados los de ÉL en tercera persona y los de ELLA en primera, Un silencio visible se convierte pronto en una explosión verbal repleta de ingeniosos cambios de registro y digresiones, de humor, ironía, encanto y desencanto. Los enfrentamientos entre ÉL y ELLA adquieren la dimensión de una screwball comedy salvaje, al estilo de Luna nueva (1940) o La costilla de Adán (1949), deslizándose rápidamente hacia ¿Quién teme a Virginia Woolf? (1966) y hasta La huella (1972), amenazando llevar a sus protagonistas al puro Grand Guignol, digno de una obra teatral de Ira Levin. El resultado es tanto un irónico wéstern emocional como, más aún, un thriller pasional y literario, que atrapa al lector en una montaña rusa de suspense bordeando el absurdo y lo grotesco, pero también lo romántico y sublime.

 

Al fin y al cabo, sin ser directamente una novela fantástica, lo imaginario, ficticio, metaliterario y metaficcional campan por sus respetos en las páginas de Un silencio visible, impregnándola de un aire gozosamente juguetón y divertido, al tiempo que oscuramente ominoso, a punto de llegar a la más negra tragedia. Unificando sus orígenes en la vanguardia experimental cienciaficcional y surrealista con su posterior realismo formal, no exento de cierto barroquismo gongoriano siempre bajo estricto control, Mariano Antolín Rato dota a su novela de varias dimensiones paralelas, por las que hace viajar al lector con perpetua sonrisa en el rostro, sin desdeñar nunca el humor y hasta la sátira, jugando también al suspense y la sorpresa, como en una ratonera escénica de comedia policial. Pues ÉL guarda un secreto a buen recaudo del que dependerá, en última instancia, el clímax final e inesperado de este duelo mortal de necesidad.

 

De sus rasgos satíricos da buena cuenta, por ejemplo, este gozoso fragmento que tan familiar resulta para quienes somos asiduos de la Semana Negra de Gijón y de todos aquellos festivales “negros” que a su alargada sombra han surgido (ojo: spoiler): “Y me puse a escribir una novela de ambiente campesino, con el añadido de asesinatos, una inspectora torpe pero simpática, alguna referencia a los desenterramientos de la «memoria histórica» y los problemas para subsistir de unos jóvenes neorrurales.” La diversión, como se ve, está asegurada.


Mariano Antolín Rato con su Premio Celsius
de la Semana Negra de Gijón 2023
(Foto de David Cabo para La Nueva España)
 

Concluyamos volviendo brevemente sobre la naturaleza múltiple y en cierto modo alucinada de Un silencio visible. Más allá y más acá de su argumento y desarrollo obvios, es inevitable no ver en ÉL y en ELLA dos símbolos, dos alegorías a la manera clásica barroca o renacentista, de la eterna dicotomía y lucha entre EL ESPÍRITU y LA CARNE, entre el LOGOS y el EROS, enfrentados al tiempo que necesitados de algún tipo de acuerdo o pacto ineludible, que en su lucidez de veterano en estas lides Mariano Antolín Rato vislumbra quizá imposible pero también imprescindible.

 

La búsqueda literaria de ÉL no es sino búsqueda mística y filosófica trascendente, ascético camino de negación budista, que nunca llegará a realizarse, puesto que sin ELLA, sin el eros, sin la carne, sin pasión ni amor, carece de sentido. ÉL, es San Juan de la Cruz, mientas que ELLA, es Santa Teresa de Ávila (especialmente la de Bataille). ÉL, busca desaparecer en la trascendencia del LSD, el cannabis y aquellas drogas que funden la conciencia individual con la universal; ELLA, busca la sensación de libertad para ser uno mismo en el alcohol, en la intensificación de lo físico y real que procuran cocaína y nicotina. Ambos, están condenados a entenderse… o a matarse.

 

La tentación de San Antonio Abad (1543-1550),
por Pieter Coecke van Aelst (Museo del Prado)

La solución, si es que hay alguna, es, en realidad, la propia Un silencio visible, que como novela póstuma asume también un carácter inevitablemente melancólico y crepuscular, propio de otro y más triste tipo de duelo, pues es casi como si el mismo Mariano Antolín Rato intuyera que el silencio y la ausencia buscados por su personaje se cernían ya sobre él. Y, sin embargo, gracias a ella, su silencio seguirá siendo siempre visible para nosotros.




Mariano Antolín Rato 

Presentación: La suerte suprema de Mariano Antolín Rato. Con Jesús Palacios 

Tras el telón del sueño. Un homenaje a Mariano Antolín Rato. 

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