CASAS, CASOS Y COSAS DE LOCOS | Jesús Palacios
Libros 👁️
LA CASA DEL DR. EDWARDES. Francis Beeding. Traducción: Gabrielisa Viola Ramón y Manuel Navarro Villanueva. Who Editorial. Valencia, 2024. 276 páginas.
¡OJO! Contiene spoilers a lo loco (pero sin perjuicio de perder el juicio)
🔸
Recuerda y olvida
Alfred Hitchcock junto a su esposa y colaboradora, Alma Reville, a bordo del Queen Mary, en 1938 |
La elección no dejaba de ser curiosa porque, en realidad, La casa del Dr. Edwardes apenas si toma del psicoanálisis en particular y de la psiquiatría y la psicopatología en general un mero pretexto para desarrollar de forma peculiar un clásico misterio macabro, con más de terror y folletín gótico que de ese noir psicoanalítico que, precisamente gracias al éxito del filme de Hichcock, iba a medrar durante los años cuarenta, llegando hasta bien entrados los sesenta. Y es que, al final, tras pasar por las manos de Hitchcock y de su esposa y colaboradora Alma Reville, por las del guionista Angus MacPhail y, finalmente, por las del escritor y también guionista Ben Hecht, el resultado final, Recuerda (Spellbound, 1945), se parece tanto a La casa del Dr. Edwardes como un huevo a una castaña.
Cierto que muchas veces Hitchcock se mostró infiel, como la mayoría de directores que en la historia del cine han sido, a su material literario original, a menudo no tanto por decisión propia como por las presiones de estudios y productores, así como por las imposiciones del nefando Código Hays. Pero el caso de Recuerda y La casa del Dr. Edwardes es notable porque, salvando los nombres de algunos personajes y muy en última instancia (ojo: spoiler) el truco final de invertir los papeles de médico psiquiatra y psicópata asesino, se trata de dos obras tan diferentes que pueden y deben disfrutarse de forma plenamente independiente.
Cartel de Recuerda (Spellbound, 1945) |
Es decir: no por haber visto Recuerda debemos pensar ni por un momento que, como ocurre, por ejemplo, en el caso de Psicosis (Pyscho, 1960), nos encontraremos aquí con que ya conocemos por adelantado el final de la novela, como sí pasa en el ejemplo de la obra de Robert Bloch. O que, como en los de Rebeca (Rebecca, 1940), Sospecha (Suspicion, 1941) o Frenesí (Frenzy, 1972), aunque sus finales son, precisamente, diferentes a los de las novelas de Daphne Du Maurier, Francis Iles y Arthur LaBern que les sirven respectivamente de inspiración, nos sabemos también buena parte de su trama, personajes y desarrollo. En absoluto. Entre La casa del Dr. Edwardes y Recuerda hay una relación tan tenue que resulta prácticamente insignificante. De ahí, entre otras cosas, que haya sido un nuevo acierto de Who Editorial publicar en nuestro país, por vez primera (al menos que yo sepa), la obra de Beeding, dentro de su meritorio rescate de clásicos olvidados de la edad dorada de la novela detectivesca y policial.
La oportunidad de leer La casa del Dr. Edwardes sirve también para refutar de nuevo la tesis cinéfila tradicional y profundamente engañosa de que las películas de Hitchcock se basan en “malas” novelas, a las que solo su genio cinematográfico supo elevar a la condición de obras maestras. No pocas veces se ha llegado a afirmar que el propio realizador escogía ex profeso libros mediocres, pensando solo en las posibilidades artísticas que le permitirían demostrar en la gran pantalla. Idioteces.
Hitchcock devorando “mala” literatura |
Un director del Hollywood clásico, quizá uno de los pocos en la historia del cine, la mayor parte de cuya filmografía insiste una y otra vez en un mismo género o géneros afines (el suspense, el crimen y el misterio), tendría que ser un verdadero masoquista del tipo más inverosímil para pasarse la vida leyendo “mala” literatura a fin de encontrar “buen” material para sus películas. Repitamos, una vez más, que esta clase de afirmaciones suelen proceder de críticos e historiadores de cine que detestan o desprecian la novela de género popular y entretenimiento. Son ellos, y solo ellos, quienes se han atrevido y se atreven a repetir este siniestro mantra, que convierte autores como John Buchan, Daphne Du Maurier, Francis Iles, Robert Bloch, Boileau & Narcejac, Victor Canning, Patricia Highsmith o Arthur LaBern, entre otros, todos ellos excelentes ejemplos de literatura de misterio, en “malos escritores”, cuyo único mérito consistiría en haber sido el barro miserable con el que Hitchcock modelara sus grandes películas. El nigredo que el Mago del Suspense transformara en oro, por usar un símil alquímico. Lo dicho: idioteces.
La casa del Dr. Edwardes, en realidad, nos permite ir incluso un poco más lejos. Porque a mí personalmente me resulta mucho más divertida y sorprendente que la película de Hitchcock.
Gótico demencial
Francis Beeding no es sino el pseudónimo de los escritores británicos John (Leslie) Palmer (1885-1944) y Hilary St. John Saunders (1898-1951), quienes además de ser notables autores por separado de biografías y libros de historia, colaboraron bajo este nombre en 31 novelas de intriga, principalmente thrillers de espionaje al estilo de John Buchan, con algunas excepciones. Una de estas excepciones es, precisamente La casa del Dr. Edwardes, publicada en 1927 por la editorial inglesa Hodder & Stoughton.
Portada de la primera edición estadounidense de La casa del Dr. Edwardes |
El punto de partida de su argumento es bastante sencillo: a un sanatorio para enfermos mentales de clase alta, situado en una remota villa del interior de la Francia alpina, llega una nueva enfermera inglesa, la señorita Constance Sedgwick, para ayudar en sus labores al director del hospital, el Dr. Edwardes. Sin embargo, Edwardes está ausente por motivos personales y en sustitución suya el joven Dr. Murchison, también recién llegado, se hace cargo de la dirección. La aparición de Murchison ha coincidido con un trágico incidente: viajando junto a un peligroso enfermo mental, un joven aristócrata satanista, este estuvo a punto de escapar, asesinando a uno de su guardas e hiriendo al propio Murchison, aunque afortunadamente no antes de ser reducido y devuelto a la institución, donde es encerrado en una celda de aislamiento.
El hospital, que se encuentra en lo que fuera un antiguo castillo todavía con aroma a calabozos, pasadizos secretos y espectros medievales, da cobijo a tan solo unos escasos y selectos internos de clase alta. Un grupo de personajes excéntricos, con manías muy peculiares pero poco o nada peligrosos… En apariencia. Pronto, Constance empieza a sentirse atraída por el joven Dr. Murchison de forma nada profesional, mientras a su alrededor comienzan también a extenderse ominosas sombras de sospecha. ¿Por qué tiene prácticamente prohibido la enfermera atender las necesidades del misterioso enfermo aislado en su celda particular? ¿Quién está haciendo desaparecer ciertas cantidades de drogas del botiquín? ¿A qué se debe el sorprendente interés del Dr. Murchison por las ciencias ocultas? ¿Qué cuchichean entre sí los enfermos a espaldas de Constance? ¿Es realmente un loco asesino el paciente encerrado? ¿Dónde está el Dr. Edwardes? ¿Quién está sacrificando animales en el sombrío bosque vecino? Poco a poco, la enfermera, dividida entre sus sentimientos y sus sospechas, empieza a dudar de su propia cordura.
El château de Montmaur, en los Alpes franceses, que bien podría pasar por la casa del Dr. Edwardes |
Lejos del drama psicoanalítico de Sospecha, simpática pero ingenua apología del método terapéutico de Freud y sus seguidores, La casa del Dr. Edwardes es, lisa y llanamente, un melodrama gótico de suspense, al borde del terror, con apuntes de ocultismo y satanismo, en la línea de los misterios de “luz de gas” tan propios de la época, pero con una atmósfera de puro Grand Guignol y amenaza sobrenatural. Toda la acción, a diferencia también del filme de Hitchcock, se desarrolla en el aislado y siniestro escenario del sanatorio/castillo, rodeado a su vez por un decorado rural alpino, montañoso y agreste, de bosques con viejos altares paganos, situado en las cercanías de un pueblo francés de campesinos supersticiosos, temerosos de los extraños rumores sobre el hospital y de sus no menos extraños pacientes. Si bien, los autores atemperan de forma muy británica la atmósfera amenazadora y casi fantástica con buenas dosis de humor, a cargo sobre todo de los excéntricos enfermos con sus singulares manías, rituales y personalidades.
La casa del Dr. Edwardes no pretende tampoco ser un sofisticado whodunit. Que nadie se asuste por los spoilers: cualquier lector inteligente no tardará en adivinar el secreto que se esconde en el sanatorio, así como la identidad del villano. Pero el gran acierto de sus autores es que esto no resulta ni de largo lo más interesante. Lo que engancha es, precisamente, lo descaradamente siniestro, improbable y gótico de trama y atmósfera. El suspense mantenido hasta el último momento y un clima de terror con pinceladas de diabolismo esotérico, trucos de Grand Guignol y ciertos toques casi de folk horror, que emparentan la novela con Dennis Wheatley y Michael Burt antes que con Dickson Carr o Agatha Christie. Algo muy alejado de la adaptación de Hitchcock, que sustituye todos los elementos aparentemente sobrenaturales y góticos por la parafernalia psicoanalítica, incluyendo la secuencia surrealista pergeñada por Dalí, además de hacer mucho mayor hincapié en el romance entre los protagonistas.
Salvador Dali Dream Sequence from Spellbound (1945) (youtube.com)
La famosa secuencia onírica de Dalí para Recuerda
Aunque Constance, durante su breve estancia en París antes de partir hacia el misterioso sanatorio situado en el viejo Château Landry, aprovecha para asistir a la función de una obra teatral del dramaturgo francés Henri-René Lenormand, cuya preocupación principal consistió en llevar a escena las teorías freudianas del inconsciente, aquí termina, prácticamente, toda relación de la novela con el psicoanálisis. Por supuesto, se puede aplicar el análisis freudiano al texto de Francis Beeding, y encontraremos sin duda muchas y sabrosas correspondencias, máxime cuando al fin y al cabo se trata de un misterio situado en una institución psiquiátrica, que apuesta constantemente por confundir al lector tanto como a su protagonista con su juego continuo entre la realidad y la fantasía, la cordura y la locura, la certeza y la alucinación.
Pero no nos engañemos: La casa del Dr. Edwardes está en las antípodas del terapéutico discurso psiquiátrico freudiano de Recuerda. Como ya se dijo, se trata de una historia de terror y suspense gótico, que utiliza el tema de la locura sin rigor científico alguno, emparentándolo, además, con la parafernalia no del “ello”, el “yo” y “el súper yo”, de la “libido”, la “censura inconsciente”, el “instinto de muerte”, la “retención anal” o “el complejo de Edipo”, sino con el diabolismo, la psicopatía estilo Gilles de Rais, los cultos satánicos, la superstición y las creencias psicóticas en la efectividad de magia negra y pactos diabólicos. Si buscamos un nombre que sirva de antecedente directo a La casa del Dr. Edwardes ese no es, sin duda, el de Freud, sino el de un genio que, por otro lado, se adelantó también al psicoanálisis y la psicología profunda: Edgar Allan Poe.
Hay sistema en su locura
Resulta bastante evidente de dónde procede la idea central de La casa del Dr. Edwardes. Exactamente cien años antes del estreno de Recuerda, en 1845, el Graham´s Magazine publicaba una de las más notables, divertidas e influyentes historias satíricas y grotescas de Edgar Allan Poe: “El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether”, también conocido por la más literal traducción de “El sistema del Dr. Alquitrán y el profesor Pluma” (sus peculiares nombres obedecen a la costumbre muy extendida por los viejos Estados Unidos de alquitranar y emplumar a los forasteros que intentaban engañar con sus negocios fraudulentos a los ciudadanos, cuando no simplemente a cualquiera que cayera en desgracia frente al populacho).
“The System of Dr. Tarr and Professor Fether” en el Graham´s Magazine (1845) |
Para quien lo necesite, recordemos que esta irónica y siniestra farsa se desarrolla en una institución para la salud mental, situada en un no menos siniestro castillo en el sur de Francia, al que llega un joven e ingenuo visitante, deseoso de conocer en persona los revolucionarios métodos curativos aplicados en este aislado sanatorio. Allí, M. Maillard, director del hospital, le explica durante un delirante banquete que a los internos se les deja plena libertad para que expresen sus manías, en lugar de reprimirlas o intentar curarles de las mismas, aplicando un nuevo sistema creado por los peculiares Dr. Tarr y profesor Fether.
La cena, a la que se incorporan los enfermos, acaba convertida en una demencial batalla campal, con algo de orgía y mucho de pesadilla, pues nuestro protagonista no tardará en descubrir que aprovechándose de los métodos liberales del auténtico Maillard, hace tiempo que los locos se han apoderado del sanatorio, encerrando a los guardas, enfermeros y doctores en sus celdas. De más está decir que La casa del Dr. Edwardes parece en más de un sentido y de forma muy consciente una reformulación del cuento de Poe, conservando por cierto el escenario original del lúgubre castillo gótico situado en Francia.
Aún sin ser un relato de horror, “El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether” se cuenta entre las historias más influyentes de su autor. Adaptada en 1903 por André de Lorde para el Theatre du Grand Guignol, sería llevada a la pantalla por el francés Maurice Tourner en 1913, por el alemán Richard Oswald en su filme de episodios Cuentos extraordinarios (Unheimliche Geschichten, 1932) e introducida de rondón incluso en la curiosa comedia española Manicomio (1954) de Luis María Delgado y Fernando Fernán Gómez.
Las versiones más directas proceden de cineastas próximos o afines el género gótico, fantástico y de horror: La mansión de la locura (1973), del mexicano Juan López Moctezuma, con impresionante vestuario y diseños de la gran artista surrealista Leonora Carrington; Sílení (2005), del también surrealista y genio checo de la animación Jan Švankmajer, que combina su argumento con la biografía del Marqués de Sade durante su internamiento en Charenton, así como con elementos del relato de Poe “El entierro prematuro”; y Asylum: el experimento (Stonehearst Asylum, 2014), del irregular Brad Anderson, que consigue aquí un notablemente entretenido thriller gótico de horror y misterio, quizá más afín a La casa del Dr. Edwardes que la propia Recuerda.
Cartel de Asylum: el experimento (Stonehearst Asylum. Brad Anderson, 2014) |
No obstante, también en el guion para la película de Hitchcock, cuya forma definitiva le fuera dada por el gran escritor, guionista y autor teatral Ben Hecht, buen conocedor de Poe, puede detectarse la huella del “Sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether”, como puede encontrarse a su vez en otros clásicos del fantástico y el terror como El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinett des Dr. Caligari. Robert Wiene, 1920), con ese final abierto donde descubrimos que el psicópata y diabólico villano hipnotizador que da título al filme, paradigma del científico loco, no es sino el director del sanatorio psiquiátrico donde será internado el protagonista, o hasta en el rijoso clásico splatter, violento y sanguinario, No miréis en el sótano (The Forgotten. S. F. Browning, 1973), temprano antecedente del slasher más literalmente demencial.
En cierto modo, La casa del Dr. Edwardes es una lectura mucho más disfrutable e indicada para los amantes del terror gótico que para quienes se limitan (o autolimitan) exclusivamente al género netamente policial y detectivesco. Si bien, por otra parte, se trata de una más de las muchas obras de la era dorada del mismo que manifiestan oscura pero decididamente el parentesco directo entre ambos mundos (De Hannibal Lecter a Edgar Allan Poe: cuando el género policíaco también da miedo (elespanol.com), como lo hacen incontables novelas de autores y autoras como Gaston Leroux, Michael Innes, John Dickson Carr, Gladys Mitchell, Miles Burton, Margery Allingham, Michael Burt, Ngaio Marsh, Gerald Verner, Maurice Renard (AMPUTACIONES GÓTICAS | Jesús Palacios (rakelshcinelibroscomic.blogspot.com) o la propia Agatha Christie.
La maldición del altar rojo (The Curse of the Crimson Altar. Vernon Sewell, 1968), más cerca del Dr. Edwardes que Recuerda |
En cualquier caso, mientras pasa uno las encantadoras, divertidas y seductoras páginas de la novela del dúo Francis Beeding, lo que viene a la mente no son las imágenes en blanco y negro del noir psicoanalítico y romántico de Hitchcock, pese a su excéntrico toque surrealista, sino más bien las coloristas, descaradas, eróticas y frívolas de los thrillers góticos del cine de exploitation británico de los años cincuenta a los setenta. No resulta nada difícil imaginarse una adaptación de La casa del Dr. Edwardes realizada para la Hammer, la Tigon, la Amicus o incluso la AIP, dirigida por el Terence Fisher de La novia del diablo (The Devil Rides Out, 1968), el Vernon Sewell de La maldición del altar rojo (Curse of the Crimson Altar, 1968) o el Peter Sasdy de Noche infernal (Nothing But the Night, 1973). Por decir algo, que ya es decir mucho.
Finalmente, como curiosidad, cabe añadir que tan distinta es la novela firmada por Francis Beeding de su adaptación a la pantalla que en nuestro país, si bien no estaba publicada la primera (al menos que sepamos), sí vio la luz en su día y en varias ediciones la novelización de la segunda, firmada por un Ben Hecht que, sospecho, ni siquiera llegó a saber de su existencia.
No he podido encontrar ninguna referencia en la bibliografía de Hecht a novela alguna titulada Spellbound, aunque sí a la publicación de su guion para el filme de Hitchcock. Así, se explicaría que la novela publicada en España como Recuerda... resulte desde el punto de vista de su estilo literario bastante diferente (e inferior) al resto de las obras de su supuesto autor. Aunque sigue al pie de la letra los sucesos, trama, personajes y hasta diálogos de la película de 1945, resulta excesivamente melodramática, repetitiva y explicativa, careciendo, sobre todo, de un rasgo que es muy, pero que muy característico de Hecht: el sentido del humor.
Edición de la novela Recuerda... de Ben Hecht, en la colección Crisol de editorial Aguilar (1947) |
La clave del misterio está en el hecho de que, muy probablemente, nos hallamos ante una adaptación del guion original de Hecht escrita por un autor español. En concreto, según reza la edición publicada por la editorial Aguilar en 1947 (solo dos años después del estreno del filme), como número 220 de su entrañable colección Crisol, el culpable de la misma no sería otro que el escritor, antropólogo, historiador y editor ovetense, nacido en Barcelona, José Manuel Gómez-Tabanera, ilustre especialista en prehistoria y antropología a quien se deben pioneros estudios sobre la etnografía y el folclore ibéricos en general y asturianos en particular.
Gómez-Tabanera, además de tener por mentores a lumbreras como Luis Pericot, Lévi-Strauss o Mircea Eliade, de dirigir excavaciones en yacimientos prehistóricos de Asturias y de fundar el Grupo Editorial Asturiano, esto es: GEA, es también responsable de la, literalmente, “Edición, versión española y nota preliminar” de la citada Recuerda… en Aguilar. Y en este caso se puede y debe hacer hincapié en los términos “edición” y “versión”, pues de eso se trata con todas las de la ley. Al menos, tal se desprende de las conclusiones con las que despide Gómez-Tabanera su prólogo, que citamos textualmente:
“…ha habido que dar al guión literario una unión o nexo del que la concepción en la parte técnica del mismo carecía. Ha sido un trabajo bastante arduo y difícil, pero que hemos ejecutado con agrado, dado el interés argumental del scripth (sic), que encierra una de las novelas más originales y discutidas del siglo.
Y desde estas páginas reitero mi agradecimiento a Matilde Muñoz, la veterana escritora ya conocida por nuestros lectores, y a Ricardo Salvat, mis colaboradores en esta tarea de dar a conocer al público español a Ben Hecht en esta faceta de su obra literaria.”
O sea, claramente, Luis Gómez-Tabanera, con la asesoría de la escritora Matilde Muñoz y del editor Ricardo Salvat, se ocupó de novelizar el guión de la película de Hitchcock en castellano, aprovechando la popularidad y éxito no solo de esta, sino también de su autor, Ben Hecht, muy conocido y editado en nuestro país por aquellas fechas. Toda una curiosidad bibliográfica, literaria y cinematográfica, que ha pasado desapercibida durante décadas y que, por supuesto, ignoran los biógrafos, críticos e historiadores estadounidenses que se han ocupado de la figura de Hecht.
José Manuel Gómez-Tabanera (1927-2011), prehistoriador, etnógrafo, antropólogo, folclorista, editor... y autor de la novelización española de Recuerda... |
La novela Recuerda…, colaboración inesperada entre un famoso escritor y guionista de Hollywood y un autor, profesor y estudioso asturiano de pro, es, por descontado, muy inferior tanto a la película del Mago del Suspense como a la lejana fuente de inspiración de ambas, La casa del Dr. Edwardes, aunque su lectura no resulta en absoluto desagradable. Pero, sobre todo, es un último detalle demencial que pone punto final a la extraña historia que lleva desde la novela original de una pareja de escritores británicos, oculta bajo el nom de plume de Francis Beeding, hasta la aparición de la novelización española de su infiel versión cinematográfica, firmada por el judío estadounidense Ben Hecht pero escrita en realidad por el asturiano José Manuel Gómez-Tabanera, pasando por la adaptación dirigida por Hitchcock (en la que colaboró puntualmente el español Salvador Dalí). Un caso el de esta Casa del Dr. Edwardes casi de personalidad múltiple y que es, verdaderamente, cosa de locos.
Portada de una edición popular española de Recuerda... Jesús Palacios 😈 |
https://www.whoeditorial.com/product/casa-dr-edwardes/
Spellbound Official Trailer #1 - Gregory Peck Movie (1945) HD (youtube.com)
The Alan Parsons Project-Dr. Tarr and Professor Fether HD (youtube.com)
Comentarios
Publicar un comentario