AMPUTACIONES GÓTICAS | Jesús Palacios



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👉Contiene spoilers.

LAS MANOS DE ORLAC. Maurice Renard. Siruela. Madrid, 2021. 313 págs.


Por más que pasen los años, nuestra percepción de la literatura gótica en particular y fantástica en general sigue estando amputada de muchos y notables elementos que nos ayudarían a entenderla y, sobre todo, a disfrutarla mejor. Especialmente dolorosa es la mutilación que sufre la novela gótica de origen y manufactura no anglosajona, pues si bien es cierto que, en algunos aspectos, no puede equipararse con la inmensa cantidad (y calidad) de la producción procedente de Inglaterra y los Estados Unidos, no es menos cierto que ofrece también obras de importancia e influencia seminal, que han contribuido a construir los cimientos y las cúspides de su edificio, aportando novelas y relatos fundamentales, así como personajes, arquetipos, argumentos y tropos sin los cuales tanto literatura como cine fantástico (amén del resto de disciplinas y medios expresivos) no serían los mismos que conocemos hoy.


Especialmente en el caso de Francia, resulta particularmente lamentable cómo muchos aficionados al fantástico desconocen o, en el mejor de los casos, poseen una idea muy superficial acerca de su nutrido aporte al género. No sólo Jules Verne, por supuesto, es uno de los padres de la ciencia ficción, sino que la nómina de autores franceses que, de una u otra forma, pueden ampararse bajo el paraguas de lo fantástico en sus muchas variantes resulta tan numerosa como esencial (citemos aquí de pasada tan sólo unos pocos a modo de ejemplo: Téophile Gautier, Charles Nodier, Guy de Maupassant, Claude Vignon, Prosper Merimée, Champauvert, Paul Féval, Marcel Schwob, Villiers de L´Isle Adam…). De hecho, la particular manera de ejercer el género (o géneros) de nuestros vecinos y, a su vez, de sus convecinos belgas (la rama franco-belga de la familia, no menos importante), daría lugar a la aparición del término fantastique, que posee, por definición, su propio acento, aroma y sabor, tan franceses como continentales.



La falta de vigor de la cultura europea actual, la profunda des-europeización que ha sufrido España en las últimas décadas, sumadas a la potencia colonizadora de los Estados Unidos y el idioma inglés, han contribuido a que autores y obras que fueron familiares para los lectores de hace cuarenta o cincuenta años en nuestro país, hayan caído en el olvido, mientras otros y otras que debieran haberse dado a conocer más y mejor, siguen siendo grandes desconocidos. Hollywood y la maquinaria estadounidense del espectáculo, extendiendo sus tentáculos a lo largo y ancho del mundo y apretando, sobre todo, a la vieja Europa hasta exprimirla bien (ante su incompetencia e impotencia culpables, todo hay que decirlo) han conseguido que las nuevas generaciones crean que El Fantasma de la Ópera es un musical de Broadway, que el capitán Nemo es una creación de Alan Moore, que Nuestra Señora de París es una película Disney, que la novela de detectives la inventó Conan Doyle e incluso que personajes como Tintín o los Pitufos son creaciones de Spielberg y Hanna-Barbera, respectivamente.


Peyo, el verdadero creador de los Pitufos


En unas pocas décadas, mitos populares que formaban parte del imaginario colectivo europeo (incluido el español), como Sandokán, Tartarín de Tarascón, D´Artagnan, Old Shatterhand y Winnetou, Fantomas, el caballero de Lagardere, Arsene Lupin, el inspector Maigret, Perry Rhodan o Bob Morane, han sido borrados por completo del mismo, cuando no difuminados hasta el punto de resultar irreconocibles en sus nuevas (per)versiones y puestas al día. Todo esto quizá explique, parcialmente, por qué hasta hoy nadie había editado en nuestro país, al menos que yo sepa, Las manos de Orlac, la singular aportación de Maurice Renard a las mitologías del gótico. Una de las obras capitales del género, tanto por su impacto cinematográfico, como por su poderosa capacidad para convertir su eje argumental en tropo característico del fantástico y el terror modernos. Por suerte, Siruela, con la complicidad de su excelente traductor y prologuista, Mauro Armiño, nos han restituido ahora este destacado miembro amputado al corpus esencial del género.


Maurice Renard


Llevada al cine en cuatro ocasiones, Las manos de Orlac se publicó originalmente como folletín seriado, en 1920. Para entonces su autor, Maurice Renard (1875-1939), era ya un escritor bien conocido y reconocido dentro de la literatura fantástica y de misterio francesa, cuyo salón solían frecuentar figuras como Pierre Benoit, Henry de Montherlant o Colette. De hecho, se trataba de uno de los más destacados cultivadores del entonces bautizado como género “científico-maravilloso”, es decir: la temprana ciencia ficción, a la que, anticipándose o en paralelo con los escritores de pulp estadounidenses, aportó numerosas ideas originales, que raramente se asocian con la literatura francesa.



Siguiendo los pasos de sus admirados Poe y H. G. Wells, Renard especuló acerca del futuro de la cirugía, los trasplantes e incluso la biomecánica en su delirante El doctor Lerne. Imitador de Dios (1908), publicada en España por Valdemar, llevando el concepto de La isla del doctor Moreau (1896) de Wells a territorio grotesco, sicalíptico y surrealista; en Le peril bleu (1911), combinó el misterio detectivesco, la parodia de Sherlock Holmes y el descubrimiento de una raza invisible que “pesca” humanos como si fueran especímenes inferiores para estudiarlos y diseccionarlos, concepto digno de Charles Fort o del propio Lovecraft; en Un homme chez les microbes (1928), su protagonista disminuye de tamaño y pasa la mayor parte de su vida en el planeta infra-atómico Ouffh, hasta volver a su estatura normal; en Le maître de la lumière (1933), el descubrimiento de la luminita, un material que permite ver el pasado (de forma muy parecida al “cristal lento” de Bob Shaw), ayuda al protagonista a solucionar un crimen misterioso… Estos títulos, entre otros, sitúan a Renard junto a Gustave Le Rouge, Jean de la Hire o J.-H. Rosny aîné quien aparece como personaje en otra de sus novelas: Le Singe (1925), coescrita con Albert-Jean—, como uno de los máximos representantes de la primitiva ciencia ficción europea. Pero ninguno de ellos alcanzaría el estatus de clásico, imitado hasta la saciedad, de Las manos de Orlac, novela que, precisamente, juega con elementos fantacientíficos, al tiempo que se mantiene dentro de los márgenes del misterio criminal, con góticos resabios al borde del fantastique.


Hoy día, la lectura de Las manos de Orlac ofrece varias recompensas. Una de ellas, es la de acceder por fin y de primera mano al argumento que tantas veces hemos conocido sólo a través de adaptaciones, a menudo notablemente infieles. Bien es cierto que, si se es conocedor de estas versiones, resulta imposible que te pille desprevenido, como era evidente intención del autor, una historia que de otra manera funcionaría como auténtico misterio sorprendente, en el que se acumulan enigmas de tinte sobrenatural y sospechosos múltiples, hasta llevar la trama, asesinatos de por medio, a la más pura tradición del whodunit. Al igual que otros clásicos como El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886) de Stevenson, El retrato de Dorian Gray (1890) de Wilde o Diez negritos (1939) de Agatha Christie, Las manos de Orlac sufre el hecho de que su popularidad dentro y fuera de la pantalla haya condicionado su naturaleza como original novela de misterio, pues su argumento central, revelado no sólo por las películas sino por cualquier sinopsis de las mismas o de la novela que nos salga al paso, forma parte del enigma, y la trama está construida a fin de mantenerlo oculto hasta el final. Sin embargo, como no sería raro —por las razones expuestas más arriba—, que algunos lectores lo ignoren, guardaré silencio en la medida de lo posible, confiando que no se nos cuelen más spoilers de los estrictamente necesarios.



Eso sí: en el caso de que quien esté leyendo esto desconozca por completo la trama de Las manos de Orlac, hará bien en leer primero la novela, pues es del todo imposible no recordar que el aporte principal del libro de Renard es su historia arquetípica de miembros amputados que poseen, en apariencia, vida propia. Si bien se trata de un tema que ya había aparecido con cierta frecuencia en la literatura fantástica —tan sólo un año antes el escritor británico W. F. Harvey había publicado su célebre relato “La bestia con cinco dedos”, que también sería llevado a la pantalla, aunque podemos retrotraernos hasta “El pie de la momia”, publicado por Gautier en 1840, o a “La nariz” de Gógol, de 1836—, nunca antes había sido objeto de un tratamiento novelístico extenso, ni tampoco de una aproximación científica o seudocientífica. Inspirado por el entonces famoso biólogo y genetista pionero, el doctor Alexis Carrel, cuyos éxitos en los primeros trasplantes de órganos y vasos sanguíneos sentaron las bases de las técnicas actuales en cirugía vascular, además de otorgarle el Premio Nobel en 1912 —y el prestigio misterioso de un fabuloso mago rodeado de escándalos—, Renard bautiza a su ficticio genio de la medicina como doctor Cerral, convirtiendo su arriesgada intervención quirúrgica en el novum científico, que diría el crítico Darko Suvin, que servirá como detonante del drama.


Caricatura del Dr. Alexis Carrel y sus polémicos experimentos


El drama de un célebre concertista de piano, Stéphen Orlac, quien a raíz del descarrilamiento del tren en el que viajaba de regreso a París, queda a las puertas de la muerte y, lo que es peor, con las manos destrozadas. Su esposa, verdadera protagonista de la novela, no duda un momento en conducirle a presencia del famoso pero polémico cirujano, quien obra el milagro de salvarle tanto la vida como también, quizá no por fortuna, sus virtuosos miembros. El “cómo”, supone uno de los misterios centrales del libro (que por desgracia todo aficionado al género conoce): trasplantando al paciente las manos de un asesino recién ejecutado en la guillotina. Los demás enigmas, que no son pocos, dependen de este, pero afortunadamente son lo suficientemente retorcidos como para que el lector, incluso conociendo en buena parte el desenlace, se sienta continuamente intrigado y sorprendido. Renard manipula con maestría la narración, invocando constantemente la presencia de lo fantástico, haciendo que los temores de Rosine Orlac, la sacrificada mujer del deprimido y misterioso pianista, se traduzcan en sospechas que desvían nuestra atención, creando una serie de subtramas dignas de los folletines criminales de Gaston Leroux.


¿Quién es el misterioso ladrón que pretende arruinar a la familia Orlac? ¿Hay acaso una secta o contubernio mafioso, “la banda infrarroja”, que persigue por motivos desconocidos al pianista? Y siempre, la amenazadora apariencia de lo sobrenatural: el enigmático Espectrófeles, como bautiza Madame Orlac con no poco humor al fantasma que parece dirigir los extraños manejos que ocurren a su alrededor, hasta llegar finalmente al crimen y el asesinato. El autor crea también una excéntrica y fascinante galería de personajes secundarios, donde destacan el padre del pianista, el misántropo y casi desnaturalizado Édouard Orlac y, sobre todo, su íntimo amigo y pintor simbolista, el señor de Crochans, quienes se dedican en cuerpo y sobre todo en alma al Espiritismo, la evocación de los muertos y el Ocultismo, añadiendo inquietud a la ya perturbada Rosine. ¿Han intervenido los cuerpos astrales, los espíritus, en los crímenes? ¿Puede ser culpable del asesinato el autómata, casi más bien un vacío maniquí? ¿Tiene algo que ver en la intriga el extraordinario Sâr Melchior, evidente trasunto a su vez del Sâr Peladan, prominente figura de la Rosacruz Católica y Simbolista francesa? Renard juega con el lector como el gato con el ratón, combinando elementos de historia de fantasmas, ciencia ficción, folletín de misterio y novela enigma, puesto que aún conociendo el intríngulis de la trama, su piedra angular, llegamos a dudar de todo y de todos, esperando tantas o más sorpresas que si fuéramos alguno de los afortunados que leyeron en su día la novela, entrega tras entrega, sin saber nada de ella. Lectores que se encontraron por vez primera con el ambiguo misterio fundamental y fundacional del libro: ¿están las trasplantadas manos del criminal obligando a su nuevo dueño a cometer los crímenes en contra de su voluntad? ¿Pueden poseer los miembros humanos amputados conciencia propia? Una especulación metafísica que pasará a ser tema recurrente del género.


Fotograma de La bestia con cinco dedos (1946)

Pero he aquí la otra y principal recompensa que recibe el lector actual de Las manos de Orlac, lo mejor de este diabólico enredo orquestado por Renard: su estilo narrativo, su peculiar gracia literaria, capturados con notable fidelidad por la traducción de Mauro Armiño, que distinguen al escritor francés no sólo de sus nada desdeñables colegas (Leroux, Spitz, Le Rouge, Bernède, Leblanc, Rosny, de la Hire, Allain & Souvestre…) sino, sobre todo, de sus homólogos anglosajones. En efecto, Renard ha depurado aquí su verbo trepidante y sicalíptico, que convertía la ya citada El doctor Lerne en un festival del Grand Guignol y lo grotesco, pleno de barroco exceso y macabros detalles. Con ligereza que cabría definir de genuina gaîté parisienne, el novelista desarrolla la más intrincada, siniestra y gótica de las tramas como si de un vodevil se tratara, con un ritmo sincopado de frases cortas y elegantes, llenas de ironía y dobles sentidos. Lejos de las atmósferas neblinosas y siempre ominosas de la novela de misterio victoriana y eduardiana, Las manos de Orlac es ágil y juguetona, tramposa y frívola, sin por ello perder un ápice de intriga o suspense. No es de extrañar que Renard fuera un favorito de los surrealistas, puesto que sus humoradas, sus excentricidades tanto narrativas como escenográficas, tienen un punto de “humor negro”, en el sentido que diera al término Breton, así como una cualidad casi onírica en su gozosa cercanía al absurdo más descarado.


Porque las situaciones de la novela bordean cuando no traspasan el absurdo, lo improbable ya que no (del todo) lo imposible. Como en los más locos ejemplos del Menace Pulp de la década siguiente (que tanto deben al Grand Guignol), las explicaciones lógicas del esotérico y científico entuerto son casi tan inverosímiles como las sobrenaturales y cuesta mucho no considerar Las manos de Orlac tanto una novela policíaca como una historia fantástica, a la vez y al mismo tiempo. Cuadros fantasmagóricos que persiguen con su mirada, poseídos por difuntos desencarnados; autómatas estranguladores, esqueletos de pega, milagros de la medicina moderna y espectros vigilantes, se alían con damas atrevidas, supuestas sociedades secretas, ladrones de guante blanco, periodistas aguerridos, policías astutos y criminales no menos astutos y retorcidos, para ofrecernos una suerte de cabaret gótico, donde una trama claramente inspirada en modelos como el citado Doctor Jekyll & Mr. Hyde o El perro de los Baskerville (1902) de Conan Doyle, se desarrolla con velocidad, ingenio y una técnica literaria contrapuntística, casi musical, donde a lo terrorífico se opone lo humorístico, a lo sobrenatural lo materialista, a lo imposible lo improbable y a lo trágico lo frívolo, con resultados tan desconcertantes como brillantes, en las antípodas del estilo gótico anglosajón, y más próximos, curiosamente, a los del jocoso Emilio Carrere de La torre de los siete jorobados (1920) o a los del “erogrotesco” Edogawa Rampo de Koto no Oni (1929-1930), publicada en España como Los crímenes del jorobado.


Imagen de una representación del Theatre du Grand Guignol

Por desgracia, ninguna de las versiones cinematográficas del libro, extremadamente popular desde el momento de su publicación, hace justicia a su espíritu vodevilesco, surrealista y chispeante, si bien varias de ellas poseen sobrados méritos propios para merecer su inclusión entre los clásicos del cine fantástico.


Conrad Veidt en Las manos de Orlac (1924)

Sin duda, la más fiel de todas es Las manos de Orlac (Orlacs Hände, 1924) de Robert Wiene, protagonizada por un Conrad Veidt en estado de gracia y estrenada apenas cuatro años después de la publicación de la novela. Justamente considerado entre los grandes títulos del llamado cine “expresionista” alemán, Wiene evita aquí los excesos más pictóricos de su famoso Gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), para abundar en efectos puramente cinematográficos, con un espectral tratamiento de luces y sombras, perspectivas distorsionadas, composiciones inquietantes y trucos fotográficos, que retratan de forma espectacular el proceso de obsesión y locura de Orlac, apoyándose por supuesto en la torturada y tortuosa interpretación de Veidt. La adaptación sigue con notable fidelidad la trama y desarrollo de la novela, si bien pone más hincapié en Orlac que en su esposa y, por supuesto, su estilo es sombrío, romántico y melodramático, estando ausentes la frivolidad y toques humorísticos del original literario. No obstante, se trata sin duda de la mejor y más fidedigna adaptación del libro a la pantalla.


Cartel de Las manos de Orlac (1935)

Sin embargo, mi favorita es, inevitablemente, la menos fiel: Las manos de Orlac (Mad Love, 1935), dirigida precisamente por un tránsfuga del fantástico alemán, Karl Freund, a mayor gloria de su protagonista absoluto, Peter Lorre, genuino científico loco (de amor, por supuesto) como el doctor Gogol, dispuesto a cualquier cosa con tal de poseer a la esposa del pianista Stephen Orlac, Yvonne, que es aquí además toda una estrella del Theatre du Grand Guignol (!!!). A él acudirá la actriz, venciendo sus temores, para que salve las manos de su esposo, sin saber que a cambio sus vidas se convertirán en una pesadilla. Distanciándose tanto del carácter de novela-enigma como del tono frívolo del libro de Renard, esta fascinante adaptación, en la que participa como guionista el también escritor Guy Endore, se convierte en un auténtico melodrama gótico y fantasmagórico, lleno de imaginería surrealista (la estatua de Yvonne, la armadura de metal de Gogol, digna de Giger…), donde el cirujano demente acaba transformado en auténtico antihéroe romántico, con un clímax en el que no faltan las notas de un órgano demencial y donde Lorre, que tanto detestaba sus papeles en el cine de terror, alcanza las sombrías excelencias del villano más sublime, a la altura del mejor Vincent Price. Traidora pero exquisita formalmente, con un expresivo blanco y negro lleno de sombras y contrastes, esta desatada y atípica producción de la Metro, destinada a competir con los grandes éxitos de terror de la Universal, es una de las cumbres del género, con nada que envidiar a los mejores filmes de Whale o Browning. En cuanto a Lorre, volvería a encontrarse con parecido problema entre las manos una década después, en La bestia con cinco dedos (The Beast with Five Fingers, 1946), adaptación del citado relato de W. F. Harvey escrita por Curt Siodmak y dirigida por Robert Florey, también con notables resultados.


Cartel de Las manos de Orlac (1960)

Algo más fiel al libro pero mucho menos excitante es la correcta Las manos de Orlac (The Hands of Orlac, 1960), sobria versión británico-francesa firmada por Edmond T. Gréville y protagonizada por Mel Ferrer en el papel del torturado pianista, acompañado en el reparto por Christopher Lee y Donald Pleasence. Sin duda, la peor de todas, además de inconfesa, es Hands of a Stranger (1962), serie B escrita y dirigida por Newt Arnold, que saquea la novela de Renard sin acreditarla pero se deja ver con cierto agrado, pese a su ritmo algo lacio, excesivos diálogos y escasa acción. Existen también al menos dos películas francesas para televisión basadas en el libro, entre ellas, por supuesto, una que cambia al protagonista masculino por su versión femenina: Les mains de Roxana (Philippe Setbon, 2012), interpretada por Sylvie Testud como la violinista Roxana Orlac. Con buenas críticas, como tantas otras producciones recientes de nuestros vecinos, y para seguir con la tradición, se trata de un título que no hemos podido ver en España.


Volvemos así al principio de estas consideraciones. Si bien no se puede estar por menos que enormemente agradecidos a Siruela, que nos ha permitido acceder a este auténtico clásico del fantastique, obra fundamental para completar el panorama del género gótico, de misterio, terror y ciencia ficción del siglo XX, queda aún mucho trabajo por hacer, tanto a fin de dar a conocer obras y autores todavía inéditos en nuestro país, como de recuperación y exhumación de otros que un día fueron incluso populares, habiendo caído hoy en injusto olvido. Así, podríamos seguir el desarrollo de este peculiar “gótico quirúrgico” iniciado con Las manos de Orlac, con la lectura, en nuevas y mejores traducciones, de la novela de Jean Redon Los ojos sin rostro (1959), que inspiraría el célebre y genial filme de Franju del mismo título, revolucionando el género en 1960 e inaugurando a su vez una nueva variante temática retomada a menudo (entre otros, por nuestro querido Jess Franco). O la de Boileau y Narcejac —quienes, por cierto, participaron en la adaptación al cine de la anterior—, Y el total es un hombre (1965), que llevaba la idea original de Renard hasta sus últimas consecuencias, entrando sin complejos en lo fantástico y la ciencia ficción de horror, sirviendo curiosamente de base para el apreciable filme americano Cuerpo maldito (Body Parts. Eric Red, 1991). Ambas novelas fueron publicadas en España en su momento, pero están hoy descatalogadas y bien merecerían volver a los escaparates de novedades de nuestras cada vez más escasas librerías. Por otro lado, faltan todavía obras esenciales, como la propia Le peril bleu de Renard, los relatos fantásticos de los belgas Ghelderode y Franz Hellens o la serie de Mabuse del suizo Norbert Jacques… Pensemos que sólo desde hace muy poco hemos podido leer el Belfegor de Arthur Bernède, editado por Valdemar, pese a la popularidad que su serie de televisión El fantasma del Louvre (1965) tuviera en España, en los ya lejanos años de su emisión.



En esta Europa después de la lluvia, el Trans-Europe Express no recorre ya sus vías, ni la mujer europea quiere estar con nosotros mil años más, y mientras me siento en este vacío café, me doy cuenta de «tous ces moments, perdus dans l'enchantement qui ne reviendront jamais». Aunque nos han devuelto Las manos de Orlac, nuestro cuerpo amputado, desangrado y mutilado, no volverá a erguirse orgulloso y lleno de vida, nunca más.


Jesús Palacios 😈



https://www.youtube.com/watch?v=1zWrxQXzyGE

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