CUMBRES DE ESPANTO | Jesús Palacios


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ATENCIÓN, este artículo incluye ecos (lejanos) de spoilers.

 

ECO. Thomas Olde Heuvelt. Traducción de Ana Isabel Sánchez. Nocturna Ediciones. Madrid, 2023. 600 páginas.

...es que la montaña tiene sus ideas,
es que la montaña tiene sus caprichos.

Charles Ferdinand Ramuz, El gran miedo en la montaña.

 


n 1926, Charles Ferdinand Ramuz (1878-1947) publicaba la que se ha convertido en su novela más famosa: Le grande peur dans la montagne, traducida al castellano como El gran miedo en la montaña (Montesinos) y años antes como Cumbres de espanto (Plaza y Janés). En ella, el más importante escritor suizo en lengua francesa narra la crónica sencilla y desgarradora de un grupo de pastores que, desafiando la leyenda negra que rodea el vecino glaciar del Alto Sasseneire, decide establecer su ganado en los ricos y desaprovechados pastos de sus cumbres. Lo hace tras una reñida votación en el concejo municipal, pues los más viejos aún recuerdan la tragedia que veinte años atrás se cobró las vidas de quienes intentaran lo mismo. Sin embargo, el nuevo alcalde, apoyado por los jóvenes que no conocieron aquellos días ya lejanos, impacientes por encontrar trabajo y explotar las tierras, consigue la mayoría. Poco después, cinco voluntarios conducen un gran rebaño hasta las alturas de Sasseneire, instalándose en un solitario “chalet” de piedra para pasar el verano.

 

Charles Ferdinand Ramuz (1878-1947)

Pronto el mal, un mal indefinible, inhumano, cotidiano y omnipresente, natural pero extraño al tiempo, vagamente metafísico, siempre amenazador, se cierne sobre pastores y rebaño. Una epidemia comienza a diezmar las reses, con la consecuencia de aislar a sus dueños, impidiéndoles volver al pueblo, donde ante el temor del contagio se organiza la vigilancia armada en sus caminos de montaña. La depresión, la melancolía, las rencillas y finalmente la locura se adueñan poco a poco de los cinco aislados pastores, cada uno de los cuales encontrará un destino diferente pero igualmente marcado por la tragedia y la muerte. Por encima de todo y de todos, la montaña, el glaciar. Un escenario majestuoso pero completamente ajeno al ser humano. Indiferente en su crueldad intrínseca. Incognoscible. Gélido y despiadado.

 


Partiendo de un realismo costumbrista teñido de poesía y a través de un lenguaje popular, sencillo en apariencia pero sutilmente elaborado, Ramuz va transformando su novela en metáfora de la esencia netamente hostil de la Naturaleza frente al ser humano. La soledad, el frío, la ventisca, la enfermedad, el silencio… Ramuz se aproxima desde su naturalismo y simplicidad al Simbolismo de Maeterlinck e incluso al puro Horror Cósmico: Allí estaba plantado el ventisquero, entero y verdadero, cortándole el paso a Joseph; así es que Joseph vuelve a echar hacia atrás la cabeza, luego la inclina hacia abajo y otra vez la derriba contra la nuca; y otra vez venía hacia él aquella cosa enorme que no era verdad, que no había modo de comprenderla, que no produce nada, que para nada sirve, como si hubiera llegado uno al fin de la vida, al cabo del mundo, al fin del mundo y de la vida. El glaciar se convierte en protagonista o, mejor dicho, en antagonista absoluto. Es la encarnación del Misterio de un mundo no-humano al que los insignificantes hombres tratan de imponer inútilmente su voluntad. No hay motivo ni razón alguna para la fatalidad que acaba con los pastores y su rebaño. Es solo que la montaña tiene, en efecto, sus caprichos.

 

Thomas Olde Heuvelt, uno de los descubrimientos del Celsius 232 de Avilés

Desconozco si Thomas Olde Heuvelt ha leído El gran miedo en la montaña. Desde luego, no la cita entre las muchas obras que utiliza como epígrafes y al tiempo emblemas de cada uno de los capítulos de su nueva novela, Eco. Título también alegórico, pleno de resonancias y posibles lecturas. Si por un lado hace referencia al eco de las montañas donde tiene lugar buena parte de su acción, además de ser origen del terrible y monstruoso mal que se apodera de uno de sus protagonistas principales, por otro, puede servirnos también como irónica descripción de una obra que es, en gran medida, voluntaria antología de motivos, temas, tópicos e ideas de la larga tradición de la literatura gótica, fantástica y de horror, clásica y moderna.

 

Eso sí: ecos todos articulados con ingenio, entretejidos con gracia y acumulados con habilidad en torno al eje central de la montaña como símbolo último del Mal. No un Mal en sentido moral, sino como en la obra de Ramuz, en sentido metafísico y cósmico. El Mal que para nosotros, los humanos, representa la esencia inhumana, ignota e impenetrable de la Naturaleza, expresada contundentemente por el corazón de piedra y hielo de los glaciares y montañas de, también aquí, los Alpes suizos y un imaginario pico adecuadamente bautizado por Heuvelt como el Maudit.

 

A grandes rasgos y sin desvelar mucho su trama, Eco es la historia de un amor maldito y maldecido por la montaña. De una pareja, en este caso gay, separada por el amor de uno de sus miembros hacia el alpinismo y las cumbres, hasta el extremo de que estas han acabado por conquistarle. Por poseerlo. Literalmente. Tras un grotesco y misterioso accidente en los glaciares del Maudit, que ha costado la vida a su compañero de escalada, Nick Grevers despierta de un coma para descubrir dos cosas: primera, que su antaño hermoso rostro está completamente desfigurado. Segunda: que se ha traído consigo y dentro de sí “algo” del glaciar mismo. “Algo” frío e inhumano, poderoso y cruel, que se va apoderando lenta pero implacablemente de su personalidad.

 

Antigua postal de los Alpes suizos

Su historia nos va siendo desgranada por su amante Sam Avery, que no sólo tendrá que vencer su aversión inicial hacia un novio que se ha transformado en un cruce entre el Hombre Invisible o la Momia, con la cabeza casi totalmente cubierta de vendas, y el Fantasma de la Ópera, el Hombre Elefante o la Criatura de Frankenstein, sino también intentar rescatar de las fauces del glaciar lo que de humano queda en él, si tal cosa es posible.

 

Al hilo de esta trama, estructurada por Heuvelt en capítulos donde se alternan la narración de Avery con los diarios de Nick, con estilo epistolar y confesional que recuerda voluntariamente el Drácula de Stoker, las novelas de Wilkie Collins o buena parte de los relatos de Lovecraft, el autor consigue ensamblar con imaginación y soltura, elementos de body horror (la transformación física de Nick y sus efectos morbosos e incluso perversamente eróticos en la relación con Sam), terror psicológico (el tema del doble, la tensión entre los amantes, especialmente cuando Sam comienza a sospechar que su desgraciada pareja puede ser también un asesino de masas), folk horror (la indagación de Sam en el pueblo cercano al Maudit, con sus extraños rituales festivos, leyendas y tradiciones sobre el glaciar y la almas de los muertos reencarnadas en pájaros de mal agüero), terror paranormal (las muertes en el hospital y otras provocadas por Nick incluso durante el coma, al estilo de Patrick [1978]), thriller (la investigación detectivesca de Sam, ayudado ocasionalmente por algún personaje secundario, en una carrera contra el tiempo para liberar a su novio de la maligna influencia que le posee), terrores infantiles (el trauma de infancia de Sam, que liga su aversión al montañismo a un sentimiento de culpa freudiano, resonando en su obsesión por competir con la montaña misma por el amor de Nick), el cuento de fantasmas (la aparición y guía de cierto personaje del pasado de Sam cuando este visita de nuevo los escenarios de su trauma original), el eco-terror (la constante insinuación de que hay lugares del mundo que el ser humano haría mucho mejor en dejar tranquilos e intactos)… Y, por supuesto, el Horror Cósmico, que preside el conjunto, subrayando la dicotomía ontológica entre Hombre y Naturaleza, de cuya lucha, enfrentamiento e incluso intento de confraternización (el alpinismo) solo puede salir triunfadora esta última, haciendo perder al primero su condición humana misma. Devorándolo, absorbiéndolo y asimilándolo hasta fundirlo y confundirlo por completo con su propia esencia, más que inhumana, lisa y llanamente no-humana.

 


Heuvelt no solo es muy consciente de estar cocinando este caldero de brujas metagenérico, sino que alardea de ello al construir también un metadiscurso literario a través de sus citas al comienzo de cada capítulo: Ray Bradbury, H. G. Wells, Stephen King, Lovecraft (el más repetido), Henry James, Stevenson, Bram Stoker, Shirley Jackson, Poe, Washington Irving, Kafka, Emily Brontë, Arthur Machen, Clive Barker, Sheridan Le Fanu, Mary Shelley, William Peter Blatty… Si se me permite (y aunque no se refleje en la bibliografía que acompaña la novela), Eco podría ser el catálogo de la colección Gótica de la editorial Valdemar o, por lo menos, funcionar casi como tal.

 

Pese a ello, el eco que en mí despiertan las páginas de este Eco de Thomas Olde Heuvelt, quien se reafirma como uno de los más dotados talentos actuales del género, es el de la novela de Ramuz. Como ya me ocurriera con Hex (Ver artículo CIUDAD EMBRUJADA) lo que más me agrada en ambas es su sesgo consciente y quizás también inconscientemente europeo y continental. Aunque no faltan escenas en los Estados Unidos de King, los escenarios principales de Eco son la montaña suiza, las carreteras y autopistas de Europa bajo la lluvia y un siniestro pueblo alpino imaginario, con su propio y oscuro folclore mágico y religioso.

 

Me surgen junto al de Ramuz los nombres de Claude Seignolle, del Jean-Marc Soyez de La teja de los lobos (1968), del inevitable Jean Ray e incluso del Maupassant de “El horla” (1882), que tan bien describe la obsesión y posesión, física y psicológica de su trágico protagonista. Al lado de imágenes que evocan inequívocamente a Cronenberg, Friedkin, Stephen King, Carpenter o Clive Barker, se suscitan ecos de otras que me remiten al Litan (1982) de Jean-Pierre Mocky, al Lake of the Dead (De dødes tjern, 1958) de Kåre Bergstrøm, según la extraña novela de André Bjerke, o a filmes más recientes como Los ríos de color púrpura (2000) de Mathieu Kassovitz, según Jean-Christophe Grangé. Si es voluntariamente o no, si es cosa suya o cosa mía, tanto da. El hecho de que lo consiga y se distinga así de la mayor parte de la producción actual del género, me resulta más que suficiente.

 

Lake of the Dead (De dødes tjern. Kåre Bergstrøm, 1958)

Eco es un devora-páginas. Pese a su aparente grosor, su ritmo te arrastra imparable y no es difícil terminarla en un par de sentadas, al igual que ocurría con Hex. Si en algún aspecto resulta inferior a aquella es, quizás, en su final. Da la impresión de que Heuvelt ha intentado, a la manera de tantas y tantas películas y series actuales, satisfacer a todos los lectores y todas o casi todas las expectativas posibles. Es decir: acabar bien y mal a la vez. Ofrecer una traca final repleta de efectos especiales, al tiempo que cierta reflexión metafísica y cósmica, no exenta de romanticismo. Culminar la tragedia inevitable pero iluminar la oscuridad con un rayo de esperanza. En este sentido, el de abarcar demasiado y demasiadas ideas contradictorias, su conclusión es menos compacta y convincente que la de Hex. Lo cual no impide, por supuesto, que Eco cumpla sobradamente como excelente novela de horror, tan original como metarreferencial y autorreflexiva al tiempo.

 

Y si, como toda historia del género, Eco es una cautionary tale, debo decir que conmigo funciona estupendamente: no pienso acercarme a los Alpes suizos ni por asomo y, mucho menos, dedicarme a la escalada. Me basta y sobra con estas cumbres literarias para curarme de espantos.

 

https://tienda.nocturnaediciones.com/products/eco-thomas-olde-heuvelt 

https://www.editorial-montesinos.com/contemporanea/3264-el-gran-miedo-en-la-montana.html

http://www.valdemar.com/product_info.php?products_id=749&osCsid=

 

“Una noche en el Monte Pelado” (Fantasía, 1940)

Jesús Palacios 😈









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