YOU´LL NEVER LEAVE HARLAN ALIVE | Jesús Palacios

“Sabes, recuerdo cuando era un chiquillo, siguiendo a mi papá hasta el alambique, allá arriba, a través de aquellas montañas en invierno. Supongo que ya sabía entonces que lo que estaba haciendo iba en contra de la ley de alguien, pero… Mi abuelo lo había hecho antes que él, su padre antes que él y así directo hasta llegar de vuelta a Irlanda. Sostenían que lo que un hombre hace en su propia tierra es asunto suyo. Desde luego, no tenían ninguna idea noble entonces. Tampoco ahora, pero… Cuando llegaron aquí y lucharon por este país y rascaron con sus arados y sus viejas y flacas mulas colinas arriba, lo hicieron para garantizar sus derechos básicos de hombres libres. Simplemente, supusieron que fabricar whisky era uno de ellos. No recuerdo nada oscuro o vergonzoso, solo recuerdo los cornejos y laureles con sus pequeños hilos de hielo colgando, que te cortaban limpiamente cuando te rozabas con ellos. Yo era solo un chiquillo siguiendo los pasos de mi papá, Sorrowful Mountain arriba.”

Robert Mitchum, como Lucas Doolin, en Camino de odio.

 

CAMINO DE ODIO (THUNDER ROAD). Estados Unidos, 1958. D.: Arthur Ripley. G.: James Atlee Phillips, Walter Wise, sobre una historia original de Robert Mitchum. I.: Robert Mitchum, Gene Barry, Jacques Aubuchon, Keely Smith, James Mitchum, Sandra Knight.

 


Harlan County es un fantasma que me persigue. Empezó como un vago recuerdo. El de haber visto hace muchos años, no sé si en Filmoteca Española o en la 2 de RTVE, cuando sólo había dos canales (a veces, en la variedad está el disgusto), el documental Harlan County U.S.A. (1976) de Barbara Kopple. Perdido en las circunvoluciones entonces todavía sin formar del todo de mi cerebro pre-adolescente, perduraba un sentimiento de exaltación obrera (mejor dicho: minera), de protesta violenta y necesaria contra el poder establecido, acompañado de bluegrass, baladas y canciones populares. Y poco más. El recuerdo, de hecho, volvió a través de una fuente inesperada: la serie televisiva Justified (2010-2015), conocida en nuestro país por el discreto título de La ley de Raylan. Seis temporadas y setenta y ocho episodios después —creo que es la única serie de esta extensión que he sido capaz de ver completa y adictivamente desde que empezó la, para mi, inexplicable fiebre de las series— incluso me planteo volver a verla algún día, no muy lejano. Por supuesto, como es bien sabido, la acción de este neowéstern o poswéstern en clave de thriller neonoir de procedimiento policial (intenta decir todo esto en voz alta y sin respirar), se desarrolla en Harlan County. Ese lugar que, en realidad, ni yo mismo sabía muy bien situar en el mapa de los Estados Unidos.

 


Basada en el personaje creado por el ya desaparecido genio de la literatura popular americana Elmore Leonard, en sus novelas Pronto (1993) y Riding the Rap (1995), la serie, aunque toma elementos de ambas, parte sobre todo del relato “Fire in the Hole”, publicado en 2001 (cuyo título hace referencia al grito de advertencia en la mina, con el que también comienza, precisamente, Harlan County, U.S.A.). Gracias a este éxito televisivo, el escritor decidió retomar su detective en una última novela, Raylan (2012), que también sería utilizada por los guionistas como fuente de inspiración. Por desgracia, Leonard falleció en 2013, sin llegar a ver concluida la serie. Con él, se fue uno de los últimos hombres duros de la tradición pulp más genuina, que comenzó en el puro wéstern pero supo readaptarse brillantemente a la novela negra, con la facilidad propia de quien sabe que ambos géneros comparten las mismas raíces profundas en el imaginario popular estadounidense más arraigado.

 

Elmore Leonard (1925-2013)

De hecho, Raylan Givens es el arquetipo perfecto del “hombre de la estrella de plata” con un pie siempre a punto de salirse del tiesto, convirtiéndose en fuera de la ley, una ética personal (casi) a prueba de bombas (literalmente hablando) y una capacidad para meterse en líos solo equiparable a la que tiene para salir de ellos, protegiendo a los inocentes (y a algunos culpables) y escapando bien librado. Si una obra de ficción, sea serie, película o novela, vale lo que valen sus villanos, Justified está en la cima de la pirámide. Empezando por su Moriarty particular de las montañas, el maquiavélico y carismático Boyd Crowder que interpreta Walton Goggins —a punto de robarle el protagonismo al más que apropiado Timothy Olyphant, que encarna a Raylan con los aires de un joven Clint Eastwood—, por los muchos episodios de la serie desfila una galería de criminales de toda laya y catadura, incluido el padre de Raylan (estupendo Raymond J. Barry), que no superaría ni el mismísimo Chester Gould en sus mejores años de Dick Tracy. Pero lo mejor de Justified es, por supuesto, el universo del Kentucky profundo donde se mueven Raylan, sus enemigos, sus mujeres, sus compañeros policías y sus compadres de la mina. Es decir: Harlan County y aledaños.

 

Justified: la ley de Raylan. Hombres de Harlan County


Raylan es “desterrado” de Miami por sus métodos más propios de un pistolero del Viejo Oeste que de un moderno agente de la ley, siendo devuelto, precisamente, a su ciudad natal: Harlan, en Harlan County. El corazón pobre y deprimido del Sudeste de Kentucky. Una región montuosa y agreste con un largo historial de explotación minera (en todos los sentidos del término “explotación”), lucha sindical, moonshiners (fabricantes y traficantes clandestinos de whisky) y clanes familiares con negocios poco o nada legales (los viejos alambiques de licor casero sustituidos por laboratorios de meta-anfetamina y plantaciones de marihuana).

 

Todo ha cambiado para seguir igual. Givens se reencuentra con esqueletos dentro y fuera del armario, viejas amantes y viejos colegas mineros, viviendo a ambos lados de la frontera que separa, poco y mal, el crimen de la legalidad, y teniendo que volver también a emplear sus mejores maneras y malos modales de pistolero. Justified, conjugando el genio e ingenio puramente hard boiled de Leonard, sus diálogos cortantes, su talento para las tramas enredadas y su corrosivo humor, no pierde nunca de vista el factor humano. El trasfondo de miseria, corrupción y abandono de la región, una de las más castigadas, con menos esperanza de vida y sueldos más bajos, de todos los Estados Unidos.

 


El Harlan County de Justified, con sus traficantes rednecks, sus clanes criminales matriarcales (fantástica Margo Martindale como Mags Bennett, la matrona del clan Bennett), sus conflictos raciales, supremacistas blancos, fanáticos religiosos aficionados a bailar con serpientes, y sus siempre tensas relaciones con la mafia de Memphis y los señoritos de la gran ciudad, es uno de los escenarios más apasionantes jamás vistos en el género negro. A pesar de que la serie se rodara, por supuesto, a kilómetros de allí, en California. La magia del cine (o de la televisión, qué más da). Por su culpa, el fantasma de Harlan volvió a acosar mis noches… y mis días.

 

Margo Martindale como Mags Bennett, mujer empoderada estilo Harlan County


No muchos meses después de concluir el gozoso visionado de Justified al completo, el último día, prácticamente, de la pasada edición de la Semana Negra de Gijón, me despedí también de ella escuchando la charla de Alessandro Portelli, “La memoria musical de las luchas obreras en las minas”… En las minas, claro, de Harlan County. Portelli, prestigioso investigador de la memoria histórica y oral, dentro y fuera de su país (obviamente, Italia), es autor de un libro considerado ya como el gran clásico sobre la lucha minera de Harlan: They Say in Harlan County: An Oral History, publicado por Oxford University Press en 2010. Los testimonios vivos de más de ciento cincuenta hombres y mujeres, quienes reconstruyen con sus voces y memorias su larga historia de lucha obrera, sindical y minera, desde la famosa, infame y sangrienta Guerra del Condado de Harlan en los años 30 hasta las huelgas de los 70, recogidas precisamente por Barbara Kopple en su documental. ¡Cómo para no creer que el espíritu de Harlan me seguía! ¿Quién podría sospechar que en Gijón me iba a reencontrar con Harlan County y no, precisamente, por su papel en un clásico de la novela y el género negro, sino a través de la figura de un historiador italiano, apasionado de Pete Seger, Bruce Springsteen y Dolly Parton? Extraños son los caminos del whisky de centeno, que, por cierto, siempre me ha gustado… Aunque no tan extraños, si pensamos en la común tradición minera y luchadora de asturianos y paisanos de Kentucky.

 

https://www.youtube.com/watch?v=jpow6rbP8XI


Pasan días, semanas y meses. El fantasma de Harlan County se apacigua. Me olvido casi de su existencia. Me inquietan las noticias de que se prepara una secuela de Justified. Ojalá que no. Desde el 2015 las cosas han ido a peor, a mucho peor, para la ficción de género popular. Si vuelve Raylan lo preveo más innecesariamente inclusivo, más previsiblemente dramático, serio y quizá trágico. Peor aún, preveo que Boyd Crowder, como Hannibal Lecter o el Al Swearengen de Deadwood (2004-2006), pueda acabar volviéndose casi “bueno”, destruyendo por completo su carisma. Y nada más. Rehuyendo la mayoría de los decepcionantes estrenos de películas supuestamente de acción, aventuras, thriller o terror, vuelvo estos días mis cansados ojos de cinéfago tristón a un cine que nunca falla: ese film noir americano que abarca, grosso modo, desde finales de los años 30 a primeros de los 60, con predominio del blanco y negro y de la Serie B con “B” de muy buena. Películas cortas, cortantes y con filo. Voy saltando de aquí para allá, revisando viejas copias, hasta topar con una que aún no había visto. Un título de ese fascinante periodo de transición que son los últimos años 50, donde el film noir se da ya aires de neonoir, y es fácil que se combine en cóctel explosivo con otros géneros (wéstern, terror, comedia…). La película se presenta bajo un, como casi siempre, molesto e indiscreto título español: Camino de odio (a veces Camino del odio). El original es mucho más gráfico e impactante: Thunder Road. Con ella reaparece, una vez más, inesperado y bienvenido, el espectro de Harlan County.

 


Thunder Road es lo que ahora llamarían los hípsters recién llegados al género un rural noir (como también lo sería Justified, digo yo). Dirigida por el veterano Arthur Ripley, quien fallecería pocos años después, autor de algún otro memorable noir como Acosados (The Chase, 1946), según Cornell Woolrich, se trata de un proyecto personal de Robert Mitchum, quien produjo la película con su compañía, tuvo la idea original —inspirada en el incidente real de la muerte de un contrabandista que estrelló su automóvil trucado en Knoxville (Tennessee), cuando era perseguido por agentes federales (suceso que al parecer le narró el escritor James Agee)—, compuso las dos canciones que acompañan la película, una de las cuales, “Thunder Road”, convertiría él mismo en éxito al grabarla después como single (en el filme es interpretada por Randy Spark), y, por supuesto, encarna además a su trágico protagonista, el temerario contrabandista Lucas Doolin.

 

https://www.youtube.com/watch?v=tdwUpxkfSJw


En el reparto participan también sus hijos James y Christopher, el primero en un importante papel, como Robin Doolin, su hermano en la ficción, mientras el segundo debuta, con tan sólo trece años, en un breve cameo, como uno de los músicos que toca en la banda local de rockabilly. El personaje de Robin había sido concebido por Mitchum para Elvis Presley, quien se mostró interesado en el guion, al menos hasta que el famoso Coronel Tom Parker pidiera como sueldo para su estrella una suma tan absurda que, de hecho, superaba el presupuesto entero del filme. En fin, una oferta que Mitchum no podía sino rechazar.

 


Como producto de ese periodo de transición entre el film noir clásico y el neonoir, Thunder Road presenta ya características mezcladas de varios géneros colindantes. Por un lado, es un auténtico filme de acción en carretera, adelantado al estilo de las road movies criminales de los años 70 e incluso de películas como la original A todo gas (The Fast and the Furious, 2001). Las persecuciones por la autopista y las tortuosas carreteras de montaña, pese a las deficiencias técnicas propias de la época, transparencias incluidas, gozan de una resolución espectacular y dramática, acompañadas por una música a veces un poco inoportuna pero trepidante, así como por tiroteos, choques y explosiones.




Por otro lado, como drama rural de la América Profunda, situado en Harlan County, aunque rodado en Carolina del Norte, se respira un denso aroma a wéstern, donde los caballos son sustituidos por automóviles trucados para transportar el whisky ilegal; el cacique local que amenaza a los rancheros se convierte en magnate criminal de la gran ciudad  —repulsivo Jacques Aubuchon, como el capo del crimen organizado Carl Kogan (ya está aquí, también, la mafia de Memphis que vemos actuar a menudo en Justified)—; y, por supuesto, el propio Lucas Doolin como un honesto y fatalista fuera de la ley, adorado por las mujeres, duro con los hombres, amante de su familia y, desde luego, predestinado. No en vano es un héroe de balada. Ya saben: “You´ll Never Leave Harlan Alive”.

 


Al mismo tiempo que se respira esta atmósfera de poswéstern, las escenas en los clubes de la gran ciudad, en sus calles y en las oficinas del mafioso Kogan están rodadas y fotografiadas con el estilo del noir clásico, con su contraste de luces y sombras y ambiente urbano.

 


Pero en su conjunto, predomina el espíritu de Harlan. Aunque los federales aparecen retratados, inevitablemente, como “buenos chicos”, la película no condena en absoluto a los viejos contrabandistas, que necesitan los ingresos de su alcohol para sobrevivir a la dureza de una vida campesina con pocos o ningún aliciente (no hay alusión alguna a los conflictos mineros de la zona). Algo que incluso entienden los agentes de la ley, para quienes el verdadero villano es Kogan. El monólogo citado al inicio de este texto, recitado por Mitchum mientras está reunido con su enamorada cantante citadina, basta y sobra para expresar cual es el espíritu del filme, totalmente empático con su protagonista tanto como con su ambiente familiar y social.

 


Thunder Road es una película singular. Un cruce de caminos entre los tópicos del viejo cine negro y los aires frescos del neonoir rural que dominará parte de la escena en los años 70, con títulos como Bonnie & Clyde (1967), Mamá sangrienta (Bloody Mama, 1970) o El tren de Bertha (Boxcar Berta, 1972). Su mezcla de clubs de jazz con bandas de rockabilly, sus persecuciones en carretera a todo trapo, sus talleres de coches trucados, sus reuniones de veteranos rednecks contrabandistas frente a los métodos mafiosos del nuevo crimen organizado, las redadas de los federales destrozando alambiques clandestinos, sus aires de balada country sobre un desperado sin futuro, ex-combatiente, por cierto, de la guerra de Corea... Todo ello resulta sorprendentemente moderno, más propio de las dos décadas siguientes que de ese 1958 todavía atado a muchas convenciones del Hollywood clásico. Estos elementos se dan cita en torno a un Condado de Harlan eternamente bañado en sangre, polvo de carbón y whisky de Kentucky, contribuyendo a convertirla en filme de culto.

 


En efecto, a lo largo de los 60 y hasta los 80, Thunder Road fue un clásico de los programas dobles y los drive-in rurales en los estados del Sudeste, como Kentucky y Tennesse, sus verdaderos protagonistas. No en vano los coches utilizados en la película fueron alquilados a auténticos contrabandistas y fabricantes de whisky de Carolina del Norte. Como ocurriera en otras ocasiones, antes y después —con los yakuza que llenaban los teatros de Shinjuku para ver las películas de Suzuki o Fukasaku; los italoamericanos que agotaban las entradas para ver Scarface en 1932; los rastafaris que abandonaban los cines de Kingston antes de que Jimmy Cliff muriera en Caiga quien caiga (The Harder They Come, 1972) o los mafiosos rusos que convirtieron Brat (1997) de Balabanov en éxito—, una obra de ficción épica encarnaba para bien y para mal el zeitgeist de una subcultura fuera de la ley, que se veía retratada en ella con simpatía, complicidad y dignidad.

 

Thunder Road (cuyo título inspiró la canción de Bruce Springsteen… aunque el jodío no hubiera visto la película), es la última aparición, por ahora, del fantasma de Harlan County que me persigue desde hace años. Una sorpresa, porque demuestra que se trata de un viejo espectro... pero muy vivo. Que lleva mucho tiempo ejerciendo como mala conciencia de una nación que ha traicionado el sueño de quienes constituyen su carne y su sangre. Esa misma sangre que corre por las venas abiertas de los Estados Unidos. La protesta que late en la película de Robert Mitchum bajo su superficie de romántico film noir, atravesando clásicos del cine liberal como Harlan County U.S.A. o la más reciente La guerra del condado de Harlan (Harlan County War, 2000) —a mayor gloria de Holly Hunter—, sigue también presente en su sucesora del siglo XXI, Justified, que desciende de ella, de su espíritu wéstern, transgresor y libertario, en línea directa.

 



No sé muy bien cuándo ni dónde, pero estoy seguro de que Harlan County reaparecerá en mi vida. Algunos sueñan con la Tierra Media, otros con la Edad Hiboria, el País de Nunca Jamás o las lejanas galaxias, pero yo sueño, lo quiera o no, con otro lugar más terrible y fascinante, por real: Harlan County, Kentucky, U.S.A. Y en mis oídos resuena, una y otra y otra vez, el grito: Fire in the Hole!!! Quién lo iba a decir.


Jesús Palacios 😈

 

Harlan County U.S.A (Barbara Kopple, 1976)


https://www.youtube.com/watch?v=20ikvoVO3uo



 

 

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