LA CASA EN EL CONFÍN DE LA TIERRA │ Jesús Palacios
Ojo: contiene spoilers.
MALMKROG. Rumanía, 2020. 201 m.
Color. D.: Cristi Puiu. I.: Agathe Bosch, Ugo Broussot, Frédéric
Schulz-Richard, Diana Sakalauskaité, Marina Palii.
Mientras se estrenaba la
nueva entrega de 007, uno, que es pedante y muy echao pa'lante, prefirió
ver Malmkrog de Cristi Puiu. Dura aproximadamente como una del Universo
Marvel y casi una hora más que la nueva de Dune, pero empieza y termina
(al menos no hay secuela, que sepamos...), por lo que, puestos a elegir... El
caso es que, por supuesto, se trata de un filme tan exigente como
satisfactorio. Basado en el libro del influyente místico y filósofo ruso
Vladimir Soloviev, Los tres diálogos y un breve relato del Anticristo,
publicado en 1900, Puiu toma literalmente para su guion buena parte de su
contenido, consistente en tres densas conversaciones filosóficas, teológicas y
políticas en torno a las grandes preocupaciones del momento en que fuera
escrito... y que, curiosamente, en muchos aspectos resultan inquietantemente
similares a las nuestras, como bien ha sabido ver el director rumano. También
se toma, por supuesto, bastantes libertades.
Vladimir Soloviev (1853-1900) |
Traslada la acción de la Riviera
a una decadente mansión aislada en los Cárpatos (como el castillo de Drácula,
apunta el propio Puiu), elimina algunos de los personajes (el general ruso es
sustituido por su no menos militarista y tradicionalista esposa; el príncipe de
ideas liberales —que no es sino el Príncipe de este Mundo— no aparece siquiera y sus
partes se integran en el discurso de la joven idealista Olga), introduce la
presencia continua del servicio, como irónico comentario subterráneo, así como
la de un anciano aristócrata agonizante (posiblemente el padre del conde
Nikolai, dueño de la casa que asume la personalidad y opiniones del Señor Z en
el libro, a su vez portavoz de las ideas del propio Soloviev), quien fácilmente
pareciera encarnar el cuerpo en descomposición del Viejo Régimen. Así mismo, la
mansión se convierte en personaje central, claustrofóbico y espectral,
encerrando a los actores en una suerte de infierno o purgatorio privado,
aislado del exterior, ajeno al Apocalipsis que se aproxima: la Revolución rusa,
que irrumpirá violentamente en un momento dado (y que Soloviev no llegaría a
conocer, habiendo fallecido el mismo año de la publicación de su obra, a los 47 años, después de su conversión al
catolicismo).
Malmkrog es resultado directo del descubrimiento de Puiu en su juventud
del libro original de Soloviev, prohibido, como tantas otras obras, por el
régimen comunista, y que desde su primera lectura a comienzos de los años 90,
introdujo en la mente del pintor y futuro pilar de la llamada Nueva Ola del
cine rumano —cuyos supuestos miembros, Puiu incluido, niegan rotundamente su
existencia, como es natural— el cuestionamiento
de las verdades hasta entonces indiscutibles del pensamiento materialista y
progresista. Si Puiu había tenido por libro de cabecera el clásico del
positivismo ateo ¿Por qué no soy cristiano?, del socialista y matemático
Bertrand Russell, no es que la lectura de Soloviev le convirtiera automática y
milagrosamente a la verdadera fe, pero sí vino a sumarse a su conocimiento
directo de las experiencias de numerosos presos políticos, artistas e
intelectuales anti-soviéticos y opuestos al régimen de Ceaucescu, que se habían
dejado seducir por la religión durante sus encierros y ordalías. Testimonios de
primera mano, sumados a los de escritores como Solzhenitsyn, Shalámov o el
judío rumano Nicolae Steinhardt, convertido al cristianismo ortodoxo en
prisión, conmovieron profundamente la educación marxista y escéptica recibida
por Puiu, sin que ello, por supuesto, le llevara a una epifanía religiosa, pero
sí rompiendo muchas barreras y abriéndole a consideraciones morales,
filosóficas e incluso místicas o teológicas que antaño le hubieran supuesto,
sin duda, la prisión y quizá la muerte.
Nicolae Sternhdardt (1912-1989) |
Su pasión por Soloviev
y, más en concreto, por su polémico opúsculo filosófico, llevaría a Puiu a
convertirlo en base para una serie de ejercicios destinados a coronar un taller
de actores dirigido por él mismo en Toulouse, filmados en tres partes de una
hora aproximada cada una, en correspondencia con los tres diálogos del libro, y
que conocerían cierta vida independiente a través de varios festivales
cinematográficos, bajo el título de Trois exercices d´interpretation
(2013). De esta experiencia surgiría el germen de Malmkrog, donde han
participado también algunos de los actores de aquellos ejercicios, filme que le
costaría notable esfuerzo cristalizar, debido a sus elevados costes dentro de
la prácticamente ficticia industria del cine rumano, al tratarse de una obra de
época, con un rico y costoso vestuario y escenografía.
Trois exercices d´interpretation (2013) |
Durante el tiempo
transcurrido, Puiu decidiría alterar la estructura original del libro y su
versión previa, pasando de las tres partes correspondientes a cada una de las
conversaciones, a dividir su nueva adaptación en seis capítulos o secciones
dedicados a cada uno de los personajes, incluido el mayordomo (inexistente en
la obra original). Así, durante 200 minutos asistimos no sólo a los densos y a
veces tensos debates filosóficos entre los protagonistas, sino también a los
detalles de la vida cotidiana en una gran mansión durante una serie de veladas,
con el trajín del servicio, los cuidados al casi agonizante anciano conde, las
idas y venidas de camareros, sirvientas y criados, seguidos por la cámara con
elegancia, dotando sutilmente de ritmo interno y dinamismo a las cuidadas
composiciones pictóricas de cada plano, así como a la puesta en escena de cada
conversación, entre el tableaux vivant y el slice of life, sin
acudir apenas a la interacción con el exterior, paisaje nevado donde parece
discurrir un universo ajeno a los personajes y viceversa, merced al irónico,
inteligente e incluso estresante uso del fuera de campo y la elipsis de que
hace gala el director.
Porque si, a primera
vista, Malmkrog pudiera parecer una suerte de ejercicio teatral filmado,
nada más lejos de la realidad. Como el propio Puiu afirma, se trata también de
una profunda reflexión cinematográfica, y tanto desde el punto de vista formal
como desde el narratológico, todo en la película está concebido, movido y
construido en términos de lenguaje estrictamente cinematográfico, sin por ello
traicionar el texto original, seguido a menudo con fidelidad maníaca, pero no
exhaustiva. Pese a las apariencias, Puiu escoge cuidadosamente aquellas partes
de los diálogos del libro que más le interesan y pueden transmitir la esencia
de su contenido —el problema del Mal; la secularización de la sociedad;
Tradición vs. Progreso; cristianismo laico vs. cristianismo místico; europeísmo
vs. nacionalismo; etc.—, pero también convierte sus planos, su montaje, su
atención al detalle y sus movimientos de cámara en instrumentos que no sólo
acompañan estas conversaciones, sino que las comentan, elevan, rebajan y rodean
de un correlato audiovisual sin el cual serían, simple y llanamente, pura
literatura. Así, la mansión se convierte en una casa encantada, espacio casi
surrealista pese al detallismo arqueológico de mobiliario, vestuario y
decoración. El montaje asincrónico, que violenta constante pero sutilmente el
devenir de la historia, haciendo irrumpir violentamente el final en medio del
relato, volviendo sobre sus pasos inesperadamente, pasando de paisajes nevados
a otros primaverales como si las estaciones hubieran enloquecido, subraya así
una cierta naturaleza mágica e irreal, la misma que subyace en el libro de
Soloviev, que finaliza con la lectura de una historia o fábula fantástica sobre
la llegada del futuro Anticristo y el final de los tiempos. La deuda de Puiu es
tanto con el Louis Malle de Mi cena con Andre (My Dinner with Andre,
1981), como quizá más aún con el Buñuel de El ángel exterminador (1962),
dos de sus películas favoritas. Y como en esta última, su mansión en los
Cárpatos es también un modelo en miniatura del universo entero, donde todo el
tiempo del mundo puede concentrarse en tres horas, sin seguir un orden
aparentemente lógico o diacrónico.
El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) |
"Para ver el mundo en
un grano de arena
y el cielo en una
flor silvestre
abarca el infinito
en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora."
William Blake,
“Augurios de inocencia” (1789)
Si la base de Malmkrog
son los diálogos de los personajes de Soloviev, el propio filme establece un
diálogo con la obra original, llevándola a terrenos donde su propia naturaleza
literaria no alcanza, sin faltar por ello al espíritu ni, a menudo, a la letra
misma del autor. De esta forma, Puiu convierte su película en una revisión del
libro que no sustituye su lectura ni a la inversa, sino que forma con este una
suerte de todo orgánico, coadyuvante a su mejor comprensión o exégesis actual.
No es extraño que, en un principio, el director pretendiera obsequiar a los
asistentes a las primeras proyecciones del filme con una copia impresa del
“Relato del Anticristo”, que pone punto final al libro de Soloviev y donde
queda, precisamente, interrumpida su épica adaptación. No negaré que me hubiera
encantado ver cómo el director convertía esta historia apocalíptica, alegórica
y mística en fantásticas imágenes, pero tampoco lo esperaba. No está dentro de
su filosofía como cineasta ni, me temo, de sus posibilidades económicas, el
llevar la película hasta un clímax surreal como el de, por ejemplo, La casa
de Jack (The House That Jack Built, 2018) de Lars von Trier (filme
con el que guarda más de un razonable paralelismo, más allá de las
apariencias).
La casa de Jack (Lars von Trier, 2018) |
Sin embargo, el
director rumano solventa esta dificultad de forma tan sorprendente como eficaz,
y no sólo —que también— remitiendo al espectador a la lectura del cuento, sino
convirtiendo la amenaza exterior —y quizá interior— de la Revolución, con su
corolario de violencia, asesinato y destrucción, en equivalente del Apocalipsis
anunciado en el libro por el Anticristo, precedido y ensalzado por la filosofía
humanista de sus seguidores, esos cristianos nominales, laicos, pacifistas y
“buenistas” que, con Tolstói a la cabeza, eran la verdadera Bestia 666 para
Soloviev. Aunque no necesariamente para Puiu, quien, sin embargo, da la
impresión de desconfiar también bastante de sus buenas intenciones y pésimos
logros.
De aquí se derivan
varias cuestiones interesantes para finalizar esta breve reseña de Malmkrog.
Una, fundamental para un mejor provecho y comprensión de la película, es
recomendar encarecidamente la lectura de la obra de Soloviev, así como también
animar a contextualizar históricamente el filme y sus personajes, ya sea antes
o bien después de verlo, pues en este caso ni la película sustituye al libro
ni, como se apuntó antes, la lectura de este puede eximirnos de su visionado.
No estamos ante una adaptación al uso en ningún sentido, ni por supuesto es
estrictamente necesario recurrir a grimorios o enciclopedias para disfrutarla,
pero si el espectador no está un poco familiarizado con los grandes debates
sociopolíticos, morales, religiosos y filosóficos del fin de siècle, así
como con determinados hechos propios de la historia de Europa en general y de
Rusia en particular, a menudo puede sentirse algo perdido en medio de los
apasionados y apasionantes debates políglotas de los protagonistas. Aunque Puiu
ha evitado abundar en los discursos o diálogos más esotéricos desde el punto de
vista histórico y político, saber quiénes eran y qué hicieron los basi-bozuk
(además de aportar un estupendo insulto al arsenal de vituperios del Capitán
Haddock), algo sobre la campaña rusa de Napoleón, la Rusia conquistada y
expoliada por los mongoles, las exposiciones universales del 1900, el impacto
del socialismo cristiano y las obras de Renan o Michelet, el paneslavismo, el
miedo al Peligro Amarillo, las diferencias entre la Iglesia Ortodoxa y la
Católica o los evangelios gnósticos, no estorbará precisamente el placer de ver
la película, sino muy al contrario.
La masacre de Batak (1889), pintura de Antoni Piotrowski, inspirada en la matanza de civiles armenios llevada a cabo por los basi-bozuk otomanos. |
Otra consideración,
que se deriva posiblemente en parte de la anterior, es evitar sacar
conclusiones precipitadas sobre el fondo y trasfondo de Malmkrog. Una
lectura superficial, que atienda más a la forma cinematográfica que al tema
filosófico del filme, puede conducir fácilmente a equívocos que el propio Puiu,
por otro lado, ha desmentido ya. Así, es fácil creer que estamos ante una
crítica de la aristocracia, aislada en su mundo de refinadas y sofisticadas
conversaciones, ignorante de que mientras el “pueblo” oprimido (los criados y
el servicio) prepara su violenta y “justa” revolución. En realidad, poco hay de
esto en el filme, más allá de mostrar con cierta ironía cómo la especulación
filosófica convive con —y se aísla al tiempo de— las oscuras realidades de la
vida, hasta que estas irrumpen en ella catastróficamente. Gran parte de los
ideales revolucionarios o, como mínimo, progresistas, son expuestos tanto por
el cristianismo moral y social de que hace gala la bella e ingenua Olga, como
por los valores culturales, civilizadores y avanzados que expone el diplomático
Edouard… Y no poca ironía encontramos en que sea precisamente este optimista
adalid del europeísmo, la globalización y la convivencia pacífica entre
naciones civilizadas, quien perezca acribillado frente a nuestros ojos, víctima
de esa violencia revolucionaria y fratricida que Puiu, a diferencia de Soloviev
(que sólo la intuyó), sabe que estaba aporreando ya a las puertas de Europa y
del mundo entonces, como quizá también ahora.
Puede que Puiu no
comparta ninguna de las opiniones que sostienen sus personajes ni, mucho menos,
al cien por cien las de Soloviev, expuestas, como ya dijimos, por el a veces
luciferino (los extremos se tocan) Nikolai. Pero sí está claro que se siente fascinado,
preocupado y motivado por ellas. Que las encuentra pertinentes en este nuevo
siglo y milenio, pudiendo establecer claros o, peor aún, oscuros paralelismos
entre ambas épocas. Ciertamente, es difícil creer que Puiu, siguiendo el
ejemplo de su admirado Steinhardt, deje completamente de lado sus dudas, su
agnosticismo de base y se convierta en monje ortodoxo o, como Soloviev, en
ferviente católico durante los últimos años de su vida. Pero, no obstante, que
reserve uno de los momentos clave del filme al largo, preciso y profundo
discurso de Nikolai/Sr. Z/Soloviev sobre la auténtica naturaleza divina y
sobrenatural de Cristo, la realidad de su resurrección, la vida después de la
muerte y la resurrección de la carne, como única alternativa a un mundo dominado
por el Mal —el mundo de la muerte, la carne y el Diablo—, producto quizá del
falso demiurgo de los gnósticos, no deja de ser significativo y cargado de
sentido. Posiblemente, guste o no, Malmkrog es la última gran película
épica religiosa del siglo XX… Aunque se estrene en el XXI.
Estoy convencido,
entre otras cosas por haber leído ya varias críticas en este sentido, de que
algunos verán en el filme de Puiu lo que quieran ver, independientemente tanto
de las intenciones del director como del texto original o los contextos
históricos, sociales y culturales de entonces o de ahora. Muchos se complacerán
en interpretar las alusiones a la Revolución y su himno, la presencia
silenciosa y adusta del servicio doméstico o los fantasmales ecos del piano y
la jarana que acompañan el estallido de brutalidad que romperá el aparentemente
complaciente discurso de los protagonistas, como una sátira de la aristocracia
y la burguesía, un retrato cuasi-marxista de la decadencia del Viejo Régimen y
su violento final. En mi opinión, se trata más bien, por el contrario, de un
profundo cuestionamiento de los lugares comunes del liberalismo actual, que sin
caer en la ortodoxia ni el convencimiento religiosos de Soloviev, quien
encontró todas las respuestas en los Evangelios e incluso en la fe católica,
nos obliga a hacernos todas y cada una de las preguntas que aquél se planteara
desde sus páginas, cuya pertinencia es hoy tan urgente como entonces y que,
tanto para creyentes como para escépticos o ateos, no dejan de entrañar enigmas
de cuya solución quizá imposible depende, hasta cierto punto, la supervivencia
de la civilización.
Es un curioso panorama
este, en el que muchos ven cierta religiosidad —o ambigüedad al menos— en
películas como Benedetta (Paul Verhoeven, 2021), profundamente
escéptica, materialista y ácidamente crítica no sólo con la Iglesia como
institución sino con la religión misma y con el sentimiento religioso,
retratados certeramente como motores de una fe y espiritualidad enfermizas, que
pueden arrastrar a ciertas personas sensibles a una disociación de la realidad,
propia de la psicosis paranoica que, acompañada por visiones y alucinaciones,
transporta a quienes la sufren a un éxtasis místico, auténtico tal vez para
ellas, pero en realidad perverso producto de la represión sexual y el encierro
de los sentimientos e instintos naturales, desviados hacia fantasías
compensatorias erótico-religiosas, sin que por ello dejen de ser también
manipuladas por y para intereses bien poco místicos o divinos... Mientras,
otras como Malmkrog o la ya citada La casa de Jack, con genuinas
dosis de religiosidad en su complejo paisaje interior, así sea desde la
pregunta, la duda o la perplejidad, pero con auténtica sed de iluminación o al
menos de esclarecimiento, dispuestas a recoger aquellos elementos de la
Tradición religiosa, metafísica y moral que puedan ser adecuados y útiles para
sobrevivir en los atribulados tiempos que nos ha tocado vivir, pasan para
muchos por ser todo lo contrario.
Confusión quizá
producto, en cierta medida, de que buena parte de la crítica cinematográfica
del nuevo milenio haya aprendido poco o nada de la que le precediera,
repitiendo su pecado original de hablar de cine sólo y estrictamente con
referentes cinematográficos y en comparación con otras películas (o series),
ignorando su íntima relación e interacción con el resto de disciplinas
artísticas e intelectuales. Aquello de “el cine en el cine”, mal entendido, ha
hecho y hace mucho daño. Películas como Malmkrog, que incitan a la
lectura, la discusión, la reflexión y la indagación filosófica, histórica,
literaria y estética, son el mejor remedio para esta contagiosa enfermedad.
Jesús Palacios 😈
Cristi Puiu dirigiendo a sus actores |
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