Películas y series para ser felices: Soma o evasión necesaria para sobrevivir | Rakel S.H.
Nos sentamos ante la pantalla mientras el mundo se derrumba afuera, perdemos los trabajos, se nos rompe el corazón o el tedio nos devora a pedazos. El cine, además de ser un arte y una fuente fundamental de la cultura y el conocimiento de nuestro tiempo, siempre sirvió como válvula de escape sin distinción de edad, origen, género o clase social, proporcionando al individuo una puerta abierta a otros mundos, otras circunstancias o, incluso, hacia su propia introspección. Precisamente, cuando una comedia nos arranca la risa o un drama, el llanto, se ponen en marcha mecanismos de desahogo del subconsciente y la química del cerebro nos provoca una situación de calma real posterior pese a la naturaleza ficticia de la causa motivadora.
En este punto y para no extendernos demasiado en cuestiones puramente científicas del fenómeno, cabe señalar que hay películas realizadas específicamente para provocar una sensación de bienestar, elevando nuestros índices de endorfinas, sirviéndonos de analgésico para los males cotidianos, y de serotoninas para inundarnos de una sensación al menos temporal de felicidad.
Una de estas películas es, claramente y como su propio título indica, Héctor y el secreto de la felicidad (2014), basada en la novela de François Lelord Le voyage d'Hector ou la recherche du bonheur y llevada al cine por primera vez en Estados Unidos en el 2010 como Hector and the Search for Happiness, en la que se nos cuenta en clave de humor el viaje de exploración de un psiquiatra en su búsqueda sobre qué hace feliz a la gente. Podríamos pensar que fuera una simple historia de autoayuda que usara el humor para sus monsergas motivacionales y quizá algo de eso hay en esta adaptación de Simon Pegg, sin embargo, también nos refleja el surrealismo que subyace en la realidad cotidiana y que alivia con su libertad de posibilidades las férreas estructuras convencionales de trabajo, familia, pareja. Lo que se supone que debe ser, ya no es, y hace que el espectador inicie su propio viaje liberador junto con el protagonista. El drama del personaje, que ve cómo la vida ha perdido todo sentido salvo el de continuar de manera totalmente previsible, aburrida y sin alicientes ni expectativas de cambiar, resume la angustia y el hastío del individuo de mediana edad que respira asfixiado la fugacidad de la vida y al mismo tiempo se pregunta "¿Y todo era esto?".
En este punto y para no extendernos demasiado en cuestiones puramente científicas del fenómeno, cabe señalar que hay películas realizadas específicamente para provocar una sensación de bienestar, elevando nuestros índices de endorfinas, sirviéndonos de analgésico para los males cotidianos, y de serotoninas para inundarnos de una sensación al menos temporal de felicidad.
👉"Recomiéndame una película que hoy me siento triste"
En esa búsqueda del secreto de la felicidad, el espectador se embarca en ésta y otras películas similares en su propia catarsis, abandona un rato el mundanal ruido de problemas concretos o abstractos y se deja llevar por las posibilidades de una realidad ficticia que logra calmar sus penas y preocupaciones.
¿Esto puede ser nocivo para la mente?
A priori, cualquier fuente de bienestar que no dañe física o psicológicamente no tiene nada de perjudicial. Muchas veces se rechaza el placer del individuo por razones equivocadas y moralistas. Si hablamos desde el punto de vista de perder la noción de la realidad y la posibilidad de quedarnos pasmados en la ficción para dejar de sentir dolor o desesperación, diría que el cine sigue siendo una "solución" temporal y que al acabar, inevitablemente el espectador regresa al mundo de sus pequeñas miserias existenciales, con un poco de suerte, un tanto más calmado y menos angustiado gracias a pasar un rato agradable en compañía de una buena película.
Las series, ¿el nuevo soma?
El fenómeno de las series en estos tiempos nos plantea algunos interrogantes. La evasión temporal de una película, como de un libro o un paseo por la playa, se está sustituyendo paulatinamente por el seguimiento en masa de series. Los solitarios han encontrado su refugio; los amigos, un tema recurrente más de conversación; las parejas, algo nuevo cada vez para compartir. Casi resulta imposible quedar para un café en estos tiempos de plataformas de series y redes sociales. La vida exterior se nos presenta como un enemigo que combatir y del que refugiarnos en la seguridad del hogar y nuestras series favoritas. Son el nuevo abrazo de la oxitocina. Nos sentimos a la vez encajados en la sociedad y aislados de sus diversos males. Compartimos el nuevo soma con nuestros allegados y lo expandimos en la realidad y en lo virtual. Repartimos felicidad ficticia que nos ayuda a sobrevivir en tiempos complejos. ¿Qué puede haber de perjudicial en un poco de felicidad compartida?
No obstante, tampoco debemos obviar esa insólita ansiedad, antes inexistente en nuestras vidas, que nos provoca la espera del nuevo capítulo, de la nueva temporada, del spoiler maldito, de la opinión contraria o del final próximo de nuestra adorada serie-soma. ¿Nos convertiremos algún día en esclavos felices de la ficción o solamente hemos encontrado algo más para satisfacer nuestra necesidad de placer en un mundo difícil y unos tiempos complicados?
Rakel S.H. 👽
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