UNA HISTORIA DE VIOLENCIA | Jesús Palacios


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LA RECÁMARA DEL INFIERNO 
Tom Franklin. Traducción de Javier Lucini. Dirty Works. Madrid, 2024. 428 págs.

 


a historia de los Estados Unidos es, literal y literariamente, una historia de violencia. Aunque no se diferencia en ello mucho del resto del mundo mundial, su relativamente moderna fundación, colonización, expansión y anexión de estados y territorios, sobre todo a lo largo del siglo XIX e incluso parte del XX, marcada por el recurso legal a las armas y los enfrentamientos violentos de todo tipo (raciales, de clase, territoriales, religiosos y un largo etcétera de motivaciones que, desde cierto punto de vista, poseen a menudo un fundamento común meramente económico), hace que el conjunto de su historia reciente se nos aparezca como un tapiz tejido con sangre y pólvora, que más recuerda los tiempos medievales del feudalismo, las guerras de religión y el derecho de conquista, que el mundo moderno al que pertenecen.

No nos referimos aquí, por cierto, a las guerras con potencias extranjeras: la de Independencia, las de México o la de Cuba y Filipinas (que tan de cerca nos toca), sino a sus muchas guerras civiles. Sí, "guerras" y no "guerra", porque dejando a un lado la épica del trágico enfrentamiento Norte contra Sur, el desarrollo de la nación de naciones estadounidense está sembrado de conflictos locales tan sangrientos y feroces como para haber merecido ser bautizados y recordados como auténticas "guerras".


Un grupo de combatientes sin identificar de la Guerra del Condado de Lincoln (hacia 1878)


La Guerra del Condado de Lincoln, que entre 1878 y 1881 sembró de muerte el territorio de Nuevo México, alumbrando la leyenda de mitos de la Frontera como John Chisum o Billy El Niño, remate de la conocida como Guerra del Pecos, campaña encabezada por el propio Chisum entre 1876 y 1877 para hacerse con los territorios ganaderos del Río Pecos en el mismo Nuevo México.

La Guerra del Condado de Johnson, que enfrentó a las compañías ganaderas del Condado de Johnson en Wyoming con supuestas y reales bandas de cuatreros de 1889 a 1893. En realidad, una excusa para librarse de competidores independientes y colonos indeseados, que culminó en la masacre de Powder River Country donde un ejército de pistoleros profesionales contratados asesinaron a todo colono y ganadero de la zona opuesto al dominio de las grandes compañías, forzando a estos a organizarse en una armada de doscientos granjeros, rancheros y agentes de la ley de la región para contrarrestarlos. El conflicto solo terminó con la intervención de la Caballería de los Estados Unidos. Es la historia en la que se inspira La puerta del cielo (Heaven´s Gate, 1980) de Cimino y que aparece también retratada en la seminal novela El Virginiano (1902) de Owen Wister, entre otras muchas películas y obras literarias.


“Los Invasores”, profesionales contratados por los barones del ganado para la Guerra del Condado de Johnson, tras ser detenidos por el ejército, hacia 1892

Y así llegamos a la menos conocida Guerra de Mitcham Beat, en el Condado de Clarke, Alabama, entre 1892 y 1893. Conflicto armado entre una violenta sociedad secreta de granjeros y cultivadores de algodón descontentos con los políticos y comerciantes de la ciudad, que utilizaron la extorsión y el asesinato para defender sus intereses, entrando el 25 de diciembre de 1892, o sea: en plena Navidad, en la ciudad de Coffeeville asesinando a sangre fría a uno de sus hombres de negocios más notables, posible candidato electoral. En respuesta, los ciudadanos de Coffeeville formaron una fuerza de persecución (es decir: una posse, como bien saben los aficionados al western) de quinientos hombres, que barrió las granjas, ranchos y bosques próximos, asesinando indiscriminadamente a cinco personas sin ningún tipo de juicio ni pruebas, sembrando los campos de algodón de sangre y miedo. La disputa terminó con la muerte de uno de los líderes de la sociedad secreta que se hacía llamar a sí misma The Hell-at-the-Breech ("La recámara del infierno", en referencia a la recámara del revólver de seis tiros), aunque los episodios de violencia siguieron produciéndose hasta casi entrado 1900.

 

Placa conmemorativa que señala el escenario principal de la Guerra de Mitcham Beat en el Condado de Clarke (Alabama)

A diferencia de las Guerras del Condado de Johnson o del Condado de Lincoln, que generaron una potente mitología popular a su alrededor, la Guerra de Mitcham fue silenciada como un episodio vergonzante en la historia de Alabama, aunque bien recordado por los descendientes de quienes participaron en ella o sufrieron sus consecuencias, como la escritora Kathryn Tucker Windham. Aparte de algún libro de historia que ha documentado sus hechos y repercusiones, le ha tocado de nuevo a un novelista estadounidense de raza resucitar los fantasmas de la Guerra de Mitcham, utilizando el lenguaje de la mejor, más dura, poética y devastadora novela realista americana.

Tom Franklin (Dickinson, Alabama, 1963), debutó precisamente con La recámara del infierno en 2003, conquistando las alabanzas unánimes de crítica y lectores, por su evocación implacable de los más violentos tiempos del cambio de siglo en el territorio de Alabama, siguiendo en buena medida las ideas sobre la novela histórica del gran Oakley Hall —quien recreara, por cierto, la Guerra del Condado de Johnson en su novela Badlands y la del Condado de Lincoln en Apaches, tan fundamentales como su más conocida Warlock, que recrea a su vez el famoso duelo en el O. K. Corral de Tombstone—, es decir: inspirando su narración en hechos y personajes reales, pero cambiando y recreando los eventos, nombres, fechas y datos en beneficio de la pura ficción.
 

Franklin, admirador tanto de Raymond Carver como de Stephen King, lleva la acción de comienzos de la década de 1890 a finales de la misma, potenciando así su simbolismo sobre el violento final de la era de la Frontera y el no menos violento nacimiento de los modernos Estados Unidos, dejando de lado la mayor parte del contexto político del conflicto, para centrarse en los personajes, en el paisaje moral, social y natural de la historia, convirtiéndola en apasionante retrato de carácter, a la altura de los mejores novelistas americanos clásicos.

 

Tom Franklin

La recámara del infierno posee las mejores virtudes de ese realismo americano que, como admiramos sin reservas los aficionados al mismo, trasciende y supera las definiciones, para erigirse en mucho, mucho más: un poderoso fresco de los vicios y virtudes de un país tan enorme e inabarcable como en buena medida incomprensible y fascinante para nosotros, españoles y europeos que hemos vivido a la sombra de su imperio, para bien y para mal, seducidos y abducidos por su compleja idiosincrasia y su rica cultura, sin las cuales apenas si podríamos mirarnos al espejo. Franklin, voluntaria e involuntariamente, se suma a esa nueva mitología americana basada en, precisamente, desmitologizar su historia y la de su Frontera, mostrándola desde el espectro más humano, penetrando en la psicología profunda de sus héroes o más bien antihéroes, así como en el entorno violento del que son tanto producto como creadores. La violencia como eje histórico y fatal recurso omnipresente es el centro, el tambor de revólver alrededor del que gira La recámara del infierno, pero también cómo sobrevivir a ella, cómo encontrarle algún sentido y cómo escapar de ella conservando la esperanza, si tal cosa es posible.

Aunque se trata de una novela coral, como muchos de los grandes westerns y ficciones históricas de la literatura americana, donde todos y cada uno de los personajes que aparecen reciben un tratamiento detallado que les dota de entidad y personalidad propias, sus digamos que protagonistas principales no podrían ser más diferentes entre sí, a la vez que condenados a encontrarse y redimirse mutuamente. Por un lado, el ya talludo y a la espera de jubilación sheriff del Condado de Clarke, Billy Waite, que se resiste a intervenir en el conflicto no tanto por cobardía y cansancio como por la errónea impresión de que este pasará más rápida e inofensivamente sin la participación de las fuerzas de la ley y el orden. Por otro, Mack Burke, un adolescente de dieciséis años que ha encendido la mecha de la guerra accidentalmente, convertido en involuntario cómplice y testigo de las maquinaciones de la criminal sociedad de La recámara del infierno. Los dos, con todos sus fallos y humanos errores, son los polos morales de una tragedia implacable que saca a la luz el ubicuo sustrato de violencia de la sociedad estadounidense, por mucho que esta se prepare para entrar en el siglo XX. Con la Frontera en recesión y a punto de morir, esta se transforma en un fantasma que recorre los Estados Unidos haciendo bandera de sus valores individualistas e inamovibles del libre recurso a las armas, la defensa violenta de la propiedad privada y la familia, el ojo por ojo y la conquista no menos violenta de los derechos del humillado ciudadano, cimentando así el sueño y la pesadilla americanos.


Dibujo de Antonio Jesús Moreno “El Ciento” para la portada del libro, basado en una fotografía de la época

Dura y brutal como es, La recámara del infierno no carece en absoluto de humor ni de lirismo. Sus descripciones de bosques y riachuelos, de los campos de algodón, de la aspereza de la vida del cultivador, de la fauna y flora locales, están en la línea de la gran narrativa realista estadounidense, del A. B. Guthrie Jr. de Bajo cielos inmensos al Steinbeck de Las uvas de la ira. La violencia que va salpicando sus páginas se cuece a fuego lento, preparando al lector para una sección final tan sangrienta y sucia física como moralmente, que no desprende sentido épico alguno, sino el fatalismo, la perturbadora tensión y el impulso de mirar hacia otro lado que caracterizan también al mejor western revisionista cinematográfico de los años setenta, con su despiadada descripción de la brutalidad humana. Está presente, por supuesto, la influencia de Cormac McCarthy, pero evitando sus artificios más digamos que experimentales o vanguardistas, para hacer inusual alarde en una primera novela de un estilo prístino, conciso y detallista al tiempo, elegante y preciso, que construye con paciencia su compleja trama humana y argumental.

La recámara del infierno se las apaña para ser no sólo un western (o southern, si se prefiere) crepuscular, que lo es pese a quien pese y quiera re-etiquetarlo como rural noir —¿qué demonios son westerns como Perseguido (Pursued. Raoul Walsh, 1947), La hora de las pistolas (Hour of the Gun. John Sturges, 1967) o Sin perdón (Unforgiven. Clint Eastwood, 1992), sino rural noir?—; una novela histórica en el mejor sentido del término (es decir: más novela que histórica); un excelente ejemplo de esa narrativa del nuevo realismo rural y de la América Profunda de la que Dirty Works se ha convertido en Evangelio y nuestro querido Javier Lucini en predicador implacable con su revólver literario al cinto; sino también y sobre todo un tapiz de personajes tejido con perfecta urdimbre narrativa que expone toda su complejidad, ambigüedad y falibilidad, sus miserias, sueños y deseos, frente a una realidad moral y social, a una dureza de la tierra y de los hombres, que pone a prueba su resistencia, llevando a muchos a creer que la respuesta a sus anhelos de justicia no está precisamente en el viento, sino en el plomo de las balas y el filo de los cuchillos.

 


No creo que ningún amante de la gran novela americana (ese Moby Dick que perseguimos algunos, por suerte cómodamente sentados en nuestras butacas) pueda resistirse a La recámara del infierno de Tom Franklin. Una primera novela que no lo parece en absoluto. Que marida perfectamente la descripción psicológica de sus personajes con la del paisaje natural que les rodea e imprime en ellos su carácter. Donde están presentes la denuncia social y el retrato histórico, sin caer nunca en el didactismo o la homilética, violenta sin ser complaciente, poética sin ser sentimental. Que, para colmo, se articula también sutilmente como una historia de misterio, donde hay varios giros finales casi de whodunit, en absoluto gratuitos, perfectamente integrados narrativamente y significativos desde el punto de vista ético, obligando al lector a reconstruir y reconsiderar todo lo que sabía o creía saber de la historia. No en vano Franklin ha sido ganador de la Gold Dagger (Daga de Oro) de la American Crime Writer´s Association por su novela Letra torcida, Letra torcida, del 2010 (editada como el resto de su obra por Dirty Works), mostrando de nuevo la porosidad natural de los grandes géneros de la novela americana y despertando la admiración de Dennis Lehane.

Es decir: una novela estupenda, alumbrada al calor y la sombra de autores tan diferentes al tiempo e  inevitablemente emparentados entre sí como Mark Twain y Cormac McCarthy, Steinbeck y Larry McMurtry, Frank Norris y Jim Thompson —tenemos dos psicópatas, uno en cada bando, que no estarían de más en cualquier novela del rey del hard boiled más brutal—, Harper Lee y Stephen King. Una novela que, por cierto, llegó a tentar a Clint Eastwood, quien finalmente se echó atrás… ¡por encontrarla demasiado violenta! La verdad, me alegro. No está ya el anciano Clint para estas cabalgadas. Preferiría que La recámara del infierno cayera en manos de otros directores como David Mackenzie, Potsy Ponciroli, Elliott Lester, Jim Mickle o Thomas Bezucha, que han rodado algunos de los mejores neowesterns recientes. Eso sí, mientras lees cómo cabalga reflexivamente el cansado Billy Waite, a la espera recibir una bala perdida antes de jubilarse, pero sin tener muy claro qué futuro le aguarda en su hogar junto a una esposa a la que ya casi ni conoce, no es difícil imaginarte a Billy Bob Thornton, a Tim Blake-Nelson, a Kurt Russell o incluso al propio Kevin Costner en su piel. Lástima que no creo que Taylor Sheridan esté leyendo nuestro blog.


Kurt Russell en Bone Tomahawk (2015), un perfecto sheriff Billy White

Al final, algo bueno tiene la violenta historia de Estados Unidos. Sus guerras civiles interminables, olvidadas e inolvidables, han generado una de las literaturas más adictivas, espléndidas, ricas y disfrutables del panorama mundial. Una que, pese a que este siglo XXI se empeña en demostrarnos lo poco nuevo que puede hacerse ya en el terreno de la ficción, se niega a darse por vencida y sigue brillando en su crepúsculo como la estrella de sheriff mordiendo el polvo de Gary Cooper al final de Solo ante el peligro (High Noon. Fred Zinnemann, 1952) o como los rifles y pistolas del Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969) de Peckinpah dirigiéndose con paso firme y rostros tallados en piedra hacia la masacre final que a todos nos espera.

P. D.: Ojo al relato “Cristianos”, incluido como apéndice de la novela, una pieza breve de realismo americano y gótico sureño trágica y poética, tan intensa como las mejores páginas de Harper Lee, Carson McCullers, Faulkner o Flannery O´Connor.


https://www.dirtyworkseditorial.com/autores-tom-franklin

Jesús Palacios 😈


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