ESTE MUERTO ESTÁ MUY VIVO | Jesús Palacios

Recordando Mortuary de Tobe Hooper...


No está muerto lo que puede yacer eternamente,
y con el paso de extraños eones,
incluso la muerte puede morir. 
Abdul Alhazred, Necronomicón.


💀Puede contener restos putrefactos de spoilers descompuestos.

MORTUARY. Estados Unidos, 2005. D.: Tobe Hooper. G.: Jace Anderson, Adam Gierasch. I.: Dan Byrd, Denise Crosby, Stephanie Patton, Alexandra Adi, Rocky Marquette, Courtney Peldon, Bug Hall, Tarah Paige, Michael Shamus Wiles, Adam Gierasch, Price Carson, Lee Garlington, Greg Travis. 94 m. C.

 

I

D. O. A.

 

Supongo que una de las peores cosas que pueden pasarte en la vida es que tu opera prima como creador, en este caso cinematográfico, sea una maldita obra maestra, capaz de cambiar el panorama de la historia del cine en general y del género de terror en particular, quedando grabada a fuego en el imaginario colectivo, desatando críticas apasionadas a favor y en contra, gozando de éxito comercial y provocando un aluvión de imitaciones, secuelas, copias, remakes y homenajes posteriores, que llega hasta nuestros días. Exactamente lo que le ocurrió a uno de los mejores directores de cine de terror del siglo pasado y primeros años del XXI: Tobe Hooper.

 


Aunque antes de rodar y estrenar La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), Hooper había completado ya un largometraje, el psicodélico, psicotrópico y olvidado Eggshells (1969), se trataba de poco más que un filme de aficionados, de estudiantes de cine intoxicados con pretensiones contraculturales y otras sustancias algo más ilegales, que no conocería prácticamente estreno ni distribución, hasta muchos años más tarde.

 

Por tanto, resulta bastante lícito afirmar que La matanza de Texas es en buena medida la primera película de su director. Al menos, profesionalmente hablando. ¡Y qué primera película! No es nuestra intención volver sobre las muchas virtudes de uno de los títulos que, junto a Psicosis (Psycho, 1960), La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) y La última casa a la izquierda (Last House on the Left, 1972), cambiaron por completo el presente y el futuro del cine de terror moderno. Para ello, haría falta todo un libro, como mínimo.



Aquí, por el contrario, vamos a hablar de una de sus últimas películas: Mortuary (2005), a la que solo seguirían ya un par de episodios para la serie Masters of Horror, la invisible Destiny Express Redux (2009) —al parecer un viejo proyecto estudiantil de 1959, resucitado solo para su proyección como parte del festival South by Southwest— y su largometraje final, Djinn (2013). Como casi todas sus películas a partir de los noventa, un filme pasto de los peores comentarios por parte de una gran mayoría no solo de críticos sino también de aficionados al género de terror. Otra injusticia más que sumar a las muchas sufridas por Hooper a lo largo de las décadas, precisamente por ser responsable al comienzo de su carrera de un título tan fundamental como fuera y sigue siendo La matanza de Texas. De hecho, Tobe Hooper fue la primera y última víctima de Leatherface y su familia. Todas y cada una de sus películas, de la mejor a la peor, han sido injustamente juzgadas con la misma vara de medir que su indiscutible e irrepetible obra maestra.

 

Tobe Hooper (1943-2017)

II

La masacre de Hooper

 

Ciertamente, los filmes de Tobe Hooper inmediatamente posteriores a La matanza de Texas han ido siendo rescatados por un buen sector de la crítica, beneficiándose tanto de la nostalgia que rodea los años setenta y ochenta como de la revalorización de la estética y estilo característico de aquellas décadas, considerado un valor intrínseco de por sí.



Títulos tan distintos como Trampa mortal (Eaten Alive, 1976), El misterio de Salem´s Lot (Salem´s Lot, 1979), La casa de los horrores (The Funhouse, 1981), Poltergeist (1982), Lifeforce (1985), Invasores de Marte (Invaders from Mars, 1986) o La matanza de Texas 2 (The Texas Chainsaw Massacre 2, 1986), a menudo por motivos bien diferentes e incluso paradójicamente opuestos, se han convertido en películas más o menos de culto, con sus fieles defensores, aunque algunos de ellos se cuenten entre la despreciable caterva de supuestos amantes del “cine malo”, que encuentran en ellas (como en otros ejemplos del cine de Serie B y exploitation) la única función de despertar su tonta risa ignorante, confundiendo el “reírse de” con “el reírse con”, así como el humor cómplice con la burla descerebrada. Una verdadera plaga que ha empañado la reivindicación genuina del cine de género más degenerado tomando virtudes por defectos, sin querer o poder entender el valor auténticamente transgresor del “mal gusto”. Pero ese es otro tema.

 


La verdadera “masacre” de Hooper comienza en los años noventa o poco antes. Tanto Combustión espontánea (Spontaneous Combustion, 1989) como Peligrosa de noche (I´m Dangerous Tonight, 1990), Terror sin fin (Night Terrors, 1993), Alianza macabra (The Mangler, 1995) o Cocodrilo (Crocodile, 2000), resultan prácticamente irredimibles incluso para los degustadores más teóricamente conscientes de cine-basura y “caspa”. No digamos ya para quienes consideran La matanza de Texas un clásico vanguardista y revolucionario dentro del horror moderno.

 

La comparación entre esta obra seminal y el resto de los filmes firmados por su director parece abonar la idea de que, en realidad, La matanza de Texas es un hecho singular, producto de una serie de factores colectivos, azarosos e incluso accidentales, que poco o nada tienen que ver con el talento de Hooper o, por otra parte, con el de cualquiera del resto de los implicados en ella. Un fenómeno único e irrepetible, independiente de su realizador, incapaz no solo ya de volver a alcanzar la brillantez de esta su casi primera película, sino de acercarse siquiera a conseguir otro filme de terror que merezca elogios o consideración crítica seria alguna. ¿Es realmente así? Pues como casi todo en esta vida y en el arte: sí... y no.

 

Por supuesto, La matanza de Texas es resultado especial y singular, aislado y específico, de una concatenación de circunstancias concretas, tanto humanas como técnicas, tanto conscientes como inconscientes, premeditadas como accidentales, que solo pueden darse una vez. Como cualquiera que conozca el azaroso y atrevido proceso de gestación del filme puede deducir por sí mismo, La matanza... nunca hubiera sido lo que fue y sigue siendo de no coincidir todas las personalidades y condiciones peculiares que cristalizarían en el sorprendente producto final. Con que tan solo hubiera faltado quizás uno solo, hasta el más nimio, de estos factores, el resultado habría podido ser muy distinto y posiblemente peor.

 

Un descanso durante el rodaje de La matanza de Texas (1974). Gunnar Hansen como Leatherface sentado junto a William Vail

Pero, ¿equivale eso a decir que Tobe Hooper fue un director mediocre, que acertó a tocar la flauta por casualidad y nunca volvió a darnos nada que mereciera la pena? Claro que no. Tobe Hooper, esencial para que La matanza de Texas se convirtiera en una de las películas de terror más importantes de la historia, fue también un estupendo proveedor de horrores cinematográficos en serie, perfectamente disfrutables, siempre que seas un verdadero amante del género.

 

Un género que está hecho no sólo de obras maestras y títulos revolucionarios, sino sobre todo y ante todo de un inmenso fondo de armario de sustos baratos (cheap thrills), monstruos, argumentos demenciales, personajes excéntricos y todo tipo de abyectos excesos destinados a satisfacer nuestros más bajos instintos, secretas obsesiones y fantasías más delirantes, siempre más allá de convenciones tanto narrativas y estéticas como morales. Siempre más allá del bien y del mal.

 

III

Muerte y resurrección

 

Gran parte de la producción, tanto para cine como para vídeo y televisión, de Tobe Hooper a lo largo de los noventa y primeros 2000 responde perfectamente a su función de entretener y entregar al aficionado al horror hora y media, más o menos, de macabra diversión, bien aderezada con sus dosis de erotismo, violencia, humor negro, sangre e imaginación.

 


Desde el thriller paranormal en Combustión espontánea hasta la oscura fantasía oriental de Djinn, pasando por sus simpáticas adaptaciones de William Irish —Peligrosa de noche— o Stephen King —Alianza macabra—, hasta el delirio erótico-exótico sadiano de Terror sin fin o la comedia negra en Apartamento maldito (The Apartment Complex, 1999), el Hooper denostado y fustigado por críticos y aficionados no hace sino regalarnos viñetas extraídas directamente de los viejos tebeos de la EC y de su continuadora, Warren Comics. Historias dignas de las más amarillentas páginas de revistas como Weird Tales o de los Shudder y Menace Pulps de los años treinta. De los tan amados bolsilibros de terror de los sesenta y setenta o de series míticas de la televisión fantástica como La dimensión desconocida (The Twilight Zone, 1959-1964) y Galería nocturna (Night Gallery, 1969-1973), puestas al día en lo que a efectos, violencia, sangre y sexo se refiere.

 

Ninguno de estos títulos u otros que hemos dejado al margen pueden (ni deben) compararse con La matanza... Ninguno de ellos ha revolucionado ni cambiado para siempre el panorama del género. Ni falta que hace, porque, he aquí lo importante, ninguno de ellos lo pretende ni presume de ínfulas más elevadas que las de hacer pasar un buen rato al espectador que se deleita con los tópicos, excesos, convenciones y lugares no tan comunes como pueda parecer propios del género, incluso en su expresión más típica y vulgar o, precisamente, en su expresión más típica y vulgar.

 

No es ni mucho menos tan fácil ni habitual encontrar directores como Hooper, que entiendan el cine de terror sin la pretensión de convertirse en “grandes autores” supuestamente profundos y serios, tratándolo a la vez con cariño, dignidad y respeto, evitando caer en el adocenamiento de la pura fórmula comercial sin personalidad, al tiempo que sin presumir de trascenderlo en aras de elevarse a las alturas de Polanski, Kubrick o Hitchcock. Se nos vendría a la cabeza el tan manido término de “artesano”, si no fuera por, precisamente, manido, además de un tanto digamos displicente.

 

Tobe Hooper no era Kubrick... Ni falta que le hacía

Llamar a alguien “artesano del cine” suena a mirarlo, poco o mucho, por encima del hombro, cuando en realidad debería ser todo lo contrario. Expresiones como esta o la temible “placer culpable”, con sus ecos judeocristianos y freudianos, han enturbiado tanto las aguas de la crítica cinematográfica que a menudo es mejor evitarlas, evitando así malentendidos. Para dejarlo bien sentado: quien esto suscribe disfruta mucho más con las “pequeñas” películas del “artesano del terror” Tobe Hooper que con las elevadas pretensiones de “autores” como Robert Eggers, Ari Aster, Osgood Perkins, Jordan Peele o David Robert Mitchell. Y viendo por segunda o tercera vez filmes como Combustión espontánea, Alianza macabra o La masacre de Toolbox (Toolbox Murders, 2004), siente exactamente el mismo placer culpable que tras degustar una tarrina de helado de strawberry cheesecake: o sea, mucho placer y absolutamente nada de culpa.    

 


Todo esto puede aplicarse a Mortuary. Pequeña producción, segunda de sus colaboraciones con el matrimonio de actores, guionistas y realizadores Adam Gierasch y Jace Anderson, tras la también memorable La masacre de Toolbox. Gierasch y Anderson, con todos los altibajos que se quiera en su irregular carrera, son otro digno ejemplo de auténticos apasionados por el género fantástico y de terror sin prejuicios, que colaboraran con Dario Argento en el guion de La madre del mal (La terza madre, 2007), tercera y última entrega de la Trilogía de las tres madres, inferior a las dos anteriores pero superior a la pedante Suspiria (2018) de Guadagnino. No me cabe duda de que su presencia en dos de las mejores películas del último Hooper es significativa.

 

Su amor cómplice por el horror clásico y moderno se hace sentir manifiestamente en cómo Mortuary combina con naturalidad la comedia de terror juvenil, con ecos de los ochenta y del Stephen King más tópico, con la herencia de Lovecraft y con los propios lugares oscuros característicos de Hooper y su filmografía, consiguiendo un (des)equilibrado producto con el que resulta imposible no simpatizar.

 

Salvo que seas, como por desgracia ocurre demasiado a menudo, uno de esos aficionados que necesitan justificar su predilección por el horror con el argumentario completo de Todorov, Julia Kristeva, citas de Nietzsche, los pensadores del Nuevo (o del viejo) realismo especulativo, S. T. Joshi, Houellebecq, Mark Fisher, los hauntólogos franceses y británicos o el Ligotti filósofo. Autores por los que siento el más profundo de los respetos, a quienes leo y admiro (en algunos casos con reservas), pero que, he de confesar, cuando llega la hora de elegir leer o ver algo de terror para disfrutar de verdad pasando un buen/mal rato, pongo muy por detrás de Forrest J. Ackerman, Kurt Singer, Rod Serling, Jacques Sadoul, Albert Van Hageland, Robert Kenneth Jones, Lee Server, Adam Parfrey, John Waters, David J. Skal o hasta de los consejos (quizá demasiado amplios últimamente) del mismísimo Stephen King.

 


Mortuary da exactamente lo que promete: hora y media de sustos, humor negro, diversión con zombis, malsana atmósfera grotesca, y un final como el dios loco que preside el terror cósmico manda (es notable la cantidad de finales chungos o, como mínimo, abiertos, que encontramos en la filmografía de Hooper, otro motivo más para amarla).

En un rápido repaso sin revelar demasiado de su intriga, Mortuary arranca con la llegada a un pequeño y miserable pueblo americano de una madre viuda, Leslie (Denis Crosby), junto a sus dos hijos: el adolescente Jonathan (Dan Byrd) y su hermana pequeña Jamie (Stephanie Patton).

 

La “acogedora” morgue de Mortuary

Leslie viene a hacerse cargo de la morgue local, antaño regentada por la familia Fowler, que se encuentra en un estado lamentable. Un decrépito caserón que es al tiempo depósito de cadáveres municipal y vivienda familiar, situado junto al no menos decadente cementerio local, cuyo principal problema es una fosa séptica, ya que el pozo situado en el jardín exterior rebosa podredumbre debido a las recientes lluvias torrenciales. El conjunto es como para salir corriendo en dirección opuesta, cosa que, por supuesto, sabemos que no ocurrirá.

 

Jonathan pronto encuentra trabajo en la cafetería del pueblo, hace sus primeros enemigos (un joven gamberro y sus dos novias putones), sus primeros amigos (su gótica compañera en la barra y el quizá novio de esta), se atrae la indeseada atención de la policía local (el viejo y tosco sheriff Howell), y empieza a descubrir la historia y leyenda negra de los Fowler, antiguos dueños de la morgue, así como de su misteriosamente desaparecido hijo retrasado, Bobby.

 


Entretanto, los cadáveres se apilan en la sala de embalsamar de mamá, el hombre que le ha alquilado la casa, Eliot (estupendo Greg Travis) no deja de acosarla, y el oscuro, pegajoso y extraño moho hambriento de sangre que acecha bajo la fosa séptica se va extendiendo amenazadora y sinuosamente por paredes, suelos y techos, como si estuviera dotado de vida propia y consciente.

 


Afortunadamente, no estamos ante uno de esos hoy tan habituales filmes de horror que “se cuecen a fuego lento” (cociendo de paso en su salsa al aburrido espectador), minimalistas (o sea: con el dinero justo para solo dos actrices, un actor y una cabaña en el bosque) y de supuesto “terror psicológico” (es decir, sin presupuesto ni imaginación para monstruos o criaturas), con personajes con un arco emocional complejo, que se hacen querer y por los que nos preocupamos (¿en serio?). Por contra, aquí proliferan rápidamente los muertos vivientes, descubrimos que Bobby Fowler sigue vivo y muy vivo, y a su arranque ochentero, con el grupo de amigos adolescentes que se enfrenta al peligro sobrenatural que amenaza su entorno familiar, sigue una montaña rusa de horrores más o menos lovecraftianos, al mismo tiempo característicos de Hooper, con su atracción fatal por la putrefacción, la decadencia y la podredumbre física.

 



Poco antes de la media hora ya tropezamos en un siniestro panteón con la frase que encabeza este texto, atribuida por Lovecraft al árabe loco autor de El Necronomicón: «That is not dead which can eternal lie, and with strange eons even death may die.» Es el inicio de una serie de guiños que deslizan la película hacia territorio oscuramente lovecraftiano: la historia de la familia Fowler despierta ecos de la de los Whateley, protagonistas de “El horror de Dunwich”. La naturaleza del moho ¿quizá originario de Yuggoth? que ha fermentado bajo el cementerio, procedente de la fosa séptica y la descomposición de decenas o quizá cientos de cadáveres, así como su efecto en la zona, resulta notablemente similar a la del ente indescriptible que convierte las colinas del oeste de Arkham en el extraño yermo alienígena de “El color que cayó del cielo”, mientras que el propio Bobby Fowler presenta ciertas concomitancias con el miserable y patético protagonista de “El extraño”. No faltarán tampoco tentáculos ni la criatura indecible que los extiende, a la que se ofrecen sacrificios humanos como si de una obscena deidad ancestral se tratara.





Todos estos elementos lovecraftianos encajan perfectamente tanto con el tono general de comedia zombi juvenil, como con la progresiva inmersión en la descomposición subterránea y la corrupción física que caracteriza buena parte del sello autoral de Hooper. Los túneles que unen el panteón de los Fowler y el cementerio con el sótano de la morgue y los desagües de la fosa séptica están repletos de cadáveres descompuestos, esqueletos sucios, rotos y supurantes, que evocan las ordalías necrófobas, necróticas y quizá necrófilas a las que Hooper está siempre dispuesto a someter a sus protagonistas, desde La matanza de Texas hasta La masacre de Toolbox, pasando por Terror sin fin o Alianza macabra.

 


En estos subterráneos tiene su cubil el trágico y deforme Bobby Fowler (casi irreconocible Price Carson), nueva iteración de Leatherface, que comparte con este y sus parientes próximos (el “monstruo” de La casa de los horrores y el Coffin Baby de La masacre de Toolbox) cierto carácter patético que despierta sutilmente nuestras momentáneas simpatía y comprensión.

 

 

El guion de Anderson y Gierasch se muestra tan perfectamente funcional como la dirección de Hooper, sin alardes forzados, giros artificiales ni otra finalidad que la de asustar y divertir. Pero al mismo tiempo, como ocurre en su anterior colaboración, el conocedor del género agradece los guiños literarios y cinéfagos. Si en La masacre de Toolbox remitían, en lugar de al slasher original del que se ofrecía no como remake sino como re-imaginación, al Hollywood oculto y ocultista de Jack Parsons, la O.T.O. y Kenneth Anger, aquí lo hacen al universo de HPL.

 

La masacre de Toolbox (The Toolbox Murders, 2004)
 

Por otra parte, la fusión del survival de terror violento típicamente físico y sus bienvenidos momentos de splatter, propio de Hooper y su generación, con el horror cósmico sobrenatural, nos recuerda a su vez la intención original que acariciara el director en sus inicios, cuando algunas de las primeras versiones del guion de La matanza de Texas incluían la existencia de una entidad espiritual, alienígena o metafísica, detrás de todos los horrores de la granja caníbal. Fusión que llevaría después a cabo literariamente Richard Laymon con su novela Sangre en el bosque (1981).

 


IV

Lecciones de ultratumba

 

Insistimos: en menos de noventa minutos, Mortuary ofrece terror juvenil con aires de comedia zombi ochentera y estructura típicamente King; una interesante reelaboración de situaciones y temas con tentáculos propios del horror cósmico lovecraftiano, y un tren de la bruja atestado de cadáveres descompuestos, humor negro, survival, atmósfera de podredumbre y final abruptamente nihilista, propio del mejor Hooper. Más de lo que algunas obras contemporáneas de compañeros de viaje como Carpenter, Romero o Joe Dante consiguieran por las mismas fechas.

 


Por todo esto, Tobe Hooper merece ser recordado y tenido en la mayor estima por aquellos que de verdad amamos el buen y el mal cine de terror, muchas veces uno y el mismo. No solo porque fuera director de La matanza de Texas, una película que cambió por completo el género, llevándolo en nuevas y sorprendentes direcciones, no. Sino también y sobre todo por haber mantenido una larga carrera a lo largo de varias décadas como proveedor de pequeños pero estupendos filmes de horror, siempre, hasta en sus momentos más bajos, amenos y resultones, con momentos y detalles capaces de satisfacer nuestros peores vicios y fantasías.

 

El difunto Tobe Hooper todavía puede, desde más allá de la muerte y en estos extraños eones que nos toca vivir hoy, enviarnos un potente mensaje: no necesitamos más “genios” con la deshonesta intención de igualar o superar los logros y el efecto duradero de títulos como La matanza de Texas, sino más “artesanos” capaces de ofrecernos “simples” y entretenidas películas de terror que despierten nuestros viejos y queridos escalofríos como lectores avezados del Creepy y de los pulps amarillentos de antaño, llevándolos a territorios de hogaño.

 


Algo mucho más difícil de conseguir, según parece, que torpes intentonas por autoelevarse a las alturas de La noche del cazador (The Night of the Hunter, 1955), Psicosis, La semilla del diablo (Rosemary´s Baby, 1968), La noche de los muertos vivientes, La hora del lobo (Vargtimmen, 1968), El exorcista (The Exorcist, 1973), El hombre de mimbre (The Wicker Man, 1973), La matanza de Texas, La profecía (The Omen, 1976), La noche de Halloween (Halloween, 1978) o El resplandor (The Shinning, 1980), con una falta de humildad y buen gusto que solo es igualada por los nefastos resultados conseguidos en la mayoría de las ocasiones.

 

¿Placeres culpables? Si alguien debe sentirse culpable de algo en el negocio actual del terror, son los engreídos farsantes que intentan convencernos y, por desgracia, convencen a demasiados, de ser la “nueva ola” del género, destinada a redimirlo de sus defectos (no solo formales y artísticos, ojo, sino también morales y sociales), convirtiéndolo en algo más profundo, cargado de significado y de mensajes relevantes, de reflexiones sobre el duelo, la pérdida, la familia, el racismo, el patriarcado, la soledad, la solidaridad y demás tristes tópicos de hoy.  


El verdadero rostro del horror elevado: mucha culpa y poco placer
 

Si me he sentido culpable ante una película alguna vez, ha sido sin duda viendo la Suspiria de Guadagnino, Midsommar (2019), El faro (The Lighthouse, 2019), Nosotros (Us, 2019), Gretel y Hansel (2020), The Empty Man (2020) o La primera profecía (The First Omen, 2024). Culpable por haber perdido tiempo, dinero y paciencia ante su torpe exhibición de pretensiones formales, engañosa profundidad e impostura intelectual, al tiempo que demuestran carecer por completo de cualquier verdadero entendimiento o aprecio por el género que mancillan.

 

Vale más para mí un solo Mortuary que la filmografía completa hasta el presente de Osgood Perkins o que la absurdamente inflada Hereditary (2018).

 


Jesús Palacios 😈









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