EL LIBRO DE LAS MALDICIONES | Jesús Palacios


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Atención 🕸️ Estas líneas pueden contener trazas de spoiler, pero maldita sea si no es en cantidades en absoluto dañinas para la lectura del libro reseñado. Más bien lo contrario.


EL DESTRAMADOR DE MALDICIONES 

Frances Hardinge. Traducción: Noemi Risco Mateo. Bambú Editorial. Barcelona, 2023. 546 páginas.


n un panorama, el de la literatura fantástica infantil y juvenil anglosajona para todas las edades, donde desde hace ya bastante más de un siglo se acumulan los nombres de Lewis Carroll, George MacDonald, Mary Norton, Tolkien, C. S. Lewis, Lloyd Alexander, Pamela Travers, Hugh Lofting, T. H. White, Joan Aiken, Michael de Larrabeiti, Graham Dunstan Martin, Ursula K. Le Guin, Philip Pullman, J. K. Rowling, Anthony Horowitz o Ransom Riggs, por citar varios de los más conocidos y algunos de mis favoritos, parece realmente difícil crear hoy una obra que posea la capacidad de entroncar con este frondoso árbol familiar, a la vez y al tiempo que de renovarlo con personajes y conceptos que broten con el brillo de frescas hojas verdes, cubiertas por el rocío de una nueva mañana. Frances Hardinge lo ha conseguido plenamente con
El destramador de maldiciones.

Debo reconocer que aunque el nombre de Frances Hardinge lleva ya varios años flotando en el ambiente, ha visitado nuestro país en el siempre justo y necesario festival Celsius 232 de Avilés, ganado varios prestigiosos premios (dentro y fuera de la literatura juvenil), y buena parte de su nutrida producción está publicada entre nosotros, había pasado bajo mi radar. Debo agradecer a mi buena amiga Sofía Rhei, cuyo nombre no desmerece tampoco entre los arriba mentados, su descubrimiento a través, precisamente, de una de sus más recientes novelas —ya tiene otra, publicada el pasado año: Island of Whispers—, recibida por la crítica como, quizás, su mejor y más madura obra. 

 

Frances Hardinge, renovadora del cuento de hadas y el fantasy

De esto último, al no haber leído aún sus libros anteriores, no puedo dar fe. Pero sí puedo afirmar sin que me tiemble el pulso que El destramador de maldiciones es la mejor novela moderna de fantasía, juvenil o no, que ha caído en mis manos en mucho tiempo. Frances Hardinge hace gala no sólo de un estilo preciso, conciso y al tiempo repleto de elaboradas imágenes poéticas, siniestras y atmosféricas, sino de la creación de un perfecto engranaje narrativo, cuyo suspense en constante crescendo te arrastra página tras página, para atraparte en una sutil tela de araña (nunca mejor dicho) de la que es imposible escapar hasta no terminar el último capítulo.

 

UN MUNDO ENCANTADO

Pero, como dijo Jack, vamos por partes. En primer lugar, Hardinge crea un mundo extraño que, aunque profundamente enraizado en la tradición feérica clásica, con obvias querencias célticas y nórdicas, posee una originalidad y frescura asombrosas. El país de Radiz, rincón oscuro de su creación en el que se desarrolla la historia, ofrece un carácter singular, raro y hasta aterrador pero perfectamente creíble, donde lo maravilloso, peligroso y amenazador convive con lo cotidiano, humano y vulgar en perfecta aunque tensa armonía.

 

Y es que Radiz está situado en el límite donde el mundo más o menos civilizado se encuentra con la región conocida como Los Salvajes: un profundo bosque, más bien selva primigenia, habitado por toda suerte de criaturas mágicas y sobrenaturales, con las que el vecino humano convive en precario equilibrio, gracias a un Pacto entre los gobernantes de Radiz y Los Salvajes. En verdad, aparte de su valor polisémico (parece denominar tanto la región como a sus pobladores, así como su carácter), Los Salvajes es sobre todo una ingeniosa puesta al día del País de las Hadas. El Faerie de los viejos cuentos y leyendas.

 

Mapa del País de las Hadas, dibujado por Alan Wright en 1909

Aunque lleno de encantamientos, Los Salvajes no es exactamente un lugar encantador. Hardinge busca su inspiración en la zona oscura de los cuentos de hadas que, por supuesto, es muy extensa y profunda. Los elfos, duendes, gnomos, ninfas y demás criaturas feéricas tradicionales no son esos simpáticos seres bonachones que un empacho de animación matinal, perversiones victorianas o retellings, que les dicen ahora, buenistas para el siglo XXI han querido hacernos creer. Como todo lector de los hermanos Grimm, de Andersen, Andrew Lang, Joseph Jacobs o Yeats sabe bien, el “pequeño pueblo”, “la buena gente”, es peligrosa en grado sumo. Representante arquetípica de las fuerzas elementales de la Naturaleza, no ve con buenos ojos la intrusión de los humanos en sus dominios. Aunque a veces puedan echar una mano a quienes saben hacerse sus amigos (a menudo por medio de engaños y triquiñuelas), lo más habitual es que constituyan un grave riesgo para el viajero despistado, el visitante inesperado o el vecino indeseado.

 

Gran parte del folclore feérico universal se basa, de hecho, en cómo humanos y seres elementales consiguen sobrevivirse unos a otros por medio de pactos y acuerdos, basados en trucos, mentiras y disfraces con los que se desafían mutuamente, trasunto de tabúes profundamente grabados en nuestra psique. Engañarse en duelos de ingenio, salvar la vida a un miembro del pequeño pueblo, adivinar un complicado acertijo, encontrar un objeto mágico, llevar regalos inusuales y valiosos, utilizar la astucia tanto o más que la fuerza, son fundamentos para el entendimiento entre hombres y elfos. Y son muchas las ocasiones, por supuesto, en que nada de esto funciona. O bien, pasado el tiempo, una de las dos partes, generalmente el torpe humano, rompe el pacto por avaricia, estupidez o simple olvido, con trágicas consecuencias.

 

El mundo de las hadas: más oscuro de lo que pensamos. Ilustración de Arthur Rackham (1933) para “El mercado de los duendes”, poema de Christina Rossetti

Todo esto es lo que se encuentra concentrado y destilado en Los Salvajes. Un territorio donde la norma es que no existen normas y el respeto entre hombres y entes sobrenaturales se basa sobre todo en el miedo y el intercambio de bienes, a veces intangibles. Tanto en su zona más “superficial” como en la más profunda, habitan algunos atrevidos seres humanos, acostumbrados a bregar con sus convecinos, guardando cuidadosamente las formas, lo que no evita que, de tanto en tanto, sean víctimas de fantasmales presencias, feroces criaturas y encantamientos mortales.

 

El destramador de maldiciones es, para tratarse de una novela juvenil, particularmente oscura. Y su peculiar versión del Reino de las Hadas, especialmente siniestra a la par que fascinante, próxima a la verdadera esencia del cuento feérico tradicional. Algo que también entendieron bien en su día Carroll, George MacDonald, Kipling o Barrie (por no remitirnos a Shakespeare, Spencer, Browning o Robert Burns).

 

Frances Hardinge sienta las bases de este mundo fantástico en las cinco primeras páginas del libro, que constituyen su breve e inquietante prólogo, demostrando la maestría del verdadero narrador de mitos. Un territorio relativamente pequeño y manejable, que no pretende, gracias al cielo, abarcar un mundo entero al estilo de la Tierra Media tolkiana y sus muchas imitaciones. Sin duda, otra de sus virtudes.

 

MALDITA SEA

Pero el meollo de El destramador de maldiciones y su mundo es, en concreto, la generalización de otro de los aspectos fundamentales de la tradición feérica: la maldición personal y personalizada. Entendida como un hechizo formal con el que quien odia profundamente a una persona puede mágicamente acarrearle la desgracia en formas tan extravagantes, dolorosas, perversas y fantasiosas como desee, especialmente a través de su transmutación literal en algún animal o cosa.

 

En Radiz, haciendo sentir su influencia mágica por doquier, existen unas singulares criaturas, conocidas como “los hermanitos”, con el aspecto de pequeñas arañas no demasiado desagradables y ubicuas, que pueden conceder a cualquier humano el “don” de maldecir, siempre que sea capaz de odiar suficientemente a alguien como para desearle que, por ejemplo, se convierta en una silla sobre la que sentarse. En lombriz que usar como cebo para pescar. En animal doméstico al que patear, en mueble que reducir a astillas, pieza de ropa interior o, en definitiva, en aquello que más humillante, penoso y lacerante pueda resultar para su víctima.

 

La araña llorosa (1887). ¿Dibujó Odilon Redon un “hermanito”?

Como todos los “dones” de las criaturas de Los Salvajes se trata de una suerte de trampa, que suele arrastrar consigo al lado oscuro tanto al maldecidor como al maldecido. Pero el hecho es que, sean cuales sean sus motivos, “los hermanitos” hacen de Radiz un lugar donde vivir, convivir y morir con, por y a causa de maldiciones constantes y conspicuas, convertidas en hechos cotidianos.

 

El tema de la maldición es central en el cuento de hadas. En “La bella durmiente”, esta duerme su muerte en vida al cumplir los dieciséis años, por la maldición del hada maligna que no fue invitada a su bautizo. La Bestia de “La bella y la bestia” lo es también a causa de la maldición de un hada. El príncipe encantado convertido en rana es todo un tópico del género, mientras la bruja malvada maldice a Blancanieves con una manzana envenenada y Rip Van Winkle es maldecido por los duendes con un sueño que se alargará durante siglos.

 

The Curse of Sleeping Beauty (2016), del llorado Pearry Reginald Theo

El folclore de todos los países está lleno de ejemplos, pero aquel que ha llamado especialmente la atención de Frances Hardinge, como ella misma reconoce en una nota final, está en el cuento de Andersen “Los cisnes salvajes”, publicado en 1838, que a su vez no deja de ser una variante del popular arquetipo de los jóvenes príncipes convertidos en aves (cisnes, cuervos, patos salvajes…), por la maldición de su envidiosa madrastra, a quienes salvará mágicamente su hermana tras muchas tribulaciones. Similar argumento encontramos en “Los seis cisnes”, “Los doce hermanos” y “Los siete cuervos”, recopilados todos por los hermanos Grimm; en “Los doce patos salvajes”, variante noruega, o en “Udea y los siete hermanos”, versión africana recogida por Andrew Lang.

 

https://www.andersenstories.com/es/andersen_cuentos/los_cisnes_salvajes

 

Pero la originalidad de Hardinge consiste en no tomar tan sólo una o varias maldiciones feéricas como punto de partida, sino en convertir el maldecir en costumbre generalizada del país. Así, Radiz, gobernado por la Cancillería, un consejo de comerciantes y funcionarios, vive día a día la realidad de maldecidos y maldecidores. Posee un sistema judicial y penal para contrarrestar sus efectos; un hospital-prisión, el Hospital Rojo, donde se interna a los maldecidores convictos y confesos, para evitar que vuelvan a maldecir... En definitiva, todo el mundo está pendiente, en mayor o menor medida, de la posibilidad de ser maldecido por alguien o, si incuba suficiente odio e inquina contra otro, de convertirse en maldecidor gracias al dudoso “regalo” de “los hermanitos”.

 

Hardinge, con tanto ingenio como ironía, convierte en su libro de manera harto convincente el odio, el rencor, la envidia y los malos sentimientos en moneda de cambio corriente entre todos los seres humanos (y algunos sobrenaturales), de tal forma que estos se hacen visibles, patentes y físicamente peligrosos en la forma de maldiciones bien concretas y de sus terribles consecuencias. La vida no como una maldición, sino la maldición como una forma de vida que constantemente se teje y se desteje, no en vano “los hermanitos” son una especie de arácnidos, a nuestro alrededor.

 

MÁS ACÁ DEL BIEN Y DEL MAL

Estos son el original escenario y tema central de El destramador de maldiciones, pero quedarían cojos de no haber creado también Frances Hardinge unos personajes tridimensionales, complejos, con carácter propio y no menos atípicos.

 

Kelen y Netel, la joven pareja protagonista está unida por una maldición o, al menos, una especie de maldición. El primero, Kelen, posee el poder de destramar las maldiciones. Extraño don resultado de haber sido mordido por un “hermanito” de forma accidental. Eso sí, como le pasa a Spiderman, aquello de que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” le tira un poco pa´trás. Al fin y al cabo, no deja de ser un adolescente que, de repente, se encuentra solicitado por todos para desfacer entuertos mágicos que sólo él es capaz de destejer, restituyendo a la persona maldita su naturaleza humana… Salvo en aquellos casos en los que esta ya ha quedado irremediablemente destruida.

 

Netel, por su parte, es una muchacha que tiempo atrás fuera víctima de la maldición de su malvada madrastra, quien la convirtió en garza a la vez que a sus hermanos en diferentes aves (ecos obvios del cuento de Andersen). Vuelta a su forma y personalidad originales, sigue a Kelen para ayudarle en su cometido. Juntos, pero no revueltos, forman un dúo tan poco corriente y conflictivo como necesitado el uno de la otra y viceversa.

 

Portada de una edición en inglés de El destramador de maldiciones

Kelen es impulsivo, hablador, irreflexivo, un poco frívolo y algo torpe; Netel es inteligente, seria, con mucho sentido común e introvertida. El primero, sin comprender del todo el poder que posee y sus consecuencias, tiende a escapar de los problemas tras solucionarlos, mientras que la segunda es tan prudente y se preocupa tanto por los demás, que a veces acaba por no saber qué camino tomar. Ambos son totalmente humanos y creíbles, con sus debilidades, errores y defectos, que en ocasiones están a punto de llevarles a la catástrofe y en otras afectan a quienes les rodean. Incluso las personas a quienes Kelen libera de su maldición, pueden sentirse dolidas después con él, ante lo que podría denominarse “síndrome de estrés postraumático por maldición rota”, que les deja casi incapaces de reintegrarse a su vida anterior y al mundo “normal”.

 

Las cosas se complicarán para la pareja cuando un misterioso personaje, el jinete tuerto Gal, a lomos de un impresionante caballo carnívoro de los pantanos, les reclute a la fuerza para intentar frenar una fuga generalizada de maldecidores, a quienes un misterioso líder, posiblemente miembro de la Cancillería misma, está reclutando a su vez para formar un ejército de resentidos con el que hacerse con el control del país. Porque… ¿quién se atrevería a desafiar a alguien capaz de lanzar maldiciones contra cualquiera que se oponga a sus deseos?

 

A partir de aquí, comenzará para Kelen y Netel una aventura tortuosa, tan trepidante y llena de peripecias como retorcida y sinuosa. Repleta de traiciones, dudas y doble juego, que les llevará a atravesar el país, en busca del cuartel general de Salvación, refugio de los maldecidores, para internarse en lo más profundo de Los Salvajes, donde encontrarán a la Malva Pálida, la mujer maldita de los pantanos que arrastra a los viajeros a su perdición, llegando finalmente al Castillo de Seda donde habitan “los hermanitos” y hasta el extraño Mercado a la Luz de la Luna, donde las criaturas de Los Salvajes, algunos atrevidos humanos y comerciantes llegados del otro lado del mar, compran y venden todo lo que se puede comprar y vender. En especial, muchas cosas que ni siquiera sabías que se podían comprar y vender y mucho menos ver o poseer.

 

La Dama del Pantano, por el artista Joseph Feely

En ningún momento decaen el suspense, la emoción y la aventura. Frances Hardinge exhibe una imaginación exuberante a través de un verbo poético sencillo, rico en sorprendentes elipsis y sutiles descripciones atmosféricas, que nos dejan adivinar más que ver la terrible naturaleza y aspecto de muchas de las criaturas que desfilan por sus páginas. Al mismo tiempo, sus personajes se hacen con nosotros no a base de heroísmos sin cuento ni hazañas épicas, sino gracias a sus genuinas debilidades humanas, a sus dudas, creciendo poco a poco hasta ser capaces de enfrentarse no solo a monstruos y enemigos, sino a su propio pasado, sus carencias y flaquezas. Heridos, traicionados, engañados, perseguidores convertidos en perseguidos, Kelen y Netel se verán puestos a prueba juntos y por separado, a lo largo de un retorcido sendero que les llevará a desconfiar el uno del otro y de todo lo que les rodea, incluido el motivo real de su misión.

 

Este es, sin duda, otro de los grandes aciertos de El destramador de maldiciones: sus dimensiones, tanto geográficas y temporales, como psicológicas y morales. No estamos ante un enfrentamiento épico entre el Bien y el Mal. No se dirime el futuro del universo ni tan siquiera el del mundo donde se desarrolla la historia, del que solo conocemos el país de Radiz y Los Salvajes. No hay objetos de poder mágicos que todo lo solucionen, ni guerras o batallas multitudinarias. No hay orcos ni ejércitos de invierno. Es tan solo, y no es poco, la aventura de dos jóvenes que intentan hacer las cosas de la forma más correcta posible para evitar una catástrofe más bien local y personal. En lugar de pretenciosas alegorías del Bien y del Mal, los maldecidores de Salvación así como los agentes de la Cancillería, son personajes llenos de matices y de grises, todos con sus motivos, buenos, malos y regulares, para intentar triunfar en su guerra secreta por el poder y la supervivencia.

 

¡Qué descanso no leer más monsergas sobre Señores del Mal ni sobre devolver el equilibrio al Universo! En cierto modo, El destramador de maldiciones es una novela de intrigas políticas y espionaje. Kelen y Netel son casi como dos inocentes personajes de John Buchan accidentalmente atrapados en una red de conspiraciones, que a duras penas pueden adivinar de parte de quién está la verdad y quiénes son en realidad sus auténticos amigos o enemigos, como si de un enrevesado argumento de John LeCarré se tratara.

 

Esta sutileza y complejidad, tan rara en el fantasy —y no sólo en el destinado a los jóvenes—, esta carencia de ambiciones metafísicas y dimensiones épicas impostadas, es una de las grandes virtudes del libro. Empapa todas sus páginas, pues hasta los seres sobrenaturales que habitan Los Salvajes forman parte de su complejo tapiz psicológico, ético y político. Todo el mundo, humano y feérico, tiene sus razones, a veces equivocadas, para actuar de la forma en que lo hace. Las connotaciones ecologistas, morales y humanistas de la historia, que las tiene sin duda, están perfectamente imbricadas en su desarrollo narrativo, nunca interfieren con la acción, sino que se derivan de ella y de las complicadas situaciones y decisiones que han de enfrentar sus héroes.

 

El Bien contra el Mal, por el artista Douglas Dery. Nada que ver con Frances Hardinge, por fortuna

En definitiva, a la ingeniosa creación de un nuevo escenario fantástico, enraizado en las grandes tradiciones del cuento de hadas pero capaz de aportar aire fresco y novedad al mismo; a una prosa precisa y al tiempo elegante, repleta de oscuridad pero también de humor y penetración psicológica;  al sorprendente hallazgo de convertir el mitema de la maldición, omnipresente en el mundo feérico, en motor de toda una cultura y un mundo, donde se entreteje con lo cotidiano y vulgar, El destramador de maldiciones une su capacidad para atrapar al lector con una red del más puro Sentido de la Maravilla, en una complicada intriga, llena de aventuras y peligros, sin explotar el manido tópico del enfrentamiento definitivo entre el Bien y el Mal, los extenuados héroes mesiánicos salvíficos y el consabido Apocalipsis final.

 

Eso sí, Frances Hardinge también es portadora sin duda de un “huevo” (lean el libro y lo entenderán) con el que maldecir a sus lectores. Porque ahora, no me quedará más remedio que leer el resto de sus novelas. ¡Bendita maldición!

 

https://www.editorialbambu.com/es/novedades/

http://www.franceshardinge.com/index.html 

Encuentro con Frances Hardinge acompañada de Cristina Macía. - YouTube 

 


Jesús Palacios 😈


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