UN ESCRITOR BRILLANTE Y UNA EDICIÓN DEMASIADO... NEGRA | JESÚS PALACIOS


IMPORTANTE: Este texto NO INCLUYE SPOILERS. Puede y quizá debe leerse perfectamente antes de la novela comentada.

Libros 📚

UN ASESINATO BRILLANTE (Magpie Murders). B. Penguin Random House. Barcelona, 2022. Traducción Neus Nueno. 227 págs.

 

Después de leer un buen puñado de las novelas juveniles de Anthony Horowitz, cuatro de su serie de Alex Rider, el superespía adolescente, la deliciosa fantasía histórica El demonio y su criado (SM) y el libro de relatos de terror Muerto de miedo (Fondo de Cultura Económica), por fin tuve oportunidad de hacerme con uno de sus más recientes éxitos “para adultos”, convertido también, con el concurso de su autor, en popular serie de televisión británica: Magpie Murders, es decir “Los asesinatos de la urraca” o como sus editores en nuestro país han decidido titularla de manera francamente obtusa: Un asesinato brillante. Título donde lo único que brilla, por su ausencia, claro, es la oportunidad o fidelidad al libro original y su autor. Pero dejemos eso para más adelante.

 


Primera novela de una serie protagonizada por la, al menos todavía en esta, asesora editorial Susan Ryeland, Magpie Murders —me niego a utilizar el título español más de lo necesario— es un ingenioso, sofisticado y apasionante juego metaliterario que ofrece dos whodunits por el precio de uno: la novela en sí, más la novela Sangre de urraca, que ocupa prácticamente la mitad del volumen, obra del ficticio escritor de misterio criminal Alan Conway, protagonizada a su vez por su icónico (y doblemente ficticio) investigador privado o, más bien, detective aficionado, Atticus Pünd. Por supuesto, más allá de esto, que el lector averigua rápidamente en las primeras páginas del libro, del resto debo guardar el más absoluto silencio, puesto que estamos ante una reelaboración del más clásico y canónico género deductivo y de asesinato misterioso, repleta de sorpresas, giros más o menos inesperados, trucos, pistas y sospechosos, todo ello, para colmo, por partida doble.

 

Magpie Murders, la serie


Sin embargo, Horowitz, en un alarde de virtuosismo, quiere ir y va mucho más allá del “simple” entretenimiento. Tal y como él mismo afirma, se trata también de “...una suerte de tratado sobre la escritura del género de misterio criminal. Cómo se les ocurren las ideas a los escritores, cómo se construyen estos libros”. Hay un subtexto a todo lo largo de Magpie Murders en el que, en base a las reflexiones, conversaciones y encuentros entre la protagonista, su jefe, el editor Charles Clover; James Taylor, el novio de Conway —el escritor—; la hermana de este último, Claire, y su ex-esposa, Melissa, e incluso personajes muy secundarios en la trama, como Mark Redmond, el productor televisivo; el camarero aspirante a escritor de misterio, Donald Leigh, o el superintendente de la policía Richard Locke, entre otros, se establece también un diálogo con la historia del género de misterio y enigma criminal por el que desfilan nombres de autores (eminentemente, el de la muy eminente Agatha Christie, con aparición invitada de uno de sus descendientes, pero también Dorothy Sayers, Rex Stout, Wilkie Collins o, elemental, queridos lectores, Conan Doyle), personajes (Poirot, Miss Marple, el Padre Brown, Lord Peter Wimsey, Nero Wolf, Holmes y Watson, etc.) e incluso series de televisión. Normal, teniendo en cuenta que, al parecer, la idea de esta novela se le ocurrió a Horowitz cuando trabajaba en la primera temporada de la adictiva serie de misterio Los asesinatos de Midsomer, inspirada en las novelas de Caroline Graham. Mucho disfrutarán los amantes de esta encantadora serie detectivesca con Magpie Murders, se lo aseguro.

 

Midsomer Murdersel misterio policial clásico británico sin pudor alguno

Junto a este auténtico ensayo subterráneo sobre el arte de matar en la literatura y la ficción, Horowitz no se priva tampoco de lanzar algunas más o menos amables, más o menos crueles puyas al mundillo editorial y cultural británico en particular y anglosajón en general, si bien más de una puede aplicarse también a cualquier parte de la aldea global donde se fabriquen y consuman productos literarios y audiovisuales. El tema del desprecio por el puro género de ficción popular y de entretenimiento escapista, del que forma parte destacada la novela de misterio, no solo desde el establishment intelectual sino incluso entre algunos de quienes lo practican y viven de él, resulta omnipresente en Magpie Murders, convertido no solo en una de las piedras angulares del libro, sino incluso en un móvil fundamental detrás de muchas de las acciones y personajes que conforman su drama y trama criminal.


Anthony Horowitz, mystery man


Tras haber leído ya con este siete libros de Anthony Horowitz no puedo sino considerarlo un maestro moderno de la novela de aventuras y el thriller británico en su más amplia y mejor acepción. Un excelente continuador de la gran escuela de Stevenson, Doyle, John Buchan, Eric Ambler, Agatha Christie, Leslie Charteris, Hammond Innes, Geoffrey Househould, Ian Fleming, Roald Dahl, Elleston Trevor, John Blackburn o Alastair MacLean, posiblemente superior a alguno de ellos, que sabe modernizar e innovar en la medida casi de lo imposible la praxis del género, al tiempo que se inscribe respetuosamente en su gran tradición, con ánimo riguroso a la par que lúdico, lleno de ingenio, humor y talento para la construcción de intrigas, atmósferas y personajes.

 

Una tradición británica: el thriller

En este sentido, Magpie Murders es un glorioso homenaje a la novela de misterio, el enigma clásico y las historias de detectives tradicionales anglosajonas. Se lee prácticamente del tirón, y su doble (o triple) naturaleza —novela dentro de otra novela con un ensayo escondido en su interior—, típica de la posmodernidad, no estorba en absoluto su disfrute también como perfecto entretenimiento de intriga criminal.

 

Ahora, las malas noticias. No es que la traducción de Magpie Murders sea precisamente mala, en absoluto. Es peor: traiciona y reescribe con la insolencia que solo la ignorancia otorga el original de Horowitz, siguiendo la nueva línea establecida por un extraño y casi criminal contubernio editorial, característico únicamente del mercado cultural español. ¿Su víctima? La propia novela de misterio y crimen. ¿El culpable? Sin duda no, al menos no del todo, la traductora del libro, que no lo hace nada mal salvo en este aspecto que, lamentablemente, es fundamental para comprender la obra. De hecho, para entender y disfrutar de verdad del género de misterio, policial y criminal en general.

 

Concretando: cada vez que aparecen en la obra términos como crime novel, mystery murder, mystery novel o whodunit, la traducción, siguiendo sin duda un libro de estilo no solo de esta editorial sino de muchos otros editores y medios divulgativos o difusores de la (in)cultura, tanto impresos como digitales, que dominan el aciago panorama nacional, los vierte al castellano como “novela negra” y “novela de suspense”, destruyendo no solo más de un siglo de tradición literaria del misterio policial clásico, sino también al mismo tiempo la respuesta realista a este que constituyó la aparición y desarrollo, aparte y en paralelo, de la tradición propia de la genuina novela negra que, simplificando mucho (como espero comprenda el lector de estas breves páginas), se inició con la irrupción del estilo hard boiled, erigiéndose como respuesta en negativo a la corriente de la novela enigma convencional que predominaba entonces en el género policíaco.

 



No es este el lugar, por supuesto, para volver a trazar una tipología, ni una cronología ni una teoría del género criminal en general ni de la novela de misterio (novela enigma, novela-problema) o de la novela negra en particular. Ya lo hicieron, a lo largo de casi más de un siglo, con mayor o menor acierto, Raymond Chandler, Edmund Wilson, G. K. Chesterton, H. L. Mencken, Marcel Duhamel, Jorge Luis Borges, Fereydoun Hoveyda, François Guerif, Julian Symons, Alberto del Monte, Jacques Baudou, Claude Mespléde, Umberto Eco, P. D. James, Juan José Plans, Javier Coma, Salvador Vázquez de Parga, Fernando Savater, Vázquez Montalbán, Luis Alberto de Cuenca, Pierre Lemaitre y muchos otros. Todos ellos, con sus acordes y desacordes, siempre tuvieron clara la dicotomía esencial y diferencia fundacional y fundamental entre la novela de misterio (murder mystery) y la novela negra (hard boiled en sus inicios, noir después por influencia francesa).

 


Chandler se preocupó de explicar, con su famosa y gráfica metáfora del jarrón, cómo Dashiell Hammett había roto las reglas del misterio clásico para sacar el asesinato, al detective y al asesino a las calles de la ciudad moderna y corrupta, explorando y explotando un nuevo realismo con múltiples matices sociales, políticos y morales. De esta deriva realista, abarcando, por supuesto, numerosos grados y escalas de gris, se llegó a lo que hasta hace unos años todos sabíamos era la novela negra: el género policial como manifiesto existencial de rebeldía contra la corrupción, el crimen sistémico, la amoralidad y el mal que permea la sociedad moderna en todas sus expresiones y clases pero, especialmente, entre aquellas poderosas, explotadoras y privilegiadas. Grosso modo, claro. Lo que menos importa en la novela negra criminal es el misterio, el quién o cómo lo hizo. Siempre están por encima los por qués de un crimen o una serie de crímenes que implican también siempre, en mayor o menor medida, injusticias sociales de fondo y forma contra las que, a menudo inútilmente, se enfrenta su protagonista, sea detective, policía, criminal, vengador, inocente acusado injustamente o víctima designada.

 


En el lado opuesto de la luna, el luminoso y más cercano al sol que ilumina radiante la campiña en primavera, está la novela de misterio. El whodunit. El mystery murder. La detection novel. Lo que muchos y esforzados traductores al castellano, además también de los numerosos ensayistas y críticos literarios españoles que abordaron el tema (y no son pocos), bautizaron como “novela-problema”, “novela-enigma” o, simplemente, “novela de misterio”. Aquí es donde reina Agatha Christie, con permiso y siguiendo los pasos de Conan Doyle. Este género, que durante mucho tiempo fue despreciado injustamente por los amantes de la novela negra, posee también sus muchos y sobrados valores y valedores literarios e intelectuales, comenzando por los mismísimos Borges, Silvina Ocampo y Bioy Casares, que lo defendieron y cultivaron a sabiendas.

 


Es, resumiendo, el mundo de la intriga y el asesinato “elegantes”, considerados como una de las bellas artes en sentido casi matemático. Aquí, el detective o investigador (sea profesional, sea ocasional), se enfrenta a un enigma, un misterio criminal, habitualmente un asesinato, y lo resuelve por medio de la observación, la deducción, los interrogatorios, el ingenio o cualquier otro método o métodos de su invención (es decir: invención del autor), cuando no utilizando todos ellos juntos y revueltos. Predominan los escenarios rurales frente a los urbanos de la novela negra; los policías y detectives suelen ser por regla general honestos representantes de la ley y el orden e incluso del Orden, en un sentido casi metafísico; los crímenes son cometidos con métodos sofisticados, exóticos, retorcidos y atípicos; abundan los desafíos intelectuales (misterio de habitación cerrada), los sospechosos múltiples, el humor y el final es siempre, salvo excepción consciente y maliciosa, la solución del caso y la detención del asesino o asesinos.

 

Por supuesto, ambos universos no solo coexisten históricamente sino que se mezclan a menudo, toman préstamos el uno del otro, se combinan, se guiñan el ojo, se parodian, se insultan o se asocian sin pudor. Entre medias, encontramos infinidad de variantes: el suspense, el thriller (que puede encuadrarlos a todos en cierto sentido), el espionaje, la intriga internacional, el romance de misterio, las historias de gánsteres y/o criminales, el procedimiento policial, el crimen real o true crime… Y así, ad infinitum y ad nauseam, en distintas combinaciones y recombinaciones en función de sus temas, personajes, estilos, construcción, escenarios, etc.

 

Pero, más allá y más acá de todo esto, la diferencia entre ambos extremos es clara, prístina y transparente para cualquier lector o incluso espectador (todo esto se aplica por igual a cine y series en general) mínimamente aficionado o familiarizado con la narrativa criminal. Dos maestros lo explican a la perfección:

 

Los whodunits te dan la verdad. El capítulo final siempre da en el clavo, cierra la historia y te vas llevándote una sensación de satisfacción que no creo se encuentre en ningún otro tipo de libro.” (Anthony Horowitz).

 

Fred Vargas, según nuestros periodistas: “La reina de la novela negra europea”, según ella, escritora de novela enigma clásica


La novela negra y la novela enigma son en algunos aspectos muy similares, pero también muy distintas, porque en la negra, el mal no es simplemente un monstruo, sino un mal social, cuya solución es imposible, salvo, quizá, a través de la revolución. (...) Yo prefiero la sencillez de la novela problema, más simple e ingenua, como yo: el mal tiene nombre –dragón, ogro, asesino- y el detective, caballero andante, lo vence, y con ello desaparece la angustia. Al terminar una novela negra, por el contrario, estamos más deprimidos que al principio”. (Fred Vargas).  

 

Bien, pues toda esta diferencia, esta sutileza, esta riqueza, esta vieja “enemistad” mutua que ha enriquecido paradójicamente la evolución y creatividad de la novela criminal en su conjunto, ha venido a morir en España, a manos de un contubernio mercadotécnico, producto de ejecutivos, editores, asesores y traductores cuya incultura solo es equiparable a su malicia. En Un asesinato brillante, donde no hay asesinato brillante alguno, los editores han decidido que el lector español no aceptaría o entendería un título más enigmático como Los crímenes de la urraca. Por mucho que esté, de hecho, relacionado con la trama de la novela. ¿Hemos retrocedido a los tiempos en que El bebé de Rosemary tenía que llamarse La semilla del diablo? No, peor aún. Porque a nadie se le hubiera ocurrido llamar a La semilla del diablo novela negra entonces. Hoy, puede que si se reeditara, fuera rebautizada así.

 

Lo que puede hacer un título…

 

Había señalado, al hilo de mi lectura del libro, todos o casi todos los párrafos en los que, sin disponer del original inglés a mi alcance pero basándome (nada más apropiado) en mis poderes deductivos, la traducción de Magpie Murders sustituye obviamente el término mystery murder (o en su defecto otros equivalentes en el mundo anglosajón como whodunit o detective novel) por “novela negra” e incluso por “novela de suspense”. Pero no pienso aburrirme ni aburriros con todos. Bastarán unos ejemplos (las negritas son mías):

 

Alan había captado la atmósfera de la “edad de oro” de la novela de suspense británica, con una ambientación en una casa de campo, un homicidio complicado, un grupo de personajes adecuadamente excéntricos y un detective forastero” (Pág. 27).

*No existe una “edad de oro” de la novela de suspense británica. Es la edad de oro de la novela de detectives británica, que para colmo está conociendo hoy día en nuestro país un gran resurgir gracias a editoriales como Impedimenta, Siruela y otras.

 

Crecí devorando  a Agatha Christie, y cuando viajo en avión o estoy en una playa solo leo novelas de suspense. He visto en televisión todos y cada uno de los episodios de Poirot y de Los asesinatos de Midsomar”. (Pág. 30).

*Las novelas de Agatha Christie, con contadas excepciones, así como los episodios de Poirot o Los asesinatos de Midosmar no son de suspense, sino de asesinatos misteriosos, misterio o enigma.

 

...entre todos los tipos distintos de historias que hay en el mercado, la novela de suspense es la única que realmente necesita estar completa. El misterio de Edwin Drood era el único ejemplo que se me ocurría que había logrado sobrevivir (incompleta)…” (Pág. 67).

*El misterio de Edwin Drood (1870) de Charles Dickens está considerada, precisamente, uno de los primeros ejemplos de novela de misterio criminal o de, literalmente, novela policíaca, tal y como antes se entendía. No de suspense.

 

The Mystery of Edwin Drood, el musical

¿Por qué tenemos tanta necesidad de leer novela negra, y qué es lo que de verdad nos atrae, el crimen o la solución” (Pág. 72).

*Porque el autor, Horowitz, no está hablando de novela negra, donde a veces, como en Un ciego con una pistola de Chester Himes, no se soluciona el crimen (ver definición de Fred Vargas más arriba). Está hablando de novela de misterio, donde la solución del misterio es fundamental.

 

El superintendente Locke lo habría encontrado inverosímil, pero en el mundo de la novela negra funcionaba a la perfección.” (Pag. 174).

*¡Máxima traición al texto y a su autor! El superintendente Locke tiene una breve pero intensa aparición donde contrasta enfurecido la realidad cotidiana del crimen a la que se enfrenta como policía (novela negra) con la inverosimilitud del murder mystery o misterio criminal. De hecho, lo consiga o no, la novela negra, especialmente la actual, busca lo verosímil por encima de todo, por lo que decir que en su “mundo” lo inverosímil funciona a la perfección es una absoluta contravención de la naturaleza literaria y hasta ideológica que la caracteriza.

 

No me gustan las coincidencias en las novelas, y mucho menos en las de suspense, que se basan en la lógica, y en el cálculo. El detective debería poder sacar sus conclusiones sin la ayuda de la providencia.” (Pág. 196).

*Por supuesto, una vez más, es TODO LO CONTRARIO. En las novelas de suspense (que pueden ser policíacas o no, por cierto) la coincidencia es fundamental, es en las novelas de detectives, los enigmas o misterios criminales basados en el molde clásico de Sherlock Holmes, donde la “lógica y el cálculo” son o deberían ser los únicos instrumentos permitidos. De ahí la ironía en el original de Horowitz, pues el whodunit usa y abusa a menudo de la coincidencia, en detrimento de su supuesta esencia como problema lógico cuasi matemático.

 

Como me dijo un buen amigo y amante del género: 

suspenso en suspense.

 

Según la RAE, esto es el “suspense”: Expectación impaciente o ansiosa por el desarrollo de una acción o suceso, especialmente en una película cinematográfica, una obra teatral o un relato. Por supuesto, la novela de misterio crea expectación y ansia por saber su solución final. Pero no es esta su característica estructural fundamental. Hay más suspense en Alien que en Asesinato en el Orient Express. Romeo y Julieta tiene suspense a toneladas, sobre todo en su último acto, pero a diferencia de Hamlet no hay ninguna intriga criminal que descubrir.

 

¿Ya no es Alfred Hitchcock el maestro del suspense?


Dentro de la tipología de la ficción criminal el “suspense”, como bien sabía Hitchcock, es una derivada independiente de la lógica del argumento o los personajes (de ahí su invento del Macguffin), un recurso narrativo emocional y visceral. En la novela criminal el suspense es ejemplificado por autores como John Buchan, William Irish, Patricia Highsmith, Robert Bloch, Geoffrey Homes, Boileau & Narcejac, Ira Levin o Arthur LaBern, por citar algún ejemplo, en cuyas obras a menudo sabemos quién es el asesino (a veces no, pero no es lo esencial) e incluso este puede ser el protagonista. Lo realmente importante es la tensión acumulada en el desarrollo de la acción y el ritmo del peligro en aumento para el o los protagonistas hasta su resolución catártica final. A veces, trágica y nada tranquilizadora. Un ejemplo perfecto, del gran maestro que lo empezó todo, Edgar Allan Poe: “El asesinato de Marie Roget” es un misterio criminal puro, “El corazón delator” es una historia de puro suspense criminal.

 

No quiero ni puedo culpar a la, por otro lado y para más inri, excelente traductora de Magpie Murders de este desaguisado. Se trata de un clavo más en el ataúd de la inteligencia y la educación lectora en nuestro país. Lo que Neus Nueno ejecuta, siguiendo sin duda las órdenes de sus superiores en Penguin Random House España, está en armonía con lo que ocurre en otros muchos sectores de la edición, la literatura y la cultura españolas. Así, el Dictionnaire amoureux du polar de Pierre Lemaitre se traduce como Diccionario apasionado de la novela negra (Salamandra), cuando polar en francés es el nombre popular de la “novela policíaca”, derivado aparentemente de la contracción de roman policier.

 


De esta forma, el pobre Lemaitre que, como buen francés, conoce perfectamente la diferencia entre el noir y la novela de misterio, parece ser quien echa en el mismo saco a Sherlock Holmes y a Philip Marlowe, el Nombre de la rosa de Eco, A sangre fría de Capote y las novelas de Maigret de Simenon… ¡Todos “novela negra”! No: todos novela criminal, polar o policial, pero nada más (y nada menos).

 

El francés ya no es lo que era...

 

De qué vamos a extrañarnos cuando ya en 2010 Ediciones B tradujera también Talking About Detective Fiction de P. D. James como Todo lo que sé sobre novela negra y mintiera (con todas las letras) al reproducir una elogiosa frase del Sunday Times sobre la autora: “La mejor escritora contemporánea de novela negra”, cuando en el libro original reza “The greatest contemporary writer of classic crime”!!!!! ¿Fue quizá en 2010 cuándo se decidió traducir “novela criminal clásica” por “novela negra”? ¿O fue más bien a partir de que las etiquetas nordic noir y tartan noir empezaron a vender? Naturalmente, estas variantes nacionales de la novela negra son, en general, “negras de verdad”, pero el editor, el publicista y el comercial español se quedaron solo con la copla de que poniendo noir al final de algo, se vendía mejor. Así que: ¡Venga! ¡Todo es noir!

 


Y se vé que…

 


…el inglés tampoco


La traición del traductor nunca fue tan siniestra y significativa, al servicio de... ¿de qué? De la mercadotecnia editorial de un país donde son más incultos muchos de sus editores que sus lectores. Con la complicidad, por supuesto, de la mayor parte del periodismo cultural, revistas y suplementos literarios incluidas, que siguen la corriente, difunden la mistificación y contribuyen a la ignorancia, a cambio del plato de lentejas de la publicidad y el servicio de novedades.  

 

En el pasado capítulo de Navidad (2022) de Crimen en el paraíso, modélica serie de misterio y, en concreto, de cosy o cozzy mystery (misterio “acogedor” o “amable”), que emite en nuestro país la cadena Cosmo, muy allegada al género, la víctima resultaba ser una escritora especializada en crimen real (true crime). ¿Qué creen que rezaba el subtítulo cuando algún personaje se refería a ella como crime writer? Acertaron: “una escritora de novela negra”. Pese a que en realidad estaba escribiendo en un podcast de asesinatos auténticos.

 

Crimen en la paraíso… ¿el cozzy noir?

 

Consulten la página de nuestra fatídica Wikipedia nacional, la más pobre y llena de errores del mundo, sobre Los asesinatos de Midsomer, así comienza: “...es una serie de televisión británica de suspense”. Esta línea lleva una nota que remite a su vez a un artículo sobre la serie, publicado por The Guardian, que reza: “Detective drama Midsomer Murders…” Es decir: “serie detectivesca” —o de detectives o policíaca, cualquiera de estos términos sería más apropiado—, no “de suspense”.

 

P. D. James, nunca se olvida a la primera


Quizá sea maldita casualidad, pero a lo largo de mis años como profesional de la información cultural, he tenido la oportunidad de conocer y entrevistar tanto a P. D. James —mi primera entrevista, para la Luna de Madrid, allá por 1980— como a Fred Vargas —para Qué Leer, si no recuerdo mal en 2009, en el marco de la Semana Negra de Gijón—. Con ambas me quedó claro y meridiano que se consideraban escritoras de novela clásica policial, detectivesca y de misterio, en las antípodas de la novela negra. Hoy, ambas se publican en nuestro idiosincrásico e idiocrático país como escritoras de novela negra.

 

Y así está la cosa. Pronto, España será el único país del mundo donde la gente crea que Petros Márkaris escribe el mismo tipo de novela que John Dickson Carr, que James Ellroy es un continuador de Agatha Christie, que El Padrino y Puñales por la espalda son ambas “cine negro” y que Juan Madrid y Dorothy Sayers serían la pareja perfecta. Es cierto que, en cierta medida es así: todos forman parte de la misma frondosa, amplia, compleja y rica familia de la ficción criminal o policíaca. Pero dentro de ella, se señalan de forma bien distinta, distante y distintiva. Y de la misma manera que muchos de nosotros disfrutamos de la mayoría por igual, buscando en cada estilo y variante sus propias virtudes, también hay quien no soporta una u otra de ellas. Vázquez Montalbán detestaba profundamente a Poirot y a su creadora. Como está muerto, claro, no puede quejarse de verse hoy en las mismas estanterías que doña Agatha, no bajo la etiqueta de “novela policíaca”, que no podría objetar, sino bajo la de “novela negra”, que probablemente le sorprendería e indignaría, salvo por el hecho de que a menudo entendió muy bien el provincianismo y la incultura de los españoles (sálvese quien pueda).

 

Zanón ya sabía que iba a pasar esto...

Sé que todo esto puede parecer banal, propio de un ratón de biblioteca, de un erudito rancio, quisquilloso y anticuado, sobre todo a los “expertos” en mercadotecnia que han decidido que los españoles somos tan tontos que es “necesario” que todo sea “novela negra” para vendérnoslo “mejor” y para que lo entendamos “bien”, antes que presuponernos capaces de comprender sutilezas como las que entraña diferenciar distintas tendencias, escuelas o subgéneros literarios. Faltaría más. ¿Cómo va un lector español a buscar a James M. Cain o Ian Rankin en una estantería distinta a la de Edmund Crispin o P. D. James? Si a duras penas sabe pronunciar sus nombres… Por supuesto, podrían estar todos bajo la misma etiqueta de “novela policíaca”, como toda la vida y sin faltar a la verdad. Pero eso no es cool, no es chic, no es hípster, no mola, no está de moda. Lo que mola no es que te guste la novela policíaca, que anda que no ha gustado toda la vida, sino que te guste la “novela negra”, que es lo actual, lo chuli. Sea lo que sea, aunque no lo sea o aunque solo sea lo que los editores españoles (y solo ellos) dicen que es. ¡Qué le den por culo a Montalbán, Javier Coma o Julian Symons! Qué sabrían ellos de vender libros.

 

Hay algo insultante en que ejecutivos, periodistas recién licenciados, expertos en marketing, comerciales y libreros de ocasión (no de profesión), se tomen la libertad de obviar más de un siglo de estudios, taxonomías, debates e investigación teórica, semiótica, sociológica e histórica sobre todo un género literario, solo porque están convencidos de que simplificando y traicionando la verdad van a vender más y mejor. Y solo en España. Por supuesto, ellos son el síntoma pero también la enfermedad, la causa y el efecto: es su constante, lenta pero segura labor de extender la incultura a través de la propia cultura, el analfabetismo a través de la lectura y la ignorancia a través de la farsa divulgativa, la que está produciendo un país simplón y sin matices. Como la clase media, como la burguesía educada, como las humanidades en la universidad, la capacidad de distinguir entre “novela negra” y “misterio criminal” es otra especie en vías de extinción, dada su poca utilidad para la maquinaria editorial, cultural y audiovisual de nuestro país.

 

¿Para qué tantas molestias?


El problema, que a ellos les es indiferente, es que al leer así Magpie Murders de Anthony Horowitz, puede que no nos perdamos la emoción y el “suspense” (risas) de descubrir al asesino o asesinos. Pero nos perdemos toda la carga de profundidad literaria, todo el contenido intelectual de su ingeniosa e inteligente reflexión sobre un género de géneros, reducido por la anomia cerebral y la absurda superioridad imaginaria del editor español con respecto a sus supuestos lectores, a ruinas, incluso confundiendo su sentido original con su perfecto contrario. Algo que en el resto del mundo, de Inglaterra a Japón, de Francia a Rusia, de Suecia a Australia, no ocurre, al menos en este caso concreto. Lo están consiguiendo, por supuesto. Y el futuro pinta, ese sí, muy negro. Pronto, toda la literatura en España será, no lo duden, novela negra.

 

LA DIFERENCIA ENTRE NOVELA DE MISTERIO Y NOVELA NEGRA
EXPLICADA A LOS TONTOS



Un cadáver a los postres (Murder by Death, 1976).
Parodia del misterio criminal clásico 


Un detective barato
 (The Cheap Detective, 1978). 
Parodia de la novela y el cine negro


Jesús Palacios 😈



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