DE BESTIAS Y HOMBRES | Jesús Palacios
Libros 📚🐺
LA BESTIA DE GÉVAUDAN. Abel Chevalley. La biblioteca del laberinto. Madrid, 2021. 176 págs.
oco o nada sabíamos la mayor parte de los humanos españoles, vulgares y molientes, acerca de la llamada Bestia de Gévaudan cuando, allá por el 2001, se estrenó la fabulosa película francesa El pacto de los lobos (Le pacte des loups) del crítico de cine, realizador y guionista Christophe Gans. Aquella espectacular combinación de aventura histórica, terror, acción, fantasía oscura, folletín gótico, artes marciales, spaghetti western y manga, producto eminentemente bastardo y sorprendentemente eficaz, con aires de álbum de bande dessinée, nos descubrió una de las criaturas legendarias más terribles y misteriosas de la Historia, propia de esa fascinante ciencia o seudociencia que ha pasado a denominarse criptozoología.
Por supuesto, la Bestia en cuestión era de sobra conocida en su país de origen, donde se le atribuyeron entre 1764 y 1767 aproximadamente más de doscientos ataques, principalmente a mujeres y niños, con el resultado de ciento trece muertes y casi otro centenar de heridos. La mayor parte de sus víctimas aparecieron devoradas o semi-devoradas, mutiladas y decapitadas. Tal fue la desolación y pánico causados por el monstruo en la región de Gévaudan, en el moderno departamento de Lozère, en la Occitania, que Luis XV se vio obligado a enviar varios cazadores expertos, tropas de dragones y soldados a fin de rastrear, perseguir y dar muerte al animal, eso sí, sin conseguirlo, salvo que diéramos crédito a la criatura supuestamente abatida por el porta-arcabuz del rey, François Antoine, en septiembre de 1765, en Chazes. Como la Bestia no tardó en volver a sus sangrientas andadas por la región, y además el cuerpo del animal, mal disecado y enviado a Versalles, no convenció demasiado a nadie, caben pocas dudas de que se trató de una mistificación en toda regla, a fin de cobrar la recompensa, mantener el estatus y tranquilizar a pueblo y Corte, todo al mismo tiempo y a la vez.
Grabado representando a la Bestia como una hiena furiosa, hacia 1765 |
Pero no es este lugar para intentar resumir, siquiera someramente, la compleja, violenta y singular historia de esta cacería salvaje, con todas sus implicaciones. De hecho, eso es lo que hace La Bestia de Gévaudan de Abel Chevalley, sin duda uno de los textos que más influencia ha tenido en los estudios, teorías y aportaciones posteriores sobre el tema, incluyendo el filme de Gans, que recurre en muchos detalles a sus páginas. Publicado póstumamente en 1936, tres años después de fallecido su autor, el diplomático, erudito anglófilo y profesor Abel Chevalley (1868-1933), el libro, editado por vez primera en castellano —que sepamos— por la siempre interesante colección La biblioteca del laberinto que dirige Francisco Arellano, quien oficia también aquí como traductor, es una suerte de crónica novelada de los acontecimientos principales ocurridos en torno a los ataques de la Bestia, su persecución y consecuencias, atribuido a un ficticio testigo de los hechos, el comerciante y campesino Jacques Denis. Hombre de cierta cultura, pero ajeno a la afectación literaria o la erudición, este personaje, cuya familia sufre directamente los estragos causados por la criatura, ofrece un panorama detallado donde ficción y realidad se funden y confunden, constituyendo un casi perfecto compendio de todos los datos conocidos, aderezado con fascinantes pinceladas costumbristas, históricas, fantásticas y folclóricas.
Grabado del siglo XVII retratando la muerte de la Bestia a manos de François Antoine, enviado del rey de Francia |
En efecto, al hilo de los horribles actos de la Bestia (o bestias) y por boca de su personaje, Chevalley pinta un fresco vívido de la época y los acontecimientos, donde ocupan importante lugar las tensiones sociales entre el campesinado y la nobleza, el medio rural y la Corte, los militares y las gentes del pueblo. Sin llegar, como en la película de Gans, a proponer explicación concreta alguna, mucho menos una conspiración masónica digna de Dumas como la imaginada por el director francés, Chevalley lanza sutiles indirectas al sádico y abusivo conde de Morangiès (villano, precisamente, de El pacto de los lobos), pero también contra Antoine Chastel y su parentela, rudos cazadores cuyo cabeza de familia, Jean Chastel, guardabosques, tuvo fama de brujo, mientras su hermano Jean-Pierre, fue a su vez asesino prófugo. Pero es su hijo Antoine, retornado de sus aventuras por el Mediterráneo en un estado lamentable tras haber sido hecho prisionero y castrado por piratas berberiscos, el sospechoso principal, al menos a ojos de la hermana mayor del protagonista, quien se aproximará peligrosamente a él para intentar averiguar su relación con los horribles crímenes. ¿Será casualidad que Jean Chastel abata a la “segunda” bestia, en 1767? Los Chastel, en buena parte gracias a la obra de Chevalley, han pasado a la leyenda como una familia de dudosa naturaleza: hosteleros, cerveceros y cazadores, pendencieros criadores de mastines, dados a la bebida y la violencia, quizá bandidos, quizá asesinos… quizá, quién sabe, licántropos. Podrían ser una réplica occitana del clan escocés de Sawney Bean o un precedente más salvaje del matrimonio propietario del infame Albergue Rojo, Pierre y Marie Martin, quienes asesinaron a más de cincuenta viajeros que tuvieron la desgracia de hacer parada y fonda en su posada de Peyrebelle, a comienzos del siglo XIX, dando tema a Balzac y a unas cuantas películas francesas más.
Antigua postal con el infame Albergue Rojo de Peyrebelle |
Sin embargo, no se crea que estamos ante una obra donde lo fantástico y novelesco prima sobre lo histórico, más bien al contrario. Aunque Chevalley va trufando la narración con sus propias opiniones y con su ficticia participación en los hechos, en lo esencial La Bestia de Gévaudan es una detallada crónica documental de los horrores cometidos por el monstruo o monstruos, de las medidas tomadas para atraparlo y darle muerte, y de los efectos de todo ello en la región e incluso en el país. El autor maneja datos, documentos, memorias, cartas y noticias publicadas en la época con soltura y detallismo. No faltan las descripciones truculentas de los ataques de la criatura y sus consecuencias más sangrientas. Se nos dan las pormenorizadas descripciones de testigos directos e indirectos, cuya precisión no deja de resulta asombrosa, puesto que obliga a creer que, de una u otra forma y fuera lo que fuese, algún animal extraño, alguna bestia singular, en suma: algún crítptido desconocido debió existir, por mucho que sus fechorías fueran exageradas o confundidas con las de otros animales como lobos… o lobos humanos.
Grabado del siglo XVIII describiendo los ataques de la Bestia |
De no menor interés es el retrato que Chevalley nos pinta de la sociedad rural del momento, con sus terribles desigualdades entre aristócratas y campesinos, que preludian la inevitable llegada de la Revolución. Los abusos de la soldadesca enviada por el rey, los enfrentamientos e intrigas entre los distintos nobles, la iglesia y los cazadores de París o Versalles, la dureza de las condiciones climáticas y geográficas de la región, la evidente falsedad de la supuesta muerte de la Bestia a manos del aristocrático François Antoine y la ineficacia de expertos cazadores como los Duhamel y los d´Enneval... Sobre todo, la indefensión de campesinos y pastores, armados con rudas bayonetas caseras para enfrentarse al monstruo, ante la tácita prohibición de portar fusiles o pistolas.
Grabado representando la heroica lucha del niño campesino Jacques André Portefaix contra la Bestia |
En definitiva: no encontrará el lector español relato más completo y complejo de la historia y leyenda de la Bestia de Gévaudan que esta amena, breve pero intensa crónica novelada de los acontecimientos, indispensable para cualquier amante de los rincones más oscuros, secretos y ocultos de la Historia. Eso sí, que no espere nadie respuestas a lo que no puede tenerlas. Lobo o jauría de lobos salvajes, perro mestizo rabioso, hiena fugada de un circo ambulante, asesino psicópata asilvestrado, mastín de guerra adiestrado para matar, licántropo real o imaginario, conspiradores en la sombra o bandidos sanguinarios y sádicos, tratándose de una época ajena a la ciencia forense, aún menos que en pañales, plagada de superstición, fanatismo religioso e ignorancia, es probable que jamás sepamos la respuesta al enigma.
Personalmente, me inclino a creer en el elemento humano como un factor determinante, sea en alguno o en la mayoría de los casos descritos. Las mutilaciones, decapitaciones y ciertos detalles de los ataques y el estado de las víctimas, casi siempre niños, niñas y mujeres jóvenes, parecen más propios de fetichismos sádicos, necrófilos y antropófagos que de la ferocidad o el hambre animal. Así debió creerlo también Jean Giono, quien a mi juicio se inspira en la leyenda de la Bestia para su magistral Un rey sin diversión (Impedimenta), primera de sus Crónicas de Trièves, publicada en 1947, donde un jefe de gendarmes parisino, Langlois, es enviado en 1843 con sus hombres a esta región de la Provenza para intentar poner fin a las desapariciones, mutilaciones y asesinatos que se producen en la comarca, con resultados no del todo satisfactorios para las gentes del pueblo. Por supuesto, la opción conspiratoria, que combina la participación humana con la animal, elegida por Christophe Gans en El pacto de los lobos, tiene su punto, por fantasiosa y complicada que parezca. Y para el amante de la fantasía, el licántropo o loup garou, que dicen los franceses, explicación a la que apunta entre otras la reciente The Cursed (Eight for Silver. Sean Ellis, 2021), no carece de atractivo, antes al contrario.
En cualquier caso, algo desafía todas las teorías o hipótesis racionalistas, pues, como explica Chevalley: “Para el señor d´Enneval, que sabía mucho de lobos, (…) había en Gévaudan algo más que un lobo o lobos. La Bestia que vio, o «una Bestia como ella», como él decía, era un animal diferente. En este punto, está en línea con el sentimiento del país. Que este sentimiento sea espontáneo; que, por el contrario, sea el resultado de una persuasión colectiva inspirada en la necesidad de personificar el peligro, el infortunio; que haya sido promovida, creada tal vez por la emoción contagiosa de las autoridades civiles, la afirmación explícita de los intérpretes de la voluntad divina, de que existe realmente una Bestia, una sola Bestia, una plaga enviada por Dios; que los desastres demasiado obvios por los que gime el país han sido, por así decirlo, unificados e individualizados en su causa en lugar de permanecer dispersos, y al mismo tiempo magnificados en su naturaleza, impregnados de misterio y más allá, ya no importa. Si no hubiera una Bestia, y esta fuera diferente de los lobos bien conocidos, ¿por qué tendría que tener un precio? ¡Nunca antes, en la memoria humana o ancestral, se había cuestionado en este país, donde los lobos eran más comunes que los zorros, la movilización de poderes externos contra ellos! Extraño retorno… París envió a los d´Enneval a Gévaudan porque eran cazadores de lobos, y la llegada de los d´Enneval reforzó la creencia de Gévaudan de que ya no eran lobos.”
Llámalo lobo, llámalo Bestia… Pero algo hay.
La Bestia según la serie Teen Wolf (2011-2017) |
Jesús Palacios 😈
Ante todo, Hola!, será la primera vez que me dirija directamente a usted aunque le sigo desde que empecé a leer el Fotogramas a principios de los 90. Y, aunque, como también es normal, no coincidimos a algunas cosas, sí que lo hacemos en otras más "particulares" (por poner sólo un ejemplo, creo que debemos ser los únicos en el mundo a los que nos gusta el "Fanático" de Tony Scott, y aún guardo por ahí su crítica en la revista sobre esa cinta jeje).
ResponderEliminarPero yendo al tema (y encantado de leer tu aportación), siempre me ha fascinado la historia de La Bestia de Gevaudan desde que escuché por primera vez sobre ella en un documental allá por mediados los 90 -otra vez- del pasado siglo, y desde entonces debo haber leído casi todo lo existente sobre el caso. Soy fan del misterio por el misterio, de modo que en realidad me encantaba el concepto de no saber lo que pasó o estar a gusto viendo el conjunto de múltiples teorías, por más que cada uno pudiera tener una preferida. Aunque también creo, lamentablemente, que cuantos más documentos históricos coetáneos a los hechos he leído más he llegado a la conclusión que la solución al misterio es la más simple y “vulgar”: un lobo con varias malformaciones físicas atacó con intención predadora a la gente, siendo aquellas las culpables de que se disparase (inevitablemente) el aura fantástica e “inexplicable” que rodea al caso, haciéndolo de paso mucho más famoso que otros ataques mortales de lobos, que en aquellos tiempos no eran para nada extraños (como los de “La bestia de Sarlat” y “Las bestias de Perigord”, que en 1765, en pleno auge de Gevaudan, también dieron un buen quebradero de cabeza –aunque más suave- a Luis XV, matando en cada caso a unas 30 personas en unos pocos meses, antes que dichos lobos consiguieran ser abatidos). Los documentos que en mi opinión son los más importantes en el caso de Gevaudan y los únicos que se parecen algo a una prueba:
1- François Antoine fue el único interesado en sacar algo en claro de las “escenas del crimen”, y dejo apuntado en sus Partes de Caza, que lo único que siempre encontró en ellas fueron huellas de un gran lobo macho, a veces con las de una hembra en las inmediaciones (lo cual se ajusta a los testigos de los ataques en esa época, que decían ver a La Bestia reunirse con una pareja cuando se marchaba). Antoine era bien conocedor de los animales, incluidos Africanos, por lo que su concreción de los lobos (incluido lo de macho y hembra) deja poco lugar a dudas ni error alguno, como única alternativa que estuviera mintiendo por algún motivo.
2- Hay una muy detallada autopsia al animal abatido por Jean Chastel, popularmente llamada “Informe Marin” (escrita en el Castillo de Besque –residencia del Marqués de Apcher- por el notario Marin a partir del examen y medidas del animal tomadas por el Dr.Boulanguer). Dicha autopsia fue descubierta por una investigadora en 1958 en los Archivos Nacionales de Francia. La descripción del animal dada por Boulanguer es tremendamente similar a la de los testigos de los ataques (pelo rojizo, franjas negras a su espalda, pecho blanco y cabeza (y mandíbula y dientes) enormes, incluso desproporcionados) y en su estómago se encontraron restos humanos (“la cabeza de fémur de un infante”), posiblemente su última víctima, que fue un niño de 8/9 años del pueblo de Desges. Y el animal “nos parece un lobo, si bien de apariencia, colores y proporciones extraordinarias y diferentes a los lobos de esta Región … con cabeza monstruosa …”. La dentición no deja lugar a dudas, 42 dientes, luego era un cánido (ni hiena ni león). Podría ser un híbrido perro-lobo pero lo más probable es que fuera un lobo con malformaciones congénitas, las cuales explicarían su carácter extremadamente agresivo, su presumible expulsión de la manada y búsqueda de presas no habituales. De hecho, la inaudita disposición de sus costillas que también describe la autopsia (y por eso los testigos afirmaban que saltaba de forma increíble y giraba la mitad delantera del cuerpo haciéndola casi paralela respecto a la posterior) es una anomalía del plastrón esternocondrocostal; y respecto a su cabeza y diámetro de las patas, desproporcionados respecto al tamaño (aún así, ya grande) del resto del cuerpo, podría ser debido a acromegalia.
ResponderEliminarNaturalmente se podría decir que este documento también es una (elaboradísima) mentira, pero muchas mentiras con muchos cómplices ya me parecen, sin prueba ni indicio alguno de que lo fueran ni un porqué, sólo por el gusto literario de la conspiración.
Pudiera haber algún loco asesino (humano) que aprovechó la presencia e histeria provocada por este animal para hacer también de las suyas, pero dado lo de “las huellas de Antoine”, que todas las víctimas fueron parcialmente devoradas y que todos los –a veces numerosos- testigos hablan siempre y sólo de un animal atacando a las víctimas (y bien que lo vieron, todos los ataques con testigos fueron a plena luz del día y muchas veces en terreno “despejado”: prados, caminos o incluso en las propias calles de los pueblos), diría que “el cánido de Chastel” fue el culpable prácticamente absoluto de lo que pasó en Gevaudan. Aunque podríamos hablar largo y tendido de ciertas “circunstancias especiales” que ocurrieron en el primer año de ataques, pero eso sería para otro capítulo…
Muchas gracias por tus informados y eruditos comentarios, que dejan poco lugar a la especulación. Lo que cuentas suena muy convincente, aunque reconozco que nunca he llegado a investigar tanto sobre el tema. Eso sí: sigo teniendo la impresión de que, como bien dices, es muy posible que uno o varios asesinos muy humanos aprovecharan la situación para llevar a cabo sus crímenes. Una vez más, gracias por la estupenda aportación.
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