MUNDOS EN GUERRA | Jesús Palacios
"Esto no es una guerra", dijo el artillero.
"Nunca fue una guerra, como tampoco hay guerra
entre el hombre y las hormigas".
LA GUERRA DE LOS MUNDOS. Santiago García, Javier Olivares. Astiberri. Bilbao, 2022, 54 págs. Tapa dura. Color.
#scifi #HGWells
Desde su publicación en 1898, La guerra de los mundos de H. G. Wells no ha dejado de crecer y crecer en el imaginario colectivo. Cada época nos ha dado sus propias variaciones e interpretaciones del texto original del gran escritor y pionero británico de la ciencia ficción, entre ellas, como nos recuerda el propio Santiago García, guionista de esta nueva (per)versión del mismo, el filme de 1953 producido por George Pal y dirigido por Byron Haskin, que llevaba la acción del libro a los Estados Unidos de su tiempo, consiguiendo una de las mejores, si no la mejor de las películas de invasión extraterrestre características del periodo, o la deliciosa suerte de ópera rock publicada en 1978 en lujoso vinilo, acompañado de espectaculares ilustraciones, y compuesta por el músico Jeff Wayne con aires sinfónicos, progresivos y melotrónicos en la vena crepuscular de los últimos tiempos del rock sinfónico, al estilo de los discos conceptuales de Rick Wakeman o Alan Parsons
Antes que ellos, por supuesto, Orson Welles había aterrorizado a media América con su adaptación radiofónica de 1938, antecedente de los falsos documentales estilo Bruja de Blair, quizá demasiado exitoso en su casi perfecta fusión de realidad y ficción. Imposible e indeseable enumerar aquí las múltiples adaptaciones más recientes, que pasan por la spielbergización del libro (los marcianos invaden la Tierra al objeto de que Tom Cruise recupere la responsabilidad paterna y salve a su familia, lo demás son víctimas colaterales), la divertida serie de cómic Marvel de los años 70 o las varias versiones en formato serial televisivo —el formato del momento— que van de recuperar el escenario victoriano original a todo lo contrario, pasando por pastiches literarios en plan steampunk, como las novelas escritas por C. A. Powell o Stephen Baxter.
La guerra de los mundos, versión Marvel Comics |
Ahora, tras su adaptación de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson, Santiago García y Javier Olivares van un paso más allá con su reinvención de La guerra de los mundos (los anglófilos “mileniales” que no saben que lo son, porque ya se han convertido en vainas, dirían reimagining, en este blog nos negamos y seguiremos negando a tales aberraciones mientras podamos). El primero, como guionista del invento, lleva la obra de Wells a un ámbito desmitificador muy similar al de las relecturas revisionistas que el cine, tanto en Hollywood como en Europa, infligiera entre finales de los años 60 y la década siguiente a géneros heroicos clásicos como el wéstern, el film noir o la aventura histórica y bélica. Esto es: aplicando y adoptando una mirada inversa. La supuesta víctima convertida ahora en opresor, reflexionando especularmente en los modernos subtextos críticos que La guerra de los mundos puede proporcionarnos hoy, a la luz de una visión desprovista del maniqueísmo, el supremacismo y, por supuesto, el imperialismo propios del momento histórico en que viera la luz originalmente.
Así, la nueva Guerra de los mundos propuesta por García y Olivares remite indirectamente pero con contundencia a filmes como El gran combate (Cheyenne Autumn. John Ford, 1964), Soldado azul (Soldier Blue. Ralph Nelson, 1970) o, más modernamente, Bailando con lobos (Dances with Wolves. Kevin Costner, 1990), en su tratamiento de las guerras indias; a La última carga (The Charge of the Light Brigade. Tony Richardson, 1968), Queimada (Gillo Pontecorvo, 1969), La última cena (Tomás Gutiérrez Alea, 1976) o la pionera La rebelión de los colgados (Alfredo B. Crevenna, 1954), en su reflexión sobre el colonialismo, el imperialismo y la esclavitud; y, por supuesto, a la narrativa anti-belicista y anti-supremacista de crónicas de la Segunda Guerra Mundial como Masacre [Ven y mira] (Idi i smotri. Elem Klimov, 1985); o sobre la Shoáh, como Noche y niebla (Nuit et brouillard. Alain Resnais, 1956), la propia Shoah (1985) de Claude Lanzmann o incluso la mítica serie televisiva Holocausto (Holocaust. Marvin J. Chomsky, 1978). Todo ello, sin querer entrar en los territorios de la Primera Guerra Mundial o Vietnam, de Senderos de gloria (Paths of Glory. Stanley Kubrick, 1957) a El cielo y la tierra (Heaven & Earth, 1993) de Oliver Stone, por poner algún ejemplo.
Cartel alemán del filme Soldado azul (Soldier Blue. Ralph Nelson, 1970) |
Dicho esto, muchos habrán comprendido ya que lo que nos muestran Santiago García y Javier Olivares es, por supuesto, la guerra de los mundos a la inversa. La invasión de un pacífico Marte, poblado por humanoides con una civilización, a juzgar por el vestuario, arquitectura y artefactos exquisitamente dibujados por Olivares, más o menos a la altura de la victoriana inglesa, por unos terrestres —terrícolas, que decíamos antes— que no llegan, precisamente, “en son de paz”.
Utilizando al principio, a imagen y semejanza de Wells, aunque siempre desde el otro lado del espejo, al cabeza de un pequeño grupo familiar marciano como narrador, pronto el punto de vista se hace coral, pasando de personaje a personaje y cambiando también de sexo, pero a través siempre de los trágicos avatares de la familia protagonista, que sirven a los autores para trazar una suerte de historia resumida de la invasión terrícola de Marte, con todas su terribles consecuencias para los marcianos. Desde la intervención bélica inicial hasta los intentos muy posteriores de convivencia con los supervivientes acogidos en la Tierra, tras pasar por las siniestras etapas de los campos de internamiento, la esclavitud, los experimentos médicos, la utilización como gladiadores de los más fuertes y la asimilación final de sus descendientes, nacidos ya bajo el yugo terrestre, condenados a la explotación y el racismo por parte de los terrícolas o, al menos, de los sectores más exaltados y populistas de entre estos. Todo, en aras de la terraformación y colonización del planeta rojo, necesidad perentoria, se sobreentiende, para una Tierra agotada, sin que sus habitantes se planteen ni por un momento los sentimientos, necesidades o, en realidad, la esencial “humanidad” de los marcianos, condenados así al triste destino de los pueblos interesadamente vistos como “inferiores” por sus conquistadores: los nativos de ambos continentes americanos, gran parte de los pueblos africanos, los aborígenes australianos y de las Antípodas en general, y tantas otras culturas y naciones arrasadas, esclavizadas e incluso borradas del mapa a lo largo de la extensa y cruel historia de nuestro planeta.
El guion de Santiago García, ágil, elíptico y rotundo, en alas de la perfecta expresión gráfica que le proporciona el siempre estilizado y personal Javier Olivares, nos obliga a recordar no solo a la Inglaterra colonial y colonialista de la Era Victoriana, así como al resto de potencias occidentales contemporáneas en su cruenta expansión imperialista, sino también al viejo pero no por ello menos aplastante Imperio Romano, a la España imperial de la Conquista, a la política de pureza racial y la guerra relámpago de Hitler y sus ejércitos nacionalsocialistas, a la revolución industrial y agraria de Stalin con sus planes quinquenales, sus éxodos forzosos del campesinado y su Holomodor, y a tantas otras atrocidades cometidas en nombre a menudo de espurios y elevados ideales, tras cuyas lustrosas banderas se ocultan siempre las más bajas ambiciones, necesidades y abusos del poder.
Por supuesto, la gran virtud de Santiago García es no caer en ningún momento en el panfleto, el sentimentalismo o el discurso barato. Su sencillez expositiva y directa narrativa son los mejores embajadores para sus honestas y buenas intenciones. Tan sólo encuentro un defecto que merma el resultado final: la ausencia casi por completo de algún intento de resistencia armada, de oposición organizada y, sí, violenta, a la guerra de exterminio llevada a cabo por la implacable e inhumana maquinaria terrícola. Aunque se apunta brevemente la existencia de algunos marcianos rebeldes, capturados y reducidos pronto a la condición de esclavos o gladiadores para el sacrificio (aquí brilla nuevamente el talento gráfico de Olivares, en el episodio de la arena de combate, evidentemente deudor no de Gladiator, sino del criptomarxista Espartaco de Kubrick), la impresión general es la de que la civilización marciana es totalmente pacífica e incluso pacifista hasta el exceso. No encontramos reflejo invertido alguno del episodio del HMS Thunderchild, el buque de guerra británico que se enfrenta heroica e inútilmente a los trípodes marcianos, o del personaje del fantástico y fantasioso artillero, que sueña no menos inútilmente con organizar una nueva humanidad subterránea, que resista y finalmente venza con el tiempo a los implacables invasores.
El HMS Thunderchild se enfrenta a los trípodes marcianos. Ilustración de Hemrique Alvin Correa (1903) |
Este exceso de “buenismo” en la descripción de sus marcianos resulta, quizás, contraproducente, restando efectividad a la denuncia de su casi exterminio y esclavitud. No olvidemos que los ejércitos colonialistas sufrieron también a lo largo de la Historia rotundas derrotas y victorias pírricas, en buena parte debido a su inherente desprecio por razas, pueblos y culturas consideradas automáticamente “inferiores”. Recordemos brevemente la debacle británica en la batalla de Isandlwana, frente a los guerreros zulú de Cetshwayo, en 1878; la toma de Jartum por los sudaneses al mando del Mahdi entre 1884 y 1885, que costó la vida al general Gordon; o, por supuesto, la derrota y exterminio de los soldados de caballería del teniente coronel Custer en la mítica batalla de Little Bighorn, en 1876, a manos de guerreros lakota sioux, cheyennes y arapahoes.
Little Big Horn, por Dan Miedusch |
Algún episodio similar, por breve que fuera, evocador de estos enfrentamientos o de épicas resistencias en inferioridad de condiciones como las de Masada, Alesia o Numancia, habrían aportado no solo dramatismo, sino también realismo a esta nueva Guerra de los mundos que, quizá por ello, más que guerra resulta, simplemente, invasión o conquista a sangre fría. Nunca vemos bajas terrícolas, ni siquiera por casualidad, lo que no aumenta tanto el prestigio cruel e inhumano de los invasores como merma la humanidad misma de los invadidos.
La lectura anti-imperialista y anti-belicista que García y Olivares ejercen en su revisión del clásico de Wells es, no obstante, no solo pertinente, justa y necesaria, sino, como García comenta también en las última páginas del álbum, trágicamente de actualidad. Los afanes expansionistas de una Rusia que, bajo el yugo autocrático de Putin, ha iniciado inopinadamente la invasión de Ucrania, son ejemplo reciente y en marcha de estas interminables “guerras de los mundos” que tienen lugar constantemente en nuestro propio mundo, sin necesidad de salir al espacio exterior. Y sin olvidar tampoco el impulso expansionista e imperial propio que mueve a los Estado Unidos, China e incluso al terrorismo islámico, a seguir provocando conflictos bélicos crónicos y masacres sin fin. Por otro lado, es una lectura implícita y hasta explícita en la propia novela del escritor inglés. No son pocas las reinterpretaciones en ese sentido que de ella se han hecho en las últimas décadas, pero no se debe olvidar cierto párrafo del libro, que revela buena parte de las intenciones originales del socialista y humanista Wells al escribirlo, y que, refiriéndose a los inexorables marcianos, reza como sigue: “...antes de juzgarlos con excesiva dureza debemos recordar la destrucción cruel y total que nuestra especie ha causado no solo entre animales como el bisonte y el dodo, sino también entre sus propias razas inferiores. A pesar de su apariencia humana, los tasmanios fueron completamente borrados de la existencia en una guerra de exterminio llevada a cabo por los inmigrantes europeos, en el espacio de cincuenta años. ¿Somos acaso tales apóstoles de la misericordia como para quejarnos si los marcianos nos hacen la guerra con el mismo espíritu?”.
No creo descubrir nada a nadie al decir que Javier Olivares es uno de los talentos artísticos más originales y brillantes del panorama nacional e internacional. Su estilo es comparable, en sus propios términos, al de genios tan personales como Miguel Calatayud, José María Beá, Max o Daniel Torres, lo que viene demostrando desde hace décadas tanto en el medio de la historieta como en el de la ilustración y el diseño gráfico en general. Si su singular estilo de líneas angulosas y expresivas, rayando en el expresionismo pero con la nitidez del decó y hasta del futurismo, siempre aporta novedad y frescura a su visión de los clásicos, en este caso resulta especialmente apropiado para retratar una sociedad marciana que, pese a los comentados detalles pseudovictorianos, evoca el constructivismo y el cubofuturismo alienígena de Aelita (Yakov Protazanov, 1924), anticipado por artistas como el simbolista ruso Konstantin Yuon, aunque en este caso no haya astronautas terrestres que conduzcan una revolución proletaria, sino todo lo contrario.
Nuevo planeta, por Konstantin Yuon (1921) |
El rojo marciano, cálido y terroso, contrasta eficazmente con el blanco, el gris y al azul pálido y metálico de las instalaciones terrícolas, transmitiendo la impersonal y fría crueldad del exterminio, la aculturación y la expropiación científicamente programadas y ejecutadas. Todo ello dotado de un dinamismo que se expresa sin brusquedad, en la elegancia del trazo, la línea, la viñeta y la página, organizadas de forma fácilmente legible, destacando las espectaculares dobles páginas que inauguran cada capítulo, así como, ya lo dijimos, el breve episodio del combate de gladiadores. Razón de más para añorar algún momento bélico que hubiera aportado verismo a la historia pero también alicientes gráficos y plásticos para lucimiento del dibujante. Se agradece, por supuesto y como es habitual ya en muchos casos, la inclusión en las páginas finales del álbum del making of, con los comentarios de guionista y dibujante, así como con los maravillosos e imprescindibles bocetos, viñetas y portadas descartadas.
La guerra de los mundos de Santiago García y Javier Olivares resulta, en definitiva, una interesante literariamente y brillante gráficamente relectura del original de Wells que, sin duda, no hubiera parecido desagradable al propio autor y que, como ocurre con buena parte de la obra de este socialista fabiano y utópico devenido inspirador de distopías, trasluce entre líneas, o, mejor dicho, entre viñetas, el pesimismo existencial que le llevaría, tras la Segunda Guerra Mundial, a considerar en su último libro, Mind at the End of Its Tetter (1945), curiosamente sin reeditar o traducir desde hace décadas, que el fin de la humanidad o su sustitución por otra especie no serían, precisamente, sucesos del todo indeseables. Aquí, tendemos a compartir su opinión.
Caricatura de H. G. Wells por Tom Tit (Arthur Good), publicada en 1913 |
Jesús Palacios 😈
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