¿SUEÑAN LOS ANDROIDES CON SINSONTES ELÉCTRICOS? | Jesús Palacios



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SINSONTE. Walter Tevis. Traducción de Jon Bilbao. Impedimenta. Madrid, 2022. 341 págs.

 

Hará casi un par de años todo el mundo vibraba con la serie Gambito de dama (The Queen´s Gambit, 2020), basada en una vieja novela de cierto escritor tirando ya a olvidado y que, desgraciadamente, no había llegado a viejo: Walter Tevis. Yo, alérgico a las modas, pasé de verla. Poco o nada aficionado al ajedrez, que encuentro sobrevalorado como forma de malgastar tiempo e inteligencia, salvo que seas autista o déspota asiático, tampoco sentí el impulso de leer el libro original, aunque posiblemente acabaré por hacerlo algún día. Pero sí que el fenómeno me recordó lo mucho que había disfrutado con un par de novelas de Tevis que obraban en mi poder, desde hacía años: El color del dinero (soy más de billares…) y, sobre todo, El hombre que cayó a la Tierra (soy muy de ciencia ficción, sobre todo antigua). Ambas me habían gustado. En especial, El hombre que cayó a la Tierra. Ambas fueron objeto de sendas adaptaciones cinematográficas, bastante infieles pero al tiempo brillantes. En especial, el filme de Nicolas Roeg, protagonizado por David Bowie. Y este recuerdo me llevó a escarbar en la biblioteca, en busca de otra novela de ciencia ficción de Tevis que recordaba perfectamente haber comprado, mucho tiempo atrás, en una edición saldada de Plaza y Janés: El pájaro burlón. Por suerte, no la encontré.



Digo bien: por suerte. Porque ahora que ha sido publicada de nuevo por Impedimenta, con el título correctamente traducido como Sinsonte, he tenido la oportunidad de leerla en una, sin duda, mucho mejor edición y traducción. Eso sí, lo que ha vuelto a sorprenderme es su altura literaria, su inesperada capacidad visionaria y, una vez más, el delicado equilibrio conseguido por Tevis entre una lectura ágil, entretenida y divertida, y una carga de profundidad emocional, filosófica y humana que te acompaña mucho después de haber cerrado el libro.

 

Walter Tevis (1928-1984)

Sinsonte es una distopía en la tradición de Orwell y Huxley, especialmente en la del segundo, pues su futuro tiene más que ver con la infeliz utopía disfrazada de Un mundo feliz, a base de manipulación química y drogas (el soma), tecnocracia, productividad y conformismo, que con el estado de terror descrito por Orwell, inspirado por sus experiencias con el fascismo y el comunismo estalinista. De hecho, hay algo deliciosamente placentero en la lectura de la novela de Tevis, en su descripción melancólica de un ya no tan lejano futuro siglo XXV, donde la especie humana está al borde de la extinción, tras tres décadas sin que nazcan niños, por motivos que no desvelaré. Un futuro cómodamente controlado por robots, ordenadores y sistemas automáticos cada vez más deteriorados e inoperantes, donde las personas transitan de forma no menos automática en cumplimiento de funciones y labores igualmente sin sentido, felizmente infelices en su ignorancia autoinducida, intoxicados por pastillas, marihuana, televisión y sexo rápido, mientras esperan tranquilamente el final o, de cuando en cuando, lo precipitan suicidándose a lo bonzo de forma silenciosa y serena (gracias, claro, a las drogas), en escenas sosegadamente dantescas, que recuerdan el relato “Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enríquez, aunque sin sus matices feministas.

 

Tan agradable resulta leer la descripción a menudo casi pastoral de este lento apocalipsis futurista, a través de las narrativas de sus tres personajes principales, que me siento inclinado a incluir Sinsonte en el subgénero de cosy catastrophe o “catástrofe acogedora”, que se sacó Brian Aldiss maliciosamente del magín para definir aquellas historias de ciencia ficción apocalíptica, catastrófica o distópica, donde los personajes no sufren tanto como debieran. Lo cierto es que el protagonista principal de Sinsonte, Paul Bentley, sufre, sí, pero sin aspavientos ni excesos trágicos o melodramáticos. Siempre con cierta actitud esperanzada, sin tirar la toalla y disfrutando de su recién descubierto súper-poder: es el último hombre vivo que sabe leer. En cierto momento, Bentley consigue crearse un verdadero entorno hogareño en medio de esta distopía terminal, que reconozco me resulta casi envidiable. Su simpático “autobús mental”, repleto de libros, con su equipo de música, su cocina y su gata Biff enroscada en un rincón, mientras el propio Bentley conduce a través de un desolado paisaje postindustrial escuchando música clásica o a los Beatles, es la imagen misma de lo acogedor. Una forma de vivir el apocalipsis de lo más confortable y placentera que imaginarse pueda.

 

Cosy Catastrophe por Mech_Are_Nick

Bueno, ya lo he dicho: Bentley es el último hombre vivo que sabe leer. Ha aprendido por sí solo, casi por casualidad y con bastante esfuerzo. Y eso le va a costar la cárcel, pero también el encontrarse a sí mismo y, quizás, solo quizás, comenzar a construir un mundo nuevo. En el futuro imaginado por Tevis, los libros prácticamente han desaparecido, el analfabetismo es total y, como consecuencia de ello, no existe el concepto de Historia: “De niño me enseñaron que todo cuanto sucedió antes de la Segunda Edad fue violento y destructivo a causa de la falta de respeto a los derechos individuales, pero nadie me dio detalles al respecto. Nunca desarrollamos un sentido de la historia; todo lo que sabíamos, si es que nos deteníamos a pensarlo, era que antes de nosotros existieron otras personas, y que nosotros somos mejores que ellos. Pero a nadie se le animaba a pensar en algo que no fuera él mismo. «No preguntes, relájate».” Al parecer, la idea de esta distopía analfabeta se le ocurrió a Tevis, según contaba, al observar cómo el interés por la lectura disminuía de forma alarmante entre sus alumnos de la Universidad de Ohio, donde ejercía como… ¡profesor de literatura! ¿A alguien le resulta familiar esta situación? ¿Algún profesor de literatura por ahí…?

 

Varios críticos han emparentado de forma algo superficial Sinsonte con Fahrenheit 451 al hilo de este tema, pero, en realidad, hay una diferencia fundamental que haría estremecer al propio Bradbury: en el futuro de Tevis, la lectura ha muerto de muerte “natural”. No hay una dictadura totalitaria que la condene, no existe un cuerpo policial destinado a su erradicación, no hay tampoco, por tanto, una resistencia oculta que lea, acumule libros, los pase clandestinamente o los memorice para la posteridad. Mary Lou, otro de los vértices del triángulo protagonista del libro, lo descubrirá en la autobiografía de un guionista de televisión, uno de los últimos autores publicados, quien describe así su situación: “Cuando escribo un libro me siento como podría haberlo hecho un estudioso del Talmud o un egiptólogo que, en el siglo XX, visitara Disneylandia. Con la salvedad, imagino, de que yo no tengo que preocuparme de si habrá alguien que quiera oír lo que tengo que decir, ya sé que no hay nadie. Solo me queda preguntarme cuánta gente queda que sepa leer. Unos pocos miles seguramente. Un amigo mío que trabaja a tiempo parcial como director de una editorial dice que un libro tiene una media de ochenta lectores. Le he preguntado por qué no dejan de publicar. Dice que, francamente, no lo sabe, pero que su editorial es una división tan minúscula de la corporación de entretenimiento de la que forma parte que seguramente se han olvidado de su existencia. Él mismo no sabe leer (…)”. ¡Guau! ¿Quién dijo que la ciencia ficción no predice el futuro? ¿Cuántos editores y autores no reconocemos lo tristemente certero de esta profecía?

 

Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966)

Tevis no era un ingenuo, como en cierto modo fuera Bradbury. Él lo veía claro: nadie estaba “obligando” a los jóvenes y a la gente en general a dejar de leer. Lo estaban haciendo por voluntad propia en la medida en que exista algo parecido a la voluntad propia en un mundo mediado e intermediado por la publicidad, la televisión, el ocio espectacularizado y todas las formas fáciles y sencillas de hacernos olvidar el mundo, sin exigir apenas esfuerzo intelectual alguno, puestas a nuestra disposición. Tampoco esperaba que ocurriera exactamente a la vuelta de la esquina. Según él, este proceso comienza en los 70 del siglo XX, pero necesita algo más de quinientos años para que el analfabetismo no solo sea absoluto, sino algo absolutamente normal y normalizado. ¿Alguien ha oído hablar sobre la desaparición de la filosofía como asignatura en la ESO? Ya sé que no es exactamente eso (broma intencionada), pero cuando el río suena… ¿Y qué hay de enseñar la historia de forma “no cronológica”? Eso sí que es el Fin de la Historia, señor Fukuyama.

 

Paul Bentley, quien redescubre el placer y el dolor de leer, de acceder al conocimiento (siempre mayor el primero que el segundo), no es el único protagonista de Sinsonte. Junto a él están, como ya vimos, Mary Lou, otra inconformista, y Robert Spofforth, un apolíneo androide negro Máquina Nueve, asexuado, casi inmortal y cuya Inteligencia Artificial ha sido literalmente moldeada sobre la copia exacta de un cerebro humano. Spofforth es una de las claves, si no la clave, de gran parte de la moraleja de esta novela que, como toda distopía, es, por supuesto, una fábula moral. Repleta, por lo demás, de símbolos y metáforas bíblicas, de elementos reveladores que nos recuerdan constantemente que la ciencia ficción es un género apocalíptico por naturaleza, así como la naturaleza misma del término apocalipsis. Pero sin caer en la ingenuidad o la simpleza, ni perder nunca un sano e irónico escepticismo: “Tal como lo entiendo” reflexiona Bentley, tras descubrir La Biblia, “se supone que Jesús afirmaba ser el hijo de Dios, el supuesto creador del cielo y de la tierra. Eso me desorienta y me lleva a creer que Jesús no era de fiar”.

 

Philip K. Dick (1928-1982)


Spofforth es un personaje digno de Philip K. Dick, con quien el Tevis escritor de ciencia ficción guarda quizá más proximidad que con Bradbury o Huxley. No dudo de que seguramente leyera ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? y, muy posiblemente, otras novelas de Dick. Pero más intrigante aún resulta esta cuestión: ¿habrían leído David Fancher o David Webb Peoples Sinsonte antes de finalizar la versión definitiva del guion de Blade Runner? Bob Spofforth Máquina Nueve parece una versión en negativo y por adelantado del Roy Batty Nexus Seis del filme de Scott (no de Dick). El clímax de ambas, Sinsonte (1980) y Blade Runner (1982), posee curiosos paralelismos, casi especulares y del tamaño de King Kong encaramado a la cúspide del Empire State, que dejaré en el aire, para no contribuir al analfabetismo presente y futuro. Ahí están. Leed la novela.

 

Blade Runner (Ridley Scott, 1982)

En cualquier caso, poco podía sospechar Walter Tevis en 1980 que una cosa llamada Internet, por aquel entonces “arma secreta” del ejército, desempeñaría el trabajo de sus robots, mecanoservos y androides e Inteligencias Artificiales de una forma mucho más rápida, eficaz y global. Pese a lo cual, lo intuyó de forma suficientemente visionaria como para que gran parte de las admoniciones contenidas en Sinsonte no solo sigan siendo de perfecta y alarmante actualidad, sino que nos resulten asombrosa y tristemente pertinentes. Aunque quizás el proceso de analfabetización esté siendo más disimulado, al tiempo que también mucho más rápido y eficaz.

 

Pero no quiero transmitir en estas líneas la impresión de que Sinsonte es una lectura tristona, oscura y deprimente, como suele serlo la de muchas de las mejores (y algunas de las peores) distopías literarias. En realidad, se trata en buena medida de una novela de aventuras, que describe sobre todo la peripecia vital de Paul Bentley, nuevo y renuente héroe civilizador, casi por casualidad. Siguiendo su periplo por la gran ciudad, el amor, la prisión y la autopista, su descubrimiento de la lectura y el conocimiento, su encuentro con las tribus perdidas del cinturón bíblico estadounidense, con sus extraños nuevos cultos, el lector disfruta tanto como el propio Bentley recobrando aquello que nos hace verdaderamente humanos y libres. Creciendo, rompiendo las cadenas de la ignorancia y la auto-indulgencia, al recuperar, por fin, el poder de la palabra y todo lo que contiene.

 

Como ocurre también con El hombre que cayó a la Tierra, Sinsonte posee mucho de sátira, en la tradición de Swift, Samuel Butler o Mark Twain. Hay un constante humor subterráneo, oscuramente divertido, que acompaña y hace digerible la poética melancolía crepuscular del futuro según Tevis, así como cierto inevitable pesimismo propio del género distópico. El momento en que Bentley descubre una fábrica automatizada de tostadoras que lleva confeccionando, quizá desde hace siglos, tostadoras defectuosas que, debido a su defecto, recicla inmediatamente para fabricar nuevas tostadoras defectuosas, resulta tan divertido como siniestramente convincente, digno de una escena de Tiempos modernos (Modern Times. Charles Chaplin, 1936), y perfectamente acorde con la sombría idea de la Megamáquina desarrollada por Lewis Mumford.


Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936)


Tevis domina como pocos novelistas el equilibrio entre forma y contenido. Entre sus oscuros presagios y la necesidad de esperanza. Es un maestro en la creación de personajes que funcionan como símbolos, al tiempo que como verdaderos seres humanos (o no del todo humanos, como el pobre Spofforth), con quienes empatizar e incluso simpatizar. A la vez que distopía o, mejor dicho, anti-utopía clásica, que nos describe la sociedad del futuro con toques satíricos y morales; al tiempo que alegoría apocalíptica, llena de imágenes religiosas e imbuida del espíritu de Blake, T. S. Eliot o de los trascendentalistas americanos como Thoreau y Melville (pero también de mitos pop como King Kong, omnipresente a lo largo de sus páginas), Sinsonte es una historia de aventuras, ágil, llena de suspense, emotiva y plagada con todo tipo de sorpresas a lo largo del camino. No en vano, Tevis estudió creación literaria con A. B. Guthrie Jr., autor de Bajo cielos inmensos (Valdemar), una de las mejores novelas americanas del siglo XX. Y ese luminoso pre-final en el que Paul Bentley y Mary Lou deciden coger su autobús, sus libros y su familia (gato incluido), para dirigirse desde la decadente Nueva York a California, evoca imágenes solares de un horizonte lleno de promesas propias del wéstern clásico (¡Vaya al Oeste, joven!), tanto como del ingenuo y colorista bus psicodélico de los Merry Pranksters de Ken Kesey… Ahora ya sin drogas, instrumentalizadas perversamente por el statu quo para la idiotización global del personal.

 


Walter Tevis, cuya corta vida estuvo marcada por el alcoholismo, la enfermedad y la pasión literaria, falleció de cáncer en 1984, con solo 54 años. Pero el pequeño corpus de novelas que nos legó es inmenso. Solo cabe esperar que todas ellas vean de nuevo la luz en castellano en ediciones tan cuidadas y bien traducidas como esta de Impedimenta, pues todavía nos falta, que yo sepa, su tercera y última obra de ciencia ficción: The Steps of the Sun (1983), que, entre otras cosas, describe un futuro en plena crisis energética donde el nuevo súper poder dominante es el de… ¡China! Hay que joderse.

 


Mientras, un par de reflexiones finales:

¿Por qué hacer un remake en formato serie de El hombre que cayó a la Tierra con un protagonista negro, cuando uno de los principales personajes de Sinsonte es negro?

 

Y… ¿Cuántos fans seriófilos de entre quienes llenaron las redes sociales con críticas y reseñas de Gambito de dama han leído la novela? ¿O cualquier otra de Tevis?

 

La cuenta atrás para el siglo XXV, ha comenzado.


Jesús Palacios 😈 

 

Harold Copping, The Dunce (1886)



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