Eros y Teratos: El arte de amar lo extraño y grotesco | Rakel S.H.


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Artículo publicado en el fanzine para adultos Guapos y Solteros, dirigido por Julián Almazán, en el número correspondiente a invierno 2021.

Ya lo decía la Orquesta Mondragón en su Caperucita feroz, con palabras del poeta Luis Alberto de Cuenca: Y lo que quiero es tu cuerpo tan brutal / Y lo que adoro es tu fuerza de animal / Si con tus garras me quisieras tu abrazar / Si con tus dientes me quisieras tu besar”, y es que lo monstruoso nos seduce de manera inexplicable ―o casi― y poderosamente irresistible. Puede que sea por la mera fascinación de lo desconocido o porque en el fondo nos guste sentirnos vulnerables, aunque podamos poner en peligro nuestra propia vida, pero en cualquier caso, desde el elegante vampiro hasta la sucia Cosa del Pantano, pasando por las infinitas variables y parafilias de las que es capaz la mente humana, los monstruos y lo freak conforman un grupo heterogéneo dentro de nuestras fantasías sexuales más o menos inconfesables.

Suele ser habitual que abramos nuestras ventanas antes al chupóptero preferido de todos que al peludo licántropo. Sin embargo, esa imagen de Adonis en atuendo vintage y con peligrosos colmillos, popularizada y explotada hasta la saciedad en cine y televisión, como el elenco ultraterreno de Entrevista con el vampiro (Interview with the Vampire. Neil Jordan, 1994) o los bellos hermanos Salvatore de la serie Crónicas vampíricas (Vampire Chronicles, 2009-2017), no hacen sombra al mórbido Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht. W. Herzog, 1979) interpretado por Klaus Kinski, cuyo rostro demoníaco fascina y aterroriza a partes iguales, como tampoco al Drácula de Coppola en su forma bestial: pensemos en la escena tremendamente erótica en la que monta a Lucy en el jardín, bajo su apariencia más animal.



Reza el dicho: “la belleza está en el ojo del que mira”. Una criatura grotesca puede atraernos al abismo de las pasiones innombrables e inspirar nuestros más húmedos sueños. Bien sea a la manera sensiblera de Elisa con su hombre anfibio en La forma del agua (The Shape of Water. Guillermo del Toro, 2017), como fantaseando con posesiones de súcubos e íncubos o con encuentros con alienígenas de todos los tamaños y colores, queda claro que algo nos atrae hacia lo diferente y fuera de la norma, aunque sólo sea por darle chispa a esta vida tan previsible, por puro morbo y gusto por otras texturas y sabores, inclinados a la subversión de lo moralmente aceptado por la mayoría.

La fascinación juega aquí un papel fundamental. Se ha hablado mil veces de la figura carismática del vampiro, pero poco de su naturaleza depredadora y dominante. Lo cierto es que, en este caso, somos fans de un monstruo para el que no somos más que un jugoso tentempié, pero nos abandonamos felizmente en sus brazos a una muerte masoquista mientras nos succiona hasta la última gota de vida. Este deseo se conoce como hibristofilia: la atracción por violadores y asesinos. De alguna manera, la proximidad de una muerte violenta, sabiéndonos víctimas en peligro, nos seduce tanto como esa paradójica atracción por el vacío que experimentan los fóbicos a las alturas.


Personajes de Vampire Chronicles

Esta hibristofilia, relaciona las figuras del vampiro o el licántropo con la del asesino en serie, tanto en la realidad como en la ficción, y si bien Hannibal Lecter no era un engendro de la naturaleza para la vista, sí podemos hablar de ese “hombre que es un lobo para el hombre” ―Homo homini lupus, de Plauto (254-184 a.C.)― popularizado por el filosófo Thomas Hobbes, que se convierte en obsesiva atracción erótica para Clarice Starling en El silencio de los corderos (Silence of the Lambs. Jonathan Demme, 1991).

Mientras la imagen gótico-romántica, a veces más gótica y a veces más romántica, del vampiro ya forma parte de nuestras fantasías eróticas más normalizadas, las criaturas de naturaleza bestial como el licántropo o el tritón pertenecen todavía al terreno de nuestros secretos impúdicos. En Retrato de una obsesión (Fur: An Imaginary Portrait of Diane Arbus. Steven Shainberg, 2006), la genial fotógrafa de freaks Diane Arbus, interpretada por Nicole Kidman, se enamora apasionadamente de Lionel Sweeney, un hombre con hypertrichosis. Ciertamente, nadie le haría ascos a Robert Downey Jr. una vez depilado, pero cubierto de vello nos encontramos ante la atracción que ejerce la suave textura de una piel peluda en extremo, la hirsutofilia, adentrándonos, incluso, en los extravagantes confines del mundo furry y su variante sexual, yiff, aparte de las deliciosas monadas de King Kong (E. B. Schoedsack, M. C. Cooper, 1933), herederas de la poética del amor fou modelado sobre el mito de La bella y la bestia, o sátiras tan eróticas y freaks como Se acabó el negocio (La donna scimmia. M. Ferreri, 1964). No trataré aquí, sin embargo, parafilias relacionadas con deformidades humanas como las fotografiadas por Arbus o inmortalizadas por la escandalosa Freaks (T. Browning, 1932), pues prefiero centrarme en la teratología fantástica, que es lo que me pone.


La Belle et la Bête de Jean Cocteau (1946)

The Company of Wolves de Neil Jordan (1984)

El licántropo es una criatura muy compleja desde la perspectiva erótica. Más allá de la cuestión del pelo y la excitación causada por la visión o tacto de la piel (dorafilia), el hombre o mujer-lobo representan la total liberación de los instintos y abandono de la civilización. Personifica al amante salvaje ―casi animal o casi humano, según versiones―, generalmente de grandes y poderosas dimensiones (macrofilia), con el que perderse, por qué no, en la espesura del bosque y de su vello aterciopelado. Algo de zoofilia también habrá en estas fantasías, no lo niego, pero al fin y al cabo, ¿acaso no queremos ser todos animales en la cama…? Una de las más hermosas y excitantes muestras de tales pasiones animales la encontramos en La bestia (La bête. Walerian Borowczyk, 1971), en este caso una especie de hombre-oso anhelante de jóvenes virginales que no sabe bien lo que le espera. Metamorfo ya tratado por Prosper Mérimée en su novela corta Lokis. Le manuscrit du professeur Wittembach, de 1869, adaptada a la pantalla en 1970: Lokis. Rekopis profesora Wittembacha, de Janusz Majewski.



La bête de Walerian Borowczyk (1971)

Cuando hablamos del erotismo de hombres y mujeres-bestias no podemos olvidar a los más sexis del zoo-pódium: los sinuosos y misteriosos felinos. Recordemos a La mujer pantera (Cat People. 1942) de Jacques Tourneur o su lujurioso remake, El beso de la pantera (Cat People. 1982) de Paul Schrader, con unos exquisitos Nastassja Kinski y Malcolm McDowell haciendo de las suyas en parajes reales y oníricos, alimentando nuestra fogosa imaginación. Estas relaciones con y entre hombres-gato nos han proporcionado historias tan sugerentes como la memorable Sonámbulos (Sleepwalkers. 1992), de Mick Garris con guion de Stephen King, en la que disfrutamos de la magnífica Alice Krige, que tanto nos excita interpretando a una tentadora madre-felina obsesionada con su hijo, como siendo híbrida Reina Borg en Star Trek: Primer Contacto (Star Trek: First Contact. Jonathan Frakes, 1996). Serán sus andares de dandi peligroso o femme fatal, será el misterio asociado a ellos en distintas culturas, adorados como dioses o temidos como demonios, pero “lo felino” nos atrae en un sentido dulcemente perverso.


Cat People de Paul Schrader (1982)


Recorrer los senderos que van del suave terciopelo a los ensueños libidinosos de pieles escamosas o viscosas parece retrotraernos a nuestros orígenes acuáticos y el cine se ha encargado de convertir en objetos de deseo a los hombres-anfibio o pez que, como las falsas sirenas que pasaron de horrendas arpías de bellas voces a seductoras féminas con cola de pescado, se nos venden como atractivos monstruos de torso fibroso y mirada lánguida en La forma del agua o en Hellboy (2004) y Hellboy 2: El Ejército Dorado (Hellboy 2: The Golden Army, 2008), todas de Guillermo del Toro, quien en su línea blanda prefiere arquetipos betas a los alfas dominantes, optando por monstruos de perfil más bajo, adorables y predispuestos a una posición pasiva en la amatoria. Nada más lejos de La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon. Jack Arnold, 1954), los violadores Humanoides del abismo (Humanoids from the Deep. Bárbara Peeters, 1980) o la reina marina en la que se metamorfosea la bellísima Rya Kihlstedt en La Criatura (She-Creature. Sebastián Gutiérrez, 2001). El sector femenino parece más dispuesto que el masculino a los disfrutes erotico-festivos con una criatura acuática de apariencia menos humana ―por aquello de que “la belleza está en el interior”, supongo―, aunque se trate, claro, de una apariencia que el cine se ha encargado de mejorar y dulcificar en cierto grado. Una excepción sería La piel fría (Cold Skin. Xavier Gens, 2017), según la novela de Albert Sánchez Piñol, con marítima mujer-monstruo de perfil bajo, adorable y salvable por un humano enamorado. Personalmente, prefiero la erótica de La mujer y el monstruo, pero para gustos, pescados.


Hellboy II: The Golden Army de Guillermo del Toro (2008)

Cartel de Humanoids from the Deep de Bárbara Peeters (1980)

She-Creature de Sebastián Gutiérrez (2001)


Creature from the Black Lagoon de Jack Arnold (1954)

Continuando en el mismo puesto del mercado, pulpos y tentáculos constituyen un género propio, muy popular en la erótica japonesa. Dado que durante muchos años no estaba permitido mostrar los órganos sexuales en las artes, se podía representar escenas sexuales gráficas esquivando la censura mediante monstruos tentaculados.


Eroguro. Horror y Erotismo en la Cultura Popular Japonesa, obra colectiva coordinada por Jesús Palacios, Editorial Satori, 2018 (imagen tomada de Momoko.es)

Como explica Jesús Palacios en su texto del libro Eroguro. Horror y erotismo en la cultura popular japonesa (Pag. 296, Ed. Satori, 2018): <<Sin duda, el más conocido y singular de estos subgéneros no es sino el shokushu goukan, la “violación con tentáculos”, una variedad hentai donde el sexo gira en torno a criaturas monstruosas y multitentaculares que se las apañan para apoderarse constantemente de los personajes femeninos —y a veces de alguno masculino—, sometiéndolos a penetraciones múltiples por todos y cada uno de sus orificios naturales, y algún otro cuya existencia ni siquiera habíamos sospechado. Lógicamente, para que estas grotescas escenas de sexo tentacular tengan lugar, lo normal es que se desarrollen dentro de tramas que incluyen la aparición de criaturas monstruosas, demonios o invasores alienígenas dotados de múltiples apéndices fálicos y ansiosos de carne femenina. Un precedente de este sorprendente exceso pornofantástico podemos encontrarlo en el clásico grabado en madera de Hokusai El sueño de la mujer del pescador, una deliciosa obra característica del estilo ukiyo-e, predominante en la Era Edo, que muestra a una mujer desnuda en brazos —perdón, en tentáculos— de un par de pulpos gigantes, bien atareados […] Habrá que esperar, al menos según los expertos, hasta que en 1986 el prestigioso Toshio Maeda cree su serie de manga Chojin densetsu Urotsukidoji, con la que obtendrá un éxito inmediato, dando lugar a una larga serie de filmes animados>>.


El sueño de la mujer del pescador, xilografía de Katsushika Hokusai (1814)


La textura gomosa, la succión de las ventosas, la presión y sujeción y, por supuesto, la penetración múltiple, hacen de estas criaturas un mar de posibilidades, así como un excelente candidato para el arte de la amatoria teratofílica, y si le añadimos además el plus de deidad primigenia lovecraftiana…, pero la erótica de dioses, demonios y seres inter-dimensionales, por monstruosos que sean, se nos escurre ya de las manos.

Si tierra y mar ofrecen un amplio abanico de amantes monstruosos a elegir, imaginemos lo que nos puede regalar el espacio exterior. De hecho, contamos con abundantes testimonios de personas que han “disfrutado” de una abducción con carácter sexual, por lo que intuimos que los alienígenas se sienten atraídos por los humanos o más bien que  humanos imaginativos se sienten atraídos por los seres alienígenas (exofilia). En la década de 1930, las portadas de los pulps popularizaron la grotesca criatura extraterrestre de ojos saltones y gran tamaño, el bug-eyed monster (BEM) que secuestraba y miraba con lujuria a voluptuosas damas en apuros. Aunque hubo un periodo de preferencia por aliens altos, rubios y guapos durante los años 50, pronto fueron reemplazados por hombrecitos grises menos agradables y con idénticos y enormes ojos de voyeur. No debemos olvidarnos en este apartado de la estética biomecánica eminentemente sexual de los extraordinarios, extraterrestres y extra-todo diseños de H.R. Giger para Alien: el octavo pasajero (Alien. Ridley Scott, 1979) y la sensual criatura de Species (Roger Donaldson,1995).


Ejemplo de portada pulp de bug-eyed monster (BEM)

Species de Roger Donaldson (1995)

Seguramente, cualquier lector habrá podido encontrar aquí alguna parafilia monstruosa con la que identificarse, al menos un poco, a pesar de que sólo se trata de una breve muestra. Si es así, no se asuste ni avergüence, pues ello sólo demuestra que la imaginación sigue siendo ese maravilloso y pecador Jardín de las delicias en el que sentirse realmente libre.


Rakel S.H. 👽


<<¿Te parezco sexy?>>




 

 

 

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