EXTRAÑOS COMPAÑEROS DE CAMA │ Jesús Palacios
Cómic💥
EL AMANTE DE LADY FRANKENSTEIN.
Patricia Breccia y Hernán Migoya. Sapristi comic. Ed. Roca. Barcelona, 2021.
120 págs.
Era una noche desapacible e insomne. Perturbado por una indefinible sensación de hastío, poseído por una absurda irritación, víctima de esa molesta combinación de frescor y calor otoñal al tiempo, propia de finales de septiembre, que se colaba indecisa por la ventana entreabierta del dormitorio, no tuve más remedio que hacer a un lado la sábana arrugada, convertida en incómodo revoltijo a base de remover mi inquieto cuerpo semidesnudo, para, silenciosamente, levantarme y abandonar el dormitorio. Con cuidado de no despertar a mi compañera, plácidamente sumida en los brazos de Morfeo, atravesé a tientas el salón, cubriendo mis carnes bajo la vieja y querida bata con estampado de leopardo. Mis ojos se acostumbraron pronto a la semipenumbra y entonces, allí, agazapado como la serpiente tentadora en el Jardín del Edén, destacando su blanco espectral sobre la masa oscura del sofá desvencijado, contemplé mi ejemplar de El amante de Lady Frankenstein, cuya obscena portada me miraba desafiante en su descaro. Sin dudarlo, me senté, lo abrí… Y empezó la orgía.
Porque en buena medida eso es El amante
de Lady Frankenstein, una sangrienta orgía erótico festiva inconcebible,
producto de la calenturienta, mórbida y grosera a la par que erudita mente de
su guionista, Hernán Migoya, y del talento gráficamente perverso, sensualmente
brutal y lascivo de la ilustradora Patricia Breccia. Entre ambos, en procaz
coyunda artística, han dado a luz (o a oscuridad) una antinatural criatura
hecha de retales bien cosidos procedentes de dos exquisitos cadáveres
literarios, que forman parte del imaginario universal: Frankenstein o el
moderno prometeo (1818) de Mary Shelley y El amante de Lady Chatterley
(1928) de D. H. Lawrence. Uno, trajo al mundo a la doliente Criatura producto
de la hubris desmedida del científico loco por excelencia, Victor
Frankenstein, dando forma de un plumazo a dos arquetipos fundamentales y
fundacionales: el mad doctor y su “monstruo/víctima”, que no han dejado
de acompañarnos desde entonces en múltiples formas, formatos y fórmulas
alquímicas, recordándonos que el hombre no debe desafiar a Dios o a la Naturaleza,
que el monstruo y su creador intercambian fácilmente sus papeles, amén de que
el primero acaba siempre por ser víctima no sólo del segundo y de su indeseada
condición, sino del injusto rechazo criminal de ese otro monstruo con cabeza de
Hidra que se llama humanidad. El otro, desafió las convenciones sociales y
morales de un tiempo no tan lejano, pergeñando a su vez una situación y
personajes no menos prototípicos y ejemplares: el triángulo carnal y alegórico
compuesto por el impotente e impedido Sir Clifford; su insatisfecha e
igualmente aristocrática esposa, Constance, Lady Chatterley; y el jardinero y factótum
de la mansión, el apuesto Oliver, en cuyos fornidos brazos de clase baja
encontrará la segunda no sólo la satisfacción de sus deseos naturales, sino la
clave de la felicidad terrena e incluso trascendente. Tres personajes repetidos
también en diferentes versiones y perversiones a lo largo del tiempo, símbolo
pluscuamperfecto de la eterna batalla dialéctica entre lo apolíneo y lo
dionisíaco, la lucha de clases (británica y universal), lo viejo y lo nuevo, la
decadencia y el renacer eterno y cíclico, entre otras hierbas salvajes. Con
estas dos obras maestras seminales, en el más literal de los sentidos, y
emulando por un lado ese Frankenstein cinematográfico hecho con retazos de
cadáveres recosidos, y por otro, la ruptura iconoclasta de tabús morales,
sociales y sexuales del en su día prohibido libro de Lawrence, Migoya y Breccia
construyen, deconstruyen, destruyen y vuelven a construir, un monstruoso
juguete mítico y erótico, salvaje, descreído, irrespetuoso, culterano y zafio a
pedazos desiguales, cuyo irresistible encanto es mucho más que la suma de sus
partes.
Mary Shelley y su Criatura
(Autor desconocido) |
Y es que si a Jane Austen le sientan bien
los zombis, a Mary Shelley el encamarla con D. H. Lawrence le ha sentado de
maravilla, rejuveneciendo un discurso cooptado últimamente por feministas sin
sentido del humor y moralistas varios de nuevo cuño y rancio aroma, al ponerlo
en contacto con la dionisíaca exaltación de un sexo que, dejando atrás incluso
al propio Lawrence, hace descender a sus criaturas por los tortuosos caminos de
Eros y Tánatos, añadiendo al espermático cóctel gotas cuando no chorros de
Freud, Grand Guignol y hasta porno hardcore, que no pueden sino
exaltarnos a su vez hasta alturas priápicas y afrodisíacas. Mezclando parodia
con homenaje, demostrando una tan penetrante como cómplice lectura de ambos
clásicos, Migoya perpetra un guion que alardea de literarias hipérboles
románticas para romper con ellas brusca y jocosamente al introducir poco a poco
y más y más a cada página, términos canallas, extemporáneos y obscenos, que
harían arder las mejillas de Mary con mal disimulado bochorno.
Divida en tres actos, a la manera clásica,
la tragedia se desarrolla ante nuestros ojos desorbitados con una actitud de
sano amor hacia los originales literarios y una más sana aún iconoclastia punk.
Cualquier otra cosa hubiera sido hipocresía, máximo pecado para el guionista a
lo largo de su ya dilatada y estupenda carrera como escritor, convirtiéndose en
traición no tanto a la letra como al espíritu que anima estas dos obras
violadas con amor por Migoya y Breccia. Porque gracias a su desinhibida,
gráfica y pornográfica adopción —que no adaptación—,
tanto Frankenstein como Lady Chatterley recuperan lo que fue siempre su mejor
virtud y raison d´etre: despertar conciencias, desafiar convenciones e
incluso escandalizar. Algo que a lo largo de años de amansar a las bestias, de
secuestrarlas y amaestrarlas para el circo mediático, nos ha hecho olvidar que
la Criatura de Frankenstein y el adulterio místico de Lady Chatterley deben
seguir siendo indomables, intratables e inasequibles a esa domesticación que
les despoja de su sentido esencial, para convertirlos en peleles de los nuevos
lobos puritanos, disfrazados con pieles de cordero pascual, laico y liberal.
Lady Chatterley´s Lover VIII (1961) por James Lawrence Isherwood (1917-1989)
El amante de Lady Frankenstein
propone un discurso de apropiación que esconde, bajo capas y capas de humor
negro, parodia y delirio, la recuperación justa y necesaria de la esencia
libertaria, dionisíaca, inconformista, erótica y lúdica de los clásicos a los
que aparentemente execra y profana, para reificarlos así en potentes artefactos
explosivos culturales que hagan estallar en mil pedazos las presunciones y
asunciones moralistas, académicas, aburridas y reaccionarias que en torno y
sobre ellos se han construido en las últimas décadas. El amante de Lady
Chatterley se publicó poco más de cien años después que el Frankenstein
de Mary Shelley, y casi otros cien han pasado hasta este perverso recontar de
ambos, pero sin duda sus autores nos muestran y demuestran que las cuestiones
puestas sobre el tapete en su día por aquellos clásicos —que
por algo lo son—, siguen siendo
relevantes, molestas y, por supuesto, siguen también sin tener respuesta. La hubris
de Victor Frankenstein, que tan nefastas consecuencias tiene para Elizabeth,
sigue siendo la misma que está convirtiendo en monstruosidad sin cualidad
redentora alguna la ciencia actual, poseída de ínfulas religiosas y
totalitarias, omnipresente desde las redes de Internet que nos esclavizan hasta
los laboratorios que elaboran nuevas gripes con sus correspondientes vacunas.
La síntesis de cuerpo y mente a través de un sexo sin barreras de clase, género
o creencias, un sexo sagrado en sí, por sí y para sí, como liberación
definitiva de las ataduras morales y sociales, que mueve a los personajes
complejos y acomplejados de Lawrence, está hoy más lejos que nunca de ser
alcanzada. Cuando aquellos y aquellas que se proclaman herederos de Mary
Shelley y D. H. Lawrence son, precisa y perversamente, quienes más a menudo
traicionan su herencia, queda en manos de terroristas cultos y culturales como
Migoya y Breccia arrebatarles esta farisaica presunción y echarles a la cara
sus preciados y domesticados mitos, reconvertidos en salvajes bestias
despreciables, carnales y carnívoras, violentas y viscerales.
Al éxito de esta orgía iconoclasta, de este
parto obsceno, contribuye definitiva y definitoriamente el arte excesivo y
asilvestrado de Patricia Breccia. Su estilo directo, de trazo grueso y
expresivo, su blanco y negro de masas y líneas fuertes y contrastadas, posee un
equilibrio peculiar entre el dibujo clásico, que conviene al sujeto desde el
punto de vista literario, y la brutalidad descarnada o más bien muy carnal de
su erotismo desatado, que agrede y transgrede las fronteras con la pornografía
tanto como entre la vida y la muerte. La sensualidad exagerada se solapa así en
sus viñetas con sangrientas y gráficas mutilaciones, heridas y deformidades
grotescas, maridando lo granguiñolesco y truculento con lo romántico y erótico,
sin prejuicio ni perjuicio alguno, descuidando el detalle molesto que pudiera desviar
nuestra atención de la fiesta lúbrica y gótica que celebran juntos y revueltos
los histéricos protagonistas de la historia. Adiós a los atormentados héroes
relamidos, esbeltos y mariposones; adiós a las aniñadas y lolitescas heroínas
del manga de moda, bienvenidos a un universo erogótico e
hiperbólico de cuerpos masculinos musculosos y hercúleos, de mujeres maduras
con formas plenas y senos gloriosamente llenos y pesados, de rostros deformados
por el placer o el horror, monstruosamente quemados o mutilados, felizmente más
próximo siempre al grosero y excitante arte de los fumetti eróticos
italianos o de un Solano López menos encorsetado y limpio. El apropiado para
esta relectura entre paródica y poética, desabrida y descarada, de sus clásicos
modelos victorianos (que no son tales, pese al tópico gratuito: los dos se
publicaron durante los reinados de Jorges bien distintos y distantes, pero
Jorges ambos).
Desde Carne para Frankenstein (Flesh
for Frankenstein, 1973) y Sangre para Drácula (Sangue per Dracula,
1974), aquellas fantásticas reinvenciones del gótico clasificado “S”,
perpetradas por Paul Morrissey y Antonio Margheritti a partes desiguales bajo
los auspicios de un cínico Andy Warhol, nadie se había atrevido a resucitar los
clásicos del género con tanta energía, descaro de pornógrafo y secreta
admiración de voraz erudito que intercala, entre exabruptos groseros y
violentas jodiendas, referencias a Rider Haggard o Nietzsche, mezclando
impúdicamente alta y baja cultura, citas literarias y guiños a la mitología
cinematográfica y pop, al tiempo que haciendo gala de diálogos abisales, que
resumen complejas cuestiones filosóficas y existenciales a través de una
sardónica síntesis dialéctica entre texto y dibujo, no exenta de ironía. El
amante de Lady Frankenstein, frente a tanta tontería cursi y gazmoña, tanta
reescritura feminista de cuarta categoría y tanta hagiografía banal como
desatara hace un par de años el aniversario de la publicación de Frankenstein,
resulta una propuesta mucho más inteligente y profunda, a la par que lúdica y
lúbrica, que marca distancias con esas novelas gráficas pedantes y cobardes que
tanto se prodigan en gestos de buenismo, tan fáciles como aburridos, inútiles e
inoperantes.
Pasada la última página de El amante
de Lady Frankenstein, me levanté del sofá, olvidadas las angustias del
insomnio otoñal, para, sin poder disimular una poderosa y casi dolorosa
erección, que difícilmente sabría si atribuir antes a las imágenes de bestiales
jodiendas o a su brutal combinación con amputaciones, sangrientos asesinatos y
necrófilas pasiones, volver silenciosamente en dirección al dormitorio. Mi
sombra cubrió amenazadora la menuda figura femenina que dormía, profunda e
inocente, entre las sábanas, ajena a mis zozobras y, deslizando suavemente el
embozo, con tal arte que ni siquiera una mariposa habría notado el movimiento,
me incliné, babeante y tembloroso sobre ella. Y entonces…
(¿Continuará?)
P. D.: ¡Cómo añoro Kiss Comics!
Al final, una revista mucho más radical y necesaria que El Víbora.
Jesús Palacios 😈
https://www.rocalibros.com/sapristi/catalogo/Hernan+Migoya/El+amante+de+Lady+Frankenstein
Comentarios
Publicar un comentario