DIVINE LOVECRAFT | Jesús Palacios

 


 Libros 📚

BOHEMIOS DEL VALLE DE SESQUA. W. H. Puigmire. La biblioteca de Carfax. Madrid, 2021. 251 págs.

 

El mundo lovecraftiano o, por mejor decir, los mundos lovecraftianos están repletos de sorpresas. Es imposible que el Solitario de Providence fuera capaz de imaginar siquiera que, más de ochenta años después de su fallecimiento, sus obras y personalidad pudieran llegar a convertirse en objetos de verdadero culto al nivel al que han llegado en pleno siglo XXI. Por mucho que durante su vida fuera capaz de reunir en torno suyo a un buen número de autores devotos de sus relatos, escritos y, sobre todo, ideas y conceptos; por mucho que, como santo patrón del fandom, su correspondencia le pusiera en contacto con decenas de aficionados y seguidores; y por mucho que no demasiado tiempo después de su muerte prematura fueran ya muchos, aunque sobre todo, por supuesto, el entregado August Derleth, quienes se sintieran llamados a preservar, editar y reeditar sus obras y mantener vivo su recuerdo, así como la importancia seminal de su forma de entender y ejercer la literatura de horror y fantasía especulativa; pese a todo ello, insistimos, nadie podía sospechar que el género fantaterrorífico del nuevo milenio seguiría siendo dominado, al menos en gran parte, por su sombra inmensurable.

 

H. P. Lovecraft (1890-1937)


No sólo eso, sino que HPL acabaría por descubrirse como una suerte de filósofo involuntario para el siglo XXI, cuyas nociones sobre el miedo, la existencia, el universo, el ser humano y la naturaleza misma de la realidad, devendrían, a través sobre todo de su concepto central: el Horror Cósmico, en parte del discurso actual de filósofos, académicos, científicos, pensadores e intelectuales de toda laya, ajenos en buena medida al medio especializado de la literatura fantástica, que usan y abusan de las ideas de Lovecraft para sus propias narrativas, a veces incluso de forma paradójica y contradictoria. Si entre las décadas de los 60 y los 80, Lovecraft y lo lovecraftiano fueron “víctimas” de la apropiación de intelectuales excéntricos y peculiares, a menudo con un pie (cuando no los dos) en el Ocultismo, la paraciencia y la Contracultura, como Colin Wilson, Pauwels y Bergier, Robert Anton Wilson, Kenneth Grant o William Burroughs, en el nuevo milenio son figuras procedentes del medio académico, universitario o intelectual más amplio quienes nutren con él su discurso o encuentran elementos de valor en su obra, como es el caso de Eugene Thacker, Ray Brassier, Reza Negarestani, Quentin Meillassoux, Graham Harman y otros filósofos asociados al Realismo Especulativo y corrientes afines, el del polémico novelista francés Michel Houellebecq, o el de los guionistas, magos y escritores de culto Alan Moore y Grant Morrison, entre otros. Por eso, un poco agotados y agobiados por esta eclosión de lovecraftianos “serios” y de pro, tanto como por la insistencia en analizar hasta la última coma y el último acento de los textos del escritor, tendencia representada por estudiosos enciclopédicos y enciclopedistas del saber lovecraftiano como S. T. Joshi o especializados en alguna de sus facetas, como Jason Colavito, recibimos como un soplo de aire fresco (aunque suene paradójico, hablando de los efluvios de Yuggoth) la publicación por vez primera en nuestro país de algunos de los relatos del ya fallecido W. H. Pugmire, uno de los más interesantes autores de ficción lovecraftiana de los últimos años, gracias al excelente trabajo editorial de La biblioteca de Carfax. En concreto, los reunidos en su primera colección de cuentos: Bohemios del valle de Sesqua, publicada en 1997.

 

Portada de la edición americana de Bohemios del valle de Sesqua, por Gwabryel


Lejos de las reflexiones crípticas y sesudas de profesores de filosofía y académicos, lejos de aburridas y áridas polémicas en torno al racismo, el sexismo, el fascismo y el resto de “ismos” desagradables y peyorativos que se acumulan sobre la figura del escritor, pero lejos también del mimetismo y el abuso de tópicos que caracterizan demasiado a menudo los homenajes literarios de seguidores e imitadores, los relatos reunidos en Bohemios del valle de Sesqua son tanto un tributo a Lovecraft y su mundo, como un ejercicio de estilo personal e intransferible, una genuina confesión íntima de “otredad” y diferencia que se identifica gozosa, melancólica y elegantemente con la versión más decadente, poética y onírica del Horror Cósmico, sin renegar en absoluto de sus connotaciones macabras, trágicas y ominosas. El valle donde se desarrollan estas historias es una singular aportación del autor a la geografía imaginaría de la Norteamérica lovecraftiana. Situado en algún lugar del Noroeste del Pacífico de los Estados Unidos, el valle de Sesqua, que Pugmire imaginó ya en 1974, se inspira en lugares reales como North Bend y el Monte Si, en el Estado de Washington, donde se rodara buena parte de Twin Peaks, y en comparación con las ciudades y villas lovecraftianas clásicas, como Arkham, Dunwich o Innsmouth, se trata de un lugar casi idílico, de atmósfera feérica y pagana, donde los bosques, coronados por sus dos enigmáticas cumbres gemelas, se ciernen próximos a una pequeña, encantada y encantadora población rural donde hay más casas y caminos de madera o tierra que de cemento y sólo parecen existir librerías y anticuarios de aroma vetusto, polvoriento y oscuramente erudito. Sus habitantes, pese a que nos queda claro que pertenecen a una especie muy distinta de la humana, no son del todo amenazadores ni desagradables, si bien puedan mostrarse ambas cosas a la vez con cierta frecuencia, y aunque el viajero raramente es bienvenido, tampoco se siente prisionero, perseguido o víctima de una conspiración. De hecho, en realidad, si alguien da con el valle de Sesqua es porque “algo” le llama, porque siente alguna extraña afinidad con el lugar y sus peculiares pobladores, pues, de lo contrario, es muy difícil que conozca siquiera su existencia. Y más difícil aún que lo abandone. Al menos, con todas su facultades intactas.

 

North Bend (Washington). Foto de un fan de Twin Peaks


Los seis relatos que componen Bohemios del valle de Sesqua se cuentan entre lo más original y sugestivo del interminable fluir de apócrifos, seguidores, alumnos y adoradores de Lovecraft que desde hace varias décadas vienen engrosando las páginas de antologías, colecciones, libros, fanzines y, finalmente, páginas web y blogs especializados. Y ello es así porque Pugmire era a su vez un personaje singular y original, bien alejado de la imagen y el estilo habitual de la mayoría de los fans tradicionales de Lovecraft en particular y del género fantástico y de terror en general. A Wilum Hopfrog Pugmire, como se rebautizó a sí mismo el escritor, guiño a Poe incluido, lo que le interesa de Lovecraft no es tanto lo asustante y terrorífico como lo fascinante y onírico. Aunque en sus páginas se evocan e invocan figuras Primordiales como las de Shub-Niggurath o Nyarlathothep, desfilan noctívagos y se sugieren terribles presencias ancestrales, todo ello viene acompañado o, más bien, forma parte de una atmósfera numinosa, mágica y cautivante, descrita con prosa poética y evocadora, que hace del valle y sus habitantes, tanto el librero y anticuario Simon Gregory Williams, como el misterioso poeta desaparecido William Davis Manly, el también poeta Akiva Loveman o el resto de personajes que desfilan por sus páginas, un entorno hipnótico, embriagador, que envuelve al lector en una tela de araña sedosa, estupefaciente y alucinada, que también, de forma inevitable, se convierte en trampa mortal. Por cierto que afortunadamente los bohemios del valle de Sesqua no son como los hípsters de Malasaña o Lavapiés. Son criaturas realmente ultramontanas, amorales y definitivamente siniestras. Dejarse arrullar por sus charlas sugestivas sobre arcanos saberes, excéntricos poetas de otros tiempos o sobre las cosas que habitan en su bosque repleto de ruinas y estatuas arcaicas e inquietantes, en los límites entre el sueño y la vigilia, entre nuestra dimensión y otras desconocidas o incognoscibles, puede ser lo último que hagan quienes buscan respuestas que es mejor no hallar. Pese a lo cual, entendemos y compartimos por qué los protagonistas humanos del libro, una vez en el valle, no quieren abandonarlo, prefiriendo seguir su extraño e inhumano destino, a menudo trágico, a volver a la aburrida vida cotidiana de las grandes urbes, con sus coches y apartamentos, sus rascacielos y suburbios, más muertos que aquello que yace en lo más oscuro de Sesqua.

 

Ilustración de Gwabryel para el relato “El esplendor de la cabra”


El secreto del éxito de Pugmire es que su amor sin límites por Lovecraft, su identificación con su literatura y con los Mitos de Cthulhu en particular, se nutren de la misma necesidad de ser diferente y único que fueron sus señas de identidad propias e intransferibles dentro del fandom lovecraftiano. Porque Pugmire, que se hacía llamar “La Reina del Horror Extraño” (Eldritch Horror), primer ministro mormón abiertamente gay (aunque célibe desde 1985), que escandalizó a menudo a su comunidad presentándose en los servicios religiosos con su estilo total de “reina punk travestí”, encontró en Lovecraft y sus criaturas, en el mundo extraño y nihilista de los Mitos de Cthulhu, un rico acervo de excentricidad extrema, de diferencia radical frente al común de los aburridos mortales. Así, reconociendo en la obra lovecraftiana y en la de algunos de sus seguidores, como Robert Bloch, con quien mantuvo frecuente correspondencia, la herencia común del Decadentismo finisecular de Oscar Wilde, del esteticismo sibarita de Henry James, del romanticismo grotesco de Lautremont, del malditismo de Poe y Baudelaire y hasta del melodrama gótico isabelino de Shakespeare, se apropió de la tradición lovecraftiana para hacerla suya. Por supuesto, autores como Lord Dunsany, Robert W. Chambers, M. P. Shiel, Arthur Machen o Clark Ashton Smith se lo pusieron fácil, pues todos ellos, admirados por Lovecraft, fueron también excéntricos puentes tendidos entre las fantasías decadentistas, homoeróticas y simbolistas de finales del siglo XIX y principios del XX, y el universo del Horror Cósmico lovecraftiano. Pugmire, con su mirada de hombre gay travestido de exótica “reinona”, creyente excomulgado de una fe que le rechazaba (aunque le readmitiera finalmente en su rebaño, respetando su identidad queer, difícil saber si se trató de una victoria o lo contrario), heraldo de la diferencia entre los diferentes, vio en los Mitos de Cthulhu más la fascinación por lo distinto que el miedo al Otro, prefirió elegir la disolución del “yo” en los terribles poderes dionisíacos de la noche, el sueño y la muerte a dejar que este se pierda, integrado en la mediocridad de la masa y el adocenamiento cotidianos. Entendió y participó de la teatral afectación aristocrática del Solitario de Providence, con su nostalgia impostada y real al tiempo por el siglo XVIII, la monarquía inglesa y la vieja Nueva Inglaterra. Penetró en la esencia del Lovecraft que se reinventó a sí mismo como personaje (personae), máscara reveladora de su verdadero ser, en absoluto carente de humor. Comprendió instintivamente la afinidad íntima de la mitología lovecraftiana con el Glam. Cosas que habitualmente están más allá de los limitados poderes de comprensión del aficionado medio al fantástico y el terror.

 

W. H. Pugmire
 

En su blog, todavía “activo” en la red (“porque no está muerto lo que puede yacer eternamente”), Wilum, cómo gustaba ser llamado, se define así: “W. H. Pugmire, esq. (caballero). Miembro gay activo de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, escritor de ficción extraña lovecraftiana. Creo en la literatura como una forma de Arte y declaro que H. P. Lovecraft era un serio artista de genio”. Si unimos esta pomposa declaración, no exenta de ironía teatral y auto-parodia a la vez que de genuino desprecio por las convenciones, a las fotografías del escritor, o recordamos cómo disfrutaba en los lejanos años 70 del siglo pasado en su encarnación del “Conde Pougsly”, sirviendo de reclamo para el extravagante Jones´ Fantastic Museum de Seattle, disfrazado como una suerte de vampiro inspirado en el personaje de Lon Chaney en La casa del horror (London After Midnight. Tod Browning, 1927), que le llevó a aparecer en las páginas de la revista de Forrest J. Ackerman Famous Monsters of Filmland, podemos establecer un retrato del hombre que vio en Lovecraft lo que muy pocos ven, y lo entendió mucho mejor que sus aburridos detractores y detractoras.

 

Wilun & Lovecraft
 

Más allá del estirado escritor de pulp con pretensiones literarias, del hombre de ideas reaccionarias, xenófobo, conservador, asexuado y racista; más allá también de los fans que gustan imaginarlo como artista maldito y atormentado, vagando cual fantasma solitario por los cementerios de Providence. W. H. Pugmire, Wilum Hopfrog Pugmire, The Eldritch Queen, nacido William Harry Pugmire el 3 de mayo de 1951 y muerto el 26 de marzo de 2019 en Seattle (Washington), la ciudad donde desarrolló la mayor parte de su extraña carrera, se dio cuenta de que Lovecraft tenía más en común con Oscar Wilde, Quentin Crisp, Kenneth Anger, David Bowie, Andy Warhol o John Waters que con la mayoría de sus imitadores y admiradores dentro y fuera del fandom. Entendió aquello que les conectaba y les hacía divinos, únicos y diferentes. Y eso hace también extrañamente únicos y diferentes sus relatos lovecraftianos. Decadentes, excéntricos, sinuosos, oníricos, reiterativos, de un homoerotismo pagano viscoso, agridulce y deliciosamente afectado. Para quienes sin ser homosexuales hemos hecho de la identidad gay una metáfora de nuestra diferencia, la figura y la obra de W. H. Pugmire resultan extrañamente afines y significativas. Y el valle de Sesqua, por supuesto, el destino ideal para nuestras próximas vacaciones (así sean vacaciones infernales).


Jesús Palacios 😈

 

W. H. Pugmire y Lovecraft juntos en Sesqua

https://labibliotecadecarfax.com/tienda/es/w-h-pugmire/23-bohemios-del-valle-de-sesqua-9788412281316.html

 

 

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