EL BOSQUE OLVIDADO POR EL TIEMPO - Sobre "Wrong Turn" (2021) y las aventuras de mundos perdidos | Jesús Palacios


WRONG TURN. USA, 2021. 109 m. C. D.: Mike P. Nelson. G.: Alan McElroy. I.: Charlotte Vega, Adain Bradley, Bill Sage, Matthew Modine, Emma Dumont.

 

L a historia solía ser tal que así: un grupo de exploradores o viajeros, pese a las advertencias de los indígenas, se interna en territorio prohibido. Tras pasar por algún lugar agreste y casi oculto (un pasadizo subterráneo, una estrecha caverna, un paso secreto tras una cascada…), va a dar con una ciudad extraña, erigida por algún pueblo, raza o resto de una civilización extinta, perdida o incluso escondida voluntariamente del paso del tiempo. Pronto nuestra expedición es capturada. Muy probablemente alguno de sus miembros cometa un error imperdonable, rompiendo un tabú de los nativos. Alguien pagará por ello. Mientras, los viajeros descubren asombrados las costumbres singulares, propias a veces de un pasado bárbaro y cruel, de los habitantes de la ciudad secreta. Puede que alguno sea sacrificado, que otro se enamore de una joven del lugar (o a la inversa: que un autóctono se enamore de alguna o alguno de los miembros de la expedición), que el reyezuelo local se encapriche de una de las expedicionarias (aunque más común es lo contrario: que una reina, hermosa y malvada femme fatal, quede prendada del joven explorador), que el brujo, sacerdote o visir conspire para esclavizar o torturar y matar a todos los extranjeros… Hay un buen número de permutaciones, pero casi todas en torno a estas variantes principales.

 

Los exploradores de Las minas del rey Salomón  (1950), según novela de Rider Haggard


Finalmente, estalla el conflicto: algunos viajeros escaparán, otros perecerán, tal vez ayuden a derrocar al tirano (o tirana), encabezando una revuelta justiciera, o simplemente huyan esforzadamente, mientras por regla general la ciudad queda sepultada bajo la lava de un volcán próximo o se hunde en las entrañas de la tierra en medio de seísmos… Siempre y cuando no se contemple la posibilidad de segundas y terceras partes, en cuyo caso, se trata de volver a la civilización moderna, dejando algunos cabos sueltos que solucionar en próximas aventuras. A veces, alguien o algo (un nativo, pero también puede ser un animal extinto), se une voluntaria o involuntariamente a los supervivientes y regresa con ellos al mundo exterior (o les persigue sin su conocimiento). También es probable que en la ciudad perdida se haya quedado algún expedicionario, dispuesto a comenzar allí una nueva vida. De hecho, la acción puede iniciarse, precisamente, por la búsqueda de alguien misteriosamente desaparecido, generalmente un padre o un hijo, en alguna expedición anterior. Como veíamos, hay numerosas posibilidades, pero siempre más o menos limitadas a una serie de tópicos característicos del género o subgénero de mundos perdidos (mundos que pueden abarcar desde ciudades o pueblos hasta continentes enteros).

 

Un dinosaurio perdido en Londres: El mundo perdido  (1925), según novela de Conan Doyle


Propias de la última época colonial, las aventuras de civilizaciones perdidas tuvieron su apogeo entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, hasta más o menos los años 30. Los pioneros y grandes creadores del género, Julio Verne (Viaje al centro de la Tierra), Emilio Salgari (La ciudad del oro), Conan Doyle (El mundo perdido), Rider Haggard (EllaLas aventuras de Allan Quatermain), Rudyard Kipling (El hombre que pudo reinar), Pierre Benoit (La Atlántida), Edgar Rice Burroughs (La tierra olvidada por el tiempoEn el corazón de la Tierra, varias aventuras de Tarzán), y otros menos conocidos, como Thomas A. Janvier, Luigi Motta, Charles Derennes, Yambo (Enrico Novelli) o J. H. Rosny Ayné, por citar algunos, fueron dando paso y fundiéndose con las generaciones de la Era del Pulp: Francis Stevens (seudónimo de Gertrude Barrows Bennett), Edison Marshall, A. Hyatt Verrill (explorador él mismo), Abraham Merritt, Edmond Hamilton, Robert E. Howard, Henry Kuttner, Dennis Wheatley y muchos más que hasta la década de los 40 contribuyeron con una enorme variedad de novelas y relatos a popularizar la temática, al tiempo que a señalar su progresiva decadencia, limitado ya su alcance a los más fervientes fans y seguidores de la fantasía y la ciencia ficción, géneros de los que es producto bastardo, a veces más cerca de uno, a veces de otro, en ocasiones con tonos sombríos de horror cósmico o ancestral, pero siempre sin renunciar a su raison d´etre: la aventura y el Sentido de la Maravilla.



El rápido proceso de globalización, que gracias a trenes, aviones y automóviles empezó a conectar los lugares más apartados del mundo, permitiendo que, al menos aparentemente, hasta los rincones más oscuros de la Tierra quedaran iluminados y cartografiados, sumado al declive y desprestigio del colonialismo occidental tras la Segunda Guerra Mundial, convirtieron estas narraciones en artefactos obsoletos, difíciles de tragar incluso para los más frívolos lectores de fantasía y ciencia ficción. El África de Allan Quatermain y Tarzán, el Oriente de Kipling, Talbot Mundy o Howard, la Sudamérica del profesor Challenger y los aztecas perdidos de Janvier, incluso los lejanos continentes polares poblados por Burroughs de dinosaurios o por Lovecraft de restos de los Grandes Antiguos, se fueron desvaneciendo según aventureros y exploradores primero, misioneros y militares después y finalmente empresarios, industriales y capitalistas extendían sus intereses por todo el orbe, a la par que las grandes líneas navieras, los ferrocarriles y aeropuertos comunicaban con cada vez mayor rapidez y seguridad las cuatro esquinas del planeta. La propia figura del héroe blanco conquistador, representante de las (dudosas) virtudes de la civilización occidental, que se enfrenta con los restos de antiguas razas olvidadas inherentemente inferiores, a veces ayudándolos con magnanimidad a emanciparse de sus tiranos y supersticiones, fue cayendo también en el descrédito, tras los horrores del imperialismo, los procesos de independencia de las naciones coloniales y la debacle moral de las dos guerras mundiales.

 

Richard Chamberlain como Allan Quatermain, bien acompañado por Sharon Stone


Sin embargo, las rutinas del género no desaparecieron, sino que se vieron impelidas a encontrar otras justificaciones argumentales, otros escenarios plausibles y, sobre todo, otros fundamentos científicos o seudocientíficos que resultaran convincentes para los nuevos tiempos. Así, los “mundos perdidos” se trasladaron al espacio exterior en el Space Opera y al lejano pasado (real o imaginario) de la Heroic Fantasy, mientras aquellos que gustaban mantener algo del viejo sabor aventurero apegado a la tierra y a nuestro planeta, introdujeron portales dimensionales (Stargate de Emmerich) o explotaron hasta sus últimas posibilidades decorados todavía relativamente inaccesibles como las inmensidades árticas (Proyecto Arcadia de Craig Beck), el África más recóndita (Congo de Michael Crichton) o las teorías sobre la Tierra Hueca y similares (El descenso de Jeff Long). Pero, por supuesto, se trata de los menos.

 

Stargate (1994)


Llegados a este punto, quizá el lector se pregunte qué demonios tiene que ver todo esto con Wrong Turn versión 2021, supuestamente un remake del pequeño clásico de los 2000 que inició una saneada franquicia y no dejaba de ser, a su vez, una puesta al día del género del survival splatter caníbal en la América Profunda, modelado principalmente sobre Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977) de Wes Craven ―que  también fue objeto de remake y reboot por la misma época― así como sobre La matanza de Texas (Texas Chainsaw Masscre. Tobe Hooper, 1974) ―remake y reboot en 2003―, además del clásico Defensa (Deliverance, 1972) de John Boorman. Pues bien, tiene mucho, pero mucho que ver. Porque, contrariamente a lo que pudiera parecer, este nuevo Wrong Turn es cualquier cosa menos un “giro equivocado”. De hecho, posiblemente el único “error” cometido por sus creadores es haber querido hacer pasar su película por una más de la saga iniciada en 2003 cuando, en realidad, se trata de una propuesta muy distinta, aún cuando comparta, por supuesto, elementos comunes con aquella.

 

Kilómetro 666 (Wrong Turn, 2003)


En efecto, como en la primera Wrong Turn (dejo de lado el demasiado imaginativo título español: Kilómetro 666), hay un grupo de jóvenes que se internan demasiado en lo profundo del bosque, en la inmensidad de los Apalaches. Como en aquella, pronto empieza el body count y tras una serie de muertes violentas, torturas y ordalías, habrá también retribución y catarsis, tanto para el espectador como para la obligada final girl empoderada. Hasta ahí, las similitudes no sólo con la saga original, sino con un buen puñado de survivals antropófagos como los ya citados o novelas como el clásico de Jack Ketchum Off Season (publicado en nuestro país como Al acecho), inspirados todos, en mayor o menor medida, en la historia “real” de Sawney Bean, el caníbal escocés. Pero si los personajes de aquella han de enfrentarse con un clan de caníbales endogámicos deformes, que se proveen de carne y, de paso, de todo lo necesario para su supervivencia, depredando turistas despistados a quienes engañan para que se internen en su territorio, aquí nos encontramos con una variante muy distinta que ―ya llegamos―, remite directamente a las mejores y más clásicas narraciones de mundos y ciudades perdidas, con todo su refrescante poder evocador, estilo pulp y sentido de la aventura.

 

La captura del caníbal Sawney Bean. Escocia 1590 (Ilustración de David Cuzik Matysiak)


Aviso A partir de aquí, si no has visto la película espera a verla, porque el camino que sigue está tan lleno de spoilers como los Apalaches de trampas mortales. La acción de Wrong Turn comienza con el padre de una de las protagonistas, el veterano y muy apropiado Matthew Modine, indagando en el último pueblo donde su hija Jen (Charlotte Vega) y su grupo de amigos fueron vistos antes de desaparecer, misteriosamente, en el interior de las montañas. De ahí, la historia retrocede a la llegada de estos a la zona, donde pretenden hacer algo de senderismo, si bien la actitud poco amistosa de los lugareños, típicos rednecks sospechosos de las peores tropelías, les indica a las claras que lo mejor sería que siguieran su camino. En cualquier caso, hay algo que deben evitar a toda costa: apartarse del sendero. Por supuesto, es lo que Darius (Adain Bradley), novio de Jen que nunca debió leer los cuentos de Grimm, planea hacer de inmediato, para echar un vistazo a las ruinas de un viejo fuerte anterior a la Guerra Civil.

 


El grupo de amigos es típicamente variopinto e inclusivo, como requiere el momento: Jen es una chica blanca de clase media, Darius un muchacho negro que trabaja desinteresadamente para una empresa de energía y modelos de vida alternativos, Gary y Luis una pareja gay interracial y Adam y Milla, novios blancos y heteros, el primero anti-racista concienciado y la segunda un poco nerd (o geek o freak o indie…). En fin: en la buena y vieja tradición del slasher, un grupito que, sin ser excesivamente molesto, estamos deseando empiece a ser masacrado cuanto antes. Y no hay que esperar mucho. El bosque está lleno de trampas, quizá un tanto rústicas pero muy eficaces.

 


Cunde el pánico y el guionista Alan McElroy juega bien sus cartas, más cerca de Deliverance que de La matanza de Texas, plasmando reacciones tan humanas y lógicas como relativamente impredecibles entre sus protagonistas. El reducido grupo de supervivientes tiene que enfrentarse a una situación tan desconocida como terrorífica, pero, sorpresa, no a un clan de antropófagos tarados y deformes, no a un puñado de rednecks resentidos contra los urbanitas liberales del Este, no. Sino a un auténtico pueblo de guerreros apartados voluntariamente del tiempo, una comunidad autocrática escondida del mundo exterior, con sus propias costumbres, leyes e incluso lenguaje. Y lo que parecía iba a ser un nuevo y cansino slasher supervivencialista, se convierte en trepidante, brutal y divertida aventura de mundo perdido en mitad de los Estados Unidos actuales y en pleno siglo XXI.

 


Los jóvenes expedicionarios que protagonizan Wrong Turn versión 2021 han ido a parar a un lugar conocido sólo vagamente como La Fundación, cuya existencia se susurra con miedo entre los habitantes de los pueblos cercanos y cuya vecindad se evita a toda costa. Sus propios pobladores han rodeado la primitiva villa, situada en lo más recóndito de los bosques de Virginia, de murallas y trampas, vigilan atentamente a los extraños que tienen la osadía de aproximarse y que, inevitablemente, perecen, son hechos prisioneros o en el mejor de los casos huyen aterrorizados sin saber con qué han estado a punto de toparse. El origen de esta extraña ciudadela se remonta a 1859, poco antes de iniciarse la Guerra Civil, cuando los habitantes del asentamiento original, convencidos de la inminencia del apocalipsis, decidieron internarse en las montañas y formar una comunidad aparte, destinada a sobrevivir y, en un futuro quizá no muy lejano, “volver a hacer América grande otra vez”. Re-fundarla sobre sus cimientos. Lo curioso es que esta comuna, por lo que podemos deducir de su lenguaje y peculiares costumbres de resonancias escandinavas, ha mezclado los principios igualitarios y utópicos propios de un grupo religioso fundamentalista o, ¿por qué no?, del Trascendentalismo de Thoreau, Emerson y George Ripley, con tradiciones ancestrales de origen nórdico, convirtiéndose en una suerte de pequeño reino vikingo, influido también por la forma de vida de los nativos americanos. El gran acierto de Mike P. Nelson (director de otro título apocalíptico en absoluto carente de interés: The Domestics, 2018), así como del guionista, que lo fue también del filme original, es, precisamente, evitar el tópico del redneck caníbal, amén de dotar a sus nuevos “villanos” de una cultura, principios e ideología mucho más ambiguos y complejos de lo que es habitual en el género slasher.

 


A partir de su captura, los incidentes característicos de las aventuras de mundo perdido se siguen a toda velocidad. Juicios sumarios, castigos sanguinarios, costumbres bárbaras, un padre que reaparece, huidas arriesgadas, luchas entre modernos revólveres, fusiles de repetición y arcos y flechas, puñales y hachas. Hay momentos totalmente pulp, propios de cualquier viejo relato del género: un cautivo transportado entre dos guerreros amarrado a un tronco, los prisioneros cegados con hierros al rojo, la protagonista obligada a contraer matrimonio con el déspota local, Venable, magnífico Bill Sage; la fuga por los subterráneos donde se hacinan los condenados por el clan, convertidos en despojos humanos, ciegos y caníbales (que recuerdan a los mutantes esclavizados de Bajo el signo de Ishtar/The Mole People. Virgil Vogel, 1956). Se respira una atmósfera de pura aventura fantástica a la que contribuyen el vestuario y decorados bárbaros del poblado, que los más despistados confunden con toques de Folk Horror, sin duda puestos de forma muy consciente por los creadores del filme a tal efecto. Pero, ojo: no todo lo que tiene cuernos de ciervo es Folk Horror. En realidad, estamos en una película de vikingos. Más o menos.

 


Toda una serie de curiosos detalles se integran sutilmente en la trama, exenta de explicaciones inútiles e indeseables. Quizá algunos espectadores, mal acostumbrados por las tediosas aclaraciones que nos regala últimamente el género de horror, para iluminar nuestras torpes inteligencias (véase la sobrevalorada El hombre vacío/The Empty Man. David Prior, 2020, rellena de aburridas parrafadas que explican una y otra vez lo que su director no sabe contar visualmente con ritmo y concisión), se queden con las ganas de que el villano nos relate la historia de La Fundación con pelos y señales. De que alguien nos explique el origen y por qué del lenguaje que hablan sus habitantes (a mediados del siglo XIX existían pueblos enteros en los Estados Unidos fundados por emigrantes alemanes, holandeses o suecos, donde prácticamente nadie hablaba inglés), las historias personales de la morena Edith (Daisy Head), especie de bruja que, muy apropiadamente, odia a la protagonista desde el primer momento (se intuye que esperaba quizá ser la nueva concubina del monarca), la pequeña y muda Ruthie, o los lugartenientes de Venable, que al parecer de vez en cuando pasan un buen rato con las prisioneras ciegas de los subterráneos.

 


Pero precisamente lo que hace de Wrong Turn excelente película de aventuras es que no pierde el tiempo dándonos información innecesaria: la deja a cargo de sus imágenes y de nuestra imaginación. Imaginación: eso que la mayor parte de los directores del “nuevo” cine de terror que dicen o llaman “elevado” presuponen que no tenemos. Gracias a Odín, esta vez, al tratarse de una película sin pretensiones, somos considerados lo suficientemente adultos como para prescindir de verborrea inútil, psicología barata y filosofía existencialista de cuarta. A cambio, tenemos muertes splatter, suspense sostenido, una atractiva escenografía primitiva, buenas peleas y un final no por descabellado menos divertido, que demuestra que el empoderamiento femenino puede funcionar, siempre que no sea ni demasiado serio ni demasiado idiota.

 


Que estamos ante un filme inteligente lo demuestran muchos detalles sorprendentes: si el nefasto personaje de Adam pone en evidencia que ser racista no consiste sólo en serlo respecto a las personas de distinto color, el de Darius nos muestra que un hombre moderno (y negro), que se identifica con el ambientalismo, la ecología y los ideales comunitarios, se adapta rápidamente a un entorno medieval, casi prehistórico, encontrando la realización personal en su ethos guerrero y cazador, autoritario y patriarcal (recordemos una vez más que Hitler era vegetariano). Porque, nuevo acierto del filme, la sociedad que ha construido La Fundación no resulta del todo despreciable, sino que posee incluso cierto atractivo visceral, como expresa con propiedad el discurso del adusto y agudo Venable, quien no carece de bárbara grandeza. Pero se convierte también al tiempo en demostración práctica de cómo la utopía naturista y libertaria, ya sea de fabianos o de trascendentalistas ingenuos (véase el fracaso de Brook Farm), está siempre a un paso de convertirse en un reinado de violencia y tiranía, en nombre de los más nobles ideales.

 

Brook Farm, el fallido experimento utópico de los Trascendentalistas


En La Fundación no hay racismo, no hay dinero ni comercio, sino comunidad de bienes, caza y explotación racional de los recursos naturales, pero las leyes para conservar estos principios son crueles, la estructura jerárquica feudal, los castigos inhumanos (ojo por ojo) y las necesidades básicas y el aislamiento priman sobre cualquier otra consideración humana. Sea como fuere, La Fundación es mucho más que una familia de caníbales endogámicos, como, de hecho, bromea la película en algún momento refiriéndose a la saga original. Es una curiosa metáfora de los divididos y radicalizados Estados Unidos actuales, que funde la América supuestamente libertaria de Trump con la de los liberales demócratas extremos que se oponen a ella desde la utopía socialista, reuniendo lo peor de ambos mundos, respondiendo así a la línea filosófica más profunda del splatter, desde los tiempos de Romero, Craven y Hooper: la imposibilidad humana de renunciar a la violencia y la intrínseca perversidad de la noción del “buen salvaje”. En cierto modo, este Wrong Turn es el reverso lógico y realista de la engañosa El bosque (The Village, 2004) de Shyamalan, donde bajo una pátina de utopía humanista se esconde una dictadura basada en el miedo, la mentira y la superstición, todo por el propio bien de sus engañados habitantes.

 

El bosque (The Village, 2004)


Todas estas reflexiones surgen por fortuna sin esfuerzo de un entretenido y violento filme de aventuras cuyo único defecto es, quizás, haberse parapetado tras la franquicia de Wrong Turn. Aunque es comprensible intentar aprovechar el tirón de esta resultona saga slasher, lo cierto es que para muchos espectadores ha jugado en contra a la hora de apreciar correctamente lo que es un ingenioso aggiornamento de la tradición pulp de los “mundos perdidos”. Una historia de vikingos escondidos en el corazón de las tinieblas, en guerra abierta contra el mundo moderno. La nueva versión de Wrong Turn tiene más que ver con una película como La isla del fin del mundo (The Island at the Top of the World. Robert Stevenson, 1974) que con Las colinas tienen ojos. Como en aquella deliciosa producción Disney, basada en la novela algo más “realista” de Ian Cameron (seudónimo de Donald G. Payne), hay un padre que busca al hijo desaparecido (aquí una hija), quien se encuentra con que ha sido abducido por un pueblo de vikingos que siguen viviendo en la Edad Media, aislados del mundo por los hielos polares, en un microclima volcánico muy conveniente para su supervivencia.

 


La isla del fin del mundo (The Island at the Top of the World, 1974)


Podemos hallar, sin embargo, un eslabón perdido entre este universo de aventura pulp y el survival splatter más típico: La isla (The Island, 1980), el injustamente menospreciado filme de Michael Ritchie protagonizado por Michael Caine, según novela de Peter Benchley, donde también un padre debe luchar para que su hijo no se convierta en uno más de la delirante sociedad de salvajes piratas del Caribe que, oculta en el Triángulo de las Bermudas desde el siglo XVIII, sigue viviendo bajo las normas y leyes de los viejos lobos marinos, asaltando barcos turísticos, robando y masacrando.

 

Detalle del cartel de La isla (The Island, 1980)


Es precisamente el tratamiento que Ritchie y Benchley dan a esta historia de isla perdida, entre el terror slasher, el thriller y la aventura, lo que la emparenta con filmes como Las colinas tienen ojos o Deliverance que, al fin y al cabo, son a su vez descendientes bastardos del wéstern revisionista de los 60 y 70, más cerca de La venganza de Ulzana (Ulzana´s Raid. Robert Aldrich, 1972) o de La noche de los gigantes (The Stalking Moon. Robert Mulligan, 1968) que de Viernes 13 (Friday the 13th. Sean S, Cunningham, 1980), y de las que también desciende Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015). Recordemos cómo James Dickey, en su magnífica novela Liberación (es decir: Deliverance) manifiesta la extrañeza de sus protagonistas ante la “gente de nueve dedos”, habitantes de la América Profunda, tan ajenos y anacrónicos para ellos como vikingos u hombres de Cromagnon.

 

Bone Tomahawk (2015)

Para un fan incombustible de los viejos “mundos perdidos”, la sorpresa de encontrarse con una película que, inesperadamente, pasa de previsible survival caníbal a trepidante historia de aventuras, utilizando buena parte de los muy agradecidos tópicos del género descritos más arriba, con todo el atractivo de un escenario, vestuario y tratamiento visual de película de bárbaros tribales, supone motivo más que suficiente para convertir esta nueva Wrong Turn en título plenamente reivindicable, tanto por su atípico espíritu pulp, alegre violencia splatter e inteligente falta de pretensiones, como por sus buenas dosis ocultas de carga de profundidad, prescindiendo del pomposo envoltorio de propuestas supuestamente “elevadas”.

 


En este planeta globalizado donde cada día que pasa es más difícil esconderse, aprecio especialmente el esfuerzo de quienes, sea en cine, novela o cómic, consiguen crear nuevas historias de mundos, ciudades y razas perdidas convincentes. Autores como Preston y Childe (El relicario), Peter Benchley (La isla), Jeff Long (El descenso) o Michael Crichton (Congo), películas quizá menores como Los últimos guerreros (Last of the Dogmen. Tab Murphy, 1995); ese Folk Horror británico con mucho de isla olvidada por el tiempo que es también la curiosa El apóstol (Apostle, 2018) de Gareth Evans o la propia Wrong Turn 2021, que, sin entrar en el territorio hipertrofiado de las nuevas kaiju movies, aprovechando los rincones aún oscuros de la Tierra, las inmensidades presuntamente exploradas y engañosamente documentadas hasta en su más mínimo detalle, resucitan hoy el aroma netamente camp de los mundos perdidos, para devolvernos algo del viejo Sentido de la Maravilla y descubrirnos que todavía pueden esconderse en ellos secretos tan mortales y fascinantes como La Fundación.

 


Eso sí, si esperas una película de palurdos caníbales, olvídate (incluso los rednecks te dan sorpresas). Wrong Turn es una de vikingos en lo más profundo del bosque, al otro lado de la carretera que divide y separa tenuemente nuestro mundo civilizado del siglo XXI de la más violenta y salvaje barbarie ancestral.

Jesús Palacios 😈

 

 

Comentarios

  1. Guau. He disfrutado tanto leyendo el texto, que no necesito ver ni revisar ninguna de las películas citadas. ¡Qué encadenado de referencias!

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  2. Ese Unknown soy yo: Pedro Calleja.

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